domingo, 29 de marzo de 2020

Nuestra vida de fe



sin culto público ante el Covid-19

Mª Virginia Olivera de Gristelli

Infocatólica, 28.03.20

“Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” –Mateo 9, 15 –

“El Señor ha deseado que su familia sea probada; y debido a que una larga paz había corrompido la disciplina eclesiástica que nos había sido entregada divinamente, la reprensión celestial ha despertado nuestra fe, que estaba adormecida, y casi dije que dormía; y aunque merecíamos más por nuestros pecados, el Señor más misericordioso ha moderado tanto todas las cosas, que todo lo que ha sucedido parece más una prueba que una persecución” (San Cipriano: De lapsis, 5).

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Aún teniendo  en cuenta que Dios permite todo para nuestro bien (Rom. 8,28) , y más allá de las justificaciones sanitarias, es innegable la conmoción que significa para la mayoría de los católicos del mundo la imposibilidad de asistir a las iglesias para celebrar y vivir nuestra fe, en fuerte contraste con la actitud sostenida por la Iglesia durante toda su historia en situaciones críticas como la que vivimos, y tal vez peores.
Sin emitir juicios temerarios, la realidad es que hoy muchos fieles de buena voluntad están viviendo con gran angustia algunas disposiciones que creen que exceden la prudencia debida ante las autoridades sanitarias y civiles, al impedirse en gran cantidad de templos no sólo las aglomeraciones, sino la dispensa de los sacramentos fundamentales para alimento y auxilio espiritual, e incluso físico.  Aunque hay muchos casos de entrega sacerdotal heroica, hay parroquias en que ni siquiera se responde al teléfono, y la ausencia de indicadores gráficos imposibilita que se halle alguno para asistir a algún enfermo.

Por esto nos parece que es necesario escuchar más de una consideración prudente sobre el tema para no tropezar hacia dos abismos: el desprecio hacia toda legítima autoridad  y la negación de la crisis evidente en todos los frentes, por un lado, y por el otro, la obsecuencia ante el mundo y una lectura “ingenua” de lo que hoy nos sucede, descuidando el análisis político y esjatológico subyacente.

Sin negar, pues, la gravedad del virus, ni la necesidad de tomar las medidas precautorias necesarias que cada autoridad considere, no quisiéramos que ello implique pasar por alto la oportunidad de manifestar tanto las virtudes heroicas de muchos sacerdotes y fieles, como también las grandes miserias de otros, pues unas y otras dejan su huella en el ejemplo. Y como en otras situaciones es deber de caridad corregir el error, creemos que aquí también cabe lo propio, y con mayor urgencia: por amor de Dios y bien de las almas, necesitamos sacerdotes y obispos con fe católica genuina, y que den testimonio de ella más que nunca.

Las medidas sanitarias no han sido idénticas en todos los países afectados, como no es idéntica la situación de padecimiento y riesgo para ellos. Así, pues, se comprende la restricción  de las celebraciones multitudinarias -entre las cuales se hallan las litúrgicas-, pero muchos no entienden, precisamente, por qué en sus países no se ha hecho como en Polonia, en que para limitar la asistencia de fieles a cada Misa…se multiplicaron los horarios de Misas.  No nos metemos aquí en la cuestión de la comunión en la mano “por higiene” no sólo porque es falaz, sino porque creo que el solo insinuar que Quien es la Vida y Salud misma pueda ser vehículo de contagio, nos parece de una insolencia blasfema.

Una vez establecida la restricción domiciliaria, quedan ya abolidas las Misas con fieles. Ahora bien: no comprendemos que haya aún sacerdotes que no celebren Misas privadas cada día, como si la presencia del “pueblo” fuese algo necesario. Aquí corresponde subrayar la doctrina católica, a tiempo y a destiempo, recordando como lo hace oportunamente Mons. J. Rico Pavés, auxiliar de Getafe:
«Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz» (Misterium Fidei 4).

Pero compartimos el dolor ante numerosas parroquias que cierran hoy sus puertas al punto de no permitir –cuando las condiciones estructurales y sanitarias lo permiten- un espacio reducido en que –no más de una o dos personas por vez, ¡como en los negocios!- se pueda al menos pasar a hacer visitas o Adoración Eucarística, siendo Nuestro Señor Sacramentado el PRINCIPAL auxilio y remedio del alma y del cuerpo. Y nos inquieta el que esta verdad pueda ser así oscurecida en las conciencias de otros muchos católicos de a pie.
No comprendemos que cuando la ley civil permite a los sacerdotes la libre circulación en atención a un mínimo de humanidad, haya obispos –como es el caso de Mons. García, obispo de San Justo- que en el DECRETO Nº 018 /2020 aconseje a sus sacerdotes que “Se restrinja la visita a Hospitales, Sanatorios y Hogares de Ancianos, para los casos de estricta necesidad, mientras continúe la advertencia del Ministerio de Salud…". ¿A qué llama “estricta necesidad", en medio de semejantes circunstancias?

No comprendemos que si están las puertas cerradas de los templos, no se procuren alternativas –cuando los medios lo permiten, insistimos- para seguir dispensando “al menos” (¡!) la Palabra de Dios a los fieles, y en horarios precisos, la Confesión.
Recuerdo que estoy escribiendo desde Buenos Aires, Argentina, donde se está tratando de cumplir la cuarentena y aún no tenemos la situación de grave emergencia que sufre España o Italia, y así como la autoridad civil  trata de prevenir “cuando aún estamos a tiempo”, quisiéramos que nuestros pastores evalúen también que “aún estamos a tiempo” -y más que propicio-, para que muchos fieles regresen a la fe o pongan sus almas en paz con Dios. Ahora bien, sinceramente y sin suspicacia pregunto: ¿es esto una prioridad de la Jerarquía actual, o sólo es necesario salvar el cuerpo?

¿Importan acaso los miles de “agonizantes espirituales", que probablemente no sobrevivan moral, psicológica o espiritualmente?

¿Se predica suficientemente la necesidad prioritaria de tener el alma reconciliada con Dios o en promover reflexiones de “reconciliación con la naturaleza”, al mejor estilo del panteísmo masónico, aprovechando la confusión general?

Repugna al más elemental sentido común católico remitir en estos días la raíz a la “naturaleza”, o poner las esperanzas pelagianas en  “el esfuerzo de la ciencia”, y olvidar voluntariamente los llamamientos de La Salette, Lourdes, Fátima, Akita…porque hemos de recordar que  ninguno de nosotros es inocente ante Dios, único tan  justo como misericordioso que nos ha dado UN Rey, Salvador, y Juez.
Es justo también recordar algunos testimonios contundentes de fe por parte de autoridades civiles, como es el caso del presidente de Tanzania, John Magufuli ,católico practicante, quien dijo el domingo 22 de marzo de 2020 (Domingo Laetare), en Dodoma  -capital de Tanzania-:

“Insisto en ustedes, mis hermanos cristianos e incluso en los musulmanes, no tengan miedo, no dejen de reunirse para glorificar a Dios y alabarlo. Es por eso que como gobierno no cerramos iglesias o mezquitas. En cambio, deben estar siempre abiertos para que la gente busque refugio en Dios. Las iglesias son lugares donde las personas podrían buscar la verdadera curación, porque allí reside el Dios verdadero. No tengas miedo de alabar y buscar el rostro de Dios en la Iglesia".

Refiriéndose a la Eucaristía, dijo: 
“El Coronavirus no puede sobrevivir en el cuerpo eucarístico de Cristo; pronto se quemará. Es exactamente por eso que no entré en pánico mientras yo recebía la Sagrada Comunión, porque lo sabía, con Jesús en la Eucaristía yo estoy a salvo. Este es el momento de construir nuestra fe en Dios“.

……………………………

Y una última pregunta a nuestros pastores: además de obedecer a las autoridades civiles pacientemente, ¿no podrían hablar -precisamente para “no tener miedo"-, de la necesaria PENITENCIA por todos nuestros pecados, además de la necesaria oración para que nos libre de este flagelo?…

Ante esta situación, creemos que las recientes cartas de Mons. A. Schneider y del Card. Burke han de ser tomadas en cuenta para consolar y brindar algunas recomendaciones transitando el Desierto que -merecidamente- sufrimos en esta Cuaresma.

Señor, conviértenos, y  ten piedad de todos nosotros!

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“Nos gloriamos en las tribulaciones”
(Rom. 5, 3)

Vivir a fe en los tiempos cuando está prohibido el culto público
por Mons. A. Schneider

Millones de católicos en el llamado mundo occidental libre, en las próximas semanas o incluso meses, y especialmente durante la Semana Santa y Pascua, la culminación de todo el año litúrgico, se verán privados de cualquier acto público de culto debido a reacciones gubernamentales y eclesiásticos. al brote de coronavirus (Covid-19). La más dolorosa y angustiosa de estas es la privación de la Santa Misa y la Sagrada Comunión sacramental.

Experimentaos actualmente la atmósfera de un pánico casi planetario. Las medidas de seguridad drásticas y desproporcionadas con la negación de los derechos humanos fundamentales de libertad de movimiento, libertad de reunión y de opinión parecen orquestadas casi globalmente a lo largo de un plan preciso.

Un efecto colateral importante de esta nueva “dictadura sanitaria” que se está extendiendo por todo el mundo es la prohibición creciente e intransigente de todas las formas de culto público. La situación actual de la prohibición del culto público en Roma lleva a la Iglesia a la época de una prohibición análoga del culto cristiano emitida por los Emperadores Romanos paganos en los primeros siglos.

Clérigos que se atreven a celebrar la Santa Misa en presencia de los fieles en tales circunstancias pueden ser punidos o encarcelados. La “dictadura sanitaria” mundial ha creado una situación que respira el aire de las catacumbas, de una Iglesia perseguida, de una Iglesia clandestina, especialmente en Roma. El Papa Francisco, quien el 15 de marzo, solitario y con pasos vacilantes, caminó por las calles desiertas de Roma en su peregrinación desde la imagen del “Salus populi Romani” en la iglesia de Santa Maria Maggiore hasta la Cruz Milagrosa en la iglesia de San Marcello, transmitió una imagen apocalíptica. Esto recuerda la siguiente descripción de la tercera parte del secreto de Fátima (revelado el 13 de julio de 1917): “El Santo Padre, afligido por el dolor y la tristeza, atravesó una gran ciudad mitad en ruinas y mitad temblorosa con pasos vacilantes".

¿Cómo deberían reaccionar los católicos y comportarse en tal situación? Tenemos que aceptar esta situación de las manos de la Divina Providencia como una prueba, lo que nos traerá un mayor beneficio espiritual como si no hubiéramos experimentado tal situación. Uno puede entender esta situación como una intervención divina en la actual crisis sin precedentes de la Iglesia. Dios usa ahora esta situación para purificar a la Iglesia, para despertar a los responsables en la Iglesia y, en primer lugar, al Papa y al episcopado, de la ilusión de un amigable mundo moderno, de la tentación de coquetear con el mundo, de la inmersión en cosas temporales y terrenales. Los poderes de este mundo ahora han separado por la fuerza a los fieles de sus pastores. Los gobiernos ordenan al clero celebrar la liturgia sin el pueblo.

Esta intervención divina purificadora actual tiene el poder de mostrarnos a todos lo que es verdaderamente esencial en la Iglesia: el sacrificio eucarístico de Cristo con su cuerpo y sangre y la salvación eterna de las almas inmortales. Que aquellos en la Iglesia que se ven privados de forma inesperada y repentina de lo esencial comiencen a ver y apreciar su valor más profundamente.

A pesar de la dolorosa situación de ser privado de la Santa Misa y la Sagrada Comunión, los católicos no deben ceder a la frustración o la a melancolía. Deben aceptar esta prueba como una ocasión de abundantes gracias, que la Divina Providencia ha preparado para ellos. Muchos católicos tienen ahora de alguna manera la posibilidad de experimentar la situación de las catacumbas, de la iglesia subterránea. Uno puede esperar que tal situación produzca los nuevos frutos espirituales de los confesores de la fe y de la santidad.

Esta situación obliga a las familias católicas a experimentar literalmente el significado de una iglesia doméstica. En ausencia de la posibilidad de asistir a la Santa Misa, incluso los domingos, los padres católicos deben reunir a su familia en su hogar. Podrían asistir en sus hogares a una transmisión de la Santa Misa por televisión o Internet, o si esto no es posible, deberían dedicar una hora santa de oraciones para santificar el Día del Señor y unirse espiritualmente con las Santas Misas que son celebrado por sacerdotes a puerta cerrada incluso en sus ciudades o en sus alrededores. Tal hora santa dominical de una iglesia doméstica podría hacerse, por ejemplo, de la siguiente manera:

Oración del Rosario, lectura del Evangelio dominical, acto de contrición, acto de comunión espiritual, letanía, oración por todos los que sufren y mueren, por todos los perseguidos, oración por el Papa y los sacerdotes, oración por el fin del epidemia física y espiritual actual. La familia católica también debía rezar las Estaciones de la Cruz los viernes de Cuaresma.

Además, los domingos, los padres podían reunir a sus hijos por la tarde o por la noche para leerlos de la vida de los santos, especialmente aquellas historias extraídas de tiempos de persecución de la Iglesia. Tuve el privilegio de haber vivido una experiencia así en mi infancia, y eso me dio la base de la fe católica para toda mi vida.

Los católicos que ahora están privados de asistir a la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión sacramental, quizás solo por un corto tiempo de algunas semanas o meses, pueden pensar en estos tiempos de persecución, donde los fieles durante años no pudieron asistir a la Santa Misa y recibir otros sacramentos, como fue el caso, por ejemplo, durante la persecución comunista en muchos lugares del Imperio soviético.

Que las siguientes palabras de Dios fortalezcan a todos los católicos que actualmente sufren la privación de la Santa Misa y la Sagrada Comunión:

“No os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria ” (1 Pedro 4, 12-13). “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!” (2 Corintios, 1, 3-4). “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1, 6-7).

En el tiempo de una cruel persecución de la Iglesia, San Cipriano de Cartago (+ 258) dio la siguiente enseñanza edificante sobre el valor de la paciencia:

“Es la paciencia la que fortalece firmemente los cimientos de nuestra fe. Es esto lo que eleva en alto el aumento de nuestra esperanza. Es esto lo que dirige nuestro hacer, para que podamos retener el camino de Cristo mientras caminamos por su paciencia. ¡Cuán grande es el Señor Jesús, y cuán grande es su paciencia, que el que es adorado en el cielo aún no se vengó en la tierra! Queridos hermanos, consideremos su paciencia en nuestras persecuciones y sufrimientos; demos una obediencia llena de expectación a su venida ”(De patientia, 20; 24).

Queremos rezar con toda nuestra confianza a la Madre de la Iglesia, invocando el poder intercesor de Su Inmaculado Corazón, para que la situación actual de ser privado de la Santa Misa pueda traer abundantes frutos espirituales para la verdadera renovación de la Iglesia después de décadas de la noche de la persecución de verdaderos católicos, clérigos y fieles que ha sucedido dentro de la Iglesia. Escuchemos las siguientes palabras inspiradoras de San Cipriano de Cartago:

“Si se reconoce la causa del desastre, inmediatamente se encuentra un remedio para la herida. El Señor ha deseado que su familia sea probada; y debido a que una larga paz había corrompido la disciplina eclesiástica que nos había sido entregada divinamente, la reprensión celestial ha despertado nuestra fe, que estaba adormecida, y casi dije que dormía; y aunque merecíamos más por nuestros pecados, el Señor más misericordioso ha moderado tanto todas las cosas, que todo lo que ha sucedido parece más una prueba que una persecución” (De lapsis, 5).

Dios conceda que esta breve prueba de la privación del culto público y la Santa Misa inculquen en el corazón del Papa y de los obispos un nuevo celo apostólico por los tesoros espirituales perennes, que se les ha sido confiado divinamente, es decir, el celo por la gloria y el honor de Dios, por la unicidad de Jesucristo y su sacrificio redentor, por la centralidad de la Eucaristía y su forma sagrada y sublime de celebración, por la mayor gloria del Cuerpo Eucarístico de Cristo, el celo por la salvación de las almas inmortales, el celo para un clero casto y con espirito apostólico.

Que escuchemos las siguientes palabras de aliento de San Cipriano de Cartago:

“Se deben dar alabanzas a Dios, y sus beneficios y dones deben celebrarse dando gracias, aunque incluso en el momento de la persecución nuestra voz no ha dejado de dar gracias. Porque ni siquiera un enemigo tiene tanto poder como para impedirnos, que amamos al Señor con todo nuestro corazón, nuestra vida y nuestra fuerza, declarar sus bendiciones y alabanzas siempre y en todas partes dándole gloria. Ha llegado el día fervientemente deseado, por las oraciones de todos; y después de la terrible y repugnante oscuridad de una larga noche, el mundo ha brillado irradiado por la luz del Señor” (De lapsis, 1).

19 de marzo de 2020

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María en Astana

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Por su parte, el Card. R.L. Burke ha dirigido unos días más tarde el siguiente y exhaustivo Mensaje que vale la pena leer hasta el final:

Mensaje sobre el combate contra el coronavirus, COVID-19

21 de Marzo de 2020

Queridos amigos,

Desde hace algún tiempo, hemos estado en combate contra la propagación del coronavirus, COVID-19. Por todo lo que podemos decir, y una de las dificultades del combate es que aún queda mucho por aclarar sobre la peste, la batalla continuará por algún tiempo. El virus involucrado es particularmente insidioso, ya que tiene un período de incubación relativamente largo, algunos dicen 14 días y otros 20 días, y es altamente contagioso, mucho más contagioso que otros virus que hemos experimentado.

Uno de los principales medios naturales para defendernos contra el coronavirus es evitar cualquier contacto cercano con los demás. Es importante, de hecho, mantener siempre una distancia, algunos dicen que una yarda (metro) y otros dicen seis pies - alejados el uno del otro, y, por supuesto, evitar reuniones grupales, es decir, reuniones en las que varios las personas están muy cerca unas de otras. Además, dado que el virus se transmite a través de pequeñas gotas emitidas cuando uno estornuda o se suena la nariz, es fundamental lavarnos las manos con frecuencia con jabón desinfectante y agua tibia durante al menos 20 segundos, y usar desinfectante para manos y toallitas. Es igualmente importante desinfectar las mesas, sillas, encimeras, etc., sobre las cuales estas gotitas pueden haber aterrizado y desde las cuales son capaces de transmitir el contagio por algún tiempo. Si estornudamos o nos sonamos la nariz, se nos aconseja usar un pañuelo facial de papel, descartarlo de inmediato y luego lavarnos las manos. Por supuesto, aquellos que son diagnosticados con el coronavirus deben ser puestos en cuarentena, y aquellos que no se sienten bien, incluso si no se ha determinado que padecen el coronavirus, deben, por caridad hacia los demás, permanecer en casa, hasta que se sienta mejor.

Al vivir en Italia, en donde la propagación del coronavirus ha sido particularmente mortal, especialmente para los ancianos y para aquellos que ya se encuentran en un estado de salud delicada, me impresiona el gran cuidado que los italianos están tomando para protegerse a sí mismos y a los demás del contagio. Como ya habrá leído, el sistema de salud en Italia se prueba severamente para tratar de proporcionar la hospitalización necesaria y el tratamiento de cuidados intensivos para los más vulnerables. Ore por los italianos y especialmente por aquellos para quienes el coronavirus puede ser fatal y los encargados de su cuidado. Como ciudadano de los Estados Unidos, he estado siguiendo la situación de la propagación del coronavirus en mi tierra natal y sé que quienes viven en los Estados Unidos están cada vez más preocupados por detener su propagación,

Toda la situación ciertamente nos dispone a una profunda tristeza y también al miedo. Nadie quiere contraer la enfermedad relacionada con el virus o que alguien más lo contraiga. Especialmente no queremos que nuestros seres queridos mayores u otras personas que sufren de salud corran peligro de muerte por la propagación del virus. Para luchar contra la propagación del virus, todos estamos en una especie de retiro espiritual forzado, confinado a cuartos y sin la capacidad de mostrar signos habituales de afecto a familiares y amigos. Para quienes están en cuarentena, el aislamiento es claramente aún más severo, al no poder tener contacto con nadie, ni siquiera a distancia.

Si la enfermedad en sí asociada con el virus no fue suficiente para preocuparnos, no podemos ignorar la devastación económica que ha causado la propagación del virus, con sus graves efectos en los individuos y las familias, y en aquellos que nos sirven de muchas maneras en nuestro vida diaria. Por supuesto, nuestros pensamientos no pueden evitar incluir la posibilidad de una devastación aún mayor de la población de nuestras tierras y, de hecho, del mundo.

Ciertamente, tenemos razón en aprender y emplear todos los medios naturales para defendernos del contagio. Es un acto fundamental de caridad utilizar todos los medios prudentes para evitar contraer o propagar el coronavirus. Sin embargo, los medios naturales para prevenir la propagación del virus deben respetar lo que necesitamos para vivir, por ejemplo, el acceso a alimentos, agua y medicamentos. El Estado, por ejemplo, en su imposición de restricciones cada vez mayores sobre el movimiento de personas, establece que las personas pueden visitar el supermercado y la farmacia, respetando las precauciones de distanciamiento social y el uso de desinfectantes por parte de todos los involucrados. .

Al considerar lo que se necesita para vivir, no debemos olvidar que nuestra primera consideración es nuestra relación con Dios. Recordamos las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio según Juan: “Si un hombre me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará, y nosotros vamos a él y hacemos nuestro hogar con él” (14, 23 ) Cristo es el Señor de la naturaleza y de la historia. Él no es distante y desinteresado en nosotros y en el mundo. Nos ha prometido: “Estoy contigo siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Al combatir el mal del coronavirus, nuestra arma más efectiva es, por lo tanto, nuestra relación con Cristo a través de la oración y la penitencia, y las devociones y la adoración sagrada. Nos volvemos a Cristo para liberarnos de la peste y de todo daño, y Él nunca deja de responder con amor puro y desinteresado. Por eso es esencial para nosotros, de la misma manera que podemos comprar alimentos y medicinas, al mismo tiempo que cuidamos de no propagar el coronavirus en el proceso, también debemos poder orar en nuestras iglesias y capillas, recibir los sacramentos y participar en actos de oración pública y devoción, para que conozcamos la cercanía de Dios con nosotros y permanezcamos cerca de Él, invocando adecuadamente Su ayuda. Sin la ayuda de Dios, estamos perdidos.

Históricamente, en tiempos de pestilencia, los fieles se reunieron en fervientes oraciones y participaron en procesiones. De hecho, en el Misal Romano, promulgado por el Papa San Juan XXIII en 1962, hay textos especiales para la Santa Misa que se ofrecerá en tiempos de pestilencia, la Misa votiva para la liberación de la muerte en tiempos de pestilencia ( Missae Votivae ad Diversan. 23) Del mismo modo, en la letanía tradicional de los santos, oramos: “De la peste, el hambre y la guerra, oh Señor, líbranos".

A menudo, cuando nos encontramos en un gran sufrimiento e incluso enfrentamos la muerte, preguntamos: “¿Dónde está Dios?" Pero la verdadera pregunta es: “¿Dónde estamos?" En otras palabras, Dios está seguramente con nosotros para ayudarnos y salvarnos, especialmente en el momento de un juicio severo o la muerte, pero a menudo estamos muy lejos de Él debido a nuestra incapacidad de reconocer nuestra dependencia total de Él y, por lo tanto, de rezarle diariamente y ofrecerle nuestra adoración.

En estos días, he escuchado de tantos católicos devotos que están profundamente tristes y Borromeo comuniondesanimados por no poder rezar y adorar en sus iglesias y capillas. Entienden la necesidad de observar la distancia social y seguir las otras precauciones, y seguirán estas prácticas prudentes, que pueden hacer fácilmente en sus lugares de culto. Pero, a menudo, tienen que aceptar el profundo sufrimiento de tener sus iglesias y capillas cerradas, y de no tener acceso a la Confesión y a la Santísima Eucaristía.

Del mismo modo, una persona de fe no puede considerar la actual calamidad en la que nos encontramos sin considerar también cuán distante está nuestra cultura popular de Dios. No solo es indiferente a su presencia en medio de nosotros, sino que es abiertamente rebelde hacia Él y el buen orden con el que nos ha creado y nos sostiene en el ser. Solo tenemos que pensar en los ataques violentos comunes a la vida humana, masculina y femenina, que Dios ha hecho a su propia imagen y semejanza (Gn 1, 27), ataques contra los no nacidos inocentes e indefensos, y contra aquellos que tienen el primer título. a nuestro cuidado, aquellos que están fuertemente cargados de enfermedades graves, años avanzados o necesidades especiales. Somos testigos diarios de la propagación de la violencia en una cultura que no respeta la vida humana.

Del mismo modo, solo debemos pensar en el ataque generalizado contra la integridad de la sexualidad humana, en nuestra identidad como hombre o mujer, con el pretexto de definir para nosotros mismos, a menudo empleando medios violentos, una identidad sexual distinta de la que Dios nos ha dado. . Con una preocupación cada vez mayor, somos testigos del efecto devastador en los individuos y las familias de la llamada “teoría del género".

También somos testigos, incluso dentro de la Iglesia, de un paganismo que adora la naturaleza y la tierra. Hay quienes dentro de la Iglesia se refieren a la tierra como nuestra madre, como si viniéramos de la tierra, y la tierra es nuestra salvación. Pero venimos de la mano de Dios, Creador del Cielo y la Tierra. Solo en Dios encontramos la salvación. Oramos en las palabras divinamente inspiradas del salmista: “[Dios] solo es mi roca y mi salvación, mi fortaleza; No seré sacudido ”(Sal 62 [61], 6). Vemos cómo la vida de la fe misma se ha vuelto cada vez más secularizada y, por lo tanto, ha comprometido el señorío de Cristo, Dios el Hijo encarnado, rey del cielo y de la tierra. Somos testigos de muchos otros males que derivan de la idolatría, de la adoración a nosotros mismos y a nuestro mundo, en lugar de adorar a Dios, la fuente de todo ser. Tristemente vemos en nosotros mismos la verdad de las palabras inspiradas de San Pablo con respecto a la “impiedad y maldad de los hombres que por su maldad suprimen la verdad": “intercambiaron la verdad sobre Dios por una mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, ¡Quién ha sido bendecido para siempre! (Rom 1, 18. 25).

Muchos con quienes estoy en comunicación, reflexionando sobre la actual crisis de salud mundial con todos sus efectos concomitantes, me han expresado la esperanza de que nos llevará, como individuos y familias, y como sociedad, a reformar nuestras vidas, a recurra a Dios que seguramente está cerca de nosotros y que es inconmensurable e incesante en su misericordia y amor hacia nosotros. No hay duda de que grandes males como la peste son un efecto del pecado original y de nuestros pecados actuales. Dios, en su justicia, debe reparar el desorden que el pecado introduce en nuestras vidas y en nuestro mundo. De hecho, cumple las demandas de la justicia con su misericordia superabundante.

Dios no nos ha dejado en el caos y la muerte, que el pecado introduce en el mundo, sino que ha enviado a Su Hijo unigénito, Jesucristo, a sufrir, morir, resucitar de entre los muertos y ascender en gloria a Su diestra, en orden. permanecer con nosotros siempre, purificándonos del pecado e inflamandonos con su amor. En su justicia, Dios reconoce nuestros pecados y la necesidad de su reparación, mientras que en su misericordia nos derrama la gracia de arrepentirnos y reparar. El profeta Jeremías oró:

 “Reconocemos, oh SEÑOR, nuestra maldad, la culpa de nuestros padres; que hemos pecado contra ti “, pero inmediatamente continuó su oración:” Por amor de tu nombre, no nos desprecies, no deshonres el trono de tu gloria; recuerda tu pacto con nosotros y no lo rompas ”(Jer 14, 20-21).

Dios nunca nos da la espalda; Él nunca romperá su pacto de amor fiel y duradero con nosotros, a pesar de que con tanta frecuencia somos indiferentes, fríos e infieles. A medida que el sufrimiento actual nos revela tanta indiferencia, frialdad e infidelidad de nuestra parte, estamos llamados a recurrir a Dios y rogar por su misericordia. Estamos seguros de que nos escuchará y nos bendecirá con sus dones de misericordia, perdón y paz. Unimos nuestros sufrimientos a la Pasión y la Muerte de Cristo y así, como dice San Pablo, “completa lo que falta en las aflicciones de Cristo por el bien de su cuerpo, es decir, la Iglesia” (Col 1, 24). Viviendo en Cristo, sabemos la verdad de nuestra oración bíblica: “La salvación de los justos es del Señor; él es su refugio en tiempos de problemas ”(Sal 37 [36], 39). En Cristo, Dios nos ha revelado completamente la verdad expresada en la oración del salmista: “La misericordia y la verdad se han reunido; la justicia y la paz se han besado ”(Sal 85 [84], 10).

En nuestra cultura totalmente secularizada, hay una tendencia a ver la oración, las devociones y la adoración como cualquier otra actividad, por ejemplo, ir al cine o un partido de fútbol, ​​lo cual no es esencial y, por lo tanto, puede cancelarse por el simple hecho de tomar cada precaución para frenar la propagación de un contagio mortal. Pero la oración, las devociones y la adoración, sobre todo, la Confesión y la Santa Misa, son esenciales para que podamos mantenernos sanos y fuertes espiritualmente, y para que busquemos la ayuda de Dios en un momento de gran peligro para todos. Por lo tanto, no podemos simplemente aceptar las determinaciones de los gobiernos seculares, que tratarían la adoración a Dios de la misma manera que ir a un restaurante o a una competencia deportiva.

De otra manera, Nosotros, los obispos y los sacerdotes, debemos explicar públicamente la necesidad de los católicos de rezar y adorar en sus iglesias y capillas, e ir en procesión por las calles y caminos, pidiendo la bendición de Dios sobre su pueblo que sufre tan intensamente. Necesitamos insistir en que las regulaciones del Estado, también por el bien del Estado, reconozcan la importancia distintiva de los lugares de culto, especialmente en tiempos de crisis nacional e internacional. En el pasado, de hecho, los gobiernos han entendido, sobre todo, la importancia de la fe, la oración y la adoración de las personas para superar una peste.

Aun cuando hemos encontrado una manera de proveer alimentos y medicinas y otras necesidades de la vida durante un momento de contagio, sin arriesgar irresponsablemente la propagación del contagio, de manera similar, podemos encontrar una manera de satisfacer las necesidades. de nuestra vida espiritual. Podemos proporcionar más oportunidades para la Santa Misa y las devociones en las que pueden participar varios fieles sin violar las precauciones necesarias contra la propagación del contagio. Muchas de nuestras iglesias y capillas son muy grandes. Permiten que un grupo de fieles se reúnan para orar y adorar sin violar los requisitos de la “distancia social". El confesionario con la pantalla tradicional generalmente está equipado o, si no, puede equiparse fácilmente con un velo delgado que puede tratarse con desinfectante, para que el acceso al Sacramento de la Confesión sea posible sin gran dificultad y sin peligro de transmitir el virus. Si una iglesia o capilla no tiene un personal lo suficientemente grande como para poder desinfectar regularmente los bancos y otras superficies, no tengo dudas de que los fieles, en agradecimiento por los dones de la Sagrada Eucaristía, la Confesión y la devoción pública, lo harán con mucho gusto.

Incluso si, por alguna razón, no podemos tener acceso a nuestras iglesias y capillas, debemos recordar que nuestros hogares son una extensión de nuestra parroquia, una pequeña Iglesia en la que traemos a Cristo de nuestro encuentro con Él en la Iglesia más grande. Deje que nuestros hogares, durante este tiempo de crisis, reflejen la verdad de que Cristo es el invitado de cada hogar cristiano. Volvamos a él a través de la oración, especialmente el Rosario, y otras devociones.

Si la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, junto con la imagen del Inmaculado Corazón de María, aún no está entronizada en nuestro hogar, ahora sería el momento de hacerlo. El lugar de la imagen del Sagrado Corazón es para nosotros un pequeño altar en casa, en el que nos reunimos, conscientes de que Cristo mora con nosotros a través del derramamiento del Espíritu Santo en nuestros corazones, y colocar nuestros corazones a menudo pobres y pecaminosos en Su glorioso Corazón traspasado, siempre abierto para recibirnos, sanarnos de nuestros pecados y llenarnos de amor divino. Si desean entronizar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, le recomiendo el manual,La Entronización del Sagrado Corazón de Jesús , disponible a través del Apostolado Catequista Mariano. También está disponible en traducciones al polaco y al eslovaco.

Para aquellos que no pueden tener acceso a la Santa Misa y la Sagrada Comunión, recomiendo la práctica devota de la Comunión Espiritual. Cuando estamos dispuestos a recibir la Sagrada Comunión, es decir, cuando estamos en estado de gracia, no somos conscientes de ningún pecado mortal que hayamos cometido y por el que aún no hemos sido perdonados en el Sacramento de la Penitencia, y deseamos recibimos a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión pero no podemos hacerlo, nos unimos espiritualmente con el Santo Sacrificio de la Misa, rezando a Nuestro Señor Eucarístico en las palabras de San Alfonso Liguori: “Ya que ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente en mi corazón “. La comunión espiritual es una hermosa expresión de amor por Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. No dejará de traernos abundante gracia.

Al mismo tiempo, cuando somos conscientes de haber cometido un pecado mortal y no podemos tener acceso al Sacramento de la Penitencia o la Confesión, la Iglesia nos invita a realizar un acto de contrición perfecta, es decir, de pena por el pecado, que “Surge de un amor por el cual Dios es amado por encima de todo". Un acto de contrición perfecta “obtiene el perdón de los pecados mortales si incluye la firme resolución de recurrir a la confesión sacramental lo antes posible” ( Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1452). Un acto de contrición perfecta dispone nuestra alma para la comunión espiritual.

Al final, la fe y la razón, como siempre lo hacen, trabajan juntas para proporcionar la solución justa y correcta a un desafío difícil. Debemos usar la razón, inspirada por la fe, para encontrar la manera correcta de enfrentar una pandemia mortal. Esa manera debe dar prioridad a la oración, la devoción y la adoración, a la invocación de la misericordia de Dios sobre su pueblo que tanto sufre y está en peligro de muerte. Hecho a imagen y semejanza de Dios, disfrutamos los dones del intelecto y el libre albedrío. Usando estos dones dados por Dios, unidos a los dones también dados por Dios de Fe, Esperanza y Amor, encontraremos nuestro camino en el tiempo presente de la prueba mundial que es la causa de tanta tristeza y miedo.

Podemos contar con la ayuda y la intercesión de la gran hueste de nuestros amigos celestiales, con quienes estamos íntimamente unidos en la Comunión de los Santos. La Virgen Madre de Dios, los santos Arcángeles y Ángeles Guardianes, San José, Verdadero Esposo de la Virgen María y Patrona de la Iglesia Universal, San Roque, a quien invocamos en tiempos de epidemia, y los otros santos y benditos a quienes recurrimos regularmente en oración están a nuestro lado. Nos guían y nos aseguran constantemente que Dios nunca dejará de escuchar nuestra oración; Él responderá con su inconmensurable e incesante misericordia y amor.

Queridos amigos, les ofrezco estas pocas reflexiones, profundamente conscientes de cuánto están sufriendo por el coronavirus pandémico. Espero que las reflexiones puedan serle de ayuda. Sobre todo, espero que lo inspiren a recurrir a Dios en oración y adoración, cada uno según sus posibilidades, y así experimentar Su curación y paz. Con las reflexiones viene la seguridad de mi recuerdo diario de sus intenciones en mi oración y penitencia, especialmente en la ofrenda del Santo Sacrificio de la Misa.

Les pido por favor que se acuerden de mí en sus oraciones diarias.

Sigo siendo suyo en el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, y en el más puro Corazón de San José,

Raymond Leo Cardenal Burke
21 de marzo de 2020
Fiesta de San Benito, abad

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