catolicos-on-line, 12-10-17
En un nuevo paso en el camino marcado por san Juan
Pablo II, el Papa Francisco ha declarado la pena de muerte «inadmisible» en
cualquier circunstancia durante un discurso pronunciado en la tarde del
miércoles con motivo del 25 aniversario del Catecismo de la Doctrina Católica,
que marcó el cambio de rumbo hace un cuarto de siglo.
Según el Santo Padre, «se debe afirmar con fuerza que
la pena de muerte es una medida inhumana que humilla, en todas sus formas, la
dignidad de la persona» y «es, en sí misma contraria al Evangelio porque se
decide voluntariamente suprimir una vida humana que es siempre sagrada a los
ojos del Creador».
Por lo tanto, según Francisco, «es necesario confirmar
que, por grave que pueda ser el delito cometido, la pena de muerte es
inadmisible ya que atenta contra la inviolabilidad y dignidad de la persona
humana».
Hace 25 años, Juan Pablo II sufrió fuertes críticas de
los católicos de Estados Unidos al proclamar en el nuevo Catecismo que en la
mayor parte de los países con un cierto nivel de desarrollo ya no se daban las
circunstancias para condenar a nadie a la pena de muerte, por existir medios
alternativos para impedir que la persona cometa nuevos daños.
El Papa Francisco afirma ahora que el texto debe
modificarse de nuevo para excluir esa condena en todos los casos, recogiendo
«no solo el progreso de la doctrina a cargo de los últimos Pontífices sino también
la nueva conciencia del pueblo cristiano, que rechaza una pena que daña
gravemente la dignidad humana».
En su discurso, el Papa reconoce que «en siglos
pasados, la pena de muerte parecía la consecuencia lógica de la aplicación de
la justicia», y lamenta que «por desgracia, también en el Estado Pontificio se
recurrió a este remedio inhumano».
Según Francisco, ante esa desviación del Evangelio,
«asumimos la responsabilidad del pasado y reconocemos que aquellos medios eran
dictados por una mentalidad más legalista que cristiana».
Sus palabras hacían eco a la solemne petición de
perdón por las culpas del pasado, realizada por el Papa Juan Pablo II y el
cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación de la Doctrina
de la Fe, en la basílica de San Pedro durante el Jubileo del Año 2000.
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