Santiago
MARTÍN, sacerdote
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“Gaudete et exsultate”. De nuevo un documento del Papa
que empieza hablando de alegría, como señalaba no hace mucho el secretario de
Estado, cardenal Parolín. Se ve en él la experiencia de alguien que, como
jesuita, ha sido director espiritual muchos años. Una experiencia que también
aparecía en los primeros capítulos de la “Amoris Laetitia”, llenos de consejos
para los nuevos esposos.
Pero hay mucho más en esta exhortación apostólica.
Algunos han querido ver en ella un ataque contra los críticos a su pontificado,
sobre todo en el capítulo dedicado a señalar la persistencia de dos antiguas
herejías: el gnosticismo y el pelagianismo. Frases como “cuando alguien tiene
respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino”,
“quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de
Dios”, “quiero recordar que en la Iglesia conviven lícitamente distintas
maneras de interpretar muchos aspectos de la doctrina y de la vida cristiana
que, en su variedad, ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la
Palabra. Es verdad que a quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida
por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión”, o “con
frecuencia se produce una peligrosa confusión: creer que porque sabemos algo o
podemos explicarlo, ya somos santos, perfectos, mejores que la «masa
ignorante»”.
De los pelagianos dice: “En el fondo solo confían en
sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas
normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico”.
Los “nuevos pelagianos” se manifiestan en “la obsesión
por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación
en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la
vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos”.
¿Está atacando el Papa, como ya han dicho algunos
comentaristas, a los que le llaman hereje o le acusan de estar sembrando
deliberadamente confusión en lugar de poner claridad? ¿Mientras ellos le acusan
de una cosa, él los acusa de otra?
Es imposible conocer las intenciones del Santo Padre,
más allá de lo que se ve. Por eso es importante centrarse en las enseñanzas del
Pontífice y no caer en elucubraciones. Él cumple con su deber señalando errores
y peligros. Lo que hay que hacer es un examen de conciencia para detectar si se
está cayendo en alguno de ellos y, si es así, si se está pecado de soberbia,
porque se considera uno superior a los demás debido a que tiene más
conocimientos o más vida piadosa, hay que volver a la senda de la humildad que
han transitado todos los santos.
A veces, ciertamente, se percibe en algunos
miembros de grupos y movimientos, ese aire de superioridad que huele al azufre
del demonio, pero no sólo entre los que defienden la ortodoxia, sino también
entre aquellos que se sienten superiores porque, supuestamente, han hecho una
opción por los pobres, opción que con frecuencia es más teórica que real.
El Papa está proponiendo un modelo de santidad que,
sin despreciar la oración, pone el acento en la caridad hacia los necesitados,
incluidos los emigrantes. Dice que está bien defender la vida del no nacido,
pero que también hay que defender el derecho del que ya ha nacido a llevar una
vida digna. No puedo estar más de acuerdo. Es muy importante acoger esa llamada
de Dios que nos llega a través del Pontífice. Y, sobre todo, confiar en la
misericordia divina y seguir adelante haciendo, como aconsejaba San Agustín,
todo lo que se pueda y pidiendo lo que no se pueda.
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