Padre Ricardo B.
Mazza.
Jesús, el Señor
Dios te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de
Israel”.
Pedíamos a Dios en la
primera oración de esta misa que ya “que quisiste restaurar todas las cosas por
tu amado Hijo, Rey del Universo, que la creación entera, liberada de la
esclavitud del pecado, te sirva y te alabe eternamente”, entrando nosotros como
hijos adoptivos del Padre en su gloria, haciendo realidad lo que cantábamos en
el salmo interleccional (121, 1-2.4-5):“Que alegría cuando me dijeron vamos a la Casa de Dios”. Para alcanzar
esta meta, al inicio de esta solemnidad,
invocamos también la intercesión de los
santos en el clima de alegría que implica la pertenencia a Cristo Nuestro
Señor, como Rey del Universo.
La realeza de Cristo
no es una realeza mundana, propia de los poderes pasajeros de este mundo, sino
que es un señorío divino porque Él existe desde el principio y “en Él fueron
creadas todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra” (Col. 1,
12-20), y es un señorío por derecho de
conquista ya que fuimos rescatados del pecado y de la muerte por el misterio de
la Cruz
salvadora, y esto porque el Padre “nos libró del poder de las
tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien
tenemos la redención y el perdón de los pecados”.
El signo de la Cruz , desde donde Él reina,
ignominia para los paganos y escándalo para los judíos, se convierte para nosotros
en signo de salvación.
A lo largo de los
siglos, Cristo crucificado ha querido entrar y permanecer en nuestros corazones
y recordarnos que solamente pasando por el misterio de la cruz y de la
resurrección llegamos a ser hijos de Dios por el bautismo.
El apóstol san Pablo
en el texto proclamado refiere quién es Jesús, el Primogénito del Padre, el que
existe antes de la creación, el que nos redime y conduce al encuentro
definitivo con el Padre, el alfa y la omega al decir del Apocalipsis, o sea
principio y fin de todo lo que existe, bajo quien ha sido puesta toda la
creación.
Esta verdad de fe
debe calar hondo en nuestros corazones ya que vivimos tiempos en los que se
quiere desdibujarla de nuestras mentes y corazones.
En nuestros días se
busca expulsar a Dios y a su Hijo Jesucristo, de todos los ámbitos de la vida
humana, de modo que lo que ya llamamos Cristofobia es común y corriente,
incluso hasta en las familias que se
suponía eran creyentes.
En Mendoza, por
ejemplo, hay quienes proponen quitar todo signo católico de los lugares
públicos, con la excusa de la “laicidad del Estado” o que se debe respetar
otras creencias quitando la presencia de “signos religiosos”.
En la ciudad de San
Juan, en estos días, mujeres denominadas autoconvocadas, como cada año en
diversas ciudades del país, discutieron sobre el pretendido derecho al
asesinato de niños no nacidos, y desfilarán, como broche de oro, insultando y
agrediendo a la
Iglesia Católica , ya en los lugares sacros o contra toda
persona que defienda los mismos.
Excusas más o menos, el objetivo es herir a la Iglesia , lograr agudizar
el complejo católico de que nada debe hacerse, dejando que todos tiren la
piedra mientras nosotros la recibimos impasibles.
En los últimos días
se han repetido en varios lugares de nuestra Patria ataques a Iglesias con la
sustracción de hostias consagradas o la decapitación de la imagen de María
Santísima. Quien roba hostias consagradas actúa bajo la instigación del demonio
con fines sacrílegos, y no soporta la presencia de Cristo Rey del mundo.
La fe católica es
perseguida cada vez más, la verdad y el mensaje del evangelio provoca el odio y
rechazo de los incrédulos, lo cual no ha de desanimarnos, ya que seguimos a un
Rey crucificado y no hemos de esperar una suerte mejor que la de Él. Y no es
para menos lo que hemos de soportar, ya que la Iglesia católica con su
verdad luminosa es la única que sigue defendiendo los valores que dignifican al
hombre en medio de una sociedad en crisis sumergida en la mentira.
La persecución a la Iglesia católica se desata
en China, mientras grupos de musulmanes no cesan en su odio visceral hacia los
cristianos, y así podríamos seguir abundando en situaciones repetidas y
similares.
Esto nos lleva a
advertir que el misterio de la cruz se continúa en todos los que reconocemos y
seguimos a Jesús como Rey de nuestras vidas y de la creación toda, y que si
queremos entrar en la gloria de su Reino, hemos de estar dispuestos a padecer
lo que Él soportó en su paso por este mundo.
¿Y qué significa que
Cristo ha de reinar en la sociedad? Que todos los ámbitos de la vida estén
orientados a alabar a Dios y a servir a los hermanos. El mundo de la economía
nada quiere saber de Cristo, sino sólo seguir enriqueciendo a unos pocos con el
aplastamiento de tantos que se debaten en la miseria más atroz, porque el
servir a Cristo rey implica poner el dinero al servicio del crecimiento del
hombre en su conjunto. El ámbito de la justicia, que debiera ser una
prolongación en el mundo de la justicia divina, lamentablemente en no pocos de
sus miembros se ha transformado en servicio de los poderosos. El poder y la
política se han convertido muchas veces en medios para el provecho personal con
el descuido y olvido del bien común al que debiera servirse incansablemente.
¡Hasta nosotros
mismos tenemos la tentación de olvidarnos de Cristo sin permitirle que nos
muestre el camino de la verdad, la justicia, el amor y el respeto incondicional
de la vida humana!
¡Cuántos creyentes
descartan la participación en la misa dominical pensando que nada le deben al
Señor que los ha redimido, preocupados únicamente por el pasatismo de la
diversión, “descansando” de la memoria de su sacrificio redentor!
Desagradecidos ante tantos dones, muchos cristianos van perdiendo hasta la
gratuidad de seguir recibiéndolos.
Nos quejamos de los
tantos males que padecemos en nuestros días: inseguridad, injusticia, miseria,
falta de trabajo, corrupción, la mentira institucionalizada, el desprecio por
la dignidad del hombre, sin caer en la cuenta que cuando se pierde la
referencia a Dios en los distintos ámbitos de la vida, el hombre termina
transformándose en verdugo de los demás.
Como nunca el hombre
busca el placer por el placer mismo, sin embargo no estamos pletóricos de
felicidad, sino cada vez más vacíos y
angustiados ante tantos problemas que nos aquejan.
La solemnidad de
Cristo Rey del Universo ha de constituir para nosotros un desafío, de manera
que así como las tribus de Israel fueron al encuentro del rey David figura de
Cristo (2 Sam. 5, 1-3) para decirle “¡Nosotros somos de tu misma
sangre!......el Señor te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú
serás el jefe de Israel”, vayamos al encuentro de Cristo y digámosle “queremos
que reines sobre nosotros y nos guíes por el camino que conduce al Padre”.
De ese modo, así como
David reunió a los hijos de Israel dispersos para guiarlos, así también Cristo
nos reúna en un solo rebaño bajo su pastoreo, y nos guíe por el camino de la
verdad hacia los bienes que no caducan.
Así guiados, en medio
de nuestras caídas y resurgimientos en la gracia, podremos cantar “Qué alegría
cuando me dijeron vamos a la Casa
del Señor”, como respuesta a la promesa del “Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso” (Lc. 23, 35-43).
Padre Ricardo B.
Mazza.
Cura párroco de la
parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.
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