«Doctor angélico.
Prodigio de inteligencia y virtud al servicio de Dios»
Isabel Orellana
Vilches
De la familia de los
condes de Aquino y de Teano, emparentada con reyes europeos, vino al mundo en
el castillo de Roccasecca (Nápoles) hacia 1225. Fue el benjamín de doce
hermanos. Precoz en su interés por Dios, sobre el que se preguntaba siendo muy
pequeño «¿Qué és?» –cuestión a la que trataría de dar respuesta toda su vida–,
se afanaba en el estudio y la oración. Excepcionalmente dotado para la
investigación, pronto superó a sus egregios profesores universitarios en
Nápoles, Pietro Martín y Petrus Hibernos, hecho que se reprodujo con Pedro de
Irlanda. El predicador dominico fray Juan de San Giuliano terminó de despertar
su vocación a la vida religiosa, y sin plantear esta opción a sus padres, tomó
el hábito a sus 19 años. La condesa se apresuró a viajar a Nápoles para ver a
su hijo, pero los dominicos ya le habían destinado a Roma anticipándose a un
hecho que de antemano consideraron sería irremediable: que sus padres se
llevarían al novicio con ellos.
La persecución
familiar se puso en marcha. Y sus hermanos, aguerridos soldados al servicio del
rey, lo mantuvieron a buen resguardo durante dos años urdiendo tretas diversas,
algunas rocambolescas, para derrocar su voluntad de entrega a Dios. La madre se
apiadó y fue abriendo la mano progresivamente: autorización de lecturas de
textos eruditos y obras de piedad, además de las Sagradas Escrituras.
Cuando le
permitieron abandonar el encierro, su progresión intelectual dejó a todos
admirados. Fue enviado a Roma, de allí a París, y luego a Colonia, donde tuvo
como maestro a san Alberto Magno. En esta ciudad fue ordenado sacerdote.
Mostraba una gran devoción por Cristo, en particular por la Cruz y también por la Eucaristía así como por
la Virgen María.
Se caracterizaba por su inocencia evangélica y espíritu religioso; era
sencillo, cercano, fiel al carisma dominico. Su vida, breve, estuvo marcada por
la oración, la predicación, la enseñanza y la escritura. La vida espiritual
para él era fundamentalmente la caridad que culmina en oración y contemplación;
ambas revierten en un aumento de la caridad. Pensaba, y así lo dejó escrito:
que a Dios es mejor amarle que conocerle.
Se había propuesto
buscar denodadamente la verdad con este lema: «contemplata aliis trajere», esto
es,participar a otros el fruto de su reflexión. Hombre de extraordinaria
inteligencia y memoria portentosa, siendo alumno se convirtió en profesor de
filosofía y de teología. Primeramente, y por deseo de sus superiores, enseñó en
París, y luego daría clases en Orvieto, Roma y Nápoles. Para él no existía el
tiempo; se quedaba completamente enfrascado en el estudio.
Sus escritos y
discursos denotan su sabiduría y el grado de su hondura espiritual. Y es que el
estudio era oración para él y la oración estudio. Antes de ejercitar la labor
docente, discutir, estudiar o escribir, oraba, y muchas veces lo hacía envuelto
en lágrimas. Dedicaba muchas horas a la oración, postrado de hinojos ante el
crucifijo. Así brotaron muchas de sus obras. El
«doctor angélico» fue una persona devota que no dejó a nadie
indiferente. Sus compañeros decían: «la ciencia de Tomás es muy grande, pero su
piedad es más grande todavía. Pasa horas y horas rezando, y en la misa, después
de la elevación, parece que estuviera en el paraíso. Y hasta se le llena el
rostro de resplandores de vez en cuando mientras celebra la Eucaristía ». Su obra
máxima, la Summa
Theologiae , de 14 tomos, es un ejemplo de síntesis y de
claridad.
Renunció a ser
arzobispo de Nápoles en 1265, como deseaba Clemente IV, que aceptó su decisión.
El pontífice le encargó que escribiera los himnos para la festividad del Cuerpo
y Sangre de Cristo, y compuso el Pange lingua (Tantum ergo), Adoro te devote y
otros bellísimos cantos dedicados a la Eucaristía. Después
de haber escrito tratados hermosísimos acerca de Jesús en la Eucaristía , sintió
Tomás que le decía en una visión: «Tomás, has hablado bien de Mí. ¿Qué quieres
a cambio?». El santo le respondió: «Señor: lo único que yo quiero es amarte,
amarte mucho, y agradarte cada vez más».
Con frecuencia experimentaba raptos y
éxtasis. En uno de ellos, el 6 de diciembre de 1273, mientras oficiaba la misa
las revelaciones que recibió debieron tener tal altura, que abandonó la pluma
para siempre: «No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo
lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada». Murió el 7 de
marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova, cuando partía hacia
el concilio de Lyon. Fue canonizado por Juan XXII el 18 de julio de 1323. San
Pío V lo proclamó doctor de la
Iglesia el 11 de abril de 1567. León XIII lo designó patrón
de las universidades y escuelas católicas el 4 de agosto de 1880.
No hay comentarios:
Publicar un comentario