Antonio CAÑIZARES
cardenal
arzobispo de Valencia
catolicos-on-line, 26-11-15
Hace unos días se cumplieron 50 años de la breve, pero
muy importante, Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II sobre la
Iglesia y las religiones no cristianas. Sólo comprende cinco puntos. En el
primero relaciona la religión con la respuesta al enigma del hombre formulado
en una serie de preguntas sobre el problema humano, semejantes a las que
aparecen en Gaudium st Spes, 10: «Los hombres esperan de las religiones la
respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que hoy como ayer
conmueven íntimamente su corazón» (Nostra Aetate1).
La religión, en consecuencia, se debe situar en la
línea de las respuestas que el hombre busca a sus interrogantes más profundos;
así pues, las religiones «tratan de responder a la inquietud de corazón humano
proponiendo caminos, es decir, doctrinas normas de vida y rito sagrado» (NAe2).
El Concilio afirma que «la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en otras
religiones hay de santo y de verdadero. Considera con sincero corazón los modos
de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen de lo
que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de
anunciar constantemente a Cristo que es ‘‘el Camino, la Verdad y la Vida’’ (Jn.
14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en
quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (NAe 2, par. 2).
A continuación, en fidelidad a estos principios, añade
que la Iglesia «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el
diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando
testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos
bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se
encuentren en ellos» (NAe 2, par. 3).
Seguidamente la Declaración se refiere,
en concreto, a algunas religiones, comenzando por el islam, del que dice: «La
Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios vivo
y subsistente, misericordioso y omnipotente. Creador del Cielo y de la tierra,
que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por
entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refi ere de
buen grado» (NA e, 3).
La referencia conciliar a la religión judía (n. 4) es la
más extensa y detenida. El Concilio quiso cortar de base toda raíz religiosa al
antisemitismo que tan trágicamente se había manifestado en la primera mitad de
siglo. La Declaración conciliar afirma que «la Iglesia de Cristo reconoce que
los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en
Moisés y los Profetas». Confiesa que todos los fieles cristianos, hijos de
Abraham según la fe, están incluidos en
la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está
místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la
esclavitud. La Iglesia católica deplora los odios, persecuciones y
manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona, desea fomentar
el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, entre otras
cosas, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo
fraterno.
En la esfera cristiana, asumir la Shoah fue sin duda uno de los
motivos que llevó a elaborar Nostra Aetate, pero no el único. Esta Declaración
conciliar abrió nuevas perspectivas para las relaciones del cristianismo con
otras religiones, en particular para las relaciones hebreos-cristianos; su
mensaje permanece vivo y actual como una brújula decisiva de todos los
esfuerzos hacia un diálogo, encuentro, respeto y colaboración de la Iglesia con
las religiones. Ante Dios, los hombres tienen la misma dignidad, sea cual sea
el pueblo, la cultura o la religión.
La Declaración conciliar Nostra Aetate habla con gran
estima de los musulmanes y de los que pertenecen a otras religiones. Después de
50 años, podemos decir con gratitud que ha producido numerosos frutos. Sobre la
base en que se asienta, la Iglesia rechaza como contraria a la voluntad de Dios
cualquier discriminación o persecución perpetrada por motivos de raza o color,
de condición social o de religión. Sobre esa base los fieles de todas las
religiones alentaron y alientan la esperanza que pueden tener en la Iglesia
católica una aliada confiable en la lucha a favor del encuentro, conocimiento,
respeto y valoración positiva de todas las religiones; y, particularmente, los
judíos sobre las bases de esta Declaración pueden ver en la Iglesia, como
corresponde a su entraña más profunda, garantía y aliada segura contra el
antisemitismo, y, también, contra la islamofobia, tentación tan actual en
nuestros días.
La Declaración conciliar constituye una vigorosa invitación al
diálogo sincero y confiado entre cristianos y fieles de otras religiones, en
particular entre cristianos y hebreos y también musulmanes –las tres grandes religiones
monoteístas–: sólo así será posible dar pasos adelante en la valoración mutua,
desde el punto de vista teológico de la relación de la fe cristiana y otras
religiones, singularmente entre cristianismo y hebraísmo e islam.
Este diálogo de cristianos y hebreos y musulmanes –los
tres hijos y herederos de la fe de Abraham–, si quiere ser sincero, no debe
dejar en silencio las diferencias existentes o minimizarlas para caer en el
relativismo religioso de que todas son iguales. También en las cosas que, a
causa de nuestra íntima convicción de fe, nos distinguen a unos de otros, aun
en el ser, debemos respetarnos y amarnos mutuamente.
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