Santiago
MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 5-12-15
El viaje del Papa a África ha dado para mucho. Lo
mejor, por supuesto, es que se ha realizado y que el Pontífice ha podido
regresar a Roma sano y salvo. Personalmente he rezado y he hecho rezar todos los
días para que eso sucediera.
Quiero destacar, sin embargo, una parte del diálogo
con los periodistas en el viaje de vuelta. Entre otras preguntas, le plantearon
la cuestión del juicio que se está desarrollando en el Vaticano contra los
implicados en el llamado “vatileaks2”, la difusión de documentos reservados.
La
respuesta del Papa fue clara y honesta: “Trece días antes de la muerte de Juan
Pablo II, durante el Vía Crucis, el entonces cardenal Ratzinger habló de
suciedad de la Iglesia. Él fue el primero que lo denunció.
Después muere Juan
Pablo, y Ratzinger, que era decano en la misa ‘pro-eligendo Pontifice’, habló
de la misma cosa.
Nosotros lo elegimos por esta libertad al decir las
cosas. Desde ese tiempo está en el aire en el Vaticano que allí hay
corrupción”. Con estas palabras, el actual Pontífice puso de manifiesto no sólo
la existencia de un grave problema de corrupción en la Iglesia, sino también el
hecho de que fue su predecesor quien se enfrentó a ella en primer lugar y con
una decisión explícita.
Queda en el aire, a la vista de esto, la autenticidad
de la supuesta petición de dimisión hecha por el cardenal Martini en Milán al
Papa Benedicto, responsabilizándole por no haber impedido el primer
“vatileaks”, pero eso no viene al caso ahora.
Lo que pretendo destacar es que el propio Francisco ha
reconocido que la lucha contra la corrupción fue iniciada valientemente por su
predecesor. Confío en que algún día se
reconozca que fue precisamente esa lucha, junto con la defensa no menos
valiente de la doctrina católica, la que coaligó contra él a múltiples enemigos
que le hicieron la vida imposible.
Lo importante, además de este reconocimiento de los
méritos del tan vituperado Papa Benedicto, es que la lucha continúa. En ella
tiene el Papa Francisco todo nuestro apoyo y debería tener el de todos los
católicos. No es sólo una cuestión de transparencia económica y de rechazo de
prácticas de blanqueo de capital, que son más reprobables aún si quien las
comete es la Iglesia, sino que es ante todo una cuestión de fidelidad a
Jesucristo. La Iglesia es el “cuerpo místico de Cristo” en la tierra y por eso,
del mismo modo que debe velar por la transmisión íntegra y fiel del mensaje del
Señor, debe imitarle a Él en su santidad. Ortodoxia y ortopraxis deben ir
unidas. Todo el apoyo, pues, al Papa Francisco para que continúe la tarea de
acabar con la corrupción en la Iglesia.
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