Javier Paredes
Infocatolica,
el 7.12.15
Arsène Heitz es un artista de la ciudad de
Estrasburgo. Aunque su nombre no es muy conocido, sin embargo una de sus
creaciones se despliega al viento, como símbolo de todos los europeos. En
efecto en 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para
confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Heitz, entre
otros muchos diseñadores, presentó varios proyectos, y uno de ellos resultó ser
el elegido, ése que hoy todos conocemos: doce estrellas sobre fondo azul.
Hace unos años, Heitz desveló a la revista francesa
Lourdes Magazine cuál fue el motivo de su inspiración. En aquellas fechas, dice
él, leía la historia de las apariciones de la Santísima Virgen en la Rue du Bac
de París, que hoy es conocida como la Virgen de la Medalla de la Milagrosa. Y
según el testimonio del artista, concibió las doce estrellas en círculo sobre
un fondo azul, tal como la representa la iconografía tradicional de esta imagen
de la Inmaculada Concepción. En principio Heitz lo tomó como una «ocurrencia«,
entre las muchas que fluyen en la imaginación del artista; pero la idea
despertó su interés, hasta el punto de convertirse en motivo de su meditación.
Por lo que dice en la revista, Heitz acostumbra a
escuchar a Dios en su interior; es decir reza con el corazón y con la cabeza.
Se declara un hombre profundamente religioso y devoto de la Virgen, a quien ni
un solo día deja de rezar el Santo Rosario en compañía de su mujer. Y por todo
ello concluye que en su inspiración confluyen además de sus dotes de artista,
esas voces silenciosas que el cielo siempre pronuncia sobre los hombres de
buena voluntad, de los que sin duda Heitz forma parte. Un artista que casi al
final de su vida y en el cénit de su carrera, puede proclamar con la garantía
de la autenticidad que concede ese momento, en el que los cosas que interesan
son ya muy pocas pero muy importantes, que se considera un hombre que ama a
todo el mundo, pero sobre todo a la Santísima Virgen, que es nuestra madre.
Es cierto que ni las estrellas ni el azul de la
bandera son propiamente símbolos religiosos, lo que respeta las conciencias de
todos los europeos, sean cuales sean sus creencias. En este sentido, cuando
Paul M. G. Lévy, primer director del servicio de prensa e información del
Consejo de Europa, tuvo que explicar a los Miembros de la Comunidad Económica
el sentido del diseño, interpretó el número de las doce estrellas, como
«guarismo de plenitud», puesto que en la década de los cincuenta no eran doce
ni los miembros de dicho Consejo, ni los de la Comunidad Europea. Pero no fue
ese el verdadero motivo de inspiración del artista que diseñó la bandera de
Europa. En el alma de Heitz habían estado presentes las palabras del
Apocalipsis: Una gran señal apareció en el cielo, La Mujer vestida de sol y la
luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.
Y sin
percatarse, quizás, los delegados de los ministros europeos adoptaron,
oficialmente, la enseña propuesta por Heitz en la fiesta de la Señora: el 8 de
diciembre de 1955. Muchas casualidades, como para que a partir de ahora no nos
sea difícil descubrir entre los pliegues de nuestra bandera de europeos la
sonrisa y el cariño de Nuestra Madre, la Reina de Europa, dispuesta a echarnos
una mano en ese gran reto, que nos propuso el sucesor de San Pedro, Juan Pablo
II: recristianizar el Viejo Continente con el ejemplo de nuestras vidas y el
testimonio de nuestra palabra.
Y todo un recurso para que acudamos a Nuestra
Madre, la Santísima Virgen, para que nos ayude a defender esos valores
innegociables a los que se refirió Benedicto XVI: la vida desde el momento de
la concepción hasta la muerte natural, la familia natural como unión
indisoluble entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio y abierta a la
vida, el derecho de los padres a la educación de sus hijos, el bien común y las
raíces cristianas de Europa.
Javier Paredes
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