Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 14-12-15
El Año santo de la Misericordia ha comenzado. Es, como
ha dicho el Papa, un tiempo de gracia en el que la Iglesia quiere mirar hacia
Dios para verle como modelo de ternura y compasión. Un modelo que después
tenemos que aplicar en nuestra vida. Por eso el Santo Padre, el inaugurar esta
semana este gran acontecimiento ha puesto como referente a la figura del Buen
Samaritano, aquella maravillosa parábola en la que Cristo expone las
características de la caridad que quería que tuvieran sus seguidores. También
ha expresado el Papa su deseo de que en este Año Santo la misericordia se
imponga sobre el juicio.
Estas palabras del vicario de Cristo me han hecho
recordar aquellas que escribió el apóstol Santiago en su carta. El versículo
2,13 dice: “El que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia. La
misericordia se ríe del juicio”.
La frase es tan contundente, tan clara, que
parecería que el apóstol que fuera obispo de Jerusalén y pariente próximo del
Señor está queriendo indicar con ella que no va a haber juicio o que, si lo
hay, todo el mundo va a ser absuelto en él, nadie va a ser condenado.
Sin
embargo, la carta de Santiago es un texto que se escribe en un contexto de
polémica teológica, la que este apóstol y el sector de la Iglesia que él
representaba mantenía contra San Pablo y sus seguidores. El tema de fondo era
la necesidad de las buenas obras que, aparentemente, había sido relativizada
por Pablo en su carta a los Romanos, a lo que Santiago le contesta que la fe
sin obras es una fe muerta.
Es decir, que el texto en el que se inscribe la
frase “la misericordia se ríe del juicio” no es el de un documento que invita a
minimizar la necesidad de las buenas obras, sino todo lo contrario. Santiago,
el que escribe esa frase, es el gran defensor de que el juicio será
precisamente sobre el comportamiento que hayamos tenido en la tierra y que no
va a haber igual trato para todos.
Entonces, ¿qué es lo que quiere decir este apóstol con
esa frase? Para entenderlo, quizá hay que aclarar bien lo que significaba la
misericordia para la primera comunidad cristiana, hija espiritual de lo mejor
del Antiguo Testamento. Ante todo, la misericordia no era para un judío
creyente algo inmediato, algo que pudiéramos calificar de “derecho”, sino que
era un don inmerecido que Dios daba a su pueblo cuando éste se arrepentía de su
mal comportamiento. Es decir, la misericordia divina era siempre inmerecida,
era gratuita, pero el que se beneficiaba de ella lo hacía porque reconocía su
pecado y pedía perdón, prometiendo no volver a pecar. Este es el significado
que Santiago da a la frase: “La misericordia se ríe del juicio”.
Es decir,
aunque el juicio fuera de condenación, si el pecador pedía perdón la
misericordia de Dios actuaba eliminando el justo castigo que las malas acciones
cometidas merecían. Pero siempre, absolutamente siempre, era requisito
imprescindible para esa actuación generosa del Dios de la misericordia que el
pecador reconociera su pecado, pidiera perdón y tuviera propósito de enmienda.
Esta enseñanza del Antiguo Testamento, incorporada al
Nuevo no sólo a través de textos como el de Santiago, es la que ha mantenido la
Iglesia hasta nuestros días. Ahora, sin embargo, nos encontramos con una nueva
interpretación del concepto de misericordia. Ya no haría falta para que ésta actuara
la petición de perdón por parte del pecador, ni su arrepentimiento y propósito
de enmienda. Más aún, ni siquiera sería necesario que el pecador fuera
consciente de que lo que hace está mal hecho.
La nueva visión de la
misericordia divina la presenta como una anulación total y de raíz de las
consecuencias del pecado para el pecador, sin reclamarle a éste nada a cambio.
Sería algo así como decirle: puedes pecar lo que quieras y no te va a pasar
nada, ni siquiera si insistes en tu pecado o incluso si niegas que lo que haces
mal es pecado; sea lo que sea lo que hagas, como Dios es tan bueno te lo va a
consentir todo –incluso el concepto de “perdón” estaría mal visto en esta nueva
visión de la misericordia y sería sustituido por el de “tolerancia” o el de “consentimiento”-.
La cuestión no sólo es si este cambio en el concepto
de misericordia es fiel a las enseñanzas de Cristo, sino también si esto es
bueno para el propio hombre. La tolerancia ante el pecado, la desaparición
incluso del concepto de pecado, la narcotización de la conciencia, ¿de verdad
beneficia al hombre? Y me refiero no sólo a la víctima del pecador, que ni
siquiera recibe el consuelo de que los hombres y Dios digan que quien le ha
herido ha obrado mal; me refiero también al propio pecador, al cual se le anula
radicalmente la conciencia y se le invita a seguir haciendo el mal sin ningún
tipo de remordimiento.
La misericordia se ríe del juicio, efectivamente. Pero
no se ríe ni de Dios ni de la realidad. La misericordia de Dios, que es
infinita y que no nos la merecemos, llega a nosotros cuando pedimos perdón por
nuestros pecados y sólo entonces. Y lo hace no sólo como un elemento básico de
otra característica de Dios, su justicia, sino también porque es lo mejor para
el propio hombre. Una misericordia que no esté precedida por la conversión y
seguida por el agradecimiento nos destruiría. Sólo nos salvará aquella que
tenga un antes y un después. El antes es el arrepentimiento y el después la
acción de gracias, la Eucaristía.
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