Antonio CAÑIZARES, cardenal arzobispo de
Valencia
catolicos-on-line,
16-12-15
Cuando
escribo este artículo semanal, los españoles estarán pensando y decidiendo cuál
será el sentido del voto que depositarán en las urnas el próximo domingo, 20 de
diciembre.
Todos
tenemos la responsabilidad de votar, es un deber y un derecho, y una
responsabilidad que todos tenemos. Todos anhelamos y deseamos lo mejor para
nuestra querida España. No puedo olvidar, por lo demás,que nos encontramos en
Adviento. Mi reflexión, por ello, sin desentenderme de los acontecimientos, se
centra en el tiempo de Adviento.
En él, la Iglesia pide que se rasguen los
cielos, que se abran, y venga a nosotros la salvación, el Salvador, que tantísimo
necesitamos. Me centro en el Adviento porque los cristianos podemos y debemos
hacer mucho, en cuanto cristianos, en la hora crucial y crítica que vivimos.
Somos muchos en España, la mayoría.
Como
cristianos, somos invitados a cruzar con el Adviento el umbral de la esperanza,
máxime con las puertas abiertas del Año de la Misericordia: tenemos una
responsabilidad muy especial, que surge de la fe y la esperanza que anuncia el
Adviento, y nos impele a ser consecuentes con lo que somos y esperamos. El cristianismo
no es una ideología más o menos duradera. Es la presencia de un hecho único,
irrevocable, sin parangón en la historia de los hombres. Este hecho es una
Persona: Cristo, que nos ha traído a Dios y nos ha revelado que Dios es Amor,
lo ha apostado todo por el hombre y no se reserva ni escatima nada. En medio de
signos sombríos, para muchos resultará difícil la esperanza y confiar en
palabras proféticas tales como las que escuchamos en el Adviento: «De las
espadas se forjarán arados, y de las lanzas podaderas. No alzará la espada
pueblo contra pueblo».
¿Confiar
acaso en ellas cuando vemos cómo las armas de la injusticia originantes de
falta de trabajo, hambre, tantas calamidades, se ceban dramáticamente sobre los
que padecen esta situación? Por eso, los cristianos escuchamos una llamada para
dirigir nuestra mirada a Cristo, abrir de par en par nuestras puertas a Él,
dejar pasar la luz y caminar en la luz que viene de Él. La llamada que
escuchamos los cristianos esa caminara la luz de Jesucristo, a dejar las obras
de las tinieblas y de la oscuridad, es decir, a dejar de una vez: el egoísmo,
el rencor, el medro personal por encima de todo, el afán y ambición de poder,
la pasión de acumular para sí por encima de los otros, el olvido del bien común
y la falta del respeto debido a la dignidad personal e inalienable que tiene
todo ser humano, la búsqueda de bienestar a costa que de lo que sea y de quien
sea, la mentira, el engaño, el relativismo, la injusticia, el cerrar las
entrañas ante la necesidad y miseria del hermano necesitado, del inmigrante o
del refugiado, la destrucción de la familia o de la vida, el vivir de espaldas
a Dios, etc. Este año el Adviento llama con apremio a los cristianos a
pertrecharnos de la misericordia.
Por
encima de todo está Dios y el hombre, está la familia, está la verdad, está el
bien común, está sencillamente el bien, está el amor al hombre que sólo de Dios
podemos aprender para amar con ese amor: total, sin medida, desinteresado,
gratuito, hasta el extremo, indefectible, que no nos deja solos ni en la
estacada, cuya predilección son los pobres y los últimos, siempre perdona y
disculpa, ese amor que tantísimo todos estamos necesitando. Sin ese amor por el
hombre nada va a cambiar, nada puede cambiar. El Adviento interpela a los cristianos
a que abramos de par en par las puertas al amor de Dios. El Adviento este año
en los cristianos, sobre todo, debería resaltar/reavivar la caridad y elamor,
en su doble einseparable faceta de amor a Dios y a los hermanos, que tiene en
Dios-con-nosotros (Emmanuel) su hontanar y su meta.
En
realidad, la certeza y experiencia viva de lo que Dios ha hecho por los hombres
lleva a los cristianos, en la situación actual, a desear apasionadamente y a
trabajar por que la forma de vida de todos sea la caridad, la misericordia, la
justicia, la amistad que colabora y no se echa atrás en la búsqueda y la aportación de soluciones al
bien común y de la persona, por encima de barreras, de intereses, de
aspiraciones individuales, de miedos o temores. Este amor es una realidad
posible, se abre y se extiende sin cesar, reconoce la verdad y el bien de que
es portadora o reclama toda persona, aprecia la razón y la libertad detodos,
facilita la búsqueda libre y honesta del bien común, y la cooperación de todos
a ese bien. Ese amor, que es amistad, solidaridad, más aún que es caridad,más
imperativo todavía que la justicia y la solidaridad, es posible si nos
acercamosmása Dios.
Esto,
especialmente para los cristianos, se traduce ahora en colaborar decididamente
en «políticas sociales y económicas responsables y promotoras de la dignidad de
las personas, que propicien el trabajo para todos», para tantas familias y
jóvenes singularmente afectados; en estar en primera fila de compromiso con
«políticas que favorezcan la iniciativa social en la producción y que
incentiven el trabajo bien hecho, así como la justa distribución de las
rentas», corrijan errores y atiendan a las necesidades de los más vulnerables.
El
momento reclama también de los cristianos estar en primera fila en la tutela,
promoción y testimonio de la familia y de su verdad, en la defensa y promoción
de la vida, y de cuanto haya que hacer ante la emergencia educativa que
padeceremos y ante la urgencia de una cultura fiel a sus raíces, en un proyecto
común. Todo ello entra dentro de la caridad, con su dimensión social y
política. El Adviento pide estar vigilantes y despiertos, no cruzados de brazos
como espectadores: exige preparar los caminos al Señor que llega, lo cual
también comporta cooperar decididamente en la regeneración humana, moral,
social, política y cultural de nuestro pueblo. Con Dios, ¡manos a la obra!
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