Autor:
Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line,
12-2-18
Dice
un viejo refrán que “cuando quieras matar a tu perro debes decir que está
rabioso”. O sea, cuando quieras romper con alguien, provócale hasta que salte y
entonces te dé una excusa para terminar con él. Los Estados lo han hecho así
muchas veces a lo largo de la historia: buscaban un “casus belli”, una
justificación para empezar una guerra que deseaban, y si no la encontraban la
creaban.
Tengo
la impresión de que algo así puede estar pasando en la Iglesia. Las cosas que
suceden son tan rápidas y disparatadas que, o bien se debe a que los que las
provocan ven con angustia que se les acaba el tiempo, o a que están buscando
una reacción por parte de los que se sienten ofendidos por ellas.
No es
normal que, en una misma semana, por ejemplo, los obispos alemanes se salten la
prohibición que en su día les dio el Vaticano de dar certificados que permitan
el aborto y, además, afirmen que van a bendecir las uniones homosexuales. O que
uno de los más próximos colaboradores del Papa Francisco, el argentino monseñor
Sánchez Sorondo, diga que en la China es donde mejor se aplica la doctrina
social de la Iglesia, mientras que el cardenal Zen, emérito de Hong Kong,
denuncia la represión del régimen comunista. No es normal que, mientras se está
produciendo la mayor tragedia de las últimas décadas en Venezuela -con un
millón de refugiados que han cruzado una de los pasos fronterizos con Colombia,
el de Cúcuta, tan sólo durante el mes de diciembre- desde el Vaticano no haya
una llamada internacional urgente para resolverlo, a la vez que una durísima
crítica al régimen dictatorial que está provocando ese éxodo. No es normal que
se publique en la web de la Pontificia Academia para la Vida un artículo en el
que se dice que el uso de la píldora anticonceptiva debería ser permitido,
mientras que un numeroso grupo de católicos conversos del Islam escriben una
dura carta al Papa en la que dicen sentirse abandonados por la Iglesia.
Como
digo, los que provocan estas cosas, o tienen la impresión de que el tiempo para
las reformas se les termina -y quizá alguno tenga datos que la mayoría ignora-
y quieren aplicar la teoría de los hechos consumados, o están buscando que los
que defienden la fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición se vayan de la
Iglesia creando un cisma. O las dos cosas. Al principio, cuando empezaron los
debates sobre la comunión de los divorciados vueltos a casar, se habló de la
posibilidad de un cisma si eso sucedía. Luego, la “Amoris Laetitia” lo dejó en
una ambigüedad tal que se podía interpretar en un sentido o en otro. Aquella
confusión aún sin resolver ha dado paso a otras cosas, como las que he citado
que han ocurrido esta semana. Son demasiadas y demasiado juntas. Hay demasiada
aceleración, y eso sólo se produce cuando el que conduce ya no lleva el control
o cuando se quiere que el coche se salga de la carretera y choque. No sé si se
podrá aplicar aquello de Shakespeare de que hay algo podrido en Dinamarca, pero
desde luego esto no es normal. Yo no sé por qué, pero seguro que alguien lo
sabe, y no me refiero a Dios, que lo sabe todo.
Sólo
queda rezar y tener calma. La solución del cisma es muy mala solución, entre
otras cosas porque quizá es lo que estén buscando los que están dando golpes al
fiel perro guardián para que se enfade y poder decir que está rabioso.
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