P. Francisco José Delgado
Infocatolica, 30.01.18
El Papa Francisco acaba de promulgar la Constitución
Apostólica Veritatis Gaudium, sobre las Universidades y Facultades
Eclesiásticas. No es mi intención comentar el documento completo, sobre todo
porque no me parece que tenga la capacidad para hacerlo de manera provechosa.
Sí quisiera, sin embargo, poner atención sobre un punto sobre el que creo poder
decir algo.
En el artículo 64 de las Normas aplicativas de la
Congregación para la Educación Católica que acompañan y desarrollan la
Constitución Apostólica se puede leer, referente a la Facultad de Filosofía:
«La investigación y la enseñanza de la filosofía en una Facultad eclesiástica
de Filosofía deben basarse “en el patrimonio filosófico perennemente válido”,
que se ha desarrollado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta
particularmente la obra de Santo Tomás de Aquino».
A los que nos dedicamos al estudio de Santo Tomás nos
alegra enormemente que se haga mención explícita del Aquinate en este
documento, algo que faltaba, en cierto sentido, en la Sapientia Christiana de
San Juan Pablo II, que era el documento magisterial que viene ahora modificado.
En este documento, Santo Tomás no aparecía en el cuerpo, sino en dos notas a
pie, citando la Carta Apostólica Lumen Ecclesiae del beato Pablo VI.
El problema que me gustaría señalar, y que trasciende
el ámbito del documento en cuestión, es el de obviar el papel de Santo Tomás en
la enseñanza de la teología y, particularmente, de la teología especulativa o
dogmática. Hoy en día, y especialmente tras la memorable Aeterni Patris del
Papa León XIII, es muy frecuente, gracias a Dios, señalar el papel fundamental
que ha de tener la filosofía perenne enseñada por Santo Tomás de Aquino en la
formación católica. Es cierto que en el documento se encuentran no pocas
menciones a la ciencia teológica, y en concreto a la teología escolástica, pero
el título que señala el documento, «sobre la restauración de la filosofía cristiana
conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino», hace que la teología quede,
en cierto sentido, en un segundo plano.
Efectivamente, en el momento en el que está redactada
esta encíclica, uno de los mayores peligros se encontraba en el fomento de
sistemas de pensamiento absolutamente inadecuados para desempeñar el servicio a
la teología al que está llamada la filosofía cristiana. Lógicamente, y con toda
la razón, se ha insistido en la crucial importancia que tuvo la obra filosófica
de Santo Tomás. Su labor de corrección e integración de los principios válidos
de los grandes sistemas filosóficos que confluyeron en la naciente Universidad
del momento dotó a la Sagrada Doctrina de un conjunto de preciosas herramientas
que, en un momento de gran crisis, preservó el equilibrio sapiencial de las
Ciencias Sagradas.
Insistir en la grandeza de la filosofía tomista es
justo y necesario, pero no se debe olvidar un dato muy importante: Santo Tomás
no se consideraba filósofo. Uno de los estudiosos actuales más importantes de
la filosofía tomista, Pasquale Porro, nos dice que «es un dato de hecho que
Tomás no se consideraba en absoluto un filósofo: a sus ojos, la filosofía en
general representaba más bien una estación quizá gloriosa, pero ya cerrada,
circunscrita esencialmente a los griegos y a los árabes; una experiencia de la
que hablar conjugando los verbos en pasado»[1]. El libro del que he extraído
estas palabras pretende, precisamente, elaborar un perfil histórico-filosófico
de Santo Tomás, algo que es posible e incluso necesario. Por tanto, hemos de
decir que, en cierto sentido, Santo Tomás era filósofo.
Pero sobre todo Santo Tomás era teólogo. Su actividad
académica se mantuvo siempre en el ámbito específico de la teología, disciplina
a la que se arribaba, en efecto, después de conseguir el grado de Maestro de
Artes, es decir, de acreditar un conocimiento suficiente de la filosofía. Una
vez completado el comentario a los Cuatro Libros de las Sentencias, obra de
Pedro Lombardo, Santo Tomás dedicó su actividad docente al comentario de la
Sagrada Escritura como magister in sacra pagina. Por otro lado, participaba en
cuestiones disputadas, fundamentales en la vida académica universitaria, sobre
cuestiones de ámbito teológico. Y sus dos grandes Sumas, la Suma Teológica y la
Suma Contra Gentiles son, ambas, tratados de teología.
Es cierto que una gran parte del corpus tomista son
los comentarios a las obras de Aristóteles. Sin embargo, la opinión más común
de sus biógrafos es que Santo Tomás emprendió estos comentarios movido por el
interés que tenían para la teología, empezando por el tratado Sobre el alma.
Torrell, citando a Gaulthier, dice que «debemos enfatizar que este trabajo en
su origen nació de la práctica de la profesión de teólogo». Con Weisheipl opina
que «Tomás nunca habría dedicado su tiempo y energía a estos comentarios si no
hubiera visto en ellos una urgente labor apostólica»[2].
¿Qué papel otorga la Veritatis Gaudium a Santo Tomás
en el panorama de las Universidades y Facultades Eclesiásticas? Según hemos
dicho, en este documento la atención a la doctrina tomista se cita
explícitamente sólo en la Facultad de Filosofía, siempre dentro de las Normas
aplicativas de la Congregación para la Educación Católica. En el apartado
dedicado a la facultad de Teología se hace una referencia en una nota al pie,
semejante a la que se hacía en la Sapientia Christiana, citando la Lumen
Ecclesiae. En cierto sentido, por tanto, aumenta algo la visibilidad del Doctor
Común en el documento actual, aunque hubiera visto mucho mejor que se
insistiera más en la centralidad que debe ocupar la doctrina tomista dentro del
estudio de la teología.
Porque bajo la insistencia en la filosofía tomista y
la exclusión o solapamiento de la teología tomista, se puede ocultar un
prejuicio muy común en las últimas décadas y que es enormemente perjudicial
para la necesaria restauración de la teología católica. El prejuicio es el de
pensar que la teología tomista no es más que una filosofía y que hoy la
teología escolástica en general es algo pasado de moda y ajeno al «espíritu del
Vaticano II». Los que insisten en esta visión suelen decir que la teología
escolástica era excesivamente racionalista y no tenía una perspectiva bíblica.
Y es muy frecuente contraponerla a la «teología arrodillada», haciendo un uso
bastante desviado de la ya de por sí desafortunada expresión, en mi opinión, de
von Balthasar.
Nada más lejos de la realidad. Como hemos dicho, la
base de la teología tomista es un estudio atento y fiel de la Sagrada
Escritura, desde la mente de la Iglesia, expresada de manera privilegiada por
los Santos Padres. A los datos positivos de la fe recogidos de esta escucha de
la Biblia se aplica la razón, de acuerdo con la metodología de la ciencia. Eso
es el fides quaerens intellectum, en que ha consistido siempre la Sagrada
Doctrina para la tradición católica. Además, se trata de la teología elaborada
por un santo, que se ha santificado precisamente en la profesión de teólogo.
Servir a Cristo para Santo Tomás ha consistido en aplicar su razón al Misterio
para poder transmitir mejor aquello que contemplaba en el estudio, la oración
y, de forma particular, la celebración de la Santa Misa.
Santo Tomás consiguió realizar una síntesis teológica
sin precedentes y sin nada que se le haya aproximado después. San Pío V
reconocía, al proclamarlo Doctor de la Iglesia, que la doctrina tomista había
disipado los errores de los herejes surgidos después de su canonización. De
hecho, la razón de esta proclamación fue, muy posiblemente, el reconocimiento
de que sin la síntesis teológica tomista hubiera sido muy difícil hacer una
réplica contundente a los errores de la herejía protestante, que asolaba la
cristiandad europea en ese momento. Y el recurso a la exposición tomista de la
doctrina católica no ha dejado de ser eficaz hasta hoy.
En definitiva, es evidente la necesidad que tiene la
Iglesia de una filosofía cristiana de inspiración genuinamente tomista. Pero
mucho más necesaria es una teología profundamente tomista, que suponga la
aplicación del método de tal filosofía a los principios que la fe recibe de las
fuentes de la Revelación. En la crisis actual de la fe, la teología y el
magisterio, el recurso a la síntesis teológica tomista es, a mi entender, el
único camino para la recuperación de la única Tradición en la que se puede ser
católico.
Al final, no se trata de otra cosa que la que dice el
mismo Papa Francisco que se propone con el documento al que nos estamos
refiriendo: «una oportuna revisión y actualización […] a las directrices del
Vaticano II». Precisamente en las directrices del Vaticano II a este respecto
lo que leemos es lo siguiente: «aprendan luego los alumnos a ilustrar los
misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente
y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las
enseñanzas de Santo Tomás» (Optatam Totius, 16).
[1] Pasquale PORRO, Tommaso d’Aquino. Un profilo
storico-filosofico, Roma, 2014, p. 13.
[2] Jean-Pierre TORRELL, O.P., Saint Thomas Aquinas,
v. I: The person and his work, Washington D.C., 2005, p. 174.
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