A SARAJEVO (BOSNIA Y HERZEGOVINA)
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES - DISCURSO DEL SANTO
PADRE
Sábado 6 de junio de 2015
Señores Miembros de la Presidencia de Bosnia y
Herzegovina
Señor Presidente de turno
Miembros del Cuerpo Diplomático
Queridos hermanos y hermanas
Agradezco de corazón a los miembros de la Presidencia
de Bosnia y Herzegovina por su amable acogida, y de modo particular al Señor
Presidente de turno Mladen Ivanić por el cordial saludo que, en nombre de
todos, me ha dirigido. Es para mí un motivo de alegría encontrarme en esta
ciudad, que ha sufrido tanto a causa de los sangrientos conflictos del siglo
pasado, y vuelve a ser un lugar de diálogo y de convivencia pacífica. Ha pasado
de una cultura de la confrontación, de la guerra, a una cultura del encuentro.
Sarajevo, así como Bosnia y Herzegovina, tienen un
significado especial para Europa y el mundo entero. En estos territorios hay
comunidades que, desde hace siglos, profesan religiones diferentes y pertenecen
a etnias y culturas distintas, cada una con sus características peculiares y
orgullosa de sus tradiciones específicas, lo que no ha sido obstáculo para que
durante mucho tiempo hayan tenido relaciones de mutua amistad y cordialidad.
Incluso en la misma estructura arquitectónica de
Sarajevo se encuentran huellas visibles y permanentes de esas relaciones, ya
que en su tejido urbano, a poca distancia unas de otras, surgen sinagogas,
iglesias y mezquitas, de tal modo que la ciudad recibió el nombre de la
“Jerusalén de Europa”. Representa en efecto una encrucijada de culturas,
naciones y religiones; y ese papel requiere que se construyan siempre nuevos
puentes, que se sane y restaure los ya existentes, de modo que se asegure una comunicación fluida, segura y civil.
Tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las
riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como
oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo
paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades
puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno
en la experiencia de los demás.
Así, es posible también curar las graves heridas del
pasado reciente, y mirar hacia el futuro con esperanza, enfrentándose con el
corazón libre de temores y rencores a los problemas cotidianos que toda
comunidad civilizada ha de afrontar.
Dieciocho años después de la visita histórica de san
Juan Pablo II, que tuvo lugar casi dos años después de la firma de los Acuerdos
de Paz de Dayton, vengo como peregrino de la paz y el diálogo. Me complace ver
los progresos realizados, que debemos agradecer al Señor y a tantas personas de
buena voluntad. Sin embargo, es importante no contentarse con lo ya logrado,
sino procurar que se adopten nuevas medidas para fortalecer la confianza y
crear oportunidades para que aumente la comprensión y el respeto mutuos. Para
facilitar este proceso se requiere la cercanía –¡la cercanía!– y colaboración
de la Comunidad internacional, en particular de la Unión Europea, y de todos
los países y organizaciones presentes y activas en el territorio de Bosnia y
Herzegovina.
Bosnia y Herzegovina forma parte de Europa; sus logros
y sus dramas se insertan de lleno en la historia de los éxitos y dramas de
Europa, y al mismo tiempo son un serio llamamiento a hacer todo lo posible para
que el proceso de paz comenzado sea cada vez más sólido e irreversible.
En esta tierra, la paz y la concordia entre croatas,
serbios y bosnios, así como las iniciativas encaminadas a su fortalecimiento,
las relaciones cordiales y fraternas entre musulmanes, judíos, cristianos y
otras minorías religiosas, tienen una importancia que va más allá de sus
fronteras. Testimonian ante el mundo que la colaboración entre los diversos
grupos étnicos y religiones para el bien común es posible, que se puede dar una
pluralidad de culturas y tradiciones que contribuyan a encontrar soluciones
originales y eficaces a los problemas, que incluso las heridas más profundas
pueden ser curadas a través de un proceso que purifique la memoria y dé
esperanza para el futuro. Hoy, he visto esta esperanza en los niños que he
saludado en el aeropuerto –musulmanes, ortodoxos, judíos, católicos y otras
minorías– todos juntos, ¡alegres! ¡Esta es la esperanza! Apostemos por ella.
Para oponernos con éxito a la barbarie de los que
toman ocasión y pretexto de cualquier diferencia para una violencia cada vez
más brutal, tenemos que reconocer los valores fundamentales de nuestra
humanidad común, los valores en virtud de los cuales podemos y debemos
colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto
de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del
odio.
Los responsables políticos están llamados a la noble
tarea de ser los primeros servidores de sus comunidades con una actividad que
proteja en primer lugar los derechos fundamentales de la persona humana, entre
los que destaca el de la libertad religiosa. De ese modo, será posible
construir, con un compromiso concreto, una sociedad más pacífica y justa, para
que con la ayuda de todos se encuentre solución a los múltiples problemas de la
vida cotidiana del pueblo.
Para ello, es indispensable que todos los ciudadanos
sean iguales ante la ley y su aplicación, independientemente de su origen
étnico, religioso y geográfico: así todos y cada uno se sentirán plenamente
participes de la vida pública y, disfrutando de los mismos derechos, podrán dar
su contribución específica al bien común.
Excelentísimos señores y señoras:
La Iglesia católica, a través de la oración y la
acción de sus fieles y de sus instituciones, participa en el trabajo de
reconstrucción material y moral de Bosnia y Herzegovina, compartiendo sus
alegrías y preocupaciones, deseosa de manifestar con decisión su cercanía
especial con los pobres y necesitados, inspirada por la enseñanza y el ejemplo
de su divino Maestro, Jesús.
La Santa Sede se alegra por todo el camino recorrido
en estos años y asegura su compromiso de seguir promoviendo la cooperación, el
diálogo y la solidaridad, a sabiendas de que, en una convivencia civil y
ordenada, la paz y la escucha mutua son
condiciones indispensables para un desarrollo auténtico y permanente. Espera
fervientemente que, con la ayuda de todos y después de que las nubes oscuras de
la tormenta han desaparecido finalmente, Bosnia y Herzegovina pueda proceder en
el camino emprendido, para que después del frío invierno florezca la primavera.
Y aquí se ve florecer la primavera.
Con estos sentimientos, imploro del Altísimo paz y
prosperidad para Sarajevo y para toda Bosnia y Herzegovina. Gracias.
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