viernes, 7 de diciembre de 2012

Dogma




 El Dogma Católico y el Occidente

S. E. Mons. Giampaolo Crepaldi

Hablando de la influencia del catolicismo sobre la civilización occidental, a menudo viene dada una interpretación reduccionista, en el sentido de pensar que sea solo una influencia.  Esto significa que el catolicismo ha influenciado sobre la civilización occidental, con sus obras de caridad, con el arte, con la literatura, las redes sociales guiadas por la religión, con la coronación de los soberanos, etc. Todo esto es cierto, pero la profunda relación del catolicismo con el occidente se refiere a los dogmas y es una expresión de la historicidad del dogma. 

La expresión – historicidad del dogma – no significa que el dogma en su verdad objetiva,  se desarrolla histórica y paralelamente con la auto-conciencia que tienen los creyentes, esta es la visión modernista de la materia – pero sí  significa que el dogma tiene siempre un contenido histórico, real y no puede ser relegado al abstracto o al mito.  El dogma nutre la Iglesia y la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la historia, el Cuerpo que permanece para siempre[1]. Entre el dogma y el Cuerpo existe una unidad indisoluble, por lo que el dogma no está presente solo en la conciencia del creyente, sino que por naturaleza, se vuelve historia; por tanto, civilización. Es a causa del realismo de la fé cristiana, más concretamente el de la fé católica.

La Iglesia ha plasmado la civilización cristiana occidental, con sus dogmas, definidos en los Concilios dogmaticos. Existe hoy en día una subestimación  de la importancia de la doctrina en la vida de la Iglesia en favor de la practica pastoral, que amenaza con ensombrecer este importante  aspecto. Me gustaría hacer dos ejemplos históricos. 
El primero de ellos se refiere a la Gnosis. La condena del arianismo y la definición de la naturaleza humana y la divinidad de Jesúcristo han contradicho la Gnosis, expresión del racionalismo helenístico. El proceso ha sido largo, implicó  otros concilios y también el trabajado de los Padres y de los grandes Doctores. El juego aún no ha sido ganado, dado que al lado de la Gnosis de los primeros siglos cristianos existe una “Gnosis eterna”, pero sin duda la lucha entre el dogma crsitiano contra la Gnosis ha preservado la civilización humana de las catástrofes del catarismo, del rechazo y de la exaltación contemporánea de la materia, de la destrucción del matrimonio y la familia, el rechazo de la autoridad política. 

Ha producido frutos de una civilización de justa consideración del mal y del sufrimiento, lo ha defendido del nihilismo. Mediante la defensa del Antiguo Testamento del ataque gnóstico se ha podido preservar la visión positiva de la creación y de la dimensión histórico- social de la fe cristiana. El bautismo de los niños, las oraciones por los muertos, el celibato sacerdotal, el culto de las imagines: cuantos beneficios han traído a la civilización occidental estos puntos que hubiesen sido eliminados por una eventual prevalencia de la Gnosis! 

Cuales daños hubiesen hecho el pauperismo, el pacifismo, el purismo radical de tipo gnóstico, si se hubiesen difundido sin que algo los parase!

Comentando la batalla de Muret del 13 de septiembre de 1213, en la cual Simon de Montfort, después de aver estado en la misa celebrada por Santo Domingo, con miles de soldados puso a huir el ejercito Aragonés que apoyaba a los albigenses con 40 mil hombres, Jean Guitton afirma: “Muret es una de aquellas batallas decisivas en las cuales se jugó la suerte de una civilización. La mayor parte de los historiadores da poca importancia a este acontecimiento”[2].

El segundo ejemplo se trata de Pio IX y la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. La definición del dogma nacía de una lectura teológica de los acontecimientos de la revolución liberal. Según Pio IX todos los errores contemporaneos nacían de la negación  del pecado original y por tanto el contaste entre Dios y el pecado. El fin de la vida tenía que ser el progreso del hombre y del mundo, el hombre moderno tenía que llegar a ser autónomo y autosuficiente, liberándose de la tutela de la Iglesia, la religión era solo una cosa útil para el progreso civil por esta razón tenía que someterse al mismo.  Negando el pecado original, no existe puesto para Cristo, ni para la Iglesia ni para la gracia.

De frente a esta visión de las cosas violentamente colocadas en su época, Pio IX quiso hacer hincapié en el contraste entre Dios y el pecado del mundo; donde, el fin principal del mundo y de la historia no es la celebración del progreso humano sino la gloria de Dios. Y esto lo hizo proclamando el dogma de la Inmaculada Concepción de María “La gloriosa vencedora de las herejías”.

Los violentos acontecimientos, los cuales tuvo que vivir Pio IX tendían a emancipar el orden natural por el orden sobrenatural. Pio IX pensó que con este proyecto no se podría descender a simples pactos, que no se podrían “catolizar”. Bien, la genesis de la enciclica Quanta cura  y el Sillado, que no están separadas del profundo significado teológico de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción,  sino que bien vistos, junto al Vaticano I, como la respuesta de Pio IX al pecado moderno. No por casualidad todos estos tres acontecimientos sucedieron el 8 de diciembre : en 1854 la proclamación del Dogma, en 1864 la enciclica Quanta cura y el Sillabo, en 1969 la apertura del Concilio Vaticano I[3].

La construcción de la civilización occidental sucedió con los dogmas. El dogma era la fuente principal para impedir la apostasía occidental del Cristianismo. Esto porque la apostasía  también se habia vuelto apostasía dogmatica.

Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 7-12-12

 [1] J. Ratzinger, Fede Verità Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo cit., p. 74 (versión italiana)
[2] J. Guitton, Il Cristo dilacerato. Crisi e concili nella storia, Cantagalli, Siena 2002, p. 166. (versión italiana)
[3] Cf R. de Mattei, Pio IX e la rivoluzione italiana, Cantagalli, Siena 2012. (versión italiana)


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