El Dogma Católico y el Occidente
S. E. Mons. Giampaolo
Crepaldi
Hablando de la
influencia del catolicismo sobre la civilización occidental, a menudo viene
dada una interpretación reduccionista, en el sentido de pensar que sea solo una
influencia. Esto significa que el
catolicismo ha influenciado sobre la civilización occidental, con sus obras de
caridad, con el arte, con la literatura, las redes sociales guiadas por la
religión, con la coronación de los soberanos, etc. Todo esto es cierto, pero la
profunda relación del catolicismo con el occidente se refiere a los dogmas y es
una expresión de la historicidad del dogma.
La expresión – historicidad del
dogma – no significa que el dogma en su verdad objetiva, se desarrolla histórica y paralelamente con
la auto-conciencia que tienen los creyentes, esta es la visión modernista de la
materia – pero sí significa que el dogma
tiene siempre un contenido histórico, real y no puede ser relegado al abstracto
o al mito. El dogma nutre la Iglesia y
la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la historia, el Cuerpo que permanece para
siempre[1]. Entre el dogma y el Cuerpo existe una unidad indisoluble, por lo que el dogma no está presente solo en la conciencia del creyente, sino que por
naturaleza, se vuelve historia; por tanto, civilización. Es a causa del realismo
de la fé cristiana, más concretamente el de la fé católica.
La Iglesia ha
plasmado la civilización cristiana occidental, con sus dogmas, definidos en los
Concilios dogmaticos. Existe hoy en día una subestimación de la importancia de la doctrina en la vida
de la Iglesia en favor de la practica pastoral, que amenaza con ensombrecer este
importante aspecto. Me gustaría hacer
dos ejemplos históricos.
El primero de ellos se refiere a la Gnosis. La condena
del arianismo y la definición de la naturaleza humana y la divinidad de
Jesúcristo han contradicho la Gnosis, expresión del racionalismo helenístico.
El proceso ha sido largo, implicó otros
concilios y también el trabajado de los Padres y de los grandes Doctores. El
juego aún no ha sido ganado, dado que al lado de la Gnosis de los primeros siglos
cristianos existe una “Gnosis eterna”, pero sin duda la lucha entre el dogma
crsitiano contra la Gnosis ha preservado la civilización humana de las
catástrofes del catarismo, del rechazo y de la exaltación contemporánea de la
materia, de la destrucción del matrimonio y la familia, el rechazo de la
autoridad política.
Ha producido frutos de una civilización de justa
consideración del mal y del sufrimiento, lo ha defendido del nihilismo.
Mediante la defensa del Antiguo Testamento del ataque gnóstico se ha podido
preservar la visión positiva de la creación y de la dimensión histórico- social
de la fe cristiana. El bautismo de los niños, las oraciones por los muertos, el
celibato sacerdotal, el culto de las imagines: cuantos beneficios han traído a
la civilización occidental estos puntos que hubiesen sido eliminados por una
eventual prevalencia de la Gnosis!
Cuales daños hubiesen hecho el pauperismo,
el pacifismo, el purismo radical de tipo gnóstico, si se hubiesen difundido sin
que algo los parase!
Comentando la batalla
de Muret del 13 de septiembre de 1213, en la cual Simon de Montfort, después de
aver estado en la misa celebrada por Santo Domingo, con miles de soldados puso
a huir el ejercito Aragonés que apoyaba a los albigenses con 40 mil hombres,
Jean Guitton afirma: “Muret es una de aquellas batallas decisivas en las cuales
se jugó la suerte de una civilización. La mayor parte de los historiadores da
poca importancia a este acontecimiento”[2].
El segundo ejemplo se
trata de Pio IX y la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de
María. La definición del dogma nacía de una lectura teológica de los acontecimientos
de la revolución liberal. Según Pio IX todos los errores contemporaneos nacían
de la negación del pecado original y por
tanto el contaste entre Dios y el pecado. El fin de la vida tenía que ser el
progreso del hombre y del mundo, el hombre moderno tenía que llegar a ser
autónomo y autosuficiente, liberándose de la tutela de la Iglesia, la religión
era solo una cosa útil para el progreso civil por esta razón tenía que
someterse al mismo. Negando el pecado original,
no existe puesto para Cristo, ni para la Iglesia ni para la gracia.
De frente a esta
visión de las cosas violentamente colocadas en su época, Pio IX quiso hacer
hincapié en el contraste entre Dios y el pecado del mundo; donde, el fin
principal del mundo y de la historia no es la celebración del progreso humano
sino la gloria de Dios. Y esto lo hizo proclamando el dogma de la Inmaculada
Concepción de María “La gloriosa vencedora de las herejías”.
Los violentos
acontecimientos, los cuales tuvo que vivir Pio IX tendían a emancipar el orden
natural por el orden sobrenatural. Pio IX pensó que con este proyecto no se
podría descender a simples pactos, que no se podrían “catolizar”. Bien, la
genesis de la enciclica Quanta cura y el
Sillado, que no están separadas del profundo significado teológico de la
proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, sino que bien vistos, junto al Vaticano I,
como la respuesta de Pio IX al pecado moderno. No por casualidad todos estos
tres acontecimientos sucedieron el 8 de diciembre : en 1854 la proclamación del
Dogma, en 1864 la enciclica Quanta cura y el Sillabo, en 1969 la apertura del
Concilio Vaticano I[3].
La construcción de la
civilización occidental sucedió con los dogmas. El dogma era la fuente principal
para impedir la apostasía occidental del Cristianismo. Esto porque la
apostasía también se habia vuelto
apostasía dogmatica.
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân,
7-12-12
[1] J. Ratzinger, Fede Verità
Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo cit., p. 74 (versión
italiana)
[2] J. Guitton, Il Cristo dilacerato. Crisi e concili nella storia,
Cantagalli, Siena 2002, p. 166. (versión italiana)
[3] Cf R. de Mattei, Pio IX e la rivoluzione italiana, Cantagalli, Siena
2012. (versión italiana)
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