lunes, 9 de enero de 2017

La locura de la conciencia



Santiago MARTÍN, sacerdote

Catolicos-on-line, 9-1-17

La Iglesia católica tiene, además de esa característica que le da nombre, otras tres. Es una, santa y apostólica. Son las cuatro notas que definen la Iglesia. Sin las cuatro, dejaría de ser la auténtica Iglesia fundada por Cristo, en la que se mantiene la plenitud de la revelación hecha por el Señor, tal y como enseña el Catecismo. Es decir, perder la unidad, por ejemplo, afectaría a la esencia de la Iglesia y, por lo tanto, a su naturaleza, a su misma catolicidad. No puede llamarse universal -que es lo que significa la palabra “católica”- algo que no es igual en todos los sitios; sin un mismo dogma, sin una misma moral y sin una misma liturgia, no sólo no existe la unidad sino que tampoco existe la catolicidad.


Lo que está en juego en este momento es precisamente eso: la unidad. No quiero entrar ahora en cuál de los dos bandos tiene razón o tiene más razón. Sólo quiero constatar el grave peligro de que la unidad de la Iglesia desaparezca. Pongamos ejemplos. En Canadá, un grupo de obispos permite que los que han solicitado la eutanasia comulguen y reciban la unción de enfermos antes de morir, mientras que otros dicen que no se puede dar la comunión a quien está dispuesto a cometer un pecado mortal. En Estados Unidos, un grupo de obispos permite dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, en función de sus circunstancias, mientras que otro grupo dice que eso sólo lo pueden hacer si viven en castidad. En Austria, al menos un obispo ha dicho que la conciencia no puede ser la norma absoluta de moralidad, mientras que otro ha dicho justo lo contrario. En medio están los fieles, que contemplan preocupados este triste espectáculo. ¿Cómo es posible que en la misma Iglesia se pueda comulgar siendo divorciado en esta diócesis y a cinco kilómetros, en la diócesis vecina, ya no se pueda? ¿Si es pecado solicitar la eutanasia, por qué hay obispos que permiten que comulguen los que la piden, y si no es pecado por qué hay obispos que lo prohíben?



Esto es sólo el principio. Hasta ahora se está hablando de la primacía de la conciencia como norma última de moralidad en cuestiones relacionadas con las relaciones sexuales o la bioética. ¿Cuánto tardará en ampliarse el debate al racismo, la violencia de género, el terrorismo, la corrupción? ¿Por qué hay pecados en los que hay que tener en cuenta las circunstancias y en otros no?

Otra cuestión a tener en cuenta, que está siendo ya abiertamente planteada, es el por qué hay que consultar al sacerdote para tomar las decisiones que afectan a la conciencia. Las palabras del Papa en la “Amoris laeticia”, que hablan de la imprescindible consulta al confesor y de la necesidad de que éste haga un serio discernimiento con la persona que le consulta, están siendo contestadas desde el sector más progresista de la Iglesia. Para estos, ese recurso al sacerdote debe ser como mucho opcional y nunca obligatorio, pues si así fuera se estaría tratando al laico como un menor de edad, como un inmaduro. El laico, cada católico, debe poder decidir por sí mismo, con plena autonomía, lo que considera que es pecado y lo que no lo es; como mucho, este sector eclesiástico dice que debe escuchar al magisterio de la Iglesia y a la palabra de Dios, pero como una voz más entre otras (por ejemplo, lo que enseñan las ciencias sociales o la legislación civil) y después debe tomar sus propias opciones, decidiendo por sí mismos qué es bueno y qué es malo.

La conciencia, de este modo, no alcanza una autonomía madura, sino una plena independencia. Es la realización del pecado original, que consistió en que los hombres decidieron establecer por sí mismos qué era bueno y qué era malo. Así, veremos a personas que consideran que es bueno cualquier aberración y que no sólo la cometen, sino que se ven a sí mismos como perfectos e impecables después de haberla cometido. Un grabado de Goya se titula: “El sueño de la razón produce monstruos”. Hoy podríamos decir que “la locura de la conciencia produce aberraciones y a veces incluso crímenes”. Ahí está el aborto para demostrarlo. El resultado ya sabemos cuál será: Adán y Eva perdieron el paraíso y nosotros perderemos el alma, la familia y la tierra.

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