jueves, 14 de marzo de 2013

Una batalla entre el bien y el mal



  P. José María Iraburu

Fuente: Catholic.net

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"A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final" (Vat.II, GS 37). Esta batalla entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la mentira, entre Cristo y el Diablo, es normalmente invisible e inaudible, pero es real, se está dando año tras año, siglo tras siglo, día tras día: es en realidad una lucha espantosa, sangrienta, indeciblemente dura y cruel, y al mismo tiempo grandiosa, maravillosa, llena de la gloria del poder de Cristo Rey, el Salvador del mundo. Así se ve la realidad del mundo presente en las descripciones del Apocalipsis, revelación profética del sentido de la historia.

En estos días previos a la elección de un nuevo Papa, ciertamente, esa batalla entre el Bien y el Mal pasa por momentos de paroxismo. Y nosotros debemos ser muy conscientes de ello. Entre los más de 250 Papas habidos en los siglos de la Iglesia los ha habido buenos, malos, mediocres, excelentes, débiles, potentísimos. Hoy nosotros estamos "acostumbrados", desde hace más de un siglo, a que los Papas sean siempre muy buenos. Y como, por otra parte, confiamos en que al Papa "lo elige el Espíritu Santo", podría darse el caso de que bajáramos la guardia en la batalla espiritual antes descrita, y no colaboráramos en ella debidamente con el empeño suplicante de nuestras oraciones y sacrificios. Las fuerzas del Maligno, las que obran fuera de la Iglesia y dentro de ella, están empeñadas con todo su gran poder en conseguir un Papa débil, mediocre, malo. Sí, ciertamente, los ha habido en la historia. Las fuerzas de nuestro Señor Jesucristo, obrando en la Iglesia, están propugnando la elección de un Papa santo, fuerte, prudente, invulnerable al mundo y al demonio. Los ha habido, por supuesto: San Gregorio Magno, San Pío V, San Pío X y tantos más, antiguos y modernos.

Hoy es urgente que la Iglesia, continuando la serie de grandes Papas recientes, tenga un Papa potentísimo frente a los poderes de las tinieblas, es decir, un Papa santísimo, lleno del Espíritu Santo; Maestro capaz de vencer las innumerables herejías actuales y de alumbrar la ortodoxia católica con una luz unánime; Buen Pastor que dé su vida para congregar en la unidad de la Iglesia a la inmensa muchedumbre de bautizados que se han alejado de ella en los últimos tiempos; Mártir invencible para restaurar plenamente la disciplina litúrgica, pastoral, canónica, la vida de los matrimonios, la educación católica, las vocaciones, las misiones...

"Al Papa lo elige el Espíritu Santo", es cierto. Pero recordemos que en la obra inmensa de la Salvación, "por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia" (Vat.II, SC 7). Toda la Iglesia de la tierra, por la oración, la Eucaristía y los sacrificios, hemos de colaborar con el Espíritu Santo en la elección de un Papa excepcionalmente santo. Sean, pues, estos días entre nosotros, días de recogimiento, oración y ayuno, llenos de humildad y penitencia, súplica y esperanza. No son días para estar distraídos o dispersos.

Toda la Iglesia del cielo ha de ser invocada en nuestra ayuda.

Invoquemos en nuestra ayuda a la Virgen María, la Madre de la Iglesia, la Reina de los apóstoles, la Reina de los Ángeles. En Fátima la Virgen anuncia persecuciones devastadoras contra la Iglesia, y asegura: "finalmente, mi Inmaculado Corazón triunfará" (13-VII-1917). Pío XII ora: "en tu Corazón Inmaculado confiamos en esta hora trágica de la historia humana" (31-X-1942). Y Juan Pablo II: "Corazón Inmaculado de María, ayúdanos a vencer la amenaza del mal" (Fátima 13-V-1982).

Invoquemos a los santos con las Letanías, que la Iglesia reza en los momentos más urgentes e importantes.

Pidamos la ayuda del arcángel San Miguel, príncipe de la fidelidad a Dios, para que defienda a la Iglesia de todas las infidelidades internas y de todos los ataques del Maligno, haciendo prevalecer hoy ampliamente la verdad y la gracia de Cristo en la Iglesia peregrina. El 13 de octubre de 1884 tuvo León XIII, después de celebrar la Eucaristía, una visión terrible del demonio, que amenazaba degradar en cien años a la Iglesia como nunca. Vió también al arcángel San Miguel, que le vencía finalmente y le arrojaba con sus legiones al abismo. En seguida mandó una comunicación a todos los Obispos del mundo para que, al final de cada Misa, se hiciera la siguiente oración:

Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe de la celestial milicia, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malignos espíritus que discurren por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

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