P. José María
Iraburu
Fuente: Catholic.net
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"A través de
toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las
tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor,
hasta el día final" (Vat.II, GS 37). Esta batalla entre la luz y las
tinieblas, entre la verdad y la mentira, entre Cristo y el Diablo, es
normalmente invisible e inaudible, pero es real, se está dando año tras año,
siglo tras siglo, día tras día: es en realidad una lucha espantosa, sangrienta,
indeciblemente dura y cruel, y al mismo tiempo grandiosa, maravillosa, llena de
la gloria del poder de Cristo Rey, el Salvador del mundo. Así se ve la realidad
del mundo presente en las descripciones del Apocalipsis, revelación profética
del sentido de la historia.
En estos días previos
a la elección de un nuevo Papa, ciertamente, esa batalla entre el Bien y el Mal
pasa por momentos de paroxismo. Y nosotros debemos ser muy conscientes de ello. Entre los más de 250 Papas habidos en los
siglos de la Iglesia
los ha habido buenos, malos, mediocres, excelentes, débiles, potentísimos.
Hoy nosotros estamos "acostumbrados", desde hace más de un siglo, a
que los Papas sean siempre muy buenos. Y como, por otra parte, confiamos en que
al Papa "lo elige el Espíritu Santo", podría darse el caso de que bajáramos
la guardia en la batalla espiritual antes descrita, y no colaboráramos en ella
debidamente con el empeño suplicante de nuestras oraciones y sacrificios. Las fuerzas del Maligno, las que obran
fuera de la Iglesia
y dentro de ella, están empeñadas con todo su gran poder en conseguir un Papa
débil, mediocre, malo. Sí, ciertamente, los ha habido en la historia. Las
fuerzas de nuestro Señor Jesucristo, obrando en la Iglesia , están propugnando
la elección de un Papa santo, fuerte, prudente, invulnerable al mundo y al
demonio. Los ha habido, por supuesto: San Gregorio Magno, San Pío V, San Pío X
y tantos más, antiguos y modernos.
Hoy es urgente que la Iglesia , continuando la
serie de grandes Papas recientes, tenga un Papa potentísimo frente a los
poderes de las tinieblas, es decir, un Papa santísimo, lleno del Espíritu
Santo; Maestro capaz de vencer las innumerables herejías actuales y de alumbrar
la ortodoxia católica con una luz unánime; Buen Pastor que dé su vida para
congregar en la unidad de la
Iglesia a la inmensa muchedumbre de bautizados que se han
alejado de ella en los últimos tiempos; Mártir invencible para restaurar
plenamente la disciplina litúrgica, pastoral, canónica, la vida de los
matrimonios, la educación católica, las vocaciones, las misiones...
"Al Papa lo
elige el Espíritu Santo", es cierto. Pero recordemos que en la obra
inmensa de la Salvación ,
"por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados,
Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia " (Vat.II, SC
7). Toda la Iglesia
de la tierra, por la oración, la
Eucaristía y los sacrificios, hemos de colaborar con el
Espíritu Santo en la elección de un Papa excepcionalmente santo. Sean, pues,
estos días entre nosotros, días de recogimiento, oración y ayuno, llenos de
humildad y penitencia, súplica y esperanza. No son días para estar distraídos o
dispersos.
Toda la Iglesia del cielo ha de
ser invocada en nuestra ayuda.
Invoquemos en nuestra
ayuda a la Virgen María ,
la Madre de la Iglesia , la Reina de los apóstoles, la Reina de los Ángeles. En
Fátima la Virgen
anuncia persecuciones devastadoras contra la Iglesia , y asegura: "finalmente, mi
Inmaculado Corazón triunfará" (13-VII-1917). Pío XII ora: "en tu
Corazón Inmaculado confiamos en esta hora trágica de la historia humana"
(31-X-1942). Y Juan Pablo II: "Corazón Inmaculado de María, ayúdanos a
vencer la amenaza del mal" (Fátima 13-V-1982).
Invoquemos a los
santos con las Letanías, que la
Iglesia reza en los momentos más urgentes e importantes.
Pidamos la ayuda del
arcángel San Miguel, príncipe de la fidelidad a Dios, para que defienda a la Iglesia de todas las
infidelidades internas y de todos los ataques del Maligno, haciendo prevalecer
hoy ampliamente la verdad y la gracia de Cristo en la Iglesia peregrina. El 13
de octubre de 1884 tuvo León XIII, después de celebrar la Eucaristía , una visión
terrible del demonio, que amenazaba degradar en cien años a la Iglesia como nunca. Vió
también al arcángel San Miguel, que le vencía finalmente y le arrojaba con sus
legiones al abismo. En seguida mandó una comunicación a todos los Obispos del
mundo para que, al final de cada Misa, se hiciera la siguiente oración:
Arcángel San
Miguel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y
las asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe
de la celestial milicia, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a
los otros malignos espíritus que discurren por el mundo para la perdición de
las almas. Amén.
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