CARTA ENCÍCLICA
DIVINI REDEMPTORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE EL COMUNISMO
ATEO
A los patriarcas,
primados, arzobispos, obispos
y otros ordinarios,
en paz y comunión con la Sede Apostólica
1. La promesa de un
Redentor divino ilumina la primera página de la historia de la humanidad; por
esto la confiada esperanza de un futuro mejor suavizó el dolor del paraíso
perdido (Cf. Gén 3,23) y acompañó al género humano en su atribulado camino
hasta que, en la plenitud de los tiempos (Gál 4,4), el Salvador del mundo,
apareciendo en la tierra, colmó la expectación e inauguró una nueva
civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la
que el hombre había hasta entonces alcanzado trabajosamente en algunas naciones
privilegiadas.
2. Pero la lucha
entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado
original. y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad
con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones
se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros
días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza,
que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente
ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en
una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer
el Redentor.
3. Este peligro tan
amenazador, como habréis comprendido, venerables hermanos, es el comunismo
bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y
socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana.
I. POSICIÓN DE LA
IGLESIA FRENTE AL COMUNISMO
Condenaciones
anteriores
4. Frente a esta
amenaza, la Iglesia católica no podía callar, y no calló. No calló esta Sede
Apostólica, que sabe que es misión propia suya la defensa de la verdad, de la
justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo rechaza y combate.
Desde que algunos grupos de intelectuales pretendieron liberar la civilización
humana de todo vínculo moral y religioso, nuestros predecesores llamaron
abierta y explícitamente la atención del mundo sobre las consecuencias de esta
descristianización de la sociedad humana. Y por lo que toca a los errores del
comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa
memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en
el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: «[A esto tiende]
la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo;
doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los
derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana»[1].
Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la
encíclica Quod Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad
que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana,
poniéndola en peligro de muerte»[2], y con clara visión indicaba que los
movimientos ateos entre las masas populares, en plena época del tecnicismo,
tenían su origen en aquella filosofía que desde hacía ya varios siglos trataba
ele separar la ciencia y la vida de la fe y de la Iglesia.
Documentos del presente
pontificado
5. También Nos,
durante nuestro pontificado, hemos denunciado frecuentemente, y con apremiante
insistencia, el crecimiento amenazador de las corrientes ateas. Cuando en 1924
nuestra misión de socorro volvió de la Unión Soviética, Nos condenamos el
comunismo en una alocución especial dirigida al mundo entero[3]. En nuestras
encíclicas Miserentissimus Redemptor [4], Quadragesimo anno[5], Caritate
Christi [6], Acerba animi [7], Dilectissima Nobis [8] Nos hemos levantado una
solemne protesta contra las persecuciones desencadenadas en Rusia, México y
España; y no se ha extinguido todavía el eco universal de las alocuciones que
Nos pronunciamos el año pasado con motivo de la inauguración de la Exposición
Mundial de la Prensa Católica [9], de la audiencia a las prófugos españoles[10]
y del radiomensaje navideño[11]. Los mismos enemigos más encarnizados de la
Iglesia, que desde Moscú dirigen esta hucha contra la civilización cristiana,
atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y de obra que el Papado,
también en nuestros días, ha continuado tutelando fielmente el santuario de la
religión cristiana y ha llamado la atención sobre el peligro comunista con más
frecuencia y de un modo más persuasivo que cualquier otra autoridad pública terrena.
Necesidad de otro
documento solemne
6, Pero, a pesar de
estas repetidas advertencias paternales, que vosotros, venerables hermanos, con
gran satisfacción nuestra, habéis transmitido y comentado con tanta fidelidad a
los fieles por medio de frecuentes y recientes pastorales, algunas de ellas
colectivas, el peligro está agravándose cada día más por la acción de hábiles
agitadores. Por este motivo, nos creemos en el deber de elevar de nuevo nuestra
voz con un documento aún más solemne, como es costumbre de esta Sede
Apostólica, maestra de verdad, y como lo exige el hecho de que todo el mundo
católico desea ya un documento de esta clase. Confiamos que el eco de nuestra
voz será bien recibido por todos aquellos que, libres de prejuicios, desean
sinceramente el bien de la humanidad. Confianza que se ve robustecida por el
hecho de que nuestros avisos están hoy día confirmados por los frutos amargos
cuya aparición habíamos previsto y anunciado, y que de hecho van
multiplicándose espantosamente en los países dominados ya por el mal y amenazan
caer sobre los restantes países del mundo.
7. Queremos, por
tanto, exponer de nuevo en breve síntesis los principios y los métodos de
acción del comunismo ateo tal como aparecen principalmente en el bolchevismo,
contraponiendo a estos falaces principios y métodos la luminosa doctrina de la
Iglesia y exhortando de nuevo a todos al uso de los medios con los que la
civilización cristiana, única civitas verdaderamente humana, puede librarse de
este satánico azote y desarrollarse mejor para el verdadero bienestar ele la
sociedad humana.
II. DOCTRINA Y FRUTOS
DEL COMUNISMO
Doctrina
Falso ideal
8. El comunismo de
hoy, de un modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado,
encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Un seudo ideal de
justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y
toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por
falaces promesas comunica un ímpetu y tu entusiasmo contagiosos, especialmente
en un tiempo come el nuestro, en el que por la defectuosa distribución de los
bienes de este mundo se ha producido una miseria general hasta ahora
desconocida. Más aún: se hace alarde de este seudo ideal, como si hubiera sido
el iniciador de un progreso económico, progreso que, si en algunas regiones es
real, se explica por otras causas muy distintas, como son la intensificación de
la productividad industrial en países que hasta ahora carecían de ella; el
cultivo de ingentes riquezas naturales, sin consideración alguna a los valores
humanos, y el uso de métodos inhumanos para realizar grandes trabajos con un
salario indigno del hombre.
Materialismo
evolucionista de Marx
9. La doctrina que el
comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se funda hoy
sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente por Marx,
del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única genuina
interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta doctrina
enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la
cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana,
por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia, que
evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un
perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin
ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea
de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo
y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por
consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto
dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que
impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por
esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases
sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y
destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la
humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes
violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como
enemigas del género humano.
A qué quedan
reducidos el hombre y la familia
10. El comunismo,
además, despoja al hombre de su libertad, principio normativo de su conducta
moral, y suprime en la persona humana toda dignidad y todo freno moral eficaz
contra el asalto de los estímulos ciegos. Al ser la persona humana, en el
comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para
atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la
personalidad humana. En las relaciones sociales de los hombres afirman el
principio de la absoluta igualdad, rechazando toda autoridad jerárquica
establecida por Dios, incluso la de los padres; porque, según ellos, todo lo
que los hombres llaman autoridad y subordinación deriva exclusivamente de la
colectividad como de su primera y única fuente. Los individuos no tienen
derecho alguno de propiedad sobre los bienes naturales y sobre los medios de
producción, porque. siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría
al predominio de un hombre sobre otro. Por esto precisamente, por ser la fuente
principal de toda esclavitud económica, debe ser destruida radicalmente, según
los comunistas, toda especie de propiedad privada.
11. Al negar a la
vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte
naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y
convencional, nacida de un determinado sistema económico; niega la existencia
de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por encima de
la voluntad de los individuos y de la colectividad, y, consiguientemente, niega
también su perpetua indisolubilidad. En particular, para el comunismo no existe
vínculo alguno que ligue a la mujer con su familia y con su casa. Al proclamar
el principio de la total emancipación de la mujer, la separa de la vida
doméstica y del cuidado de los hijos para arrastrarla a la vida pública y a la
producción colectiva en las mismas condiciones que el hombre, poniendo en manos
de la colectividad el cuidado del hogar y de la prole[12]. Niegan, finalmente,
a los padres el derecho a la educación de los hijos, porque este derecho es
considerado como un derecho exclusivo de la comunidad, y sólo en su nombre y
por mandato suyo lo pueden ejercer los padres.
Lo que sería la
sociedad
¿Qué sería, pues, la
sociedad humana basada sobre estos fundamentos materialistas? Sería, es cierto,
una colectividad, pero sin otra jerarquía unitiva que la derivada del sistema
económico. Tendría como única misión la producción de bienes por medio del
trabajo colectivo, y como fin el disfrute de los bienes de la tierra en un
paraíso en el que cada cual «contribuiría según sus fuerzas y recibiría según
sus necesidades».
12. Hay que advertir,
además, que el comunismo reconoce a la colectividad el derecho o más bien un
ilimitado poder arbitrario para obligar a los individuos al trabajo colectivo,
sin atender a su bienestar particular, aun contra su voluntad e incluso con la
violencia. En esta sociedad comunista, tanto la moral como el orden jurídico
serían una simple emanación exclusiva del sistema económico contemporáneo, es
decir, de origen terreno, mudable y caduco. En una palabra: se pretende
introducir una nueva época y una nueva civilización, fruto exclusivo de una
evolución ciega: «una humanidad sin Dios».
13. Cuando todos
hayan adquirido, finalmente, las cualidades personales requeridas para llevar a
cabo esta clase de humanidad en aquella situación utópica de una sociedad sin
diferencia alguna de clases, el Estado político, que ahora se concibe
exclusivamente come instrumento de dominación capitalista sobre el
proletariado, perderá necesariamente su razón de ser y se «disolverá»; sin
embargo, mientras no se logre esta bienaventurada situación, el Estado y el
poder estatal son para el comunismo el medio más eficaz y más universal para
conseguir su fin.
14. ¡He aquí,
venerables hermanos, el pretendido evangelio nuevo que el comunismo bolchevique
y ateo anuncia a la humanidad como mensaje de salud y redención! Un sistema lleno
de errores y sofismas, contrario a la razón y a la revelación divina; un
sistema subversivo del orden social, porque destruye las bases fundamentales de
éste; un sistema desconocedor del verdadera origen, de la verdadera naturaleza
y del verdadero fin del Estado; un sistema, finalmente, que niega los derechos,
la dignidad y la libertad de la persona humana.
Difusión
Deslumbradoras
promesas
15. Pero ¿a qué se
debe que un sistema semejante, científicamente superado desde hace mucho tiempo
y refutado por la realidad práctica, se difunda tan rápidamente por todas las
partes del mundo? La explicación reside en el hecho de que son muy pocos los
que han podido penetrar la verdadera naturaleza y los fines reales del
comunismo; y son mayoría, en cambio, los que ceden fácilmente a una tentación
hábilmente presentada bajo el velo de promesas deslumbradoras. Con el pretexto
de querer solamente mejorar la situación de las clases trabajadoras, suprimir
los abusos reales producidos por la economía liberal y obtener una más justa
distribución de los bienes terrenos (fines, sin duda, totalmente legítimos), y
aprovechando principalmente la actual crisis económica mundial, se consigue
atraer a la zona de influencia del comunismo aun a aquellos grupos sociales que
por principio rechazan todo materialismo y todo terrorismo. Y como todo error
contiene siempre una parte de verdad, esta parte de verdad que hemos indicado,
expuesta arteramente en condiciones de tiempo y lugar, aptas para disimular,
cuando conviene la crudeza repugnante e inhumana de los principios y métodos
del comunismo bolchevique, seduce incluso a espíritus no vulgares, que llegan a
convertirse en apóstoles de jóvenes inteligentes poco preparados todavía para
advertir los errores intrínsecos del comunismo. Los pregoneros del comunismo
saben aprovecharse también de los antagonismos de raza, de las divisiones y
oposiciones de los diversos sistemas políticos y hasta de la desorientación en
el campo de la ciencia sin Dios para infiltrarse en las universidades y corroborar
con argumentos seudocientíficos los principios de su doctrina.
El liberalismo ha
preparado el camino del comunismo
16. Para explicar
mejor cómo el comunismo ha conseguido de las masas obreras la aceptación, sin
examen, de sus errores, conviene recordar que estas masas obreras estaban ya
preparadas para ello por el miserable abandono religioso y moral a que las
había reducirlo en la teoría y en la práctica la economía liberal. Con los
turnos de trabajo, incluso dominicales, no se dejaba tiempo al obrero para
cumplir sus más elementales deberes religiosos en los días festivos; no se tuvo
preocupación alguna para construir iglesias junto a las fábricas ni para
facilitar la misión del sacerdote; todo lo contrario, se continuaba promoviendo
positivamente el laicismo. Se recogen, por tanto, ahora los frutos amargos de
errores denunciados tantas veces por nuestras predecesores y por Nos mismo. Por
esto, ¿puede resultar extraño que en un mundo tan hondamente descristianizado
se desborde el oleaje del error comunista?
Amplia y astuta
propaganda
17. Existe, además,
otra causa de esta tan rápida difusión de las ideas comunistas, infiltradas
secretamente en todos los países, grandes y pequeños, cultos e incivilizados, y
en los puntos más extremos de la tierra; una propaganda realmente diabólica,
cual el mundo tal vez nunca ha conocido; propaganda dirigida desde un solo
centro y adaptada hábilmente a las condiciones peculiares de cada pueblo;
propaganda que dispone de grandes medios económicos, de numerosas organizaciones,
de congresos internacionales, de innumerables fuerzas excelentemente
preparadas; propaganda que se hace a través de la prensa, de hojas sueltas, en
el cinematógrafo y en el teatro, por la radio, en las escuelas y hasta en las
universidades, y que penetra poco a poco en todos los medios sociales, incluso
en los más sanos, sin que éstos adviertan el veneno que está intoxicando a
diario las mentes y los corazones.
Conspiración del
silencio en la prensa
18. La tercera causa,
causa poderosa, de esta rápida difusión del comunismo es, sin duda alguna, la
conspiración del silencio que en esta materia está realizando una gran parte de
la prensa mundial no católica. Decimos conspiración porque no se puede explicar
de otra manera el hecho de que un periodismo tan ávido de publicar y subrayar
aun los más menudos incidentes cotidianos haya podido pasar en silencio durante
tanto tiempo los horrores que se cometen en Rusia, en México y también en gran
parte de España, y, en cambio, hable relativa.,mente tan poco de una
organización mundial tan vasta como es el comunismo moscovita. Este silencio,
como tos dos saben, se debe en parte a ciertas razones políticas, poco
previsoras, que lo exigen —así se afirma—, y está mandado y apoyado por varias
fuerzas ocultas que desde hace mucho tiempo tratan de destruir el orden social
y político cristiano.
Efectos dolorosos
Rusia y México
19. Mientras tanto,
los dolorosos efectos de esta propaganda están a la vista de todos. En las
regiones en que el comunismo ha podido consolidarse y dominar —Nos pensamos
ahora con singular afecto paterno en los pueblos de Rusia y de México—,se ha
esforzado con toda clase de medios por destruir (lo proclama abiertamente)
desde sus cimientos la civilización y la religión cristiana y borrar totalmente
su recuerdo en el corazón de los hombres, especialmente de la juventud. Obispos
y sacerdotes han sido desterrados, condenados a trabajos forzados, fusilados y
asesinados de modo inhumano; simples seglares, por haber defendido la religión,
han sido considerados como sospechosos, han sido vejados, perseguidos,
detenidos y llevados a los tribunales.
Horrores del
comunismo en España
20. También en las
regiones en que, como en nuestra queridísima España, el azote comunista no ha
tenido tiempo todavía para hacer sentir todos los efectos de sus teorías, se ha
desencadenado, sin embargo, como para desquitarse, con una violencia más
furibunda. No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro
convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias,
todos los conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin
reparar en el valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El
furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes,
de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a
aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros,
sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y
condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos
o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es
realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran
creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga buen juicio,
ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad pública, puede dejar
de temblar si piensa que lo que hoy sucede en España tal vez podrá repetirse
mañana en otras naciones civilizadas.
Frutos naturales del
sistema
21. No se puede
afirmar que estas atrocidades sean un fenómeno transitorio que suele acompañar
a todas las grandes revoluciones o excesos aislados de exasperación comunes a
toda guerra; no, son los frutos naturales de un sistema cuya estructura carece
de todo freno interno. El hombre, como individuo y como miembro de la sociedad,
necesita un freno. Los mismos pueblos bárbaros tuvieron este freno en la ley
natural, grabada por Dios en el alma de cada hombre. Y cuando esta ley natural
fue observada por todos con un sagrado respeto, la historia presenció el
engrandecimiento de antiguas naciones, engrandecimiento tan esplendoroso que
deslumbraría más de lo conveniente a ciertos hombres de estudios que
considerasen superficialmente la historia humana. Pero, cuando se arranca del
corazón de los hombres la idea misma de Dios, los hombres se ven impulsados
necesariamente a la moral feroz de una salvaje barbarie.
Lucha contra todo lo
divino
22. Y esto es lo que
con sumo dolor estamos presenciando: por primera vez en la historia asistimos a
una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es
divino (cf. 2Tes 2,4). Porque el comunismo es por su misma naturaleza
totalmente antirreligioso y considera la religión como el «opio del pueblo», ya
que los principios religiosos, que hablan de la vida ultraterrena, desvían al
proletariado del esfuerzo por realizar aquel paraíso comunista que debe
alcanzarse en la tierra.
El terrorismo
23. Pero la ley
natural y el Autor de la ley natural no pueden ser conculcados impunemente; el
comunismo no ha podido ni podrá lograr su intento ni siquiera en el campo
puramente económico. Es cierto que en Rusia ha contribuido no poco a sacudir a
los hombres y a las instituciones de una larga y secular inercia y que ha logrado
con el uso de toda clase de medios, frecuentemente inmorales, algunos éxitos
materiales; pero no es menos cierto, tenemos de ello testimonios cualifica-dos
y recentísimos, que de hecho ni siquiera en el campo económico ha logrado los
fines que había prometido, sin contar, por supuesto, la esclavitud que el
terrorismo ha impuesto a millones de hombres. Hay que repetirlo: también en el
campo económico es necesaria una moral, un sentimiento moral de la
responsabilidad, los cuales, ciertamente, no tienen cabida en un sistema
cerradamente materialista como el comunismo. Para sustituir este sentimiento
moral no queda otro sustitutivo que el terrorismo que presenciamos en Rusia,
donde los antiguos camaradas de conjuración y de lucha se eliminan mutuamente; terrorismo
que, por otra parte, no consigue contener, no ya la corrupción de la moral,
pero ni siquiera la disolución del organismo social.
Recuerdo paterno de
los pueblos oprimidos en Rusia
24. Sin embargo, no
queremos en modo alguno condenar globalmente a los pueblos de la Unión
Soviética, por los que sentimos el más vivo afecto paterno. Sabemos que no
pocos pueblos de Rusia gimen bajo el duro yugo impuesto a la fuerza por
hombres, en su mayoría, extraños a los verdaderos intereses del país, y
reconocemos que otros muchos han sido engañados con falaces esperanzas. Nos
condenamos el sistema, a sus autores y defensores, quienes han considerado a
Rusia como el terreno más apto para realizar un sistema elaborado hace mucho
tiempo y desde Rusia extenderlo por todo el mundo.
III. OPUESTA Y
LUMINOSA DOCTRINA DE LA IGLESIA
25. Expuestos los
errores y los métodos violentos y engañosos del comunismo bolchevique y ateo,
es hora ya, venerables hermanos, de situar brevemente frente a éste la
verdadera noción de la civitas humana, de la sociedad humana; esta noción no es
otra, como bien sabéis, que la enseñada por la razón y por la revelación por
medio de la Iglesia, Magistra gentium.
Suprema realidad:
¡Dios!
26. La afirmación
fundamental es ésta: por encima de toda otra realidad está el sumo, único y
supremo ser, Dios, Creador omnipotente de todas las cosas, juez sapientísimo de
todos los hombres. Esta suprema realidad, Dios, es la condenación más absoluta
de las insolentes mentiras del comunismo. Porque la verdad es que no porque los
hombres crean en Dios, existe Dios, sino que, porque Dios existe, creen en El y
elevan a El sus súplicas todos los hombres que no cierran voluntariamente los
ojos a la verdad.
El hombre y la
familia según la razón y la fe
27. En cuanto a lo
que la razón y la fe católica dicen del hombre, Nos hemos expuesto los puntos
fundamentales sobre esta materia en la encíclica sobre la educación cristiana
[13]. El hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona, dotada admirablemente
por el Creador con dones de cuerpo y de espíritu; es, en realidad, un verdadero
μιχρός χόσμος, como decían los antiguos, un «pequeño mundo» que supera
extraordinariamente en valor a todo el inmenso mundo inanimado. Dios es el
último fin exclusivo del hombre en la vida presente y en la vida eterna; la
gracia santificante, elevando al hombre al grado de hijo de Dios, lo incorpora
al reino de Dios en el Cuerpo místico de Cristo. Por consiguiente, Dios ha
enriquecido al hombre con múltiples y variadas prerrogativas: el derecho a la
vida y a la integridad corporal; el derecho a los medios necesarios para su
existencia; el derecho de tender a su último fin por el camino que Dios le ha
señalado; el derecho, finalmente, de asociación, de propiedad y del uso de la
propiedad.
28. Además, tanto el
matrimonio como su uso natural son de origen divino; de la misma manera, la
constitución y las prerrogativas fundamentales de la familia han sido
determinadas y fijadas por el Creador mismo, no por la voluntad humana ni por
los factores económicos. De estos puntos hemos hablado ampliamente en la
encíclica sobre el matrimonio cristiano [14] y en la encíclica, ya antes
citada, de la educación cristiana de la juventud.
Lo que es la sociedad
Derechos y deberes
mutuos entre el hombre y la sociedad
29. Pero Dios ha
ordenado igualmente que el hombre tienda espontáneamente a la sociedad civil,
exigida por la propia naturaleza humana. En el plan del Creador, esta sociedad
civil es un medio natural del que cada ciudadano puede y debe servirse para
alcanzar su fin, ya que el Estado es para el hombre y no el hombre para el
Estado. Afirmación que, sin embargo, no debe ser entendida en el sentido del
llamado liberalismo individualista, que subordina la sociedad a las utilidades
egoístas del individuo, sino sólo en el sentido de que, mediante la ordenada
unión orgánica con la sociedad, sea posible para todos, por la mutua
colaboración, la realización de la verdadera felicidad terrena, y, además, en
el sentido de que en la sociedad hallen su desenvolvimiento todas las
cualidades individuales y sociales insertas en la naturaleza humana, las cuales
superan el interés particular del momento y reflejan en la sociedad civil la
perfección divina; cosa que no puede realizarse en el hombre separado de toda
sociedad. Pero también estos fines están, en último análisis, referidos al
hombre, para que, reconociendo éste el reflejo de la perfección divina, sepa
convertirlo en alabanza y adoración del Creador. Sólo el hombre, la persona
humana y no las sociedades, sean las que sean, está dotado de razón y de
voluntad moralmente libre,
30. Ahora bien: de la
misma manera que el hombre no puede rechazar los deberes que le vinculan con el
Estado y han sido impuestos por Dios, y por esto las autoridades del Estado
tienen el derecho de obligar al ciudadano al cumplimiento coactivo de esos
deberes cuando se niega ilegítimamente a ello, así también la sociedad no puede
despojar al hombre de los derechos personales que le han sido concedidos por el
Creador —hemos aludido más arriba a los fundamentales— ni imposibilitar
arbitrariamente el uso de esos derechos. Es, por tanto, conforme a la razón y
exigencia imperativa de ésta, que, en último término, todas las cosas de la
tierra estén subordinadas corno medios a la persona humana, para que por medio
del hombre encuentren todas las cosas su referencia esencial al Creador. Al
hombre, a la persona humana, se aplica lo que el Apóstol de las Gentes escribe
a los corintios sobre el plan divino de la salvación cristiana: Todo es
vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1Cor 3,23). Mientras el
comunismo empobrece a la persona humana, invirtiendo los términos de la
relación entre el hombre y la sociedad, la razón y la revelación, por el
contrario, la elevan a una sublime altura.
El orden económico
-social
Ha la sido nuestro
predecesor, de feliz memoria, León XIII quien ha dado, por medio de su
encíclica social [15], los principios reguladores de la cuestión obrera y de
los problemas económicos y sociales; principios que Nos personalmente, por
medio de la encíclica sobre la restauración cristiana del orden social, henos
adaptado a las exigencias del tiempo presente[16]. En esta encíclica nuestra,
prosiguiendo la trayectoria de la doctrina secular de la Iglesia sobre el
carácter individual y social de la propiedad privada, Nos hemos definido
claramente el derecho y la dignidad del trabajo, las relaciones de apoyo mutuo
y de mutua ayuda que deben existir entre el capital y el trabajo y el salario
debido en estricta justicia al obrero para sí y para su familia,
31. Hemos demostrado,
además, en la mencionada encíclica que los medios para salvar al Estado actual
de la triste decadencia en que lo ha hundido el liberalismo amoral no consiste
en la lucha de clases y en el terrorismo ni en el abuso autocrático del poder
del Estado, sino en la configuración y penetración del orden económico y social
por los principios de la justicia social y de la caridad cristiana. Hemos
advertido también que hay que lograr la verdadera prosperidad de los pueblos
por medio de un sano corporativismo que respete la debida jerarquía social; que
es igualmente necesaria la unidad armónica y coherente de todas las
asociaciones para que puedan tender todas ellas al bien común del Estado, y
que, por consiguiente, la misión genuina y peculiar del poder político consiste
en promover eficazmente esta armoniosa coordinación de todas las fuerzas
sociales.
Jerarquía social y
prerrogativas del Estado
32. Para lograr
precisamente este orden tranquilo por medio de la colaboración de todos, la
doctrina católica reivindica para el Estarlo toda la dignidad y toda la
autoridad necesarias para defender con vigilante solicitud, como frecuentemente
enseñan la Sagrada Escritura y los Santos Padres, todos los derechos divinos y
humanos. Y aquí se hace necesaria una advertencia: es errónea la afirmación de
que todos los ciudadanos tienen derechos iguales en la sociedad civil y no
existe en el Estado jerarquía legítima alguna. Bástenos recordara este
propósito las encíclicas de León XIII antes citadas, especialmente las
referentes a la autoridad política [17] y a la constitución cristiana del
Estado[18]. En estas encíclicas encuentran los católicos luminosamente
expuestos los principios de la razón y de la fe, que los capacitarán para
defenderse contra los peligrosos errores de la concepción comunista del Estado.
La expoliación de los derechos personales y la consiguiente esclavitud del
hombre; la negación del origen trascendente supremo del Estado y del poder
político; el criminal abuso del poder público para ponerle al servicio del
terrorismo colectivo, son hechos radical y absolutamente contrarios a las
exigencias de la ética natural y a la voluntad divina del Creador. El hombre,
lo mismo que el Estado, tiene su origen en el Creador, y el hombre y el Estado
están por Dios mutuamente ordenados entre sí; por consiguiente, ni el ciudadano
ni el Estado pueden negar los deberes correlativos que pesan sobre cada uno de
ellos, ni pueden negar o disminuir los derechos del otro. Ha sido el Creador en
persona quien ha regulado en sus líneas fundamentales esta mutua relación entre
el ciudadano y la sociedad, y es, por tanto, una usurpación totalmente injusta
la que se arroga el comunismo al sustituir la ley divina, basada sobre los inmutables
principios de la verdad y de la caridad, por un programa político de partido,
derivado del mero capricho humano y saturado de odio.
Belleza de esta
doctrina de la Iglesia
33. La Iglesia
católica, al enseñar los capítulos fundamentales de esta luminosa doctrina, no
tiene otro fin que el de realizar el feliz anuncio cantado por los ángeles
sobre la gruta de Belén al nacer el Redentor: Gloria a Dios... y paz a los
hombres (Lc 2,14), y procurar a los hombres, aun en esta vida presente, toda la
suma de paz verdadera y auténtica felicidad que son aquí posibles como
preparación para la bienaventuranza eterna; pero solamente para los hombres de
buena voluntad. Esta doctrina está igualmente alejada de los pésimos efectos de
los errores comunistas y de todas las exageraciones y pretensiones de los
partidos o sistemas políticos que aceptan esos errores, porque respeta siempre
el debido equilibrio entre la verdad y la justicia, lo defiende en la teoría y
lo aplica y promueve en la práctica. Cosa que consigue la Iglesia conciliando
armónicamente los derechos y los deberes de unos y otros, como, por ejemplo, la
autoridad con la libertad, la dignidad del individuo con la dignidad del
Estado, la personalidad humana en el súbdito, y, por consiguiente, la
obediencia debida al gobernante con la dignidad de quienes son representantes
de la autoridad divina; igualmente, el amor ordenado de sí mismo, de la familia
y de la patria con el amor de las demás familias y de los demás pueblos,
fundado en el amor de Dios, Padre de todos, primer principio y último fin de
todas las cosas. Esta doctrina católica no separa la justa preocupación por los
bienes temporales de la solicitud activa por los bienes eternos. Si subordina
el bien temporal al eterno, según la palabra de su divino Fundador: Buscad
primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por
añadidura (Mt 6,33) está, sin embargo, bien lejos de desinteresarse de las
cosas humanas y de perjudicar el progreso de la sociedad y sus ventajas
temporales; porque, todo lo contrario, esta doctrina sostiene y promueve esta
actividad del modo más racional y más eficaz posible. La Iglesia, en efecto,
aunque nunca ha presentado como suyo un determinado sistema técnico en el campo
de la acción económica y social, por no ser ésta su misión, ha fijado, sin
embargo, claramente las principales líneas fundamentales, que si bien son
susceptibles de diversas aplicaciones concretas, según las diferentes
condiciones de tiempos, lugares y pueblos, indican, sin embargo, el camino seguro
para obtener un feliz desarrollo progresivo del Estado.
34. La gran sabiduría
y extraordinaria utilidad de esta doctrina está admitida por todos los que
verdaderamente la conocen. Con razón han podido afirmar insignes estadistas
que, después de haber estudiado los diversos sistemas económicos, no habían
hallado nada más razonable que los principios económicos expuestos en las
encíclicas Rerum novarum y Quadragesimo anno. También en las naciones
cristianas no católicas, más aún, en naciones no cristianas, se reconoce la
extraordinaria utilidad que para la sociedad humana representa la doctrina
social de la Iglesia; así, hace ahora apenas un mes, un eminente hombre
político no cristiano del Extremo Oriente ha opinado sin vacilación que la Iglesia,
con su doctrina de paz y de fraternidad cristiana, aporta una contribución
valiosísima al establecimiento y mantenimiento de una paz constructiva entre
las naciones. E incluso los mismos comunistas —cosa que sabemos por relaciones
fidedignas que afluyen de todas partes a este centro de la cristiandad—, si no
están totalmente corrompidos, cuando oyen la exposición de la doctrina social
de la Iglesia reconocen la radical superioridad de ésta sobre las doctrinas de
sus jerarcas y maestros. Solamente los espíritus cegados por la pasión y por el
odio cierran sus ojos a la luz de la verdad y la combaten obstinadamente.
La Iglesia ha obrado
conforme a esta doctrina
35. Pero los enemigos
de la Iglesia, aunque obligados a reconocer la superior sabiduría de la doctrina
católica, acusan, sin embargo, a la Iglesia de no haber sabido obrar de acuerdo
con sus principios, y por esto afirman que hay que buscar otros caminos. Toda
la historia del cristianismo demuestra la falsedad y la injusticia de esta
acusación. Porque, limitando nuestra breve exposición a algún hecho histórico
característico, ha sido el cristianismo el primero en proclamar, en una forma y
con una amplitud y firmeza hasta entonces desconocidas, la verdadera y
universal fraternidad de todos los hombres, de cualquier condición y estirpe,
contribuyendo así poderosamente a la abolición eficaz de la esclavitud, no con
revoluciones sangrientas, sino por la fuerza intrínseca de su doctrina, que a
la soberbia patricia romana hacía ver en su esclava una hermana en Cristo.
36. Ha sido también
el cristianismo, este cristianismo que enseña a adorar al Hijo de Dios hecho
hombre por amor de los hombres y convertido en hijo del artesano, más aún,
hecho artesano El mismo (Mt 13,55; Mc 6,3), el que elevó el trabajo del hombre
a su verdadera dignidad; ese trabajo que era entonces tan despreciado, que el
mismo M. T. Cicerón, hombre prudente y justo por otra parte, calificó,
resumiendo la opinión general de su tiempo, con unas palabras de las que hoy
día se avergonzaría cualquier sociólogo: «Todos los trabajadores se ocupan en
oficios despreciables, porque en un taller no puede haber nada noble» [19].
37. Basándose en
estos principios, la Iglesia regeneró la sociedad humana; con la eficacia de su
influjo surgieron obras admirables de caridad y poderosas corporaciones de
artesanos y trabajadores de toda categoría, corporaciones despreciadas como
residuo medieval por el liberalismo del siglo pasado, pero que son hoy día la
admiración de nuestros contemporáneos, que en muchos países tratan de hacer
revivir de algún modo su idea fundamental. Y cuando ciertas corrientes
obstaculizaban la obra de la Iglesia y se oponían a la eficacia bienhechora de
ésta, la Iglesia no cesó nunca, hasta nuestros días, de avisar a los
equivocados. Baste recordar la firme constancia con que nuestro predecesor, de
feliz memoria, León XIII reivindicó para las clases trabajadoras el derecho de
asociación, que el liberalismo dominante en los Estados más poderosos se
empeñaba en negarles. Y este influjo de la doctrina de la Iglesia es también
actualmente mayor de lo que algunos piensan, porque el influjo directivo de las
ideas sobre los hechos es muy grande, aunque resulte difícil la medida exacta
de su valoración.
38. Se puede afirmar,
por tanto, con toda certeza, que la Iglesia, como Cristo, su fundador, pasa a
través de los siglos haciendo el bien a todos. No habría ni socialismo ni
comunismo si los gobernantes de los pueblos no hubieran despreciado las
enseñanzas y las maternales advertencias de la Iglesia; pero los gobiernos
prefirieron construir sobre las bases del liberalismo y del laicismo otras
estructuras sociales, que, aunque a primera vista parecían presentar un aspecto
firme y grandioso, han demostrado bien pronto, sin embargo, su carencia de sólidos
fundamentos, por lo que una tras otra han ido derrumbándose miserablemente,
como tiene que derrumbarse necesariamente todo lo que no se apoya sobre la
única piedra angular, que es Jesucristo.
Necesidad de recurrir
a medios de defensa
39. Esta es, venerables
hermanos, la doctrina de la Iglesia, la única doctrina que, como en todos los
demás campos, también en el terreno social puede traer la verdadera luz y ser
la salvación frente a la ideología comunista. Pero es absolutamente necesario
que esta doctrina se proyecte cada vez más en la vida práctica, conforme al
aviso del apóstol Santiago: Poned en práctica la palabra y no os contentéis
sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos (St 1,22); por esto, lo más
urgente en la actualidad es aplicar con energía los oportunos remedios para
oponerse eficazmente a la amenazadora catástrofe que se está preparando, Nos
albergamos la firme confianza de que la pasión con que los hijos de las
tinieblas trabajan día y noche en su propaganda materialista y atea servirá
para estimular santamente a los hijos de la luz a un celo no desemejante, sino
mayor, por el honor de la Majestad divina.
40. ¿Qué es, pues, lo
que hay que hacer? ¿De qué remedios es necesario servirse para defender a
Cristo y la civilización cristiana contra este pernicioso enemigo? Como un
padre con sus hijos en el seno del hogar, Nos queremos conversar con todos
vosotros en la intimidad acerca de los deberes que la gran lucha de nuestros
días impone a todos los hijos de la Iglesia; avisos que deseamos dirigir
también a todos aquellos hijos que han abandonado la casa paterna.
Renovación de la vida
cristiana
Remedio fundamental
41. Como en todos los
períodos más borrascosos de la historia de la Iglesia, así también hoy el
remedio fundamental, base de todos los demás remedios, es una sincera
renovación de la vida privada y de la vida pública según los principios del
Evangelio en todos aquellos que se glorían de pertenecer al redil de Cristo,
para que sean realmente de esta manera la sal de la tierra que preserve a la
sociedad humana de la total corrupción moral.
42. Con ánimo
profundamente agradecido al Padre de las luces, de quien desciende todo buen
don y toda dádiva perfecta (St 1,17) vemos por todas partes síntomas
consoladores de esta renovación espiritual, no sólo en tantas almas
singularmente elegidas que en estos últimos años han subido a la alta cumbre de
la más sublime santidad, y en tantas otras, cada día más numerosas, que
generosamente caminan hacia esta misma luminosa meta, sino también en el
reconocimiento de una piedad sentida y vivida prácticamente en todas las clases
de la sociedad, incluso en las más cultas, como hemos hecho notar en nuestro
reciente «motu proprio» In multis solaciis, del 28 de octubre pasado, con
ocasión de la reorganización de la Academia Pontificia de las Ciencias [20].
43. No portemos, sin
embargo, negar que queda todavía mucho por hacer en este camino de la
renovación espiritual. Porque incluso en los mismos países católicos son
demasiados los católicos que lo son casi de solo nombre; demasiados los que, si
bien cumplen con mayor o menor fidelidad las prácticas más esenciales de la
religión que se glorían de profesar, no se preocupan sin embargo, de conocerla
mejor ni de adquirir una convicción más íntima y profunda, y menos aún de hacer
que a la apariencia exterior de la religión corresponda el interno esplendor de
una conciencia recta y pura, que siente y cumple todos sus deberes bajo la
mirada de Dios. Sabemos muy bien el gran aborrecimiento que el divino Salvador
siente frente a esta vana y falaz exterioridad, El que quería que todos
adorasen al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,23). Quien no ajusta
sinceramente su vida práctica a la fe que profesa, no podrá mantenerse a salvo
durante mucho tiempo hoy, cuando sopla tan fuerte el viento de la lucha y de la
persecución, sino que se verá arrastrado miserablemente por este nuevo diluvio
que amenaza al mundo; y así, mientras prepara su propia ruina, expondrá también
al ludibrio el honor del cristianismo.
Despego de los bienes
terrenos
44. Y aquí queremos,
venerable hermanos, insistir específicamente sobre dos enseñanzas del Señor,
que responde modo particular a la actual situación del género humano: el
desprendimiento de los bienes terrenos y el precepto de la caridad.
Bienaventurados los pobres de espíritu; éstas fueron la primeras palabras
pronunciadas por el divino Maestro en su Sermón de h Montaña (Mt 5,3). Esta
lección fundamenta es más necesaria que nunca en estos tiempos de materialismo,
sediento di bienes y placeres terrenales. Todos los cristianos, ricos y pobres,
deben tener siempre fija su mirada era el cielo, recordando que no tenemos aquí
ciudad permanente, sino que buscamos la futura (Heb 13,14). Los ricos no deben
poner su felicidad en las riquezas de la tierra ni enderezar sus mejores
esfuerzos a conseguirlas, sino que, considerándose como simples administradores
de las riquezas, que han de dar estrecha cuenta de ellas al supremo dueño,
deben usar de ellas cono de preciosos medios que Dios les otorgó para ejercer
la virtud, y no dejar de distribuir a los pobres los bienes superfluos, según
el precepto evangélico (cf. Lc 11,41). De lo contrario, se cumplirá con ellos y
en sus riquezas la severa sentencia del apóstol Santiago: Vosotros, ricos, llorad
a gritos sobre las miserias que os amenazan. Vuestra riqueza está podrida;
vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata,
comidos del orín, y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras
carnes como fuego. Habéis atesorado [ira] para los últimos días (St 5, 1-3)
45. Los pobres, por
su parte, en medio de sus esfuerzos, guiados por las leyes de la caridad y de
la justicia, para proveerse de lo necesario y para mejorar su condición social,
deben también ellos permanecer siempre pobres de espíritu (Mt 5,3), estimando
más los bienes espirituales que los goces terrenos. Tengan además siempre
presente que nunca se conseguirá hacer desaparecer del mundo las miserias, los
dolores y las tribulaciones, a los que están sujetos también los que
exteriormente aparecen como más afortunados. La paciencia es, pues, necesaria
para todos; esa paciencia que mantiene firme el espíritu, confiado en las
divinas promesas de una eterna felicidad. Tened, pues, paciencia, hermanos —os
decimos también con el apóstol Santiago—, hasta la venida del Señor. Ved cómo
el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda con
paciencia las lluvias tempranas y las tardías. Aguardad también vosotros con
paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está
cercana (St 5,7-8).Sólo así se cumplirá la consoladora promesa del Señor:
Bienaventurados los pobres. Y no es éste un consuelo vano, corno las promesas
de los comunistas, sino que son palabras de vida eterna, que encierran la
suprema realidad de la vida y que se realizan plenamente aquí en la tierra y
después en la eternidad. ¡Cuántos pobres, confiados en estas palabras y en la
esperanza del reino de los cielos proclamado ya como propiedad suya en el
Evangelio, porque vuestro es el reino de los cielos (Lc 6.20)—, hallan en su
pobreza una felicidad que tantos ricos no pueden encontrar en sus riquezas, por
estar siempre inquietos y siempre agitados por la codicia de mayores aumentos.
Caridad cristiana
46. Más importante
aún para remediar el mal de que tratamos es el precepto de la caridad, que
tiende por su misma naturaleza a realizar este propósito. Nos nos referimos a
esa caridad cristiana, paciente y benigna (1Cor 13,4), que evita toda
ostentación y todo aire de envilecedor proteccionismo del prójimo; esa caridad
que desde los mismos comienzos del cristianismo ganó para Cristo a los más
pobres entre los pobres, los esclavos. Y en este campa damos las mayores
gracias a todos aquellos que, consagrados a las obras de beneficencia, tanto en
las Conferencias de San Vicente de Paúl como en las grandes y recientes
organizaciones de asistencia social, han ejercitado y ejercitan las obras de
misericordia corporal y espiritual. Cuanto más experimenten en sí mismos los
obreros y los pobres lo que el espíritu de caridad, animado por la virtud de
Cristo, hace por ellos, tanto más se despojarán del prejuicio de que la Iglesia
ha perdido su eficacia y de que está de parte de quienes explotan el trabajo
del obrero.
47. Pero cuando
vemos, por una parte, a una innumerable muchedumbre de necesitados que, por
diversas causas, ajenas totalmente a su voluntad, se hallan oprimidos realmente
por una extremada miseria, y vemos, por otra, a tantos hombres que, sin
moderación alguna, gastan enormes sumas en diversiones y cosas totalmente
inútiles, no podemos menos de reconocer, con un inmenso dolor, que no sólo no
se respeta como es debido la justicia, sino que, además, no se ha profundizado
suficientemente en las exigencias que el precepto de la caridad cristiana
impone al cristiano en su vida diaria.
48. Queremos, por
tanto, venerables hermanos, que se exponga sin descanso, de palabra y por
escrito, este divino precepto, precioso distintivo dejado por Cristo a sus
verdaderos discípulos; este precepto, que nos enseña a ver en los que sufren al
mismo Jesús en persona y que nos manda amar a todos los hombres como a nuestros
hermanos con el mismo amor con que el divino Salvador nos ha amado; es decir,
hasta el sacrificio de nuestros bienes y, si es necesario, aun de la propia
vida. Mediten todos con frecuencia aquellas palabras, consoladoras por una
parte, pero terribles por otra, de la sentencia final que pronunciará el juez
supremo en el día del juicio final: Venid, benditos de mi Padre..., porque luce
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber... En verdad os
digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí
me lo hicisteis (Mt 25,34-40). Y, por el contrario: Apartaos de mí, malditos,
al fuego eterno..., porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y
no me disteis de beber... En verdad os digo que, cuando dejasteis de hacer eso
con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis (Mt 25, 41-45).
49. Para asegurar,
por tanto, la vida eterna y para socorrer eficazmente a los necesitados, es
absolutamente necesario volver a un tenor de vida más modesto; es necesario
renunciar a los placeres, muchas veces pecaminosos, que el mundo ofrece hoy día
con tanta abundancia; es necesario, finalmente, olvidarse de sí mismo por amor
al prójimo. Este precepto nuevo (Jn 13,34)de la caridad cristiana posee una
virtud divina para regenerar a los hombres, y su fiel observancia infundirá en
los corazones una paz interna desconocida para la vida de sentidos de este
mundo y remediará eficazmente los males que afligen hoy a la humanidad.
Deberes de estricta
justicia
50. Pero la caridad
no puede atribuirse este nombre si no respeta las exigencias de la justicia,
porque, como enseña el Apóstol, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. El
mismo Apóstol explica a continuación la razón ele este hecho: pues «no
adulterarás, no matarás, no robarás...», y cualquier otro precepto en esta
sentencia se resume: «Amarás al prójimo como a ti mismo» (Rom 13,8-9) . Si, pues,
según el Apóstol, todos los deberes, incluso los más estrictamente
obligatorios, como el no matar y el no robar, se reducen a este único precepto
supremo de la verdadera caridad, una caridad que prive al obrero del salario al
que tiene estricto derecho no es caridad, sino nombre vano y mero simulacro de
caridad. No es justo tampoco que el obrero reciba como limosna lo que se le
debe por estricta obligación de justicia; y es totalmente ilícita la pretensión
de eludir con pequeñas dádivas de misericordia las grandes obligaciones
impuestas por la justicia. La caridad y la justicia imponen sus deberes
específicos, los cuales, si bien con frecuencia coinciden en la identidad del
objeto, son, sin embargo, distintos por su esencia; y los obreros, por razón de
su propia dignidad, exigen enérgicamente, con todo derecho y razón, el
reconocimiento por todos de estos deberes a que están obligados con respecto a
ellos los demás ciudadanos.
51. Por esta razón,
Nos nos dirigimos de un modo muy particular a vosotros, patronos e industriales
cristianos, cuya tarea es a menudo tan difícil, porque habéis recibido la
herencia de los errores de un régimen económico injusto que ha ejercitado su
ruinoso influjo sobre tantas generaciones; tened clara conciencia de vuestra
responsabilidad. Es un hecho lamentable, pero cierto: la conducta práctica de
ciertos católicos ha contribuido no poco a la pérdida de confianza de los
trabajadores en la religión de Jesucristo. No quisieron estos católicos
comprender que la caridad cristiana exige el reconocimiento de ciertos derechos
debidos al obrero, derechos que la Iglesia ha reconocido y declarado
explícitamente como obligatorios. ¿Cómo calificar la conducta de ciertos
católicos, que en algunas partes consiguieron impedir la lectura de nuestra
encíclica Quadragesimo anno en sus iglesias patronales? ¿Cómo juzgar la actitud
de ciertos industriales católicos, que se han mostrado hasta hoy enemigos
declarados de un movimiento obrero recomendado por Nos mismo? ¿No es acaso
lamentable que el derecho de propiedad, reconocido por la Iglesia, haya sido
usurpado para defraudar al obrero de su justo salario y de sus derechos
sociales?
Justicia social
52. Porque es un
hecho cierto que, al lado de la justicia conmutativa, hay que afirmar la
existencia de la justicia social, que impone deberes específicos a los que ni
los patronos ni los obreros pueden sustraerse. Y es precisamente propio de la
justicia social exigir de los individuos todo lo que es necesario para el bien
común. Ahora bien: así como un organismo viviente no se atiende suficientemente
a la totalidad del organismo si no se da a cada parte y a cada miembro lo que
éstos necesitan para ejercer sus funciones propias, de la misma manera no se
puede atender suficientemente a la constitución equilibrada del organismo
social y al bien de toda la sociedad si no se da a cada parte y a cada miembro,
es decir, a los hombres, dotados de la dignidad de persona, todos los medios
que necesitan para cumplir su función social particular. El cumplimiento, por
tanto, de los deberes propios de la justicia social tendrá como efecto una
intensa actividad que, nacida en el seno de la vida económica, madurará en la
tranquilidad del orden y demostrará la entera salud del Estado, de la misma
manera que la salud del cuerpo humano se reconoce externamente en la actividad
inalterada y, al mismo tiempo, plena y fructuosa de todo el organismo.
53. Pero no se
cumplirán suficientemente las exigencias de la justicia social si los obreros
no tienen asegurado su propio sustento y el de sus familias con un salario
proporcionado a esta doble condición; si no se les facilita la ocasión ele
adquirir un modesto patrimonio que evite así la plaga del actual pauperismo
universal; si no se toman, finalmente, precauciones acertadas en su favor, por
medio de los seguros públicos o privados, para el tiempo de la vejez, de la
enfermedad o del paro forzoso. En esta materia conviene repetir lo que hemos
dicho en nuestra encíclica Quadragesimo anno: «La economía social estará
sólidamente constituida y alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno
se provea de todos los bienes que las riquezas y subsidios naturales, la
técnica y la constitución social de la economía pueden producir. Esos bienes
deben ser suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades y honestas
comodidades y elevar a los hombres a aquella condición de vida más feliz que,
administrada prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la favorece
en gran número» [21].
54. Y si, como sucede
cada día con mayor frecuencia, en el régimen de salario los particulares no
pueden satisfacer las obligaciones de la justicia, si no es con la exclusiva
condición previa de que todos ellos convengan en practicarla conjuntamente
mediante instituciones que unan entre sí a los patronos —para evitar entre
éstos una concurrencia de precios incompatible con los derechos de los
trabajadores—, es deber de los empresarios y patronos en estas situaciones
sostener y promover las instituciones necesarias que constituyan el medio
normal para poder cumplir los deberes de la justicia. Pero también los
trabajadores deben tener siempre presente sus obligaciones de caridad y de
justicia para con los patronos, y deben convencerse de que de esta manera
pondrán a salvo con mayor eficacia sus propios intereses.
55. Quien considere,
por tanto, la estructura total de la vida económica —como ya advertimos en
nuestra encíclica Quadragesimo anno— , comprenderá que la conjunta colaboración
de la justicia y de la caridad no podrá influir en las relaciones económicas y
sociales si no es por medio de un cuerpo de instituciones profesionales e
interprofesionales basadas sobre el sólido fundamento de la doctrina cristiana,
unidas entre sí y que constituyan, bajo formas diversas adaptadas a las condiciones
de tiempo y lugar, lo que antiguamente recibía el nombre de corporaciones.
Estudio y difusión de
la doctrina social
56. Para dar a esta
acción social mayor eficacia es absolutamente necesario promover todo lo
posible el estudio de los problemas sociales a la luz de la doctrina de la
Iglesia y difundir por todas partes las enseñanzas de esa doctrina bajo la
égida de la autoridad constituida por Dios en la misma Iglesia. Porque, si el
modo de proceder de algunos católicos ha dejado que desear en el campo
económico y social, la causa de este defecto ha sido con frecuencia la
insuficiente consideración de las enseñanzas dadas por los Sumos Pontífices en
esta materia. Por esto es sumamente necesario que en todas las clases sociales
se promueva una más intensa formación en las ciencias sociales, adaptada en su
medida personal al diverso grado de cultura intelectual; y es sumamente
necesario también que se procure con toda solicitud e industria la difusión más
amplia posible de las enseñanzas de la Iglesia aun entre a clase obrera. Que
las enseñanzas sociales de la Iglesia católica iluminen con la plenitud de su
luz a todos los espíritus y muevan las voluntades de todos a seguirlas y
aplicarlas como norma segura de vida que impulse al cumplimiento concienzudo de
los múltiples deberes sociales. Así se evitará esa inconsecuencia y esa
inconstancia en la vida cristiana que Nos hemos lamentado más de una vez y que
hacen que algunos católicos, aparentemente fieles en el cumplimiento de sus
estrictos deberes religiosos, luego en el campo del trabajo, de la industria y
de la profesión, o en el comercio, o en el ejercicio de sus funciones públicas,
por un deplorable desdoblamiento de la conciencia, lleven una vida demasiado
contraria a las claras normas de la justicia y de la caridad cristiana, dando
así grave escándalo a los espíritus débiles y ofreciendo a los malos un fácil
pretexto para desacreditar a la propia Iglesia.
57. A esta renovación
de la moral cristiana puede contribuir extraordinariamente la propagación de la
prensa católica. La prensa católica debe, en primar lugar, fomentar el
conocimiento más amplio cada día de la doctrina socia de la Iglesia de un modo
variado y atrayente; debe, en segundo lugar, denunciar con exactitud, pero
también con la debida extensión, la actividad de los enemigos y señalar los
medios de lucha que han demostrado ser más eficaces por la experiencia repetida
en muchas naciones; debe, por último, proponer útiles sugerencias para poner en
guardia a los lectores contra los astutos engaños con que los comunistas han
intentado y sabido atraerse incluso a hombres de buena fe.
Precaverse contra las
insidias que usa el comunismo
58. Aunque ya hemos
insistido sobre estos puntos en nuestra alocución de 12 de mayo del año pasado,
juzgamos, sin embargo, necesario, venerados hermanos, volver a llamar vuestra
atención sobre ellos de modo particular. Al principio, el comunismo se
manifestó tal cual era en toda su criminal perversidad; pero pronto advirtió
que de esta manera alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de
táctica y procura ahora atraerse las muchedumbres con diversos engaños,
ocultando sus verdaderos intentos bajo el rótulo de ideas que son en sí mismas
buenas y atrayentes.
59. Por ejemplo,
viendo el deseo de paz que tienen todos los hombres, los jefes del comunismo
aparentan ser los más celosos defensores y propagandistas del movimiento por la
paz mundial; pero, al mismo tiempo, por una parte, excitan a los pueblos a la
lucha civil para suprimir las clases sociales, lucha que hace correr ríos de
sangre, y, por otra parte, sintiendo que su paz interna carece de garantías
sólidas, recurren a un acopio ilimitado de armamentos. De la misma manera, con
diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan asociaciones
y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la
penetración de sus ideas en medios sociales que de otro modo no les serian
fácilmente accesibles; más todavía, procuran infiltrarse insensiblemente hasta
en las mismas asociaciones abiertamente católicas o religiosas. En otras
partes, los comunistas, sin renunciar en nada a sus principios, invitan a los
católicos a colaborar amistosamente con ellos en el campo del humanitarismo y
de la caridad, proponiendo a veces, con estos fines, proyectos completamente
conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia. En otras partes
acentúan su hipocresía hasta el punto de hacer creer que el comunismo, en los
países de mayor civilización y de fe más profunda, adoptará una forma más mitigada,
concediendo a todos los ciudadanos la libertad de cultos y la libertad de
conciencia. Hay incluso quienes, apoyándose en algunas ligeras modificaciones
introducidas recientemente en la legislación soviética, piensan que el
comunismo está a punto de abandonar su programa de lucha abierta contra Dios.
60. Procurad,
venerables hermanos, con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar. El
comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el
comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la
civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al
establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en
pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización
creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar,
tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo
comunista.
Oración y penitencia
61. Pero si el Señor
no guarda la ciudad, en vano vigilan sus centinelas (Sal 126,1).Por esto os
exhortamos con insistencia, venerables hermanos, para que en vuestras diócesis
promováis e intensifiquéis del modo más eficaz posible el espíritu de oración y
el espíritu de mortificación.
62. Cuando los
apóstoles preguntaron al Salvador por qué no habían podido librar del espíritu
maligno a un endemoniado, les respondió el Señor: Esta especie [de demonios] no
puede ser lanzada sino por la oración el ayuno (Mt 17,20). Tampoco podrá ser
vencido el mal que hoy atormenta a la humanidad si no se acude a una santa e
insistente cruzada universal de oración y penitencia; por esto recomendamos
singularmente a las Ordenes contemplativas, masculinas y femeninas, que
redoblen sus súplicas y sus sacrificios para lograr del cielo una poderosa
ayuda a la Iglesia en sus luchas presentes, poniendo para ello como intercesora
a la inmaculada Madre de Dios, la cual, así como un día aplastó la cabeza de la
antigua serpiente, así también es hoy la defensa segura y el invencible
Auxilium Christianorum.
V. MINISTROS Y
AUXILIARES DE ESTA OBRA SOCIAL DE LA IGLESIA
Los sacerdotes
63. Tanto para la
obra mundial de salvación, que hemos descrito hasta aquí, como para la
aplicación de los remedios, que hemos indicado brevemente, Jesucristo ha
elegido y señalado a sus sacerdotes como los primeros ministros y realizadores.
A los sacerdotes les ha sido confiada, por especial voluntad divina, la misión
de mantener encendida y esplendorosa en el mundo, bajo la guía de los sagrados
pastores y en unión de filial obediencia con el Vicario de Cristo en la tierra,
la lumbrera de la fe y de infundir en los fieles aquella confianza sobrenatural
con que la Iglesia, en nombre de Cristo, ha combatido y vencido en tantas
batallas a lo largo de su historia: Esta es la victoria que ha vencido al
mundo, nuestra fe (1Jn 5,4).
64. En esta materia
recordarnos de modo particular a los sacerdotes la exhortación, tantas veces
repetida por nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII de ir al obrero;
exhortación que Nos hacemos nuestra complementándola con esta aclaración: «Id
especialmente al obrero pobre; más todavía, id en general a los necesitados»,
como mandan las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia. Los necesitados son, en
efecto, los que están más expuestos a las maniobras de los agitadores, que
explotan la mísera situación de los necesitados para encender en el alma de
éstos la envidia contra los ricos y excitarlos a tomar por la fuerza lo que, según
ellos, la fortuna les ha negado injustamente. Pero, si el sacerdote no va al
obrero y al necesitado para prevenirlo o para desengañarlo de todo prejuicio y
de toda teoría falsa, ese obrero y ese necesitado llegarán a ser fácil presa de
los apóstoles del comunismo.
65. No podemos negar
que se ha hecho ya mucho en este campo, especialmente después de las encíclicas
Rerum novarum y Quadragesimo anno; y saludamos con paterno agrado el
industrioso celo pastoral de tantos obispos y sacerdotes que, con el uso prudente
de las debidas cautelas, proyectan y experimentan nuevos métodos de apostolado
más adecuados a las exigencias modernas. Sin embargo, todo lo hecho en este
campo es aún demasiado poco para las presentes necesidades. Así como, cuando la
patria se halla en peligro, todo lo que no es estrictamente necesario o no está
directamente ordenado a la urgente necesidad de la defensa común pasa a segunda
línea, así también, en nuestro caso, toda otra obra, por muy hermosa y buena
que sea, debe ceder necesariamente el puesto a la vital necesidad de salvar las
bases mismas de la fe y de la civilización cristianas. Por esta razón, los
sacerdotes, en sus parroquias, conságrense naturalmente, en primer lugar, al
ordinario cuidado y gobierno de los fieles, pero después deben necesariamente
reservar la mejor y la mayor parte de sus fuerzas y de su actividad para
recuperar para Cristo y para la Iglesia las masas trabajadoras y para lograr
que queden de nuevo saturadas del espíritu cristiano las asociaciones y los
pueblos que han abandonado a la Iglesia. Si los sacerdotes realizan esta labor,
hallarán, como fruto de su trabajo, una cosecha superior a toda esperanza, que
será para ellos la recompensa del duro trabajo de la primera roturación. Es
éste un hecho que hemos visto comprobado en Roma y en otras grandes ciudades,
donde en las nuevas iglesias que van surgiendo en los barrios periféricos se
van reuniendo celosas comunidades parroquiales y se operan verdaderos milagros
de conversión en poblaciones que antes eran hostiles a la religión por el solo
hecho de no conocerla.
66. Pero el medio más
eficaz de apostolado entre las muchedumbres de los necesitados y de los
humildes es el ejemplo del sacerdote que está adornado de todas las virtudes
sacerdotales, que hemos descrito en nuestra encíclica Ad catholici sacerdoti
[22]; pero en la materia presente es necesario de modo muy especial que el
sacerdote sea un vivo ejemplo eminente de humildad, pobreza y desinterés que lo
conviertan a los ojos de los fieles en copia exacta de aquel divino Maestro que
pudo afirmar de sí con absoluta certeza: Las raposas tienen cuevas, y las aves
del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt
8,20).Una experiencia diaria enseña que el sacerdote pobre y totalmente desinteresado,
como enseña el Evangelio, realiza una maravillosa obra benéfica en medio del
pueblo; un San Vicente de Paúl, un Cura de Ars, un Cottolengo, un Don Bosco y
tantos otros son otras tantas pruebas de esta realidad; en cambio, el sacerdote
avaro, egoísta e interesado, como hemos recordado ya en la citada encíclica,
aunque no caiga, como Judas, en el abismo de la traición, será por lo menos un
vano bronce que resuena y un inútil címbalo que retiñe (1Cor 13,1), y con
demasiada frecuencia un estorbo, más que un instrumento positivo de la gracia,
entre los fieles. Y si el sacerdote, lo mismo el secular que el regular, tiene
que administrar bienes temporales por razón de su oficio, recuerde que no sólo
debe observar escrupulosamente todas las obligaciones de la caridad y de la
justicia, sino que, además, debe mostrarse de manera especial como verdadero
padre de los pobres.
La Acción Católica
67. Después del clero
dirigimos nuestra paterna invitación a nuestros queridísimos hijos seglares que
militan en las filas de la Acción Católica, para Nos tan querida, y que, como
en otra ocasión hemos declarado, constituye «una ayuda particularmente
providencial» para la obra de la Iglesia en las difíciles circunstancias del
momento presente. En realidad, la Acción Católica realiza un auténtico
apostolado social, porque su finalidad última es la difusión del reino de
Jesucristo no sólo en los individuos, sino también en las familias y en la
sociedad civil. Por consiguiente, su obligación fundamental es atender a la más
exquisita formación espiritual de sus miembros y a la acertada preparación de
éstos para combatir en las santas batallas de Dios. A esta labor formativa, hoy
día más urgente y necesaria que nunca, y que debe preceder siempre como
requisito fundamental de toda acción directa y efectiva, contribuirán
extraordinariamente los círculos de estudio, las semanas sociales, los cursos
orgánicos de conferencias y, finalmente, todas aquellas iniciativas dirigidas a
solucionar con sentido cristiano, en el terreno práctico, los problemas
económicos.
68. Estos soldados de
la Acción Católica, así preparados, serán los primeros e inmediatos apóstoles
de sus compañeros de trabajo y los valiosos auxiliares del sacerdote para
extender por todas partes la luz de la verdad y para aliviar las innumerables y
graves miserias materiales y espirituales en innumerables zonas sociales
refractarias hoy día muchas veces a la acción del ministro de Dios por
inveterados prejuicios contra el clero o por una lamentable apatía religiosa. De
esta manera, los hombres de la Acción Católica, bajo la dirección de sacerdotes
experimentados, realizarán una enérgica y valiosa colaboración en la labor de
asistencia religiosa a las clases trabajadoras, labor que nos es tan querida,
porque consideramos esta asistencia religiosa como el medio más idóneo para
defender a los obreros, nuestros queridos hijos, de las insidias comunistas.
69. Además de este
apostolado individual, muchas veces oculto, pero utilísimo y eficaz, es también
misión propia de la Acción Católica difundir ampliamente, por medio de la
propaganda oral y escrita, los principios fundamentales, expuestos en los
documentos públicos de los Sumos Pontífices, para la administración de la cosa
pública según la concepción cristiana.
Organizaciones
auxiliares
70. En torno a la
Acción Católica se alinean, como fuerzas combatientes, algunas organizaciones
que Nos hemos calificado en otra ocasión como auxiliares de aquélla. Con
paterno afecto exhortamos también a estas organizaciones a participar en la
gran misión de que tratamos, y que actualmente presenta una trascendencia no
superada por cualquier otra necesidad.
Organizaciones de
clase
71. Nos pensamos
también en las organizaciones integradas por hombres y mujeres de la misma
clase social: asociaciones de obreros, de agricultores, de ingenieros, de
médicos, de patronos, de hombres de estudio, y otras semejantes, compuestas
todas ellas por personas que, teniendo un idéntico grado de cultura, se han
unido, impulsadas por la misma naturaleza, en agrupaciones sociales acomodadas
a su situación. Juzgamos que estas organizaciones tienen un papel muy
importante que realizar, tanto en la labor de introducir en el Estado aquel
orden equilibrado que tuvimos presente en nuestra encíclica Quadragesimo anno como
en la difusión y en el reconocimiento de la realeza de Cristo en todos los
campos de la cultura y del trabajo.
72. Y si, por las
transformaciones que han experimentado la situación económica y la vida social,
el Estado ha juzgado como misión suya la regulación y el equilibrio de estas
asociaciones por medio de una específica acción legislativa, respetando, como
es justo, la libertad y la iniciativa privadas, sin embargo, los hombres de la
Acción Católica, aunque deben tener siempre en cuenta las realidades de la
situación presente, deben también prestar su prudente contribución intelectual
a la cuestión, solucionando los nuevos problemas según las normas de la
doctrina católica, y consagrar su actividad participando recta y
voluntariamente en las nuevas formas e instituciones con la intención de hacer
penetrar en éstas el espíritu cristiano, que es siempre principio de orden en
el aspecto político y de mutua y fraterna colaboración en el aspecto social.
Llamamiento a los
obreros católicos
73. Una palabra
especialmente paterna queremos dirigir aquí a nuestros queridos obreros
católicos, jóvenes o adultos, los cuales, como premio de su heroica fidelidad
en estos tiempos tan difíciles, han recibido una noble y ardua misión. Bajo la
dirección de sus obispos y de sus sacerdotes, deben trabajar para traer de
nuevo a la Iglesia y a Dios inmensas multitudes de trabajadores que,
exacerbados por una injusta incomprensión o por el olvido de la dignidad a que
tenían derecho, se han alejado, desgraciadamente, de Dios. Demuestren los
obreros católicos, con su ejemplo y con sus palabras, a estos hermanos de
trabajo extraviados que la Iglesia es una tierna madre para todos aquellos que
trabajan o sufren y que jamás ha faltado ni faltará a su sagrado deber materno
de defender a sus hijos. Y como esta misión que el obrero católico debe cumplir
en las minas, en las fábricas, en los talleres y en todos los centros de
trabajo, exige a veces grandes sacrificios, recuerden los obreros católicos que
el Salvador del mundo ha dado no sólo ejemplo de trabajo, sino también ejemplo
de sacrificio.
Necesidad de
concordia entre los católicos
74. A todos nuestros
hijos de toda clase social, de toda nación, de toda asociación religiosa o
seglar en la Iglesia, queremos dirigir un nuevo y más apremiante llamamiento a
la concordia. Porque más de una vez nuestro corazón de Padre se ha visto
afligido por las divisiones internas entre los católicos, divisiones que, si
bien nacen de fútiles causas, son, sin embargo, siempre trágicas en sus
consecuencias, pues enfrentan mutuamente a los hijos de una misma madre, la
Iglesia. Esta es la causa de que los agentes de la revolución, que no son tan
numerosos, aprovechando la ocasión que se les ofrece, agudicen más todavía las
discordias y acaben por conseguir su mayor deseo, que es la lucha intestina
entre los mismos católicos. Después de los sucesos de estos últimos tiempos,
debería parecer superflua nuestra advertencia. Sin embargo, la repetimos de
nuevo para aquellos que o no la han comprendido o no la han querido comprender.
Los que procuran exacerbar las disensiones internas entre los católicos
incurren en una gravísima responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia.
Llamamiento a todos
los que creen en Dios
75. Pero en esta
lucha entablada por el poder de las tinieblas contra la idea misma de la
Divinidad, esperamos confiadamente que colaborarán, además de todos los que se
glorían del nombre cristiano, todos los que creen en Dios y adoran a Dios, los
cuales son todavía la inmensa mayoría de los hombres.
76. Renovamos, por
tanto, el llamamiento que hace ya cinco años hicimos en nuestra encíclica
Caritate Christi, para que también todos los creyentes colaboren leal y
cordialmente para alejar de la humanidad el gravísimo peligro que amenaza a todos.
77. Porque —como
entonces decíamos— , «siendo la fe en Dios el fundamento previo de todo orden
político y la base insustituible de toda autoridad humana, todos los que no
quieren la destrucción del orden ni la supresión de la ley deben trabajar enérgicamente
para que los enemigos de la religión no alcancen el fin tan abiertamente
proclamado por ellos» [23].
Deberes del Estado
cristiano
Ayudar a la Iglesia
78. Hemos expuesto
hasta ahora, venerables hermanos, la misión positiva, de orden doctrinal y
práctico a la vez, que la Iglesia ha recibido como propia en virtud del mandato
a ella confiado por Cristo, su autor y apoyo, de cristianizar la sociedad
humana, y, en nuestros tiempos, de combatir y desbaratar los esfuerzos del
comunismo, y hemos dirigido, en virtud de esta misión, un llamamiento a todas y
a cada una de las clases sociales.
79. Pero con esta
misión de la Iglesia es necesario que colabore positivamente el Estado
cristiano, prestando a la Iglesia su auxilio en este campo, auxilio que, si bien
consiste en los medios externos que son propios del Estado, repercute
necesariamente y en primer lugar sobre el bien de las almas.
80. Por esta razón,
los gobiernos deben poner sumo cuidado en impedir que la criminal propaganda
atea, destructora nata de todos los fundamentos del orden social, penetre en
sus pueblos; porque no puede haber autoridad alguna estable sobre la tierra si
se niega la autoridad de Dios, ni puede tener firmeza un juramento si se
suprime el nombre de Dios vivo. Repetimos a este propósito lo que tantas veces
y con tanta insistencia hemos dicho, especialmente en nuestra encíclica
Caritate Christi: «¿Cómo puede tener vigor un contrato cualquiera y qué
vigencia puede tener un tratado si falta toda garantía de conciencia, si falta
la fe en Dios, si falta el temor de Dios? Quitado este cimiento, se derrumba
toda la ley moral y no hay remedio que pueda impedir la gradual pero inevitable
ruina de los pueblos, de la familia, del Estado y de la misma civilización
humana»[24].
Disposiciones
exigidas por el bien común
81. Además, los
gobiernos deben consagrar su principal preocupación a la creación de aquellos
medios materiales de vida necesarios para el ciudadano, sin los cuales todo
Estado, por muy perfecta que sea su constitución, se derrumbará necesariamente,
y a procurar trabajo especialmente a los padres de familia y a la juventud.
Para lograr estos fines, induzcan los gobiernos a las clases ricas a aceptar
por razón de bien común aquellas cargas sin cuya aceptación no puede conservarse
el Estado ni pueden vivir seguros los mismos ricos. Pero las disposiciones que
los gobiernos adopten con este fin deben ser tales que pesen efectivamente
sobre los ciudadanos que tienen en sus manos los grandes capitales y los
aumentan cada día con grave daño de las demás clases sociales.
Prudente y sobria
administración
82. Pero la
administración pública del propio Estado, de la cual es responsable el
gobernante ante Dios y ante la sociedad, debe necesariamente desenvolverse con
una prudencia y una sobriedad tan grandes, que sirva de ejemplo para todos los
ciudadanos. Hoy más que nunca, la gravísima crisis económica que azota al mundo
entero exige que los que disfrutan de inmensas fortunas, fruto del trabajo y
del sudor de tantos ciudadanos, pretendan exclusivamente el bien común y
procuren aumentar lo más posible este bien común. También los altos cargos
políticos del Estado y todos los funcionarios públicos de la administración
deben cumplir sus deberes por obligación de conciencia con fidelidad y
desinterés, siguiendo los luminosos ejemplos antiguos y recientes de tantos
hombres insignes que con un trabajo infatigable sacrificaron toda su vida por
el bien de la patria. Y en las relaciones mutuas de los pueblos entre sí deben
suprimirse lo más pronto posible todos esos impedimentos artificiales de la
vida económica que brotan principalmente de un sentimiento de desconfianza y de
odio, pues todos los pueblos de la tierra forman una única familia nacida de
Dios.
Libertad de la
Iglesia
83. Pero, al mismo
tiempo, el Estado debe dejar a la Iglesia en plena libertad para que ésta
realice su divina misión sobre las almas, si quiere colaborar de esta manera en
la salvación de los pueblos de la terrible tormenta de la hora presente. En
todas partes se hace hoy día un angustioso llamamiento a las fuerzas morales
del espíritu, y con razón, porque el mal que hay que combatir es, considerado
en su raíz más profunda, un mal de naturaleza espiritual, y de esta corrompida
fuente ideológica es de donde brotan con una lógica diabólica todas las
monstruosidades del comunismo. Ahora bien: entre las fuerzas morales y religiosas
sobresale incontestablemente la Iglesia católica, y por esto el bien mismo de
la humanidad exige que no se pongan impedimentos a su actividad. Proceder de
distinta manera y querer obtener el fin espiritual indicado con medios
puramente económicos o políticos equivale a incurrir necesariamente en un error
sumamente peligroso. Porque, cuando se excluye la religión de los centros de
enseñanza, de la educación de la juventud, de la moral de la vida pública, y se
permite el escarnio de los representantes del cristianismo y de los sagrados
ritos de éste, ¿no se fomenta, acaso, el materialismo, del que nacen los
principios y las instituciones propias del comunismo? Ni la fuerza humana mejor
organizada ni los más altos y nobles ideales terrenos pueden dominar los
movimientos desordenados de este carácter, que hunden sus raíces precisamente
en la excesiva codicia de los bienes de esta vida.
84. Nos confiamos en
que los que actualmente dirigen el destino de las naciones, por poco que
adviertan el peligro extremo que amenaza hoy a los pueblos, comprenderán cada
vez mejor la grave obligación que sobre ellos pesa de no impedir a la Iglesia
el cumplimiento de su misión; obligación robustecida por el hecho de que la
Iglesia, al procurar a los hombres la consecución de la felicidad eterna,
trabaja también inseparablemente por la verdadera felicidad temporal de los
hombres.
Paterno llamamiento a
los extraviados
85. Pero Nos no
podemos terminar esta encíclica sin dirigir una palabra a aquellos hijos
nuestros que están ya contagiados, o por lo menos amenazados de contagio, por
la epidemia del comunismo. Les exhortamos vivamente a que oigan la voz del
Padre, que los ama, y rogamos al Señor que los ilumine para que abandonen el
resbaladizo camino que los lleva a una inmensa y catastrófica ruina, y
reconozcan también ellos que el único Salvador es Jesucristo Nuestro Señor,
pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por
el cual podamos ser salvos (Hech 4,12).
CONCLUSIÓN
San José, modelo y
patrono
86. Finalmente, para
acelerar la paz de Cristo en el reino de Cristo [25], por todos tan deseada,
ponemos la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la
égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José.
87. San ,José
perteneció a la clase obrera y experimentó personalmente el peso de la pobreza
en sí mismo y en la Sagrada Familia, de la que era padre solícito y abnegado; a
San José fue confiado el Infante divino cuando Herodes envió a sus sicarios
para matarlo. Cumpliendo con toda fidelidad los deberes diarios de su
profesión, ha dejado un ejemplo de vida a todos los que tienen que ganarse el
pan con el trabajo de sus manos, y, después de merecer el calificativo de justo
(2Pe 3,13; cf. Is 65,17; Ap 2,1), ha quedado como ejemplo viviente de la
justicia cristiana, que debe regular la vida social de los hombres.
88. Nos, levantando
la mirada, vigorizada por la virtud de la fe, creemos ya ver los nuevos cielos
y la nueva tierra de que habla nuestro primer antecesor, San Pedro. Y mientras
las promesas de los falsos profetas de un paraíso terrestre se disipan entre
crímenes sangrientos y dolorosos, resuena desde el ciclo con alegría profunda
la gran profecía apocalíptica del Redentor del mundo: He aquí que hago nuevas
todas las cosas (Ap 21,5).
No nos queda otra
cosa, venerables hermanos, que elevar nuestras manos paternas y hacer descender
sobre vosotros, sobre vuestro clero y pueblo, sobre la gran familia católica,
la bendición apostólica.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, m la fiesta de San José, Patrono de la Iglesia universal, el día 19
de marzo de 1937, año decimosexto de nuestro pontificado.
Notas
[1] Pío IX, Encl. Qui
pluribus, 9 de noviembre de 1846 (Acta Pii IX, vol.I, p.13). Cf. Syllabus c.4:
ASS 3 (1865) 170.
[2] León XIII, Encl.
Quod Apostolicis muneris, 28 de diciembre de 1924: AAS 9 (1878) 369-376.
[3] Pío XI, Aloc
Nostis qua, 18 de diciembre de 1924: AAS 16 (1924) 494-495.
[4] 8 de mayo de
1928: AAS 20 (1928) 165-178.
[5] 15 de mayo de
1931: AAS 23 (1931) 177-228.
[6] 3 de mayo de
1932: AAS 24 (1932) 177-194.
[7] 29 de septiembre
de 1932: AAS 24 (1932) 331-332.
[8] 3 de junio de
1933: AAS 25 (1937) 261-274.
[9] 12 de mayo de
1936: AAS 29 (1937) 130-144.
[10] Discurso a los
españoles prófugos con motivo de la guerra civil, 14 de septiembre de 1936,
sobre las lecciones de la guerra española: AAS 28 (1936) 374-381.
[11] AAS 29 (1937)
5-9.
[12] Enc. Casti
connubii, 31 de diciembre de 1930: AAS 22 (1930) 567.
[13] Enc. Divini
illius Magistri, 31 de diciembre de 1929: AAS 22 (1930), p. 49-86.
[14] Enc. Casti
connubii, 31 de diciembre de 1930: AAS 22 (1930), p.539-592.
[15] Enc. Rerum
novarum, 15 de mayo de 1891 (Acta Leonis XIII, vol. IV, p.177-209).
[16] Enc.
Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931: AAS 23 (1931), p.177-288.
[17] Enc. Diuturnum
illud, 20 de junio de 1881 (Acta Leonis XIII, vol. I, p.210-222)
[18] Enc. Immortale
Dei, 1 de noviembre de 18856, (Acta Leonis XIII, vol. II, p.146-168)
[19] M. T. Cicerón,
De officiis I, 42.
[20] AAS 28 (1936)
421-424.
[21] Enc.
Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931: AAS 23 (1931) 2002.
[22] 20 de diciembre
de 1935: AAS 28 (1936) 5-53.
[23] Enc. Caritate
Christi, 3 de mayo de 1932: AAS 24 (1932) 184.
[24] Enc. Caritate
Christi, 3 de mayo de 1932: AAS 24 (1932) 184.
[25] Cf. Ubi arcano,
23 de septiembre de 1922: AAS (1922) 691.
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