Bruno Moreno Ramos
Ayer, hablando del
nombramiento del nuevo Papa, se planteó un tema en los comentarios que me
pareció especialmente interesante: si es posible o no predecir cómo será un
Papa a partir de su actuación anterior. En este caso y a diferencia de
Benedicto XVI, al tratarse de un Papa venido de uno de los “extremos” del
mundo, resulta en gran medida desconocido para casi todos, excepto para los de
su propio país, que pueden pensar que ya saben todo lo que hay que saber sobre
él.
A este respecto, un
comentarista, Luis, decía: “Como la muerte, el papado no hace mejores ni peores
a las personas, que dependen de la gracia santificante para ello". Aunque
hay parte de verdad en esta afirmación, yo creo que deberíamos matizarla mucho.
A grandes rasgos, se me ocurren siete grandes cambios que se producen en
general cuando un cardenal es elegido Papa y que pueden suponer una amplia
brecha entre ambos (brecha que será mayor o menor según las personas, claro).
Algunos son sobrenaturales, pero otros son meramente humanos:
- La gracia de
estado. Dios da una gracia especial para cada misión en la Iglesia , que se puede
aceptar o rechazar. La gracia de estado para un papa es muy especial, por la
gran relevancia y la gran dificultad que tiene su misión y conlleva una
iluminación específica del Espíritu Santo. Esta gracia es nueva para el elegido
y no es posible prever sus efectos.
- Las gracias gratis
datae garantizadas por Dios. Es decir, en el caso del Papa, la infalibilidad en
las condiciones correspondientes, su autoridad sobre toda la Iglesia , el carisma de ser
vínculo de caridad, etc. La fe nos dice que estas gracias están garantizadas
por Dios y no pueden faltar. Aunque las gracias gratis datae se dan en favor de
otros (como sucede con el poder de perdonar los pecados en un sacerdote, por
ejemplo), el contacto con esas gracias es una gran ayuda para el sujeto, a poca
sensibilidad cristiana que tenga, ya que percibe de primera mano cómo Cristo
perdona, se ofrece al Padre, enseña la Verdad infaliblemente, etc. a través de él.
- Las oraciones de
toda la Iglesia. El
papa es probablemente la persona por la que más se reza del mundo. En todas las
misas, en los rosarios, día y noche siempre hay miles de personas rezando por él…
Subestimar la fuerza de esa oración constante de todos los miembros de la Iglesia es pensar como
hombres sin fe.
- La “gracia” natural
de un nuevo comienzo. A menudo sucede que, desde el punto de vista meramente
humano, una nueva etapa en la vida, una nueva ocupación, un nuevo cargo
constituyen una oportunidad favorable de renovación existencial. Esto, que nos
sucede a todos, a fortiori tiene que pasarle al Papa cuando es elegido.
- La conciencia
evidente de las graves consecuencias que tienen los propios actos. El Papa no
puede ignorar que sus decisiones afectan a todos los católicos y a toda la
humanidad. Hasta los signos litúrgicos le recuerdan que tiene la autoridad
suprema en la Iglesia
y no puede trasladar los problemas a una instancia superior. En una persona
buena y sinceramente cristiana, como han sido todos los papas de los últimos
siglos, eso supone una clara conciencia de la grandísima responsabilidad que
tienen sus actos.
- La oportunidad de
contar con los mejores consejeros de la Tierra. Un cardenal tiene que trabajar con el
clero de su diócesis, a lo sumo unos cientos de sacerdotes. El Papa, en cambio,
puede elegir sus colaboradores entre los mil millones de católicos que hay en
la tierra. Puede traer junto a sí al confesor más santo de la Iglesia , elegir cardenales
a los mejores obispos y teólogos del mundo, nombrar como responsables de las
diversas Congregaciones vaticanas a las personas más preparadas. Es decir,
puede contar y a menudo cuenta con los mejores consejeros de la Tierra.
- El escrutinio de
toda la Iglesia
y del mundo entero. Pocas personas habrá en la Tierra cuyos actos sean más
examinados y criticados que el Papa. Para la gran mayoría de las personas,
exceptuando quizá a los santos y a los locos, el hecho de saber que sus acciones
serán medidas, criticadas y evaluadas por todo el mundo influye bastante.
Todos estos factores,
y otros que podrían añadirse, hacen que piense que es bastante arriesgado
prejuzgar a un Papa por su historia anterior. Yo personalmente no me atrevería
a hacerlo. Sin duda, habrá muchos puntos de continuidad, pero las diferencias
pueden también ser muy grandes.
En este sentido, me
permito aconsejar a los lectores que consigan y lean la obra de teatro Becket o
el Honor de Dios, del gran dramaturgo francés Jean Anouilh. Es una obra
magistral, tanto desde el punto de vista literario como desde el punto de vista
de la fe.
Se centra,
precisamente, en el gran cambio que se produce en Tomás Becket. Siendo un amigo
fiel del rey, que le apoya en todo, Becket es nombrado Arzobispo de Canterbury
por decisión del propio rey… y ya nada es igual. El celo por el Honor de Dios
transforma a Becket y le lleva a enfrentarse al rey hasta la muerte,
literalmente.
Y, en cualquier caso,
recemos todos por nuestro Papa Francisco, caballero del Honor de Dios.
Infocatolica, 16-3-13
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