declara la guerra
a las Cruces
Stefano Chapalone
Brújula cotidiana,
18-08-2022
En España no cesa
la guerra a las cruces, acusadas de “franquistas”. Las numerosas cruces
repartidas por todo el país se consideran culpables dado que fueron erigidas a
instancias de Francisco Franco, y por tanto inevitablemente portadoras de
apología del régimen. Empezando por la enorme cruz de 150 metros situada en el
Valle de los Caídos, enclavado a su vez el valle de Cuelgamuros. El
complejo, ubicado a 60 km de Madrid y querido por Franco, incluye también una
abadía benedictina y albgerga los restos de los caídos (de ambos bandos) de la
Guerra Civil española.
“Resignificación”
es la palabra clave de la Ley de Memoria Democrática que completa la anterior
Ley de Memoria Histórica (2007) del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero,
ya conocido por el impulso laicista que impartió de forma tan decidida durante
su mandato que se llegó a acuñarse un neologismo especial para indicarlo:
“zapaterismo”. El proyecto de ley de “memoria democrática” aprobado el 14 de
julio por el Congreso de los Diputados y remitido después al Senado, prevé la
transformación y nueva denominación del Valle de los Caídos poniendo en
práctica las intenciones del actual presidente socialista Pedro Sánchez.
Entre las nuevas
disposiciones, el artículo 54 prevé el cambio de “la denominación del 'Valle de
los Caídos' que pasará a llamarse 'Valle de Cuelgamuros'” y será “un lugar de
memoria democrática cuya resignificación [...] tiene por objeto reforzar los
valores constitucionales y democráticos”. Y se declara la extinción de la
Fundación de la Santa Cruz, que la Ley declara “incompatible” con los valores
constitucionales. Incluso los benedictinos se preparan para hacer las maletas:
su sola presencia sería un remanente del “nacionalcatolicismo”.
Pero Franco,
muerto y enterrado, ya fue desalojado en 2019, trasladando sus restos del Valle
al cementerio de Mingorrubio-El Pardo, como consecuencia de la aprobación de un
proyecto de ley el año anterior, apenas dos meses después de que Sánchez tomara
posesión. Evidentemente, la “desfranquización” no es suficiente porque el
objetivo es otro, como se ha anunciado durante años. Sin Franco, ¿qué queda por
eliminar? Pues esa engorrosa cruz y las numerosas cruces “incriminadas” en las
distintas provincias españolas.
La guerra contra
las cruces en realidad lleva activa varios años, incluso antes de la nueva Ley:
en 2018 se retiró la cruz situada de una plaza pública de Callosa de Segura por
ser un objeto vergonzoso, y se hizo entre las protestas de cientos de personas.
En 2021 le tocó el turno a 34 cruces de
la provincia de Cáceres cuidadosamente “censadas” por el Comité de Expertos de
la Memoria Histórica entre los símbolos franquistas a retirar. Estos días en
Castellón se despiden de la Cruz del Ribalta, también acusada de franquista,
que el pasado abril fue vandalizada con los colores de la bandera republicana.
El 2 de agosto, la curia episcopal calificó la retirada de la cruz de
“totalmente improcedente”.
El artículo 35 de
la ley que quiere Sánchez no perdona a los símbolos “contrarios a la memoria
democrática” que estén ubicados en edificios privados o religiosos pero
“proyectados en el espacio público”, mientras que la anterior Ley de Zapatero
era más suave, incluyendo razones “artístico-religiosas” entre los motivos para
evitar la retirada. Ahora, sin embargo, los propietarios tendrán que
desmontarlas o retirarlas a menos que la operación afecte a la estabilidad del
edificio. “Las cruces no son historia, sino propaganda”, truena Miguel Ángel
del Arco Blanco, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de
Granada, y “retirarlas no atenta contra la historia, sino que depura y acaba
con una visión del pasado que no puede ser honrada en el presente”.
Sin embargo,
Hazteoír argumenta que “el objetivo es humillar a la Iglesia católica”, y apela
a los obispos para que den la cara en defensa de la cruz y de la comunidad
benedictina. La Conferencia Episcopal Española en 2020 había expresado sus
reservas sobre el deseo de convertir el Valle en un cementerio civil, ya que
los cementerios religiosos “acogen a todos, creyentes y no creyentes”, además
de señalar también su preocupación por el “deseo de escribir una especie de
historia oficial que se convierta en una pauta educativa”. Los prelados
recordaban también que la cruz es en sí misma “un signo de reconciliación”.
Pero lo del
partido de Sánchez parece una auténtica obsesión. “¿Le parece serio destruir la
cruz más alta del mundo para darse una satisfacción sectaria?”, ha preguntado
Santiago Abascal, líder de Vox, durante el debate. Poco hay de serio, incluida
la propuesta alternativa del otro partido de izquierdas, Podemos -denunciada
por Hispanidad- de no destruir la cruz, sino simplemente amputarle los brazos
para convertirla en un obelisco. Una locura según los técnicos, ya que la
extirpación total es más fácil que la amputación. Pero, se diría, cualquier
locura es buena para no ver “esa horrible cruz”, como la llamó la
vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo.
Pero, ¿por qué da
tanto miedo una cruz - cualquiera que sea la circunstancia de su construcción
-, mientras que a miles de kilómetros Lenin duerme tranquilamente en público
sin que nadie piense que las visitas diarias a su cadáver (¡el cadáver de un
dictador!) deban confundirse con la apología de nada? ¿Y hay que derribar iglesias y palacios
construidos durante los veinte años de fascismo y que, aunque desprovistos de
símbolos fascistas, presentan el estilo inconfundible del régimen? Borrar los
monumentos es borrar una fuente importante para estudiar la historia, incluso
en sus pasajes más controvertidos. El afán purificador de Sánchez se parece
bastante al que, en estas mismas semanas, ha llevado al gobierno nicaragüense a
encarcelar y encerrar a obispos y religiosos. La sospecha es que para el
presidente del Gobierno la palabra “resignificación” rime secretamente con
“desacralización”.
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