constituye un
verdadero submundo en el mundo, en competencia y lucha contra la Iglesia
Católica
Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
9-8-22
En esta segunda
nota sobre aquellos ámbitos sumergidos respecto de la realidad que todos viven,
presento un ejemplo típico de submundo, una sociedad secreta, la Masonería
moderna, que tiene origen a comienzos del siglo XVIII. Esta datación es muy
importante, porque los masones suelen presentar continuidad con sociedades
antiguas, concretamente medievales, como son las diversas órdenes que existían
en la Cristiandad, y alguna de las cuales continúa su vida y acción en el
presente. La aparición de la Masonería moderna puede registrarse en Inglaterra
hacia 1717. La Iglesia Católica la identificó inmediatamente como un enemigo
implacable, que revestía muchas veces el ropaje de la Iglesia Anglicana. Esta
afirmación no prejuzga en absoluto respecto de la relación actual entre
Masonería y anglicanismo.
En 1738 el Papa
Clemente XII (Lorenzo Corsini) condenó a la sociedad masónica mediante la
Constitución Apostólica In eminenti. A esta reprobación siguen cerca de 200
intervenciones de la Santa Sede que presentan a la Masonería como implicada en
persecuciones a la Iglesia, en ocasión de revoluciones «contra el trono y el
altar» que se suscitaron en los siglos XVIII al XX. Además, el Código de
Derecho Canónico, promulgado en 1917 por Benedicto XV, sancionaba con la
excomunión a quienes dieran su nombre a las sociedades masónicas.
Durante el
pontificado de Juan Pablo II y luego de la modificación del Código de Derecho
Canónico en 1983, el canon 1374 regula actualmente esta materia. El 26 de
noviembre de 1983, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de
la Fe, Cardenal Ratzinger, publicó una Declaración sobre la Masonería en la que
aclara que
«(…) no ha
cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones
masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables
con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas
sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones
masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa
comunión…».
La Encíclica de
León XIII Humanum genus puede ser considerada como el texto pontificio más
relevante y completo; lleva por subtítulo: De secta masonum (Sobre la secta de
los masones). La designación de secta es especialmente significativa; alude al
secreto que es característica de la organización, que cuenta con grados de
diversa importancia y autoridad y se identifican con nombres específicos. Como
corresponde a un verdadero submundo, el secreto es fundamental; los grados
inferiores ignoran lo que se trata y decide en los superiores y supremos. No faltan
estudiosos que aluden a ritos diabólicos que se desarrollarían en la cima. Los
elementos seudoreligiosos –por ejemplo, ritos y templos- hacen de la Masonería
una Contraiglesia. Este nombre revela finalidad y acción de la secta: procurar
la destrucción de la Iglesia Católica.
Estos datos
explican también la vinculación de la Masonería con otros movimientos y
corrientes que coinciden en el propósito, y justifican la alusión a la
presencia y acción del demonio. En esa dimensión preternatural se concentra el
combate contra la Iglesia de Cristo y la difusión de errores y del ateísmo en
la sociedad temporal. La descristianización de la cultura moderna señala el
éxito de los intentos masónicos, que han sido facilitados por el secreto y la
habilidad para infiltrarse en los movimientos políticos, los gobiernos y la
misma Iglesia, a fin de debilitarla desde dentro e impedir la obra de la
evangelización. Tradicionalmente Masonería y Comunismo han sido aliados. Un
caso histórico, comprobado, ha sido la presencia y actuación de marxistas en el
gobierno demócrata de Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos, a pesar
de la oposición de capitalismo y socialismo; la célebre foto de los tres
vencedores de la Alemania nazi (Stalin, Roosevelt y Churchill) ha sido algo más
que una pose circunstancial.
Después de
Clemente XII, todos los Papas confirmaron la condenación de la Masonería:
Benedicto XIV, Pío VII, Gregorio XVI y Pío IX. Ya he citado la Encíclica
Humanum genus, publicada por León XIII en 1884. El comienzo de este documento
plantea la cuestión a la luz de la teología de la historia evocando la teoría
agustiniana de las Dos Ciudades. La secta masónica representa las armas y la
táctica de la ciudad presidida por el enemigo del género humano, que procura la
ruina de la Iglesia y despojar a los pueblos cristianos, si fuera posible, de
los beneficios de la redención en el orden social. Atribuye a la sociedad
secreta como principio fundamental el Naturalismo, según el cual «la naturaleza
humana y la razón natural del hombre han de ser en todo maestras y soberanas
absolutas.
Establecido este
principio niegan los naturalistas toda revelación divina; no admiten dogma
religioso alguno, ni verdad alguna que no pueda ser alcanzada por la razón
humana. Rechazan todo maestro a quien haya que creer obligatoriamente, como es
oficio propio y exclusivo de la Iglesia Católica guardar y defender en su
incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios». Denuncia
León XIII la persecución de la Iglesia que la Masonería emprende cuando logra
adquirir poder en el Estado. Del Naturalismo se siguen las «conclusiones más
extremistas», ya que «pierden toda su certeza y fijeza incluso las verdades
conocidas por la sola luz natural de la razón, como son la existencia de Dios y
la espiritualidad e inmortalidad del alma humana».
La omnímoda
libertad de pensamiento lleva a muchos a profesar el panteísmo; es propósito de
los masones –continúa el argumento- destruir los principios fundamentales del
derecho y de la moral y de todo orden religioso y civil. La lucha contra la
Iglesia convoca a todas las fuerzas anticristianas, cautivando a algunas con
adulación e incorporando a otras a profesar los errores masónicos que difunden
astutamente por todos los medios. Especialmente señala León XIII el influjo de
la masonería en el debilitamiento del matrimonio y la familia por la
introducción del divorcio y el dominio de la educación, por eso entre los
remedios subraya la importancia de la instrucción religiosa de la juventud, que
es menoscabada por el laicismo cuando este consigue imponerse. Recomienda el
restablecimiento de las corporaciones, un elemento fundamental para evitar la
lucha de clases mediante la asociación de patrones y obreros. Años después, en
1891, el Papa Pecci publicaría la Encíclica Rerum Novarum en defensa de la
«clase proletaria» y estableciendo los principios de la doctrina social de la
Iglesia.
Ha sido una
táctica permanente de la Masonería procurar infiltrarse en la Iglesia, y
frecuentemente ha logrado su objetivo. Suelen hacerse nombres de prelados que
son masones o que favorecen los principios de la Masonería. En el Vaticano
actual no deben faltar los masones. Pero más importante que las personas es la
percepción e impostación de la misión de la Iglesia. La predicación y los
acentos de la catequesis y de la educación católica, de las que han
desaparecido los temas tradicionales (Dios, Cristo, el pecado, la gracia
divina, las virtudes teologales y morales, el demonio, las tentaciones, etc.)
para dar prioridad a las cuestiones culturales y sociales, parecen muchas veces
competir con la Masonería. Los pastores de la Iglesia se convierten en
capellanes del Nuevo Orden Mundial. Esta situación, así perfilada, nunca se
había verificado en la Iglesia Católica; la Masonería se ha cobrado con creces
la oposición que desde 1738 había recibido de parte católica como respuesta a
sus pretensiones de dominio en el orden político y social.
Es bien conocida
la ambición masónica de empowerment y de dominio mundial, ayudada por el secreto
y la habilidad para infiltrarse en las instituciones, como así también para
crear sociedades y grupos de poder que influyen en el gobierno de las naciones.
Un caso importante es el misterioso Club Bilderberg, que acaba de realizar su
reunión anual, la número 68, después de la pausa impuesta por la pandemia que
impidió los encuentros de 2020 y 2021. En un artículo publicado en el diario
«La Prensa», Miriam Mitrece y Carlos Ialorenzi ofrecen datos muy interesantes
sobre estos «amos del mundo», como los llaman. Se trata se reuniones que
comenzaron en 1954 por iniciativa del príncipe Bernardo de Holanda (un masón de
nota, agrego yo) y el multimillonario David Rockefeller, que convoca a jefes de
Estado, monarcas, cancilleres, políticos de diversa extracción, banqueros,
empresarios, representantes de organismos internacionales, protagonistas de
otras actividades de las principales potencias de occidente; poco más de un
centenar de personas.
Entre estas han
participado, entre el 2 y el 5 de junio pasado, el Subsecretario del
Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, la Secretaria de Comercio, el
Director de la CIA y varios otros funcionarios del país del norte,
representantes de la Unión Europea, la Directora General de la Unesco,
directores de grandes empresas, de los gobiernos del Reino Unido, del Canadá,
de las Fuerzas Armadas de Francia. Los autores del artículo que me sirve de
información, destacan la presencia de Henry Kisinger, ex Secretario de Estado
de los EE.UU., asiduo participante de las reuniones del Bilderberg, con sus 99
años.
En estos
encuentros se maneja abundante información, que los invitados son libres de
usar, pero no pueden revelar la identidad ni la pertenencia de los oradores o
de cualquier otro participante. El secreto de las deliberaciones veta la
presencia de periodistas y la información sobre los temas tratados, que han
sido algunos relacionados con la geopolítica, la salud y la economía. Los «amos
del mundo» se reúnen secretamente para planificar acontecimientos que más tarde
simplemente aparecen como que han sucedido. El Club Bilderberg es un auténtico
submundo; en mi opinión se trata de una creación típica de la Masonería.
Cuando el ambiente
cultural y social está suficientemente coloreado por la influencia masónica, la
secta «sale del clóset». Hace algunas semanas, el diario «La Nación», de Buenos
Aires, fundado por el masón Bartolomé Mitre, ha presentado el 16 de mayo pasado
un reportaje al Gran Maestre de la Masonería Argentina, que aparece como una
sociedad benéfica que no es enemiga de la Iglesia, sino que solo se opone al
clericalismo, esa es la argumentación que suele usar la masonería para
descartar todo influjo de la Ley Natural y de la Ley Divina en el orden social.
La nota incluye una fotografía del interior del templo. Supongo que se trata
del ubicado en la calle Perón (ex Cangallo) 1242. Guardo un recuerdo de mi
adolescencia, cuando al pasar por el lugar y conociendo qué había allí, me
asombraba la extraña fisonomía de la fachada; parecía un silencioso edificio
donde no vivía nadie, siempre cerrado. Además, el canal La Nación +,
perteneciente a la misma empresa, ha difundido un reportaje semejante con la
misma argumentación.
Ambos reportajes dejan ver un ejemplo típico
de «salida del clóset» dedicado a los lectores de «La Nación»; los más
perspicaces advertirán la relación de las declaraciones del Gran Maestre con
las orientaciones de la «tribuna de doctrina» como se autodenomina –en
expresión del fundador- ese importantísimo órgano de prensa que hace años ha
tenido la generosidad de incluir algunos artículos míos. No resulta sencillo
vincular ciertos sucesos con la acción de la Masonería en la Argentina; habría
que considerar las raíces históricas, sobre todo lo ocurrido en la segunda
mitad del siglo XIX, cuando el influjo masónico se hizo sentir merced al
protagonismo de personas notables, que dejaron su impronta en el gobierno
nacional.
Creo que lo dicho
hasta aquí muestra cabalmente que la Masonería constituye un verdadero submundo
en el mundo, en competencia y lucha contra la Iglesia Católica, que ha recibido
de su Fundador el encargo de hacer que todos los pueblos –pánta tà ethnè (Mt
28, 19)- sean discípulos suyos.
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