MIGUEL ANGEL
IRIBARNE
Quienquiera
tuviese uso de razón a fines de 1956, y estuviese mínimamente enterado de lo
que pasaba por entonces en el mundo, difícilmente olvide el aura de heroísmo
que rodeó al alzamiento nacional húngaro, estallado en Budapest el 23 de
octubre, extendiéndose al resto del país, y aplastado por las tropas de la
Unión Soviética a partir del 4 de noviembre siguiente. Esos pocos días
registraron enfrentamientos de tal magnitud que concluyeron con la muerte de
dos mil quinientos húngaros y el exilio de doscientos mil.
La rebelión contra
el sistema comunista imperante, iniciada por los estudiantes de Budapest y
rápidamente extendida a todos los sectores sociales y ámbitos regionales de
Hungría, logró situar por unos días al frente del Estado a Imre Nagy, y como
ministro de Defensa al Cnl. (luego General) Pal Maleter, comandante de la
división blindada de la capital que se sumó a los insurgentes.
Durante esas
agitadísimas jornadas dicho gobierno provisional alcanzó a definir dos
orientaciones básicas que rompían con el status vigente en los nueve años
anteriores: el anuncio de una futura elección general multipartidaria y el
retiro de Hungría del Pacto de Varsovia, convirtiéndola en un país neutral
situado en el corazón del sistema geopolítico soviético.
Estas decisiones
fueron demasiado para Moscú, que invadió el país el 4 de noviembre y en una
semana liquidó con su aparato militar el levantamiento, ante la ira discursiva
y la pasividad práctica de Europa Occidental y Estados Unidos.
Atención para
aquéllos que descargan sobre Stalin todas las taras inherentes al bolchevismo:
todo esto ocurrió tres años después de su muerte, y por decisión de su duro
denunciante Nikita Jruschov.
Como ocurre en
todo episodio sobrevenido dentro de un sistema comunista, la rebelión debió ser
explicada por el magisterio soviético; la necesidad de un adecuado relato era
imperativa. Y a ello se atendió. Cuando recién se intercambiaban los primeros
disparos en Budapest el PC de la Unión Soviética y sus epígonos magiares ya
denunciaban que lo ocurrido era obra de "elementos contrarrevolucionarios,
fascistas y feudales". Aparentemente supérstites de una guerra finalizada
once años atrás.
La verdad era muy
otra. La percibió claramente el escritor francés Jean Madiran, según el cual la
de Hungría había sido "la primera revolución postcomunista de la
historia". En esa perspectiva el Comunismo, durante mucho tiempo
pretendido portador de las promesas del futuro, era ya, irremediablemente,
"la vejez del mundo" (1).
Un cuarto de siglo
después, las insurrecciones populares de Polonia, Checoeslovaquia, la RDA, etc.
etc. dieron el golpe de gracia al sistema que afirmaba ser interprete
científico del desarrollo histórico, en cuyo nombre decenas de millones de
personas fueron asesinadas en los distintos continentes (Vid. al respecto El
libro negro del Comunismo entre tantos otros documentos).
LA INDEPENDENCIA
Derrumbados los
regímenes bolcheviques en Europa central y oriental hacia 1989 y oficialmente
disuelto el Pacto de Varsovia el 1 de julio de 1991, Hungría se encontró
nuevamente en condiciones de disponer de sí misma. Su inclinación histórica la
llevaba hacia la cultura occidental y una economía de mercado, orientaciones
que fueron subrayadas desde el acceso al poder del partido Fidesz, que lo
conduce desde 2010.
Entretanto,
señalemos que la performance macroeconómica del país desde la recuperación de
su independencia no ha sido nada desdeñable. El sector privado es generador de
más de un 80 % del PBI (pensemos que en la Argentina no llega al 60). El país
ha estado en la vanguardia de la inversión extranjera directa con inversiones
por un total de más de 171.000 millones de dólares en 2020 según la información
del Banco Mundial. El sector automovilístico está en auge con la inversión de
empresas tan importantes como Audi, Mercedes, GM-Opel, Suzuki, que, sin duda,
harán aumentar su PBI . La estructura del empleo muestra las características de
las economías postindustriales: el 63,2 % de la fuerza laboral empleada en el
sector de servicios, la industria contribuyó con el 29,7 %, mientras que la
agricultura con el 7,1. Este desempeño derrama. La tasa de desempleo bajó el
año pasado a 3.7 %. El PBI per capita llegó a 18.800 dólares (el doble que en
nuestro país). El crecimiento del Producto el año pasado (plena pandemia) fue
de 7.1 %.
Desde 2019 el país
adoptó una política de modernización de las relaciones laborales que -como es
habitual- suscitó la protesta de algunos sectores sindicales pero multiplicó
las oportunidades de empleo. "Lo que no se puede negar es que aquí hay
trabajo para todos", comentaba el taxista que nos conducía de nuestro
hotel al espléndido edificio del Parlamento.
Sin embargo,
Hungría habría de conocer un nuevo enemigo totalitario que intentaría imponerse
sobre su derrotero. Se trataría del global-progresismo, espécimen de ese
totalitarismo soft sobre el que tempranamente advirtiese San Juan Pablo II en
1991 en su carta Centesimmus Annus.
Una amenaza
aparentemente menos brutal que la de la URSS, pero más insidiosa y proteica,
que anidaba desde la sede bruselense de la UE hasta las ONG patrocinadas por
George Soros.
INSIDIOSO ENEMIGO
En realidad la
"construcción europea", iniciada hacia 1950, siempre ocultó una
profunda ambigüedad: se trataba de la Europe des Patries a la que apelaba De
Gaulle, o, más bien, a una suerte de URSS con buenos modales encarnada en la
tecnoburocracia de la Comisión, las clases políticas presuntamente legitimadoras
y sus intelecuales orgánicos.
Los dos
contenciosos desarrollados en los últimos años entre Budapest y Bruselas
confirman la hondura existencial del diferendo: uno de ellos se basa en la
resistencia del gobierno húngaro a las políticas de inmigración masiva
indiscriminada que, a juicio de muchos, tenderían a un gran reemplazo de la
población históricamente arraigada por otra de origen extraeuropeo; el otro
conflicto, de no menor calado, se refiere al categórico rechazo de los magiares
de la ideología de género y a su difusión coactiva, genéricamente favorecidas
por la Comisión Europea, algunos de los bloques del
Europarlamento, la
Open Society de Soros y todos los opinión-makers anexos. Precisamente, el
mes pasado la UE anunció la decisión de llevar a Hungría ante los tribunales
europeos por la promulgación en el país danubiano de una ley que busca anular
la influencia en los ámbitos educativos del lobby LBGTQ+, aduciendo que la
misma discrimina en función de la orientación sexual de las personas.
Un veredicto
contrario a Hungría podría afectar la remisión a ese país de los Fondos de
Recuperación por la pandemia que se le adeudan. Todo ello en un marco de
inocultable tensión en el que un cuarto de los eurodiputados responden a una
encuesta manifestando que consideran que las conductas políticas independientes
de Budapest (y Varsovia) constituyen en magnitud el segundo desafío para el
futuro próximo de la Unión Europea.
En el fondo, los
dos tópicos aludidos -inmigración e ideología de género- llevan inevitablemente
a poner a prueba la relación entre el derecho propio de los Estados nacionales
europeos y el denominado derecho comunitario, tema abordado por tanta liviandad
por nuestros Constituyentes en 1994, cuando otorgaron patente de superlegalidad
a toda clase de acuerdos internacionales suscritos por el país.
SOBERANIA
Hungría, como
Polonia, ha definido, a través de una decisión de su Tribunal Constitucional
que el Estado tiene potestad para impugnar el Derecho de la Unión Europea y establecer
la primacía de las leyes propias. La sentencia establece que en áreas donde se
solapen las dos jurisdicciones, la nacional y la comunitaria, el país tiene el
derecho a no aplicar dictámenes del Tribunal de Justicia de la UE (TUE) si
considera que pueden suponer un riesgo para su soberanía.
La afirmación es
implementación de esta jurisprudencia es vista por todos aquellos a los que se
llama despectivamente euroescépticos como el único camino para preservar las
respectivas identidades culturales frente al rodillo nivelador de órganos
comunitarios impregnados por la agenda global-progresista.
Estos últimos no
se han privado de la amenaza de sanciones económicas para las democracias
rebeldes, como en el caso ya aludido de la eventual suspensión de la remisión
de recursos correspondientes al Fondo de Recuperación establecido por la
pandemia en 2020.
Más allá de los
temas específicos sobre los que ha estallado la tensión, un punto queda claro:
lo que está en juego es si Europa podrá ser efectivamente construida como Casa
Común o si derivará hacia un Superestado, con mengua de aquella pluralidad que
ha sido la riqueza que multisecularmente ha aportado al mundo.-
(Fuente: La Ptensa, 21.08.2022)
(1) Jean Madirán,
La vieillesse du monde, Nouvelles Editions Latines.
* Profesor emérito
de la Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata,
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