contra la constitución anticristiana
Luca Volonté
Brújula cotidiana,
29-07-2022
El 4 de septiembre
los chilenos votarán el nuevo texto constitucional. Aborto, género e invasión
del Estado son algunos de los puntos críticos destacados por los obispos que
también denuncian la limitación de la libertad religiosa. Y la popularidad del
nuevo presidente Boric se hunde entre los ciudadanos.
Hemos sido
profetas fáciles y poco escuchados, después de dos años de instrumentales y
violentas manifestaciones anticatólicas y contrarias al gobierno de Piñera, con
el apoyo de la izquierda internacional y de los lobbies abortistas y gays, el
nuevo y jovencísimo presidente Gabriel Boric, elegido el pasado 19 de diciembre
de 2021 y en el cargo desde el 11 de marzo, desea imponer una nueva
constitución comunista y anticristiana, abortista, y pro género.
El próximo 4 de
septiembre se votará el referéndum constitucional sobre el nuevo texto, pero
hoy la abrumadora mayoría de los ciudadanos está en contra y la Iglesia
católica sale al campo. La reforma constitucional, prometida primero y apoyada
luego por el presidente Boric y por su mayoría, ha contado con el (indebido)
apoyo público y reiterado de Michelle Bachelet, en su doble rol de expresidenta
de Chile y alta comisionada para los Derechos Humanos. Sin embargo, desde su
aprobación en la Asamblea Constituyente y en el Parlamento el pasado mes de
abril hasta la fecha, registra un constante y amplio rechazo por parte de la
ciudadanía, con un máximo registrado en los últimos días del 51% de rechazo,
solo el 34% a favor y el 15% ya ha decidido no votar.
La popularidad de
Boric también se hunde: según una nueva encuesta de Cadem (la empresa de
encuestas sociales más autorizada del país), el índice de aprobación del
presidente Gabriel Boric es del 40% y la desaprobación del presidente aumenta
al 54%. Nunca ningún otro presidente se había vuelto tan impopular después de
los primeros 100 días de gobierno. Las cosas irán de mal en peor para el actual
presidente y su mayoría parlamentaria de extrema izquierda, a pesar del empeño
en primera persona de Michelle Bachelet, quien prometió apoyar el texto
constitucional y, de hecho, se trasladó a Santiago de Chile, para trabajar codo
con codo con Boric y su mayoría. En los últimos días, sin embargo, la
Conferencia Episcopal ha salido al terreno para declarar sin ambigüedades que
la reforma constitucional es un peligro para la libertad religiosa, para el
valor de la vida humana, la libertad de educación y la familia.
Los obispos dan la
voz de alarma al tiempo que aprecian “el compromiso de garantizar una amplia
gama de derechos humanos y sociales fundamentales... y el reconocimiento de los
pueblos indígenas”: en el documento publicado el 22 de julio, a partir de la
Doctrina Social de la Iglesia, manifiestan una orientación clara y muy dura
sobre la reforma. En materia de vida humana, los obispos no sólo estigmatizan
la total libertad del aborto incluida en la nueva Constitución, sino que
subrayan polémicamente cómo se mencionan los derechos de los animales y “no
reconozca ninguna dignidad ni ningún derecho a un ser humano en el vientre
materno. Y esto da a la propuesta una impronta deshumanizante”. Finalmente, se
reitera que “la enseñanza de la Iglesia en este tema [del aborto] es clara y
constante, y especialmente el católico debe considerarla en su discernimiento”.
El mismo adjetivo (“deshumanizante”) se refiere al derecho a la “muerte digna”.
Los obispos chilenos advierten contra la tentación de “un exceso de Estado, en
desmedro de la autonomía de las personas y grupos sociales para conseguir el
bien común”, al tiempo que valoran el texto de reforma constitucional sobre los
derechos “sociales”.
Sobre la familia,
la paternidad y la ideología de género, no se andan con rodeos: “La familia es
un valor esencial no solo para la Iglesia, sino para toda la sociedad... el
Estado debe protegerla y auxiliarla para que pueda asumir sus
responsabilidades, pero no debe sustraerla de las tareas que puede desempeñar
sola o libremente asociada con otras familias... La propuesta constitucional
asume este deber del Estado, pero amplía el concepto de familia al hablar de
“familias en sus diversas formas, expresiones y modos de vida, sin
restringirlas a vínculos exclusivamente filiativos y consanguíneos... Estamos
ante una acepción neutra y desfigurada de familia, que la deja como un modo de
organización al mismo nivel que una asociación... cualquier grupo de personas
podría ser considerado una familia”. Un claro no a los matrimonios gay, trans y
poliamorosos. El derecho y deber de la educación de las familias y padres hacia
sus hijos es “insustituible e inalienable”, mientras que la propuesta
constitucional “desfigura restringiendo la libertad de los padres y el derecho
a la educación religiosa”. Incluso en el tema de la educación de la sexualidad,
“en ningún momento”, protestan los obispos, “se establece la responsabilidad de
los padres y la importancia de incorporar su participación en la educación en
la afectividad de sus hijos”. Todo queda en manos del Estado, lo que es aún más
preocupante por la fuerte presencia en el texto constitucional de la “ideología
de género”. A los obispos preocupa el exclusivo fortalecimiento de la educación
pública estatal y el silencio hacia las escuelas públicas
"subvencionadas" (mayoritariamente cristianas), en donde estudia el
55% de los niños chilenos.
La libertad
religiosa será limitada “por el respeto a los principios constitucionales,
entre ellos el aborto, la educación de género, los límites a los derechos de
los padres y de las escuelas”, principios que “son incompatibles con la fe
cristiana”. Descontentos por la falta de reconocimiento, dejando el destino de
las iglesias y obras cristianas en manos exclusivas del Estado, los obispos
invitan a los chilenos a tomar nota de la importancia de la votación del
próximo 4 de septiembre. Un voto entre un totalitarismo neocomunista y la
libertad.
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