sobre los internados canadienses
Stefano
Chiappalone
Brújula cotidiana,
30-07-2022
El debate sobre el
papel de la Iglesia en la integración forzosa de los pueblos autóctonos se ha
reavivado con el anuncio del descubrimiento de enterramientos que, sin embargo,
sólo son “probables”: para confirmar las hipótesis y las acusaciones hay que
excavar (en la tierra y en los archivos). Admitir la culpa no significa evitar
las preguntas sobre la propia responsabilidad, sino también la de los demás. El
Gobierno canadiense se manifiesta contra la Iglesia, olvidando que hasta ayer
Trudeau estaba en litigio con los nativos
“Nuestro objetivo
es seguir adelante hasta que no haya un solo indio en Canadá que no haya sido
integrado...”: Así se expresaba Duncan Campbell Scott, Superintendente de
Asuntos Indios en Canadá entre 1913 y 1932. La asimilación forzosa de los
nativos canadienses fue un deseo preciso del Estado, que fue llevado a cabo
principalmente mediante la separación forzosa de las familias y los internados
confiados en gran medida al clero católico –he aquí el punctum dolens-, y en menor medida al anglicano o a la Iglesia
Unida de Canadá. Según los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad y
la Reconciliación de Canadá (CVR), los alumnos de esas escuelas dirigidas por
sacerdotes y monjas, sufrieron penurias, maltratos y abusos, incluso sexuales.
En general, el hacinamiento y la falta de higiene favorecieron la aparición de
enfermedades, con los consiguientes picos de mortalidad (se calcula que entre
3.000 y 6.000 niños), así como el trauma de verse separados por la fuerza de la
familia, la lengua y el lugar de origen. Y los horrores podrían confirmarse con
el descubrimiento de cientos de entierros.
Asumamos la culpa
sin renunciar a hacernos algunas preguntas e intentar comprender los hechos
enterrados en un mar de adjetivos gracias a los medios de comunicación que
pretende indignar en lugar de informar. Señalar las responsabilidades no
significa en absoluto menospreciarlas, aunque es muy cómodo atribuirlas todas
(a pesar de todo) a la Iglesia católica –incluso sobre la base de testimonios
verídicos y supuestos hallazgos, como ya se ha señalado. Pero ya se encarga
ésta de cargar con las culpas y entonar el mea culpa, y no sólo ahora: en 2008
lo hizo Benedicto XVI por los sucesos de Canadá, y en los años 90 también lo
habían hecho las distintas instituciones religiosas implicadas, desde las
Misioneras Oblatas de María Inmaculada hasta los propios internados. Hay que
admitir que entre los diversos acusadores de la Iglesia en Canadá, la más
honesta fue Si Pih Kol, que protagonizó un exabrupto durante la “peregrinación
penitencial” del Papa Francisco. La mujer indígena cantó una protesta en su
propia lengua, al compás de las notas del himno canadiense. He dicho “la más
honesta” ya que también lo había hecho durante la visita del príncipe Carlos de
Inglaterra. De hecho, aunque muchos lo olviden, Canadá pertenece a la
Commonwealth y como tal estuvo y está sometida a la corona de Su Majestad
Británica. Uno de los niños (ahora adulto) cuenta que ante su negativa a ir a
la escuela le objetaron: “Si no vas al colegio tu papá terminará en la cárcel”.
Pero, ¿quién tenía el poder de enviarlo a la cárcel? ¿El sacerdote o el Estado?
El debate se ha
reavivado con el anuncio del descubrimiento de tumbas en los terrenos del
Colegio Residencial de Kamloops. Pero esas tumbas hasta ahora son “presuntas”,
según la antropóloga Sarah Beaulieu, que ha examinado el terreno con un
georradar y también ha reducido el recuento de “problables sepulturas” en
Kamloops de 215 a 200. “Todos los terrenos de las escuelas residenciales
probablemente (likely) contienen tumbas y niños desaparecidos”. En otras palabras:
hay depresiones en el suelo, estamos en una escuela, y por lo tanto podrían ser
tumbas de niños, afirma. Sin embargo, dice: “Utilizando solamente el georradar
no podemos afirmar con certeza que haya restos humanos hasta que excavemos”.
Pero las excavaciones aún no se han llevado a cabo, y el New York Post informa
de que cuando se le pidieron más aclaraciones, “Beaulieu no respondió a los
correos electrónicos”.
“Todo se basa en
el simple descubrimiento de anomalías en el suelo, alteraciones que podrían haber
sido causadas por movimientos de raíces, como mencionó la propia antropóloga
durante la rueda de prensa del 15 de julio. Se necesitan pruebas concretas
antes de que las acusaciones formuladas contra los Oblatos y las Hermanas de
Santa Ana pasen a la historia. Las exhumaciones aún no han comenzado y no se
han encontrado restos. Un crimen cometido requiere pruebas verificables”,
afirma el historiador canadiense Jacques Rouillard, profesor de la Universidad
de Montreal.
Sin embargo, los
testimonios de malos tratos y abusos denunciados ante la Comisión se mantienen.
Si el sistema era estatal, los curas y las monjas eran sus gestores –malos
gestores-, según los relatos de los supervivientes. Dado que cuanto mayores son
las acusaciones, mayores son las pruebas necesarias para corroborar los
testimonios, incluso un solo caso de abuso por parte de un religioso es una
mancha muy grave. Además de las faltas personales de los sacerdotes y monjas
implicados, la acusación que se les puede hacer a un nivel más “institucional”
no es que fueran unos ministros de la religión demasiado entusiastas (ya que
actuaban en contra de la ley divina, a diferencia de los gobernantes que
actuaban de acuerdo con la ley civil), sino que se prestaron al papel de
funcionarios.
“A pesar de los 71
millones de dólares que recibieron, Los investigadores de la Comisión nunca
tuvieron tiempo durante los siete años de trabajo para consultar los archivos
de los Oblatos de María Inmaculada, la orden religiosa que, a finales del siglo
XIX, comenzó a gestionar los internados”, señala el historiador Roberto de
Mattei. “Basándose, sin embargo, en estos mismos archivos, el historiador Henri
Goulet [...] ha demostrado que los oblatos fueron los únicos defensores de la
lengua y el modo de vida tradicionales de los indios de Canadá, a diferencia
del gobierno y de la Iglesia anglicana, que insistían en una integración que
desarraigaba a los nativos de sus orígenes”. Por cierto, hay que observar de
paso que los aborígenes representan actualmente sólo el 2% en ese otro dominio
británico que es Australia. Y es evidente que en América Latina, en cambio, los
rasgos amerindios siguen siendo muy visibles y prevalece el mestizaje.
Por último, hay un
gran ausente: los mártires canadienses que dieron su sangre por esos pueblos.
Sería injusto (por ambas partes) leer sólo este oscuro capítulo de toda la
historia de las misiones en Canadá. Misiones que comenzaron en el siglo XVII,
con la llegada del jesuita Charles Lallemant y luego de Juan Brebeuf, que más
tarde fue masacrado junto con otros siete compañeros por los iroqueses, que
estaban convencidos de que la presencia de los misioneros provocaba desastres
naturales. Por cierto, uno de los raros testimonios que se conservan de la
lengua de los urones se debe precisamente a Brebeuf, y se trata de un catecismo
escrito en su lengua: todo lo contrario de la asimilación forzosa que
posteriormente llevó a cabo el Gobierno. Con la invasión de los iroqueses (que
también capturaron a los urones: evidentemente, los nativos también estaban en
guerra entre ellos) Brebeuf y sus compañeros fueron asesinados en medio de
torturas especialmente sangrientas, desde quemaduras hasta arrancamiento de
uñas. Pero ninguna persona sensata reduciría toda la cultura de los nativos a
estos episodios sangrientos. Esto sólo se hace cuando el culpable es católico.
Pero mientras la
Iglesia entona su mea culpa, no se puede decir lo mismo del Gobierno
canadiense, condenado por sus propios tribunales por no querer indemnizar a los
nativos. El ministro Marc Miller dice que la visita del Papa no es suficiente.
Pero olvida que, a causa de una batalla legal de 15 años sobre la
discriminación en el sistema de bienestar contra los niños de las reservas,
Trudeau emprendió acciones legales contra los nativos “para asegurarse de que
la compensación era justa”. Acabó perdiendo y, por tanto, teniendo que pagar.
Sin embargo, recibió el comentario irónico de Jagmeet Singh, líder del New
Democratic Party: “No puedes arrodillarte un día [en referencia a las
manifestaciones antirracistas, ed] y luego arrastrar a los niños indígenas ante
el tribunal”.
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