se convirtió hace cien años, uniéndose a la
buena y alegre compañía
Por
Redaccioninfovaticana | 17 junio, 2022
Querido director,
es tiempo de “centenarios”, que nos recuerdan la grandeza de muchos hombres y
mujeres que han honrado su vida, ayudándonos a vivir mejor. En 2022
conmemoramos al Siervo de Dios don Luigi Giussani, nacido el 15 de octubre de
1922.
Ese mismo año, el
gran Chesterton ingresó definitivamente en la Iglesia católica, cuando tenía
algo menos de 50 años, en plena madurez, tras haber escrito en 1908 (nada menos
que 14 años antes) su obra maestra “teológica”, Ortodoxia. Entró oficialmente
en la Iglesia tras madurar su decisión con varios sacerdotes inteligentes y
algunos grandes amigos. Una hermosa y alegre compañía le ayudó en su conversión
final, aunque esta maduró mirando sin prejuicios la realidad de las cosas y la
gran historia de la propia Iglesia, donde, según él, todas las verdades, incluidas
todas las contradicciones, confluían.
Defensor de la fe
Se trata,
entonces, de un centenario, el de la conversión de Chesterton, que hay que
recordar y estudiar. Esta conversión nos testimonia, en una época en la que
muchos dan la espalda a la Iglesia (con los desastrosos resultados, incluidas
las guerras, que están a la vista de todos), que, en cambio, como hombres maduros e
inteligentes aún podemos entrar en la Iglesia, porque ella es la única que
salva y proclama (a pesar de la actual y excesiva timidez) todo lo que hace
grande e irrepetible a cualquier ser humano.
Uno puede, incluso
en este siglo (aún por definir), entrar con orgullo y alegría en la experiencia
católica, porque es la única que evita la locura del “mundo”. Ser católico es
bueno para nuestro equilibrio psicofísico y nuestra capacidad de ser útiles
(gracias a la fuerza de Otro). Espero que al menos la intelectualidad católica
se detenga a recordar el “centenario” de Chesterton, a quien el papa Pío XI
definió como un «defensor de la fe», lo que efectivamente fue, con toda su
inteligencia, su enorme cultura, sus numerosos escritos, su fantástica ironía,
que hizo que entablara amistad incluso con sus adversarios (en esto me recuerda
a Luigi Amicone).
El hombre común
En una época de “locuras”
como la nuestra, se echa de menos a alguien como Chesterton. Por esta razón
estoy releyendo uno de sus libros más significativos, El hombre común,
publicado en Italia por Lindau, que subtituló así el libro: «Elogio del sentido
común y la tradición».
Contiene una serie
de ensayos que tratan una gran variedad de temas, todos ellos verificados desde
el punto de vista del sentido común que se desprende de las verdades que
profesa el cristianismo. Una lectura muy agradable y estimulante. Me detendré
brevemente en dos de estos artículos.
El progreso
persecutorio
El primero, que es
también la introducción del libro y que se titula “El hombre común”, es una
crítica mordaz al poder intelectual que quiere dominar el mundo (no solo el
cultural), poder que ha aumentado mucho en nuestros días. Un poder que margina
y persigue (también en el sentido más negativo de la palabra) el pensamiento
del hombre común, que se basa en una sabiduría popular que respeta las
dimensiones “elementales” de toda existencia. Son las extravagancias de los
intelectuales las que llevan a cometer los mayores errores y las más increíbles
aberraciones.
Chesterton
escribió estas cosas hace más de cien años, pero la situación se ha deteriorado
enormemente. Basta pensar en que se quiere hacer pasar la supresión de una vida
humana por un “derecho” y que se quiere definir al hombre y a la mujer, no
basándose en datos biológicos irrefutables, sino en el capricho, aunque sea
totalmente momentáneo, del individuo, lo que Chesterton define como «afán y
locura provocados por la volubilidad de la clase culta». Chesterton afirma, con
razón, que «el progreso, entendido como el progreso que ha progresado desde el
siglo XVI, ha perseguido sobre todo al hombre común […] el progreso solo ha
sido una persecución del hombre común».
Esto es
especialmente evidente hoy en día, ya que el pensamiento del hombre común
también está siendo perseguido por leyes liberticidas. Y Chesterton añade una
evidencia que es real: normalmente, la clase dirigente que persigue al hombre
común es también la más rica, por ser la más poderosa. ¡Qué gran verdad! Es
cierto que la clase culta y rica persigue a la clase común y pobre. Una
observación que puede parecer trivial, pero que nadie hace.
Las escuelas
católicas
El segundo artículo
se titula “Un nuevo argumento a favor de las escuelas católicas” y el nuevo
argumento consiste en que el hombre no se conforma con cualquier educación,
porque necesita una «cultura completa, basada en su propia filosofía y
religión». Es decir, se necesita una educación llena de sentido para que la
persona esté totalmente abierta para, así, afrontar las obligaciones de la
vida.
Chesterton utiliza
una figura inusual para decir que las escuelas católicas van en esa dirección
cuando escribe que «el conocimiento nunca puede encerrarse en compartimentos
estancos» y que los críticos de las escuelas católicas deberían saber que estas
garantizan la plenitud de la educación a través del «ambiente católico», es
decir, a través de un conjunto coherente de instrucción y significado.
Creo que muchas
escuelas “católicas” deberían releer este artículo de Chesterton ya que muchas
de ellas, especialmente las más grandes, seguras de poder sobrevivir gracias a
sus acaudalados clientes, me parecen más preocupadas por salir primeras en las
encuestas de la Fundación Agnelli que por asegurar un “ambiente católico” que
ayude al alumno a crecer como persona “nueva” y completa antes de crecer como
una herramienta eficiente de trabajo y negocio que tanto agrada al “mundo”.
Inteligente ironía
Todos los que se
avergüenzan de declararse públicamente católicos deberían dirigir su mirada al
testimonio de Chesterton que, en 1922, se unió a la Iglesia, escribiendo
posteriormente decenas de libros para decir al mundo entero que pertenecer a la
Iglesia es lo único que verdaderamente le conviene al ser humano, porque Jesús
prometió a quien le sigue nada menos que el ciento por uno.
Sus libros
destilan positividad, agudeza crítica, una profunda cultura y una ironía
inteligente. Pero, sobre todo, junto a toda su maravillosa (¿y santa?) vida,
emanan un gran amor hacia el hombre “común”, el querido por el Dios creador y
no por las ideologías malsanas.
Publicado por
Peppino Zola en Tempi
Traducido por
Verbum Caro para InfoVaticana
No hay comentarios:
Publicar un comentario