Santiago
MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 2-12-16
Cuatro cardenales, los cuatro de gran importancia
aunque tres de ellos estén jubilados, hicieron cinco preguntas al Santo Padre
(el nombre técnico de este tipo de consultas es “dubia”), lo cual es frecuente
y entra dentro de los derechos y deberes de todos los obispos del mundo. Al no
haber recibido respuesta, dos meses después, decidieron publicar dichas
preguntas, para informar al pueblo de Dios y para dejar constancia de la inquietud
que hay en un sector de la Iglesia sobre la interpretación que algunos están
dando a la “Amoris laetitia”.
La cuestión de fondo es si puede haber excepciones que
permitan comulgar a una persona divorciada y casada por lo civil, o casado con
alguien que está en esa situación. Es decir, se preguntaba sobre la objetividad
del mal moral y si determinadas circunstancias hacen que lo que es
objetivamente malo no pueda ser imputado subjetivamente como tal al que lo
comete. La Teología moral, como ha recordado el Papa, siempre han admitido que
para que haya pecado tiene que haber, entre otras cosas, libertad a la hora de
actuar (por ejemplo, una mujer violada no comete pecado, aunque esté teniendo
sexo fuera del matrimonio, porque no tiene libertad para rechazarlo). El
problema no es, pues, el del ejercicio de un sano y prudente discernimiento
-que, como dije desde el primer momento en que apareció la “Amoris laetitia”,
ha sido la práctica habitual en la Iglesia-; el problema está en que una vez
abierta la puerta, aunque sea a través de una pequeña rendija, ésta ya queda
abierta y ahora es cuestión de ir ampliando esa apertura poco a poco. Es decir,
el problema es que si eso se admite, no tardará en plantearse -de hecho,
algunos lo hicieron incluso en el Sínodo-, que se permita comulgar a los que
viven sin casarse o a los homosexuales que vivan en pareja, y esto sólo para
empezar, pues luego se ampliará el concepto a los implicados en un aborto, en
una eutanasia o incluso en casos de corrupción o de terrorismo. Cuando la
subjetividad se convierte en norma, nos encontramos ante una “moral de
situación”, que fue condenada por Pío XII, o ante una reedición de la “moral de
actitudes”, que fue condenada por San Juan Pablo II. Este es el problema de
fondo y no es un problema cualquiera. No hay que olvidar que, en el debate
organizado por varias conferencias episcopales en la Universidad Gregoriana,
entre Sínodo y Sínodo, un teólogo llegó a pedir públicamente que la Iglesia
renunciara a todo tipo de moral sexual -es decir, que aceptara que en el sexo
todo vale-, y que sólo se condenaran aquellos actos que han sido exigidos con
violencia. Ese es el objetivo al que se quiere llegar y lo que se está
debatiendo ahora es si se abre o no la puerta, aunque ésta no se abra de par en
par de un golpe.
En este debate, ya larguísimo, se suceden las
intervenciones de unos y otros. Las de aquellos que defienden la moral católica
tradicional, la que ha estado en vigor desde Cristo, es mesurada y no ofensiva.
La de algunos de los que se les oponen y claman por la aniquilación de dicha
moral, es agresiva. Que un obispo llegue a llamar herejes a unos cardenales por
atreverse a preguntar, es desproporcionado. Más aún lo es que un famoso
periodista jesuita llame al cardenal Burke en un tweet “gusano idiota”. Con
razón algunos comentaristas han dicho que esos insultos denotan nerviosismo, lo
cual significaría que, a pesar de tener, supuestamente, el poder no están
seguros de ganar. Y es que cargarse dos mil años de Teología moral de un golpe
no es fácil, ni siquiera contando con el apoyo masivo de los medios de
comunicación y de todo el poder del nuevo orden mundial.
Así las cosas, ha hablado por fin alguien que está
directamente implicado en el tema. Me refiero al cardenal Müller, prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe. Si bien las preguntas de los cuatro
cardenales fueron hechas al Papa, la respuesta debía venir a través de dicha
Congregación. Müller ha recordado que él no puede responder si el Papa no le
dice que lo haga. Pero es que esto mismo ya es una respuesta, porque además ha
dicho claramente que los documentos pontificios no pueden ser interpretado de
una forma que contradiga los documentos pontificios anteriores. O sea que el
cardenal Müller lo que acaba de recordar es que también en la Iglesia está
vigente el principio del “silencio administrativo”. Cuando no hay respuesta a
una pregunta no significa en realidad que no exista tal respuesta, sino que
está en vigor la respuesta anterior, si es que la hubiera. Como de hecho sí la
hay, y ésta es clara y abundante, hay que deducir que todo lo enseñado por los
Pontífices anteriores, basado explícita y claramente en las enseñanzas de
Cristo, recogidas y explicitadas por San Pablo, sigue en vigor. El “silencio
administrativo” da la razón a los que han hecho las preguntas.
Y ahora, digo yo, ¿podríamos zanjar este asunto y
dedicarnos a evangelizar a todos los hombres, empezando por aquellos que se
encuentran en situaciones irregulares? Para que la gente vuelva a la Iglesia,
lo que importa no es que la puerta esté más o menos abierta, sino que descubran
que lo que hay dentro -Cristo-, merece la pena; cuando lo descubran, incluso
aunque la puerta estuviera cerrada -que no lo está-, entrarían por la ventana.
Y si no lo descubren, por muy supuestamente abierta que esté, no van a querer
entrar. Ahí está el ejemplo de lo que sucede en Alemania: en la práctica ya se
da la comunión a los divorciados vueltos a casar y a otros muchos que no
podrían recibir el Cuerpo de Cristo, y sin embargo cada vez va menos gente a la
Iglesia.
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