lunes, 19 de diciembre de 2016

Martín Lutero: el canto del gallo de la modernidad



La tesis central de este nuevo libro de Danilo Castellano es que Lutero es la modernidad. 
En los contenidos filosóficos y teológicos de la reforma protestante están presentes todos los principios de la modernidad, incluidos los principios morales, políticos y jurídicos. El primado de la conciencia individual; la democracia fundada en la soberanía del número; la separación entre Estado, ética y religión; la contractualismo político; la secularización y la exclusión de Dios de la escena pública; el rechazo de la naturaleza y la superación del hombre en la modernidad tardía; el nihilismo occidental… si se analizan sus fundamentos, vemos que su matriz es la reforma protestante. Martin Lutero es el canto del gallo de la modernidad, del mismo modo que en el canto del gallo está contenida virtualmente toda la jornada. No lo es sólo como "inicio", sino también como "principio".

La tesis es importante, clara, está bien definida y argumentada. Precisamente por esto es también una tesis urticante, sobre todo en el actual contexto "ecumenizante" que parece querer seguir adelante a costa de todo, es decir, sin demasiada claridad teórica y privilegiando la prioridad de la praxis y de los comportamientos; esto es también, en el fondo, una herencia luterana. Se trata también de un importante desafío a la Iglesia de hoy, a la que se invita a tomar o a dejar todo en bloque: Lutero y la modernidad como único paquete. 

La claridad de la tesis pone en jaque todas las tácticas. Si se hace referencia a lo que caracteriza la modernidad en su esencia -entendida, obviamente, no en sentido histórico, sino como visión- se llega a Lutero, por lo que la aceptación de la modernidad conduciría la Iglesia a su propia protestantización, a una verdadera y propia mutación genética; del mismo modo, acoger la sustancia de la revolución luterana comportaría la consiguiente aceptación de toda la modernidad, incluido su nihilismo: su canto del cisne, diríamos, en relación con el canto del gallo. 
La gravedad del problema planteado por Castellano es, por lo tanto, evidente.

Al profundizar en el libro después de esta valoración de conjunto, vemos como para Castellano el pensamiento de Lutero es una forma de gnosis y como el ataque de la Reforma a la Iglesia católica es una herejía gnóstica, impregnada de racionalismo y reedición del pecado de los orígenes. Vuelve así la idea de que, al ser la modernidad una macro-forma de gnosis, expresión del mismo racionalismo de los progenitores en el Edén, la aceptación de los principios luteranos representa la negación completa del catolicismo. Por lo tanto, no una reforma, sino una revolución.

Si tomamos, por ejemplo, el nudo libertad-conciencia-autodeterminación, fácilmente encontramos que en Lutero está la matriz de estos conceptos que hoy son absolutamente dominantes en el campo social, jurídico o político. Para Lutero la libertad del cristiano es absoluta, y la libertad es entendida como soberanía. Esto tiene consecuencias tanto en el ámbito religioso como político. 
En este último nace el voluntarismo -que Lutero retoma también de sus maestros ockhamistas- y, por lo tanto, el contractualismo y el positivismo jurídico. La negación de la naturaleza comporta (gnósticamente) la negación del orden de la creación; el resultado es que la libertad está desvinculada de leyes con fundamente ontológico y se hace soberana de sí misma. Nace aquí la concepción moderna de la democracia que no es otra cosa que la transferencia del voluntarismo individual al plano colectivo. 
Como el individuo elige y quiere más alla de cualquier razón, del mismo modo los miembros de la comunidad política eligen y quieren sin razón y sus elecciones son, por eso mismo, siempre justas, no porque expresen una verdad o un bien, sino porque son independientes. En este caso la expresión "comunidad política" es, mirándolo bien, impropia, porque es tal sólo si es mantenida unida por algo que la precede y la constituye, pero en el caso del voluntarismo luterano y de la democracia moderna de la alzada de mano hay una soberanía absoluta que no está vinculada por nada. Por esto, en la democracia moderna se cuentan los ciudadanos individualmente, pero no hay comunidad y, siempre por este motivo, la democracia individualista moderna está naturalmente abierta al totalitarismo. La conciencia, según Lutero, no tiene obligaciones que no dependan de ella misma y, por lo tanto, no es conciencia del bien y del mal, sino que es conciencia que produce el bien y el mal. 

Así es para los ciudadanos de una comunidad política: su conciencia social no reconoce un orden de bien común, pero lo produce. En este caso, sin embargo, se da un conflicto entre las conciencias individuales -una anarquía originaria- que no encuentra solución más que en la sumisión a un poder, de hecho, más fuerte que todos. He aquí el paso de la democracia moderna al totalitarismo. ¿Se trata de un paso obligado, como acabo de decir, o contingente? El hecho de que la Iglesia católica no haya canonizado nunca a la democracia puede hacer pensar que se trate verdaderamente -como sostiene Castellano- de una vinculación obligada. De hecho, muchos pasajes de la Evangelium vitae  y de la Centesimus annus de Juan Pablo II parecen confirmarlo. También es fácil comprender que si se parte de una anarquía originaria ya no habrá modo de superarla en una comunidad si no es con una reductio ad unum (como decían Marsilio de Padua, Hobbes o Bodin) forzada e impuesta.

Permaneciendo en el tema de la conciencia en Lutero, me han parecido interesantes dos profundizaciones de Castellano: una en relación a Rousseau y la otra en relación a Hegel. Hoy, como es bien sabido, la única forma de "verdad" públicamente admitida es la sinceridad, o coherencia con uno mismo. El enorme y trágico daño que este principio de autodeterminación produce en el ámbito de la vida, de la procreación y de la familia -por limitarnos sólo a estos- están tan a la vista de todos, como es ideológica y culpablemente negado y silenciado. Las críticas a este principio -como, por ejemplo, la expresada por Charles Taylor-, cuyo objetivo es captar su contradicción interna, son útiles pero no son suficientes, porque se reducen a hacer emerger una contradicción interna de la conciencia más que en la relación entre conciencia y realidad. 

Castellano nos recuerda que para Rousseau basta con escucharse a sí mismo para hacer el bien, dado que la conciencia es un sentimiento natural del hombre, naturalmente bueno. Hegel, por su parte, propone como verdad la coherencia del sistema. Los dos están de acuerdo acerca de la verdad como coherencia desencarnada de la realidad (otro elemento gnóstico), es decir, como totalitarismo del yo (es el caso de Rousseau; Benedicto XVI hablaba del totalitarismo del yo y de sus deseos) o de un yo transcendental e histórico que se sintetiza en el Estado (es el caso de Hegel). También desde este punto de vista la lógica de la coherencia consigo mismo o de la coherencia del sistema produce el totalitarismo. El voluntarismo es un totalitarismo del individuo sobre sí mismo, que en Hegel se convierte en el totalitarismo del Estado, visto como un sujeto individual encarnación del Bien.

Danilo Castellano examina sobre todo las consecuencias sociales, jurídicas y políticas de la Reforma protestante. Pero alude también a algunas consecuencias teológicas, sobre todo en lo que atañe a la relación entre la conciencia y la ley, y en lo que concierne el origen y la naturaleza del Cuerpo eclesial.

Para Lutero -observa Castellano-, la Iglesia «es la unión de todos los creyentes en Cristo sobre la tierra». Se trata de una unión puramente espiritual en la libertad absoluta de los hijos de Dios. No es un Cuerpo constituido por Cristo y no está sometida a dogmas, leyes, instituciones. Se podría decir -como en el mundo de lengua alemana dicen hoy también muchos católicos con la expresión: "La Iglesia somos nosotros"- que no es la Iglesia la que hace a los cristianos, sino que son los cristianos lo que hacen la Iglesia. La consecuencia es el principio según el cual en el pueblo de Dios todos somos iguales, siguiendo el principio de la propia democracia moderna de la soberanía popular por lo que la Iglesia debería ser gobernada desde abajo.

En la versión luterana del cristianismo se rompe la unidad entre razón y fe y, en consecuencia, se rompe también la unidad entre política y religión, entre Estado e Iglesia. La definición que había dado del problema el Papa Gelasio en el siglo V, a saber; que a la Iglesia le correspondía la auctoritas y al Estado la potestas, pero que esta última dependía de la primera por su legitimación de derecho, decae. El Estado es ahora la pura fuerza apta para controlar a los hombres, cuya naturaleza es irremediablemente corrupta. 

La actividad del Estado está separada de cualquier finalidad ética o finalística, no está ordenada al bien común. Sirve sólo para tener bajo control la anarquía con mano dura. Esto comporta, de hecho, una supremacía del Estado sobre la Iglesia en ámbito público, con el nacimiento de la moderna laicidad que no puede dejar de transformarse en laicismo. La Iglesia es un asunto íntimo y privado porque es una comunidad sólo espiritual. El Estado gobierna directamente la expresión pública del culto, según las intenciones del propio Lutero, o elimina cualquier forma de culto público, tal como sucede en la forma dura del jacobinismo o en la forma, atenuada en los modos pero no en la sustancia, del americanismo.

Stefano Fontana

Danilo Castellano, Martin Lutero. Il canto del gallo della modernità (Martín Lutero. El canto del gallo de la modernidad), Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles 2016.


Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 19-12-16

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