La tesis central de este nuevo libro de Danilo
Castellano es que Lutero es la modernidad.
En los contenidos filosóficos y
teológicos de la reforma protestante están presentes todos los principios de la
modernidad, incluidos los principios morales, políticos y jurídicos. El primado
de la conciencia individual; la democracia fundada en la soberanía del número;
la separación entre Estado, ética y religión; la contractualismo político; la
secularización y la exclusión de Dios de la escena pública; el rechazo de la
naturaleza y la superación del hombre en la modernidad tardía; el nihilismo
occidental… si se analizan sus fundamentos, vemos que su matriz es la reforma
protestante. Martin Lutero es el canto del gallo de la modernidad, del mismo
modo que en el canto del gallo está contenida virtualmente toda la jornada. No
lo es sólo como "inicio", sino también como "principio".
La tesis es importante, clara, está bien definida y
argumentada. Precisamente por esto es también una tesis urticante, sobre todo
en el actual contexto "ecumenizante" que parece querer seguir
adelante a costa de todo, es decir, sin demasiada claridad teórica y
privilegiando la prioridad de la praxis y de los comportamientos; esto es
también, en el fondo, una herencia luterana. Se trata también de un importante
desafío a la Iglesia de hoy, a la que se invita a tomar o a dejar todo en
bloque: Lutero y la modernidad como único paquete.
La claridad de la tesis pone
en jaque todas las tácticas. Si se hace referencia a lo que caracteriza la
modernidad en su esencia -entendida, obviamente, no en sentido histórico, sino
como visión- se llega a Lutero, por lo que la aceptación de la modernidad
conduciría la Iglesia a su propia protestantización, a una verdadera y propia
mutación genética; del mismo modo, acoger la sustancia de la revolución
luterana comportaría la consiguiente aceptación de toda la modernidad, incluido
su nihilismo: su canto del cisne, diríamos, en relación con el canto del gallo.
La gravedad del problema planteado por Castellano es, por lo tanto, evidente.
Al profundizar en el libro después de esta valoración
de conjunto, vemos como para Castellano el pensamiento de Lutero es una forma
de gnosis y como el ataque de la Reforma a la Iglesia católica es una herejía
gnóstica, impregnada de racionalismo y reedición del pecado de los orígenes.
Vuelve así la idea de que, al ser la modernidad una macro-forma de gnosis,
expresión del mismo racionalismo de los progenitores en el Edén, la aceptación
de los principios luteranos representa la negación completa del catolicismo.
Por lo tanto, no una reforma, sino una revolución.
Si tomamos, por ejemplo, el nudo
libertad-conciencia-autodeterminación, fácilmente encontramos que en Lutero
está la matriz de estos conceptos que hoy son absolutamente dominantes en el
campo social, jurídico o político. Para Lutero la libertad del cristiano es
absoluta, y la libertad es entendida como soberanía. Esto tiene consecuencias tanto
en el ámbito religioso como político.
En este último nace el voluntarismo -que
Lutero retoma también de sus maestros ockhamistas- y, por lo tanto, el
contractualismo y el positivismo jurídico. La negación de la naturaleza
comporta (gnósticamente) la negación del orden de la creación; el resultado es
que la libertad está desvinculada de leyes con fundamente ontológico y se hace
soberana de sí misma. Nace aquí la concepción moderna de la democracia que no
es otra cosa que la transferencia del voluntarismo individual al plano
colectivo.
Como el individuo elige y quiere más alla de cualquier razón, del
mismo modo los miembros de la comunidad política eligen y quieren sin razón y
sus elecciones son, por eso mismo, siempre justas, no porque expresen una verdad
o un bien, sino porque son independientes. En este caso la expresión
"comunidad política" es, mirándolo bien, impropia, porque es tal sólo
si es mantenida unida por algo que la precede y la constituye, pero en el caso
del voluntarismo luterano y de la democracia moderna de la alzada de mano hay
una soberanía absoluta que no está vinculada por nada. Por esto, en la
democracia moderna se cuentan los ciudadanos individualmente, pero no hay
comunidad y, siempre por este motivo, la democracia individualista moderna está
naturalmente abierta al totalitarismo. La conciencia, según Lutero, no tiene
obligaciones que no dependan de ella misma y, por lo tanto, no es conciencia
del bien y del mal, sino que es conciencia que produce el bien y el mal.
Así es
para los ciudadanos de una comunidad política: su conciencia social no reconoce
un orden de bien común, pero lo produce. En este caso, sin embargo, se da un
conflicto entre las conciencias individuales -una anarquía originaria- que no
encuentra solución más que en la sumisión a un poder, de hecho, más fuerte que
todos. He aquí el paso de la democracia moderna al totalitarismo. ¿Se trata de
un paso obligado, como acabo de decir, o contingente? El hecho de que la
Iglesia católica no haya canonizado nunca a la democracia puede hacer pensar
que se trate verdaderamente -como sostiene Castellano- de una vinculación
obligada. De hecho, muchos pasajes de la Evangelium vitae y de la Centesimus annus de Juan Pablo II
parecen confirmarlo. También es fácil comprender que si se parte de una
anarquía originaria ya no habrá modo de superarla en una comunidad si no es con
una reductio ad unum (como decían Marsilio de Padua, Hobbes o Bodin) forzada e
impuesta.
Permaneciendo en el tema de la conciencia en Lutero,
me han parecido interesantes dos profundizaciones de Castellano: una en
relación a Rousseau y la otra en relación a Hegel. Hoy, como es bien sabido, la
única forma de "verdad" públicamente admitida es la sinceridad, o
coherencia con uno mismo. El enorme y trágico daño que este principio de
autodeterminación produce en el ámbito de la vida, de la procreación y de la
familia -por limitarnos sólo a estos- están tan a la vista de todos, como es
ideológica y culpablemente negado y silenciado. Las críticas a este principio
-como, por ejemplo, la expresada por Charles Taylor-, cuyo objetivo es captar
su contradicción interna, son útiles pero no son suficientes, porque se reducen
a hacer emerger una contradicción interna de la conciencia más que en la
relación entre conciencia y realidad.
Castellano nos recuerda que para Rousseau
basta con escucharse a sí mismo para hacer el bien, dado que la conciencia es
un sentimiento natural del hombre, naturalmente bueno. Hegel, por su parte,
propone como verdad la coherencia del sistema. Los dos están de acuerdo acerca
de la verdad como coherencia desencarnada de la realidad (otro elemento
gnóstico), es decir, como totalitarismo del yo (es el caso de Rousseau;
Benedicto XVI hablaba del totalitarismo del yo y de sus deseos) o de un yo
transcendental e histórico que se sintetiza en el Estado (es el caso de Hegel).
También desde este punto de vista la lógica de la coherencia consigo mismo o de
la coherencia del sistema produce el totalitarismo. El voluntarismo es un
totalitarismo del individuo sobre sí mismo, que en Hegel se convierte en el
totalitarismo del Estado, visto como un sujeto individual encarnación del Bien.
Danilo Castellano examina sobre todo las consecuencias
sociales, jurídicas y políticas de la Reforma protestante. Pero alude también a
algunas consecuencias teológicas, sobre todo en lo que atañe a la relación
entre la conciencia y la ley, y en lo que concierne el origen y la naturaleza
del Cuerpo eclesial.
Para Lutero -observa Castellano-, la Iglesia «es la
unión de todos los creyentes en Cristo sobre la tierra». Se trata de una unión
puramente espiritual en la libertad absoluta de los hijos de Dios. No es un
Cuerpo constituido por Cristo y no está sometida a dogmas, leyes,
instituciones. Se podría decir -como en el mundo de lengua alemana dicen hoy
también muchos católicos con la expresión: "La Iglesia somos
nosotros"- que no es la Iglesia la que hace a los cristianos, sino que son
los cristianos lo que hacen la Iglesia. La consecuencia es el principio según
el cual en el pueblo de Dios todos somos iguales, siguiendo el principio de la
propia democracia moderna de la soberanía popular por lo que la Iglesia debería
ser gobernada desde abajo.
En la versión luterana del cristianismo se rompe la
unidad entre razón y fe y, en consecuencia, se rompe también la unidad entre
política y religión, entre Estado e Iglesia. La definición que había dado del
problema el Papa Gelasio en el siglo V, a saber; que a la Iglesia le
correspondía la auctoritas y al Estado la potestas, pero que esta última dependía
de la primera por su legitimación de derecho, decae. El Estado es ahora la pura
fuerza apta para controlar a los hombres, cuya naturaleza es irremediablemente
corrupta.
La actividad del Estado está separada de cualquier finalidad ética o
finalística, no está ordenada al bien común. Sirve sólo para tener bajo control
la anarquía con mano dura. Esto comporta, de hecho, una supremacía del Estado
sobre la Iglesia en ámbito público, con el nacimiento de la moderna laicidad
que no puede dejar de transformarse en laicismo. La Iglesia es un asunto íntimo
y privado porque es una comunidad sólo espiritual. El Estado gobierna
directamente la expresión pública del culto, según las intenciones del propio
Lutero, o elimina cualquier forma de culto público, tal como sucede en la forma
dura del jacobinismo o en la forma, atenuada en los modos pero no en la
sustancia, del americanismo.
Stefano Fontana
Danilo Castellano, Martin Lutero. Il canto del gallo
della modernità (Martín Lutero. El canto del gallo de la modernidad), Edizioni
Scientifiche Italiane, Nápoles 2016.
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân,
19-12-16
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