Otegui y Bolinaga
Pedro
TREVIJANO, sacerdote
catolicos-on-line, 10-3-16
Ante el problema terrorista, la postura moral es bien
sencilla. Si a alguien le dan un tiro en la nuca, o sufre la explosión de una
bomba, no hay que romperse mucho la cabeza para saber que el culpable es el
terrorista, tanto más (como dijo Bandrés, que había sido abogado de ellos)
porque las bombas no estallan si uno no las pone.
Los terroristas son delincuentes de motivación
política, pero ello no significa que estén o deban ir a la cárcel por sus ideas
(aunque Pablo Iglesias opine otra cosa, lo que no es de extrañar, porque
coincide con sus ideas totalitarias), sino por haber cometido delitos comunes:
estragos, chantaje, secuestros, asesinatos... en general incluso más graves que
los de los delincuentes comunes ordinarios. ¿O es que en España hay muchos
presos por haber cometido multitud de asesinatos, o masacres como las de
Hipercor o Zaragoza, donde se buscó intencionadamente matar niños? Los derechos
humanos no se defienden matando niños.
La Iglesia española ha condenado, durante muchos años,
más veces el terrorismo que el aborto. Pero entre sus documentos subrayo la
Instrucción Pastoral de noviembre del 2002 Valoración moral del terrorismo en
España, de sus causas y consecuencias, en cuyo número 15 leemos: “Tampoco es
admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a
expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier
forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente
a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad
en la sociedad. No se puede ser neutral ante el terrorismo. Querer serlo
resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público”. Es decir,
incluso la neutralidad es ya inmoral.
De la cárcel de mi ciudad de Logroño acaba de salir
Otegui, indiscutiblemente uno de los jefazos de ETA. Ya a su salida le
esperaban unas doscientas personas, y muchas más en Elgoibar, su pueblo, para
hacerle un recibimiento de héroe, homenaje incluido, y befarse así una vez más
de las víctimas del terrorismo. Sinceramente, esa gente me da pena, porque
significa tener los principios morales completamente trastocados, porque como
ya dijo el profeta Isaías: “¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal; de
la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz!” (5,20).
He dicho que esa gente
sinceramente me da pena, y lo digo tal como lo siento, porque se necesita mucho
odio para tomar como héroe a un delincuente, a un criminal. Mientras Jesucristo
nos pone como primer mandamiento el amor, y el amor es lo que da sentido a la
vida, lo más opuesto al amor es el odio, y por tanto las personas que se dejan
llevar por él están equivocando totalmente el sentido de su vida.
Personalmente estoy muy próximo a las víctimas del
terrorismo y saben que pueden contar conmigo para sus actos religiosos, pero mi
tarea como sacerdote no termina ahí. Me parece muy bien que pidan justicia y
que protesten cuando los criminales terroristas salen a la calle con penas
ridículas, pero les pido, por favor, que no se dejen llevar por el odio, con el
siguiente argumento: los criminales terroristas os han hecho mucho daño matando
a un ser querido o hiriéndolo, pero no les deis el gusto de que os destrocen
como personas sucumbiendo a la tentación de odiar. Justicia, sí, pero odio, no.
En este sentido me ha impactado mucho la historia de
Bolinaga, el secuestrador y torturador de Ortega Lara. Según leí en los
periódicos, cuando comprendió que le llegaba la muerte, y estaba aterrado ante
ella, le pusieron un tratamiento psicológico. Pero la Escritura nos dice que el
infierno es una realidad y Santa Faustina Kowalska nos dice en su Diario que
visitó el infierno y que “la mayor parte de las almas que allí están son las
que no creían que el infierno existe”(nº 740).
Después de una vida criminal, lo que el etarra
realmente necesitaba era recuperar la paz interior, pero ésta supera el mero
plano humano, pues el perdón de los pecados es de orden religioso y moral, es
decir, hacer las paces y recibir el perdón de Dios, ya que no podemos tener paz
en nuestro corazón si no estamos en paz con Dios.
Al culpable lo que verdaderamente le urge no es tanto
que se le consuele cuanto que se le perdone. Pero este perdón es el ejercicio
de un sacramento que ha sido confiado por Cristo a su Iglesia, siendo ésta la
tarea del confesor, no de los psicólogos. No nos quepa la menor duda de que la
seguridad del perdón, que nos da la fe, constituye un motivo extraordinario de
alivio y esperanza. El sacramento asegura una paz espiritual que supone
ventajas psíquicas, si bien su objetivo primero es liberarnos del pecado y no
de una situación psicológica. Cristo no nos dispensa de afrontar la verdad y
menos de esa verdad en la que nos encontramos con nosotros mismos y nos
descubrimos culpables. La verdadera culpabilidad tiene como causa fundamental
que no amamos ni utilizamos nuestra capacidad de amar.
Descubriendo donde está la raíz del mal y con el
arrepentimiento es como comienza cada cual a librarse de su culpabilidad. Él
está dispuestísimo a perdonarnos, pero respeta totalmente nuestra libertad, y
no nos perdona si nosotros no queremos... y ése es el origen del infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario