Santa Isabel de
Portugal
Por INFOVATICANA |
04 julio, 2014
Nacida en Aragón,
España en 1271, santa Isabel es la hija del rey Pedro III de ese reino y nieta
del rey Jaime el Conquistador, biznieta del emperador Federico II de Alemania.
Le pusieron Isabel en honor a su tía abuela, Santa Isabel de Hungría.
Su formación fue
formidable y ya desde muy pequeña tenía una notable piedad. Le enseñaron que,
para ser verdaderamente buena debía unir a su oración, la mortificación de sus
gustos y caprichos. Conocía desde pequeña la frase: «Tanta mayor libertad de
espíritu tendrás cuando menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas». Se
esmeró por ordenar su vida en el amor a Dios y al prójimo, disciplinando sus
hábitos de vida. No comía nada entre horas .
La casaron cuando
tenía 12 años con el rey Dionisio de Portugal. Esta fue la gran cruz de Santa
Isabel ya que era un hombre de poca moral, siendo violento e infiel. Pero ella
supo llevar heroicamente esta prueba. Oraba y hacía sacrificios por el. Lo
trataba siempre con bondad. Tuvo dos hijos: Alfonso, futuro rey de Portugal y
Constancia, futura reina de Castilla. Santa Isabel llegó hasta educar los hijos
naturales de su esposo con otras mujeres.
El rey por su
parte la admiraba y le permitía hasta cierto punto su vida de cristiana
auténtica. Ella se levantaba muy temprano y leía 6 salmos, asistía a la Santa
Misa y se dedicaba a regir las labores del palacio. En su tiempo libre se
reunía con otras damas para confeccionar ropas para los pobres. Las tardes las
dedicaba a visitar ancianos y enfermos.
Hizo construir
albergues, un hospital para los pobres, una escuela gratuita, una casa para
mujeres arrepentidas de la mala vida y un hospicio para niños abandonados.
También construyó conventos y otras obras para el bien del pueblo. Prestaba sus
bellos vestidos y hasta una corona para la boda de jóvenes pobres.
Santa Isabel
frecuentemente distribuía Monedas del Tesoro Real a los pobres para que
pudieran comprar el pan de cada día. En una ocasión, el Rey Dionisio,
sospechando de sus actos, comenzó a espiarla. Cuando la Reina comenzó a
distribuir monedas entre los pobre, el rey lo observó y enfurecido fue a
reclamarle. Pero el Señor intervino, de manera que, cuando el rey le ordenó que
le enseñara lo que estaba dando a los pobres, las monedas de oro se
convirtieron en rosas.
El hijo de Isabel,
Alfonso, tenía como su padre un carácter violento. Se llenaba de ira por la
preferencia que su padre demostraba por sus hijos naturales. En dos ocasiones
promovió la guerra civil contra su padre. Isabel hizo todo lo posible por la
reconciliación. En una ocasión se fue en peregrinación hasta Santarém lugar del
Milagro Eucarístico, y vestida de penitente imploró al Señor por la paz.
Llegó hasta
presentarse en el campo de batalla y, cuando los ejércitos de su esposo y su
hijo se disponían a la guerra, la reina se arrodillaba entre ellos y de
rodillas ante su esposo e hijo, les pedía que se reconciliasen.
Se conservan
algunas de sus cartas las cuales reflejan el calibre evangélico y la audacia de
nuestra santa.
A su esposo: «Como
una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar
que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo
tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi
hijo, antes de que ellos disparen contra los seguidores de su padre».
A su hijo: «Por
Santa María Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los
guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas,
hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando,
consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas
del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor
recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo, y como súbito
con el rey».
Consiguió la paz
en mas de una ocasión y su esposo murió arrepentido, sin duda por las oraciones
de su santa esposa.
Por el amor tan
grande que Santa Isabel le tenía a la Eucaristía, se dedicó a estudiar la vida
de los santos mas notables por su amor a la Eucaristía, en especial Santa
Clara. Después de enviudar, Santa Isabel se despojó de todas sus riquezas.
Emprendió un peregrinaje a Santiago de Compostela, donde le entregó la corona
al Arzobispo para recibir el hábito de las Clarisas como terciaria. El
Arzobispo fue tan movido por este acto de la santa, que el le entregó su
callado pastoral para que la ayudara en su regreso a Portugal.
Vivió los últimos
años en el convento, dedicada a la adoración Eucarística.
Cuando estalló la
guerra entre su hijo y su yerno, el rey de Castilla, Santa Isabel, a pesar de
su ancianidad, emprendió un largísimo viaje por caminos muy peligrosos y logró
la paz. Sin embargo el viaje le costó la vida. Al sentir próxima la muerte
pidió que la llevasen al convento de las Clarisas que ella misma había fundado.
Allí murió invocando a la Virgen Santísima el 4 de julio de 1336. Dios bendijo
su sepulcro con milagros. Su cuerpo se puede venerar en el convento de las
Clarisas en Coimbra.
(Fuente:
santopedia)
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