Por F. Javier
Martínez Monreal
(Catedrático de
Filosofía)
Melilla hoy, julio
16, 2022
Algunos grupos de
ciudadanos, generalmente adscritos a opciones políticas de izquierda, y algunos
cristianos, votantes o simpatizantes de estas opciones políticas, sostienen que
debe permitirse la inmigración ilegal y eliminar todos los obstáculos a la
libre circulación de ciudadanos por el mundo.
Se puede decir que
la inmigración ilegal es el paso de personas a través de las fronteras sin
cumplir las exigencias legales del país de destino y, en ocasiones,
desatendiendo también las del país de origen. En un intento de ocultar el
significado real de acción ilegal, utilizan el término de inmigración
irregular.
Ideologías
cargadas de utopía e irrealidad, como comunismo, anarquismo y otros movimientos
pacifistas utópicos, por un lado justifican de la permisividad del aborto y la
eutanasia en el ordenamiento jurídico, y por otro nos hablan de un mundo sin
fronteras, sin propiedad privada, sin autoridad y sin leyes basado en el
supuesto “buenismo” de todos los seres humanos. No obstante, la historia ha
puesto repetidamente en evidencia la sinrazón y la falta de fundamento
antropológico de tales movimientos. También entre los grupos cristianos no
faltan voces simpatizantes con estas opciones políticas que, desde una lectura
descontextualizada de textos evangélicos, y bajo el mandato universal del amor
al prójimo y en especial a los más desfavorecidos, concluyen que no debe haber
fronteras ni barreras que separen los pueblos y naciones. Afirmando la opción
preferencial por los pobres, dan por supuesto que todos los inmigrantes son
pobres y, concluyen, que no debe haber barreras que detengan la inmigración.
Alter Christus
llaman los benedictinos al peregrino que acude a las puertas de sus monasterios
y, dicen los evangelios, que debemos ver a Cristo en el pobre. No es momento de
abordar la cuestión de quien es el pobre o quien es más pobre en este caso: si
el joven que ha pagado fuertes sumas a las mafias y ha sido capaz de recorrer
grandes distancias y saltar violentamente la valla, o los ancianos, niños,
enfermos y desvalidos que han quedado desamparados en su país de procedencia, o
también otros muchos ciudadanos desfavorecidos y desatendidos en el país de
destino.
Se olvida con
frecuencia que la Moral cristiana y la Doctrina social de la Iglesia admiten,
como elementos esenciales del bien común de los ciudadanos, la propiedad
privada, la defensa de las leyes y de las fronteras de los pueblos, sin que
ello suponga excluir la excelencia de otras opciones de vida comunitarias.
Seguramente los
cristianos, aludidos en su defensa de la inmigración ilegal, rechazarán estas
conclusiones, defendiendo que el mandato evangélico, en la interpretación
subjetiva que cada uno realiza, tiene prioridad frente a las exigencias de la
ley positiva o incluso de la ley natural y ley eterna. Frente al
subjetivismo interpretativo de los textos evangélicos, convendría recordar que
el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum, afirma que la palabra
de Dios está presente tanto en la Escritura como en la Tradición de la Iglesia,
a quien corresponde la responsabilidad de la interpretación de la Palabra.
Desoyendo este
mensaje del Concilio, algún representante de la iglesia de Melilla ha intentado
mostrar la existencia de contradicción entre la actitud de respeto y homenaje
de las Fuerzas armadas de esta ciudad ante el Santísimo Sacramento, en la
procesión del Corpus, y la defensa de las fronteras por parte de estas Fuerzas
en los desgraciados sucesos del mes pasado, con la muerte de grupos de
inmigrantes ante las vallas melillenses. Esta contraposición forzada e
insultante para las Fuerzas de seguridad ante situaciones distintas, representa
una inaceptable confusión de planos, realizada desde una interpretación
doctrinal subjetiva y parcial, que desorienta al cristiano de base. La ley es
la ordenación de la razón al bien común y el cumplimiento de las leyes no es
opcional según la doctrina cristiana, que exige la observancia de las leyes
civiles –la excepción de las leyes inmorales confirma esta regla- y las fuerzas
de seguridad cumplen con su deber haciendo acatar las leyes.
Si la defensa del
territorio y de las fronteras es una obligación indiscutible de los Estados,
más compleja es la cuestión de los medios utilizados para esta defensa. Sin
ánimo de abordar este problema, debe recordarse las palabras de un Vicario
melillense del siglo pasado, D. José Carretero, cuando la inmigración ilegal
empezaba a convertirse en un problema para esta ciudad: la inmigración no puede
pararse con cañones pero, para su regulación, habrá que poner semáforos en la
frontera.
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