Juanjo Romero
Infocatólica,
17.07.12
Hoy se celebra en
toda la Iglesia la fiesta de las Beatas Carmelitas de Compiègne, martirizadas
el 17 de julio de 1794. Fueron beatificadas, un siglo después, por San Pío X en
1905. Me puedo imaginar las sinrazones del retraso.
La historia es
bien conocida por la película «Diálogo de carmelitas», guión de G. Bernanos. El
final es épico. Las religiosas habían «mantenido su vocación», era su delito.
En una farsa de juicio se las condenó a morir en la guillotina.
Mary G. Santa
Elulalia lo cuenta así:
Una hora después
subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono. En el trayecto
la gente las miraba pasar demostrando diversidad de sentimientos, unos las injuriaban,
otros las admiraban. Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor
les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya
de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado
éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del
bautismo y de sus votos de religión.
Una joven novicia,
sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad con que lo
hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera
permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes,
subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las
carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre
Teresa de San Agustín antes de recibir el golpe de gracia. Al final, después de
haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual
generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del
verdugo.
Era el día 17 de
julio por la tarde.
[Año Cristiano,
tomo III, BAC, 1959, p. 157]
Hay un momento de
la película que siempre me pone la piel de gallina, da igual las veces que lo
vea, quizá porque es fácil identificarse con las protagonistas y sus
debilidades [ver a partir 1h 35min]. Van llamando a cada religiosa, cuando
nombran a María de la Encarnación, ausente del juicio y del carromato pero
presente entre el gentío, la priora le dice que no con la cabeza, la voluntad
de Dios para ella es otra. Sin embargo entre el público aparece Blanca, que con
todas sus dudas y aparente cobardía (se había escabullido), en el momento de la
verdad, ahí está y ocupa su lugar. Una y otra son fieles a la Gracia.
La Madre Teresa de
San Agustín le vuelve a «vestir» de carmelita, ofreciéndole su capa.
Podemos pensar que
vivimos tiempos difíciles. Otros recorrieron el camino antes. Acudamos a su
intercesión.
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