sábado, 9 de julio de 2022

IDEOLOGÍAS

 

Pedro L. Llera


 Infocatólica,  29.06.22

 

 

Dice el Diccionario que una ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.

 

Sin embargo, en un sentido más estricto, todos entendemos por ideologías al conjunto de ideas que caracterizan a un determinado grupo político. Las ideologías dominantes hoy en día nacen todas ellas a partir de la Revolución Liberal. Y de un modo u otro, las demás ideologías son hijas más o menos bastardas del Liberalismo.

 

El Liberalismo parte de la autonomía del ser humano. El hombre es libre y cada uno decide qué hacer con su vida o cómo buscar su felicidad. Cada hombre se dicta sus propias leyes morales y se rige por sus propios principios, sin admitir ningún tipo de coacción por parte de nadie: ni siquiera de Dios. Ahora bien, lo que para uno está bien puede estar mal para otro.

 

¿Cómo organizamos la sociedad para evitar los choques de intereses permanentes entre individuos y colectivos? Mediante el Estado de Derecho: mediante las leyes aprobadas en los parlamentos por las mayorías. La estadística se convierte así en la última instancia de legalidad y de moralidad. Dice Kant que una sociedad llena de demonios funcionaría bien siempre y cuando se cumplieran las leyes positivas aprobadas por la mayoría.

 

El liberal niega la obediencia debida a Dios y a su Ley Eterna y determina que cada ciudadano es ley de sí mismo. De esa ideología de inspiración claramente luciferina («non serviam») provienen todos los males que hoy nos aquejan.

 

Los primeros que empezaron la persecución religiosa en el siglo XIX fueron los liberales que incautaron los bienes de la Iglesia, quemaron templos y asesinaron curas, monjas y frailes, por ser enemigos de la libertad y de la Revolución.

 

El climax del liberalismo es la Ideología de Género, que eleva la propia voluntad, por disparatada o absurda que sea, a categoría de ley. Cada uno se autodetermina y decide cuál es su opción «de género» favorita en cada momento. Los deseos del hombre se vuelven así realidad y sin necesidad de genios ni de lámparas: puedo ser lo que yo quiera ser. Sin límites. Sin cortapisas. Mis deseos se imponen a la realidad misma, a la biología, a la ciencia, al sentido común… La ideología de género es el último escalón que le faltaba por subir al Liberalismo más feroz.

 

El Nacionalismo no es sino la ideología liberal aderezada con el sentimentalismo romántico: ese amor exaltado a la propia tierra. La nación se convierte en un ídolo, en un falso dios, al que hay que obedecer y adorar ciegamente, justificando incluso la violencia y los actos terroristas en su nombre.

 

El nacionalismo se puede confundir con el patriotismo. Pero no es lo mismo. El patriota ama su tierra sin despreciar ni menoscabar a las demás patrias. El nacionalismo suele hacer precisamente lo contrario: dividir a la sociedad bajo un paraguas chovinista y supremacista. Un paraguas pequeño en los que no todos encuentran cobijo. Vemos pues que el nacionalismo es excluyente. El patriotismo sin embargo es incluyente, no necesita enemigos. El patriotismo une, el nacionalismo desune. Decía Charles de Gaulle que el «patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás pueblos es lo primero».

 

El comunismo y el anarquismo parten del mismo concepto de persona que los liberales. Parten de la autonomía de la persona respecto a Dios. Pero ahora le añadimos otros ingredientes: la lucha de clases, el odio a Dios y a la Iglesia y a todos los que se les oponen de una u otra manera.

 

La dialéctica marxista explica la historia y la sociedad como la lucha permanente entre ricos y pobres, explotadores y explotados. El odio es el motor de la Historia. Y la solución al conflicto pasa por la violencia y la toma del poder para establecer una dictadura del proletariado: partido único; prohibición de otras ideologías y partidos, tildados de burgueses y contrarrevolucionarios; control absoluto de la sociedad y represión de toda disidencia.

 

Los comunistas y anarquistas continuaron en el siglo XX la persecución contra los católicos en España que habían iniciado los liberales en el XIX. Quemaron iglesias e imágenes religiosas (llegaron a fusilar, y luego a dinamitar, la imagen del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles). Asesinaron a obispos, religiosos, curas y seglares por el mero hecho de ser católicos. El odio a Dios alcanzó en España en los años 30 del siglo pasado cotas de sadismo y de maldad inimaginables.

 

Como reacción al peligro comunista, surgen en Europa en los años 20 y 30 las ideologías de extrema derecha: el Fascismo y el Nazismo.

 

El Fascismo es un nacionalismo extremo, totalitario y antiliberal. El fascista rinde culto al líder, a las banderas y a los uniformes. El amor desmedido a la patria y el culto al líder convierten al Fascismo en una ideología idolátrica con elementos neopaganos. Dios no es lo más importante, ni mucho menos, para un fascista, lo es la Patria, el uniforme, la bandera, el partido y, sobre todo, el Caudillo. Violentos e intolerantes, también se caracterizan por el odio a sus enemigos, que son todos aquellos que no piensan como ellos, a los que consideran traidores a la patria.

 

El Nazismo, similar al Fascismo, le añade el factor racista, mucho más acusado que en el Fascismo (aunque los fascistas también son racistas y xenófobos). La superioridad de la raza aria y la necesidad de aumentar su espacio vital llevaron a los nazis a invadir toda Europa y a perseguir a judíos, gitanos, comunistas, etc.

 

El Nazismo bebe de las ideas de Nietzsche y asume su concepto de superhombre: el hombre que está por encima del bien y del mal y que determina por sí mismo sus leyes morales (lo mismo que los liberales, dicho sea de paso), al margen de la moral cristiana, a la que combaten y califican de moral de esclavos. A los débiles hay que eliminarlos para mejorar la raza y aumentar la gloria del Imperio. El Nazismo tiene aspectos darwinistas y malthusianos dentro de su ideología perversa y asesina.

 

Obviamente, el Fascismo, el Nazismo y el Comunismo fueron ideologías condenadas por la Iglesia, como antes lo había sido igualmente el Liberalismo. Cualquier ideología que no ponga a Dios y a su Ley Eterna y Universal como cimiento de la sociedad, que no reconozca la soberanía de Cristo, debe ser combatida y rechazada.

 

Después de la II Guerra Mundial, en Europa se alternan en el poder democristianos y socialdemócratas.

 

La Socialdemocracia fue un invento de los Estado Unidos para hacer frente a la amenaza comunista en plena Guerra Fría. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial la socialdemocracia europea abandonó completamente el marxismo y elaboró una «visión diferente de las relaciones entre capitalismo y socialismo»,centrando su propuesta en «una mayor intervención estatal en los procesos de redistribución que en los de producción, de forma que una política fiscal progresiva permita consolidar eficazmente la red asistencial que configura el Estado de bienestar» (dándose pues así la ruptura definitiva de la socialdemocracia con el marxismo en general).

 

El momento decisivo se produjo en 1959 cuando el Partido Socialdemócrata Alemán abandonó formalmente el marxismo, renunciando a «proclamar últimas verdades», e identificando completamente socialismo y democracia. Así el SPD se propuso crear un «nuevo orden económico y social» conforme con «los valores fundamentales del pensamiento socialista» —«la libertad, la justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad»— y que no se consideraba incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada.

 

La Democracia Cristiana fue el invento de Maritaine, apoyado por Pablo VI, para tratar de adaptar y conjugar la doctrina social de la Iglesia con la democracia liberal. Pretende conjugar la democracia con los principios filosóficos cristianos: la primacía de lo moral, la dignidad de la persona o la primacía del bien común y de la justicia social. Los democristianos colocan a la persona en el centro, principio y fin de toda acción política, tanto en su dimensión espiritual como material. El liberalismo y la democracia cristiana son antropocéntricas; diría que son verdaderas antropolatrías.

 

Pero para un católico, la persona, el hombre, no puede ser el centro. En el centro tienen que estar las Tres Personas Divinas, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.  El único centro, el único Señor, es Cristo. Dios es el principio y el fin. Cristo es el Rey, es Señor de la vida personal y social. Los males que hoy padecemos (entre ellos el aborto, la eutanasia, el divorcio, la epidemia de suicidios, etc.) y que han invadido la tierra como una auténtica pandemia, se deben a que la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, tanto en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado. Y nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones sigan negando y rechazando el imperio de nuestro Salvador.

 

El liberalismo parte de la soberanía del hombre y no de la soberanía de Dios. Según la doctrina católica, la soberanía en la comunidad política, quienquiera que sea su titular, debe estar sometida jurídicamente al orden moral (a la soberanía de Dios). De modo que la instancia suprema, jurídicamente operativa, esté por encima de lo que es legítimamente variable. Es necesario que el sistema mismo sea moral, es decir, que esté constituido de tal forma que no sea legítimo dentro de él atentar contra la ley moral universal; es decir, contra la Ley de Dios. El Liberalismo, en cambio, va directamente contra Dios y contra la Ley de Dios. El hombre ya no se considera como alguien creado por un Creador, sino que cada uno se crea a sí mismo. El hombre ya no tiene como fin último la gloria de Dios (ir al cielo), sino que ya no hay un más allá: solo pura inmanencia. Así que el paraíso democristiano y el socialdemócrata coinciden, básicamente, en el Estado del Bienestar.

 

Los católicos liberales y los democristianos viven en una permanente contradicción: aprueban el árbol y reprueban los frutos. Aprueban el sistema permisivo liberal que acepta los designios de las mayorías y luego se quejan y condenan sus consecuencias: divorcio, aborto, leyes educativas adoctrinadoras, eutanasia, leyes de género y lgtbi…

 

«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas» (Lc. 6, 43-44).

 

De un árbol malvado, no se pueden esperar frutos de santidad. De un sistema perverso e impío solo se pueden esperar leyes inicuas.

 

Todas las ideologías alejan y apartan de Dios: odian a Dios. Y sin Dios, lo que queda es el infierno. Nada bueno nos pueden ofrecer las ideologías. Así que yo, personalmente, no tengo más ideología que la doctrina perenne de la Santa Madre Iglesia. Mi único Credo es el de la Iglesia. No creo en partidismos ni en sectarismos, sino en la Comunión de los Santos. Mi única ley es la Caridad y mi único Señor es Jesucristo. Así que ni soy liberal, ni nacionalista, ni comunista, ni anarquista, ni fascista, ni nazi, ni socialdemócrata ni democristiano… Soy solo católico: ni más ni menos. Así que ya lo saben… De Cristo: solo de Cristo. Y de nadie más. Eso me da la libertad de los hijos de Dios.

 

Nada sin Dios.

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