Homilía de monseñor
Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú,
para el 29º domingo
del tiempo ordinario (19 de octubre de 2014)
Los textos de la
liturgia de este domingo pone a nuestra consideración el tema de la salvación y
de cómo Dios interviene en la historia para lograr que ésta se realice conforme
a sus planes. San Pablo nos enseña que siempre interviene Dios en la historia para
el bien de los que le aman. Quienes amamos y respetamos a Dios hemos de
someternos a Él y de Él esperar los momentos y hechos propios de la salvación
en el camino de nuestras vidas. Si es el Señor de la historia, frente a los
hechos favorables o desfavorables a nuestra fe, El intervendrá en el momento
oportuno para nuestra salvación.
En la primera
lectura, el profeta Isaías (Is. 45, 1.4-6) nos relata cómo un pagano, Ciro, rey
de Persia, ordena la repatriación de los judíos y la reconstrucción del Templo.
Nos muestra cómo interviene Dios siempre en orden a la salvación, aun de manos
de un pagano. Si Él es el Señor y creador, dueño de su viña, ¿cómo podrá
olvidarse de ella y de los designios que le tiene preparado? Y es por eso que
grita por boca de su profeta: “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no
hay otro Dios” (Ib.5).
Es por eso que la Iglesia fiel a la Palabra nos insta siempre,
aún frente a los dolores más fuertes, a confiar en los caminos del Señor y a
poner en Él toda nuestra esperanza y saber que así como sus caminos no son
nuestros caminos, sus tiempos no son nuestros propios tiempos. La Escritura y la propia
historia de salvación del pueblo de Israel nos muestran cómo esa confianza no
es una confianza ciega, se asienta en la fe, que porque es racional, se
transforma en una base de lanzamiento segura del hombre hacia Dios. No hemos
puesto nuestra confianza y fe en un Dios de muertos, sino de vivos; en un Dios
que es esperanza y aliento en la vida del hombre. Y por eso confiamos, como hombres
cristianos, que en algún momento, en nuestra historia de fe, tan golpeada y
ultrajada, Dios mandará algún Ciro que nos ayude con sus fuerzas a revertir y
reconquistar la tierra de amor que cobija la viña del Señor y que hoy nos
brinda a todos, pero especialmente a los más jóvenes, un ámbito propicio para
vivir los caminos del Señor.
Si creemos que todo
poder viene de Dios, y que todo depende de Él, aun separando los poderes
humanos de los sobrenaturales y divinos, teniendo conciencia de que ambos no se
confunden, como nos lo enseña el Señor en el evangelio de hoy (Mt. 22, 15-21):
“dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, enseñándonos así
a respetar y distinguir el poder civil del poder sobrenatural, debemos sin
embargo los cristianos, porque sabemos que él también viene de Dios, colaborar
con el poder civil en la búsqueda de la verdad, la justicia la paz y el trabajo
por el bien común; buscando así que todos podamos vivir bajo el influjo de la Verdad. Es
por eso que la Iglesia
nos invita a todos a participar de la política y en las tareas seculares,
siendo para los fieles laicos una omisión grave abstenerse de ser presencia
cristiana efectiva en sus ambientes.
Esto no implica que
los miembros de la Iglesia ,
y especialmente la Jerarquía ,
siguiendo siempre la verdad del evangelio, en ocasiones particulares, no haga
indispensable la denuncia profética. El seguimiento de Jesucristo implica
siempre un compromiso con la verdad y el amor al prójimo, con el anhelo de
hacer crecer y transformar la sociedad en la que vivimos en una sociedad más
justa y evangélica, hasta que el Señor vuelva, manteniendo el cristiano la
defensa de la libertad de todos los hombres de honrar a Dios por encima de toda
ley o autoridad política, convencidos de que Dios puede valerse también de las
situaciones políticas más adversas e irreligiosas para realizar la historia de
la salvación (ID 1392). Tengamos siempre presente esta realidad y esperemos con
confianza los designios del Señor de la historia y de la vida que sabe
intervenir en el momento oportuno en orden a la salvación.
Roguemos a María
Santísima que interceda ante Jesús para que por la luz del Espíritu Santo
sepamos leer rectamente la historia presente en nuestras vidas.
Mons. Marcelo Raúl
Martorell, obispo Puerto Iguazú
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