“Por
no ser fieles al Señor y dar frutos amargos, podemos ser despojados también de
los dones recibidos”.
El texto del
evangelio (Mt. 21, 33-46) que hemos proclamado, explica y aclara lo que afirma
el profeta Isaías (5,1-7) en la primera lectura. La imagen de la viña refiere
al pueblo elegido, el de la primera Alianza, tal como lo cantábamos en la
antífona del salmo interleccional (79, 9.12-16.19-20) “la viña del Señor es su pueblo”, depositario de las promesas
divinas. En el Nuevo Testamento la viña del Señor es la Iglesia fundada por
Cristo, que recibe el beneplácito divino ante la infidelidad de los primeros
llamados, y que debe continuar en el tiempo con la obra de la gracia divina. Con la elección de la Iglesia se
cumple con lo expresado por Jesús en el evangelio, de modo “que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a
un pueblo que le hará producir sus frutos”.
Percibimos
por los textos bíblicos la pena profunda que brota del corazón de Dios,
decepcionado por la ingratitud de los elegidos.
El amor
divino queda patente en la descripción bíblica de los dones abundantes
entregados, ya en Isaías, en el salmo, como en Mateo.
Amor divino
que esperaba una respuesta en la abundancia y en la dulzura de sus frutos, pero
que sólo recibe amargura e infidelidad.
¡Tan
sensibles nos sentimos al no recibir respuesta por los dones brindados a otros,
cuando no somos capaces de responder a los dones divinos!
Es verdad
que dada nuestra pequeñez, nunca podremos responder con grandeza a Dios como
merece, pero por lo menos el dar de lo mejor de nosotros es una medida que se
impone como agradecimiento.
En la
historia de la humanidad aparece siempre la presencia del Creador que no
regatea sus dones, mientras que por el contrario, los seres humanos mezquinamos
nuestra fidelidad y reconocimiento ante lo recibido, que nos lleva a vivir con el otro con medianía.
A nosotros
como a los del pueblo de la Antigua Alianza, nada nos viene bien en nuestra
relación con Dios, disconformes y rebeldes de continuo, hacemos realidad
aquellas palabras de “¿Con qué compararé a esta generación?
Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, que dan voces a los
otros, y dicen: ``les tocamos la
flauta, y no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y no se lamentaron” (Matro
11, 16-18).
Fuimos creados para lo
grande, pero el corazón cambiante nos orienta a la búsqueda de nuestros derechos,
cuando al mismo tiempo descuidamos y no reconocemos los de Dios.
Las palabras del Señor en el evangelio, son también para
nosotros advertencia actual, ya que por falta de fidelidad al Señor y dar
frutos amargos, podemos ser despojados también de los dones recibidos.
De allí la importancia de
mirarnos también cada uno como viña del Señor, ya que no sólo la Iglesia debe
responder como institución a tantos bienes recibidos, sino también nosotros
hemos de examinarnos por la falta de
respuesta en las actitudes de cada día.
Es conveniente recordar el
cúmulo de dones recibidos desde que nacimos hasta nuestros días, y qué frutos
hemos entregado al Señor como respuesta, para advertir cuánta negligencia
existe.
¡Cuántas veces hemos sido
perdonados de nuestros pecados y hemos experimentado las bondades del Creador,
mientras hemos sido remisos hasta de entregarle parte de nuestro tiempo!
El Señor nos fortalece en
medio de las debilidades, nos abruma con su bondad, aunque no le respondamos
con parecida generosidad.
Como las creaturas más
perfectas de la creación –después de los ángeles-, recibimos siempre las bondades de Dios, quien
sigue esperando nuestra respuesta amorosa. A cambio, nosotros rechazamos a los
profetas que nos entregan su Palabra, para seguir nuestros pareceres, o ir tras
lo que nos encandila y seduce con falsas seguridades, como el pueblo de la
Antigua Alianza.
¡Cuántas veces ponemos
condiciones a nuestra fidelidad, aprobando lo que nos agrada y rechazando lo
que creemos “vulnera” nuestros gustos y opciones de vida al margen del Creador!
¡Cuántas veces queremos
excluir de nuestras vidas, como los viñadores homicidas hasta al mismo Cristo,
para que no nos moleste con exigencias, pretendiendo apoderarnos de su viña
para servirnos de ella, usando el mensaje mismo del evangelio según nuestros
criterios!
También está allí la
tentación más común, la de eliminar a Cristo de nuestra vida, para que no nos quite
la “tranquilidad” que sólo busca lo que le place y apetece una felicidad
pasajera y temporal.
No pocas veces pretendemos
eliminar a Cristo de nuestra presencia y de la vida cotidiana, transformar su
viña según nuestros gustos y criterios, dejándola inservible para que no puedan
alojarse viñadores fieles que se sientan acogidos por la bondad divina y
deseosos a su vez de trabajarla produciendo abundantes frutos de santidad y
perfección.
Nuevamente, hoy, el Señor
nos convoca a un encuentro más íntimo y personal con Él, y así lo declara la antífona aleluiática (Jn. 15,16)
al recordar sus palabras de vida: “Yo los elegí del mundo, para que vayan y den fruto, y ese fruto sea
duradero”.
En ese mismo capítulo 15
del evangelio según san Juan, Jesús recuerda que es la Vid y nosotros los
sarmientos, y que sólo tendremos vida si estamos unidos a Él, dando abundantes
frutos; mientras que separados de la Vid, perdemos la savia vivificante de la
gracia, nos secamos y somos quemados por
inútiles.
Queridos hermanos, pidamos
al Señor que nuestra vida no esté destinada al fuego de la esterilidad, sino
que nuestro caminar sea el de quien busca más y más la unión con Aquél que es
fuente de vida y de fecundidad espiritual, para su gloria y el bien de los hermanos.
Corona todo esto el apóstol
san Pablo (Fil. 4, 6-9), que nos presenta hoy caminos concretos para
lograr este estado de perfección
cristiana, diciéndonos “todo lo que
verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno
de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el
objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido,
lo que han visto y oído en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes”.
Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”,
en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII
del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 05 de octubre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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