Declaración de la
Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE),
1 de octubre de 2014:
1.- Ante el debate abierto con motivo de la
retirada por parte del Gobierno del “Anteproyecto de Ley para la protección de
la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada”, la Comisión
Permanente de la Conferencia Episcopal Española desea de nuevo hacer oír su
voz. La vida humana es sagrada e inviolable y ha de protegerse desde la
concepción hasta su fin natural. En esa defensa ocupan un lugar privilegiado
los más débiles: aquellos que habiendo sido ya concebidos no han nacido
todavía. La ciencia prueba que desde el momento de la concepción hay un nuevo
ser humano, único e irrepetible, distinto de los padres.
2. No se puede
construir una sociedad democrática, libre, justa y pacífica, si no se defienden
y respetan los derechos de todos los seres humanos fundamentados en su dignidad
inalienable y, especialmente, el derecho a la vida, que es el principal de
todos.
3. Proteger y
defender la vida humana es tarea de todos, principalmente de los Gobiernos.
España sigue siendo, por desgracia, una triste excepción, al llegar incluso a
considerar el aborto como un “derecho”. En este sentido es especialmente grave
la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus compromisos
políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección de la vida
humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han renunciado a
seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos. Hay bienes,
como el de la vida humana, que son innegociables.
4. Es cierto que la
existencia humana no está libre de dificultades. La Iglesia conoce bien los
sufrimientos y carencias de muchas personas a las que se esfuerza en ayudar en
todo el mundo con el ejercicio de la caridad, que es el distintivo de los
discípulos de Jesús (cfr. Jn 13, 35), del que dan testimonio tantas personas e
instituciones eclesiales. Pero, también es verdad que, como nos advierte el
Papa Francisco, aún hemos de hacer más “para acompañar adecuadamente a las
mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les
presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (EG, 214). En ello
están empeñadas muchas asociaciones eclesiales y civiles, a las que queremos
apoyar al tiempo que pedimos a las Administraciones públicas un esfuerzo más
generoso en políticas eficaces de ayuda a la mujer gestante y a las familias.
5. Por otro lado, no es momento, por difícil que
pueda parecer, para la desesperanza y el desencanto democrático ante reveses
legislativos. Al contrario, son numerosos los voluntarios y las organizaciones
de apoyo a la vida, promoción de la mujer y de solidaridad con los más necesitados
de la sociedad, quienes nos animan a seguir adelante, extendiendo la
civilización del amor y la cultura de la vida, y a abrazar sin condición a
todos, especialmente a los que más sufren, como son los más pobres, los
inmigrantes, los parados, los sin techo, los enfermos y todos aquellos, en
definitiva, que se encuentran en las periferias sociales y existenciales. Y por
supuesto, acompañar sin descanso a las madres embarazadas para que, ante
cualquier dificultad, no opten por la “solución” de la muerte y elijan siempre
el camino de la vida, que es el de la realización más plena de la verdadera
libertad y progreso humano. Oremos para que así sea con la ayuda de Dios.
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