jueves, 16 de octubre de 2014

El peligro de un cisma




He leído a algún sacerdote de fiar y a algún obispo decir que estamos ante el peligro de un cisma en la Iglesia a causa de los posibles cambios en materia de matrimonio y familia. Algunas personas me han preguntado por mi opinión sobre este tema. Esta sí que es la hura del áspid de nuestros días, que este blog no podía dejar de explorar.

Para quien no esté al cabo de lo que se está discutiendo en el Sínodo, hay algunos cardenales que proponen cambiar en algún punto la práctica pastoral de la Iglesia respecto de los divorciados "vueltos a casar", a los que la Iglesia no admite a la Comunión eucarística hoy por hoy, salvo en el caso de que -evitando el escándalo- se abstengan además de mantener relaciones sexuales con sus nuevas parejas, aunque sigan compartiendo las cargas del hogar común. Es un tema que se ha debatido mucho desde los años 80 y que tanto Juan Pablo II como el Cardenal Ratzinger, con un Sínodo de la Familia de por medio, dejaron cerrado. Aparentemente.

El Papa ha animado a que se discuta otra vez sobre estos asuntos -sin centrarse solo en la casuística ni en ese tipo de situaciones en particular- y ha dado voz al Cardenal Kasper quien -junto a otros- propone que si se dan algunas condiciones y después de un proceso penitencial, se admita a la Comunión a algunas personas en esa situación. Este cambio sería meramente "pastoral", sin alterar la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio, pues no se reconocería como tal la nueva unión. Un cambio aconsejado por la misericordia para mostrar la cercanía de la Iglesia con los pecadores.

Otros Cardenales han dicho -por escrito, en entrevistas y estos días en el Sínodo- que un cambio semejante es imposible porque contradice la doctrina, y mandaría un mensaje confuso en estos momentos de erosión de la familia en todo el mundo. En concreto no está en juego solo la cuestión de la indisolubilidad del matrimonio, sino también la clara norma paulina de no recibir la Comunión si se está en pecado. Y la de quien abandona a su mujer comete adulterio, como dice el Evangelio.

El Papa ha pedido a todos los padres sinodales que hablen con valentía y escuchen con humildad, y se ha puesto a sí mismo como garante de la fidelidad al depósito de la fe. El discurso de apertura del cardenal encargado dejó claro que no se trataba de abandonar la doctrina de la Iglesia, pero también abrió el campo para discutir cambios pastorales en ese y otros puntos.

Muchos advierten -dentro y fuera del Sínodo- de que no es posible una verdadera pastoral de la misericordia que se oponga a la verdad de la doctrina y a la justicia. Otros además descartan que la Iglesia deba "adaptarse" a los tiempos. Es más, alertan de que a la chita callando, por la vía del cambio pastoral se podría cambiar la doctrina de la Iglesia o hacerla aún más oscura para el mundo actual.

Entre estos, algunos levantan la voz para advertir del peligro de un cisma si se diera una ruptura en esta materia. El Catecismo (n. 2089) define cisma como "el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos". ¿Qué es lo que quieren decir los que hablar de esta posibilidad? Está claro que ni el Sínodo ni el Papa van a romper con la doctrina de la Iglesia, al menos explícitamente: sus propias declaraciones de intenciones lo excluyen de plano.

¿Entonces por qué se ponen nerviosos algunos? Es verdad, a pesar de lo anterior y del carisma de la infalibilidad que acompaña al sucesor de Pedro, es pensable que el Papa y los Sínodos se equivoquen en el modo de aplicar la doctrina, o actúen de modo contradictorio con ella, o sencillamente adopten medidas contraproducentes. Así sucedía cuando los pastores organizaban la Inquisición, o aprobaban la ejecución de herejes, el antisemitismo o la discriminación de la mujer. Por cosas semejantes el Papa Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia por los pecados de sus representantes.

Parece difícil que cometan graves errores hoy en día, cuando hay tanta gente buena y bien formada con voz y voto y el pensamiento teológico ha sido tan depurado. Sin embargo, aceptemos los miedos de algunos y pongámonos en lo peor: el Papa termina aprobando medidas ambiguas que a juicio de muchos resultan contraproducentes, y que además suponen un giro respecto a la línea trazada por Juan Pablo II y por Benedicto XVI. En ese caso ni el Papa cometerá una herejía, ni por sí solos esos eventuales errores prácticos constituirían un cisma.

Por tanto, quienes hablan del peligro de un cisma solo pueden estar insinuando que ellos u otros estarían dispuestos a "echarse al monte" y negarse a reconocer la jurisdicción del Papa. Esto podría suceder por dos motivos alternativos: o bien porque el Papa hace cosas que no gusten a los conservadores, o bien porque el Papa se reafirma en prácticas y enseñanzas que los "progresistas" no aceptan.

En cuanto a la primera opción, aún puestos en lo peor (y hay muchas razones para pensar que "lo peor" no va a llegar), no veo posible justificación a semejante cisma, que sería un pecado contra la fe. Cosa diversa es que llegada esa situación (que insisto que no llegará) hubiera obligación de callarse "semper et ubique" o de aceptar los supuestos errores prácticos y las ambigüedades teóricas como aciertos y verdades. Eso iría contra la libertad que la Iglesia reconoce a sus hijos, también frente a los legítimos pastores. Por otro lado, no creo que ninguno de los cardenales que están interviniendo en las discusiones se sumara a una iniciativa semejante.

En cuanto al cisma "progresista" es preciso reconocer que de hecho se vive ya un cisma en la Iglesia, especialmente en Centroeuropa, pues no se acepta la doctrina de la Iglesia en estos puntos por parte de muchos sacerdotes e incluso obispos, y así se lo enseñan a los fieles. Quizá quienes amenazan con el cisma se refieren a que esa gente, si ve que ni siquiera "un Papa jesuita amigo de Martini" da un paso en su dirección, podrían romper relaciones con Roma oficialmente y fundar su propia Iglesia adaptada a los tiempos o seguidora del Jesús misericordioso, no juez.

¿Peligro de cisma? Llevamos así desde el año 33 D.C. Y quizá la metodología del Sínodo sea el mejor modo de evitarlo, al forzar a todos a asumir la disciplina de la escucha humilde, la discusión abierta y la obediencia final a Pedro. Como dice Francisco: "el tiempo es superior al espacio" y por eso lo importante es abrir los procesos, y esperar con paciencia sus frutos, sin querer resolver todos los conflictos aquí y ahora. Mientras tanto se van poniendo sobre la mesa otros muchos problemas y oportunidades, experiencias positivas y negativas. Y espero que del Sínodo salgan -al margen del tema discutido arriba- resoluciones para que la Iglesia haga llegar su mensaje y su acompañamiento de modo más eficaz a las familias de todo el mundo.


Yo creo en el Papa. Y además me fío de este Papa. Que no es lo mismo.

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