Ecclesia, 23-10-14
Quisiera en primer
lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector Magnífico y a las
autoridades académicas de la Pontificia Universidad Urbaniana, a los oficiales
mayores, y a los representantes de los estudiantes por su propuesta de titular
en mi nombre el Aula Magna reestructurada. Quisiera agradecer de modo
particular al Gran Canciller de la Universidad , el Cardenal Fernando Filoni, por
haber acogido esta iniciativa. Es motivo de gran alegría para mí poder estar
siempre así presente en el trabajo de la Pontificia Universidad
Urbaniana.
En el curso de las
diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe , siempre me ha impresionado
la atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual
jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan
para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente
ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen
percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.
“Católica”: Esta
definición de la Iglesia ,
que pertenece a la profesión de fe desde los tiempos antiguos, lleva consigo
algo del Pentecostés. Nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o
a una sola cultura, sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las
ultimas palabras que Jesús dice a sus discípulos fueron: ‘Id y haced discípulos
a todos los pueblos’. Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en
todas las lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la
amplitud de su fe.
Desde entonces la Iglesia ha crecido
realmente en todos los continentes. Vuestra presencia, queridos estudiantes,
refleja el rostro universal de la Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino
mesiánico que habría ido de mar a mar y sería un reino de paz. Y en efecto,
allá donde es celebrada la
Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten
entre ellos un solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo
había prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed
cooperadores de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más
urgente edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra
universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo
para poder convertiros en sus testigos.
El Señor Resucitado
encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los
tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran
a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto
Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta
tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy.
¿Pero todavía sirve?
Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de
actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las
religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta
es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la
idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos,
hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las
veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única
y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas
diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad.
La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más
que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica
verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se
pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad
de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre
las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe.
En efecto, la fe
pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el
fondo intercambiables, capaces de posponer solo de lejos al inaccesible
misterio divino.
Queridos amigos, veis
que la cuestión de la misión nos pone no solamente frente a las preguntas
fundamentales de la fe, sino también frente a la pregunta de qué es el hombre.
En el ámbito de un breve saludo, evidentemente no puedo intentar analizar de
modo exhaustivo esta problemática que hoy se refiere a todos nosotros. Quisiera
al menos hacer mención a la dirección que debería invocar nuestro pensamiento.
Lo hago desde dos puntos de partida.
PRIMER PUNTO DE
PARTIDA
La opinión común es
que las religiones estén por así decirlo, una junto a otra, como los
continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía esto no es exacto. Las
religiones están en movimiento a nivel histórico, así como están en movimiento
los pueblos y las culturas. Existen religiones que esperan. Las religiones tribales
son de este tipo: tienen su momento histórico y todavía están esperando un
encuentro mayor que les lleve a la plenitud.
Nosotros como
cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas esperan el encuentro
con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles
completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la
irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia. Es, en
cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en camino. Por eso,
este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y maduración. Por otro
lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su historia, su
sabiduría, su visión de las cosas.
Hoy vemos cada vez
más nítido otro aspecto: mientras en los países de su gran historia, el
cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del gran árbol nacido
del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la tierra, del encuentro
con Cristo de las religiones en espera brota nueva vida. Donde antes solo había
cansancio, se manifiestan y llevan alegría las nuevas dimensiones de la fe.
La religiones en sí
mismas no son un fenómeno unitario. En ellas siempre van distintas dimensiones.
Por un lado está la grandeza del sobresalir, más allá del mundo, hacia Dios
eterno. Pero por otro lado, en esta se encuentran elementos surgidos de la
historia de los hombres y de la práctica de las religiones. Donde pueden volver
sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles, pero también bajas y destructivas, allí
donde el egoísmo del hombre se ha apoderado de la religión y, en lugar de estar
en apertura, la ha transformado en un encerrarse en el propio espacio.
Por eso, la religión
nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo negativo: en ella los dos aspectos
se mezclan. En sus inicios, la misión cristina percibió de modo muy fuerte
sobretodo los elementos negativos de las religiones paganas que encontró. Por
esta razón, el anuncio cristiano fue en un primer momento estrechamente critico
con las religiones. Solo superando sus tradiciones que en parte consideraba
también demoníacas, la fe pudo desarrollar su fuerza renovadora. En base a
elementos de este tipo, el teólogo evangélico Karl Barth puso en contraposición
religión y fe, juzgando la primera en modo absolutamente negativo como
comportamiento arbitrario del hombre que trata, a partir de sí mismo, de
apoderarse de Dios. Dietrich Bonhoeffer retomó esta impostación pronunciándose
a favor de un cristianismo sin religión. Se trata sin duda de una visión unilateral
que no puede aceptarse. Y todavía es correcto afirmar que cada religión, para
permanecer en el sitio debido, al mismo tiempo debe también ser siempre crítica
de la religión. Claramente esto vale, desde sus orígenes y en base a su
naturaleza, para la fe cristiana, que, por un lado mira con gran respeto a la
profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado,
ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana
debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia
historia religiosa.
Para nosotros los
cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos ayuda a distinguir
entre la naturaleza de las religiones y su distorsión.
En nuestro tiempo se
hace cada vez más fuerte la voz de los que quieren convencernos de que la
religión como tal está superada. Solo la razón crítica debería orientar el
actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones está la convicción de que con
el pensamiento positivista la razón en toda su pureza se ha apoderado del
dominio. En realidad, también este modo de pensar y de vivir está
históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas históricas.
Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre, sustrayéndole
dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más pequeño, no más
grande, cuando no hay espacio para unethosque, en base a su naturaleza
auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio para la
mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los grandes
campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no llega a todo
lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las puertas que,
más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a toda la grandeza
de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo.
SEGUNDO PUNTO DE
PARTIDA
Estas reflexiones,
quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy, en un modo profundamente
mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a los otros el Evangelio de
Jesucristo.
Todavía hay un
segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea. La alegría exige ser
comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien
ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe
transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del
reconocimiento de la verdad que se manifiesta.
Cuando Andrés
encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: ‘Hemos
encontrado al Mesías’. Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro, no pudo
hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél sobre el
cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a Jesucristo para que
nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos por el
poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos
ha sido donada.
Seremos anunciadores
creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de
nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la
gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.
Forma parte de la
naturaleza de la religión la profunda tensión entre la ofrenda mística de Dios,
en la que se nos entrega totalmente a Él, y la responsabilidad para el prójimo
y para el mundo por Él creado. Marta y María son siempre inseparables, también
si, de vez en cuando, el acento puede recaer sobre la una o la otra. El punto
de encuentro entre los dos polos es el amor con el cual tocamos al mismo tiempo
a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos conocido y creído al amor’: esta frase expresa
la auténtica naturaleza del cristianismo. El amor, que se realiza y se refleja
de muchas maneras en los santos de todos los tiempos, es la auténtica prueba de
la verdad del cristianismo.
Benedicto XVI»
No hay comentarios:
Publicar un comentario