Jueves, 25 de
Septiembre de 2014 .
Cardenal Marc Ouellet
Prefecto de la Congregación para los
Obispos
Palazzo della Congregazioni,
Piazza Pio XII, 10,
00193 Roma, Italia
25 de septiembre de
2014
Eminencia
Reverendísima:
Le agradezco la
cordialidad con que me recibió el lunes 22 y el martes 23 de este mes en el
Dicasterio que preside. Igualmente, la comunicación por teléfono que me ha
hecho hace unos momentos de la decisión del Papa de declarar a la Diócesis de Ciudad del
Este sede vacante y de nombrar a Mons. Ricardo Valenzuela como Administrador
Apostólico.
Tengo entendido que
el Nuncio, prácticamente en simultáneo con el anuncio que Su Eminencia me acaba
de dar, ha realizado una conferencia de prensa en el Paraguay y ya se dirige
hacia la Diócesis
para tomar control inmediato de la misma. El anuncio público por parte del
Nuncio antes de que yo sea notificado por escrito del decreto es una
irregularidad más en este anómalo proceso. La intervención fulminante de la Diócesis puede quizás
deberse al temor de que la mayoría del pueblo fiel reaccione negativamente ante
la decisión tomada, ya que han manifiestado abiertamente su apoyo a mi persona
y gestión durante la
Visita Apostólica. En este sentido recuerdo las palabras de
despedida del Cardenal Santos y Abril: «espero que reciban las decisiones de
Roma con la misma apertura y docilidad con que me han recibido a mí». ¿Estaba
indicando que el curso de acción estaba ya decidido antes de los informes finales
y el examen del Santo Padre? En cualquier caso, no hay que temer rebeldía
alguna. Los fieles han sido formados en la disciplina de la Iglesia y saben obedecer a
las autoridades legítimas.
Las conversaciones
que hemos mantenido y, aparentemente ya que no los he visto, los documentos
oficiales, dan por justificación para tan grave decisión la tensión en la
comunión eclesial entre los Obispos del Paraguay y mi persona y Diócesis: «no
estamos en comunión», habría declarado el Nuncio en su conferencia.
Por mi parte, creo
haber demostrado que los ataques y maniobras destituyentes de la que he sido
objeto se iniciaron ya desde mi nombramiento como Obispo, antes incluso de que
pudiera poner un pie en la
Diócesis –hay correspondencia de la época entre los Obispos
del Paraguay con el Dicasterio que Su Eminencia preside como prueba fehaciente
de ello. Mi caso no ha sido el único en el que una Conferencia Episcopal se ha
opuesto sistemáticamente a un nombramiento hecho por el Papa contra su parecer.
Yo tuve la gracia de que, en mi caso, los Papas san Juan Pablo II y Benedicto
XVI me apoyaran para seguir adelante. Entiendo ahora que el Papa Francisco haya
decidido retirarme ese apoyo.
Sólo quiero destacar
que no recibí en ningún momento un informe escrito sobre la Visita Apostólica
y, por consiguiente, tampoco he podido responder debidamente a él. A pesar de
tanto discurso sobre diálogo, misericordia, apertura, descentralización y
respeto por la autoridad de las Iglesias locales, tampoco he tenido oportunidad
de hablar con el Papa Francisco, ni siquiera para aclararle alguna duda o
preocupación. Consecuentemente, no pude recibir ninguna corrección paternal –o
fraternal, como se prefiera– de su parte. Sin ánimo de quejas inútiles, tal
proceder sin formalidades, de manera indefinida y súbita, no parece muy justa,
ni da lugar a una legítima defensa, ni a la corrección adecuada de posibles
errores. Sólo he recibido presiones orales para renunciar.
Que mis opositores y
la prensa local hayan recientemente estado informando en los medios, no de lo
que había pasado, sino de lo que iba a suceder, incluso en los más mínimos
detalles, es sin duda otro indicador de que algunas altas autoridades en el
Vaticano, el Nuncio Apostólico y algunos Obispos del país estaban maniobrando
de forma orquestada y dando filtraciones irresponsables para «orientar» el
curso de acción y la opinión pública.
Como hijo obediente
de la Iglesia ,
acepto, sin embargo, esta decisión por más que la considero infundada y
arbitraria y de la que el Papa tendrá que dar cuentas a Dios, ya que no a mí.
Más allá de los muchos errores humanos que haya cometido, y por los cuales
desde ya pido perdón a Dios y a quienes hayan sufrido por ello, afirmo una vez
más ante quien quiera escucharlo que la substancia del caso ha sido una
oposición y persecución ideológica.
La verdadera unidad
eclesial es la que se edifica a partir de la Eucaristía y el
respeto, observancia y obediencia a la fe de la Iglesia enseñada
normativamente por el Magisterio, articulada en la disciplina eclesial y vivida
en la liturgia. Ahora, empero, se busca imponer una unidad basada, no sobre la
ley divina, sino sobre acuerdos humanos y el mantenimiento del statu quo. En el
Paraguay, concretamente, sobre la deficiente formación de un único Seminario
Nacional –deficiencias señaladas no por mí, sino autoritativamente por la Congregación para la Educación Católica
en carta a los Obispos de 2008. En contraposición, y sin criticar lo que hacían
otros Obispos, aunque hay materia de sobra, yo me aboqué a establecer un
Seminario diocesano según las normas de la Iglesia. Lo hice,
además, no sólo porque tengo el deber y el derecho, reconocido por las leyes
generales de la Iglesia ,
sino con la aprobación específica de la Santa Sede , inequívocamente ratificada durante la
última visita ad limina de 2008.
Nuestro Seminario
diocesano ha dado excelentes frutos reconocidos por recientes cartas
laudatorias de la Santa
Sede en al menos tres oportunidades durante el pontificado
anterior, por los Obispos que nos han visitado y, últimamente, por los
Visitadores Apostólicos. Toda sugerencia hecha por la Santa Sede en relación
a mejoras sobre el modo de llevar adelante el Seminario, se han cumplido
fielmente.
El otro criterio de
unidad eclesiástica es la convivencia acrítica entre nosotros basada en la
uniformidad de acción y pensamiento, lo que excluye el disentimiento por
defensa de la verdad y la legítima variedad de dones y carismas. A esta
uniformidad ideológica se la impone con el eufemismo de «colegialidad».
El que sufre las
últimas consecuencias de lo que describo es el pueblo fiel, ya que las Iglesias
particulares se mantienen en estado de letargo, con gran éxodo a otras
denominaciones, casi sin vocaciones sacerdotales o religiosas, y con pocas
esperanzas de un dinamismo auténtico y un crecimiento perdurable.
El verdadero problema
de la Iglesia
en el Paraguay es la crisis de fe y de vida moral que una mala formación del
clero ha ido perpetuando, junto con la negligencia de los Pastores. Lugo no es
sino un signo de los tiempos de esta problemática reducción de la vida de la fe
a las ideologías de moda y al relajamiento cómplice de la vida y disciplina del
clero. Como ya he dicho, no me ha sido dado conocer el informe del Cardenal Santos
y Abril sobre la
Visita Apostólica. Pero si fuera su opinión que el problema
de la Iglesia
en el Paraguay es un problema de sacristía que se resuelve cambiando al
sacristán, estaría profunda y trágimente equivocado.
La oposicion a toda
renovación y cambio en la
Iglesia en el Paraguay no sólo ha contado con Obispos, sino
también con el apoyo de grupos políticos y asociaciones anti-católicas, además
del apoyo de algunos religiosos de la Conferencia de Religiosos del Paraguay –los que
conocen la crisis de la vida religiosa a nivel mundial no se sorprenderán de
esto último. El vocero pagado y reiteradamente mentiroso para tales maniobras
ha sido siempre un tal Javier Miranda. Todo esto se hizo con la pretensión de
mostrar «divisón» dentro de la misma Iglesia diocesana. Aunque la verdad
demostrada y probada es la amplia aceptación entre el laicado de la labor que
veníamos haciendo.
Del mismo modo que,
antes de aceptar mi nombramiento como Obispo, me creí en la obligación de
expresar vivamente mi sentimiento de incapacidad ante tamaña responsabilidad,
después de haber aceptado dicha carga, con todo el peso de la autoridad divina
y de los derechos y deberes que me asisten, he mantenido la gravísima
responsabilidad moral de obedecer a Dios antes que a los hombres. Por eso me he
negado a renunciar por propia iniciativa, queriendo así dar testimonio hasta el
final de la verdad y la libertad espiritual que un Pastor debe tener. Tarea que
espero continuar ahora desde mi nueva situación de servicio en la Iglesia.
Suyo afectísimo en
Cristo,
+ Rogelio Livieres
Ex obispo de Ciudad
del Este (Paraguay)
Fuente:
labotellaalmar.com
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