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San Pío de
Pietrelcina fue un religioso capuchino italiano que sufrió sobre sí mismo los
estigmas de Nuestro Señor. Es considerado uno de los santos más relevantes del
siglo XX.
Nació con el
nombre de Francesco Forgione el 25 de mayo de 1887 en el pueblo de Pietrelcina,
provincia de Campania, en el Italia. Fue hijo de Orazio Mario Forgione,
conocido como «Grazio», y María Giussepa di Nunzio, de origen humilde. En 1898,
su padre se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos, y después a Argentina,
para poder pagar la educación y la alimentación de su familia.
Desde muy pequeño,
Francesco demostró tener una gran piedad y auténtica devoción. Años más tarde,
su madre testificaría: «no cometió nunca ninguna falta, no hizo caprichos,
siempre obedeció a mí y a su padre, cada mañana y cada tarde iba a la iglesia a
visitar a Jesús y a la Virgen. Durante el día no salió nunca con los
compañeros. A veces le dije: «Francì, sal un poco a jugar. Él se negó diciendo:
no quiero ir porque ellos blasfeman» Llamaba la atención que desde niño, según
testificaron varias personas, se le vio a Francesco luchando con el demonio,
quien le acosaba, quizás sabiendo del bien que haría años más tarde.
El testimonio de
un fraile pidiendo limosna por la calle, conmovió tanto a Francesco, que a los
dieciséis años decidió ingresar al convento de Morcone, de la Orden de Hermanos
Menores Capuchinos. En 1904, tras pronunciar sus primeros votos temporales, el
joven fraile fue enviado al convento de Santa Elia para continuar sus estudios.
Es en Santa Elia donde sucede por primera el milagro de la bilocación, el cual
se repetiría varias veces en la vida de San Pío. En esa ocasión, se le vio al
mismo tiempo en el convento y asistiendo a un parto difícil de una de sus hijas
espirituales.
Dos años más
tarde, en 1907, tras profesar sus votos solemnes, el joven Francesco fue
enviado al convento de Serracapriola. La geografía del lugar no hizo bien a la
frágil salud del joven fraile, quien siempre había sufrido de una constitución
enfermiza. Por ello, al año siguiente se decidió su traslado a Montefusco,
donde recibió las órdenes menores. En agosto de 1910, fue ordenado sacerdote en
la catedral de Benevento.
Tras su
ordenación, el Padre Pío regresó a su casa natal por motivos de salud, donde
permaneció los siguientes seis años. En 1916, se le pidió que se trasladara al
convento de San Giovanni Rotondo, donde viviría el resto de sus días.
En San Giovanni
Rotondo, el Padre Pío era conocido por pasar largas noches en vela, andando por
todo el convento, así como por pasar largos ratos frente al Santísimo. Durante
el día, su predilección era el confesionario, en el que pasaba hasta catorce
horas confesando a las cientos de personas que asistían a purgar sus pecados de
manos de este hombre con fama de santo.
En el convento de
San Giovanni Rotondo, rezando frente a un Crucifijo, el Padre Pío recibió el
don de los estigmas de Nuestro Señor, regalo que llevaría con gran vergüenza
por sentirse indigno, y que lo acompañarían el resto de sus días, tras los
característicos guantes que usaba para no llamar la atención. En una carta al
Padre Benedetto, el Padre Pío habla de este acto como el día de su crucifixión:
«¿Qué cosa os puedo decir a los que me han preguntado como es que ha ocurrido
mi crucifixión? ¡Mi Dios que confusión y que humillación yo tengo el deber de
manifestar lo que Tú has obrado en esta tu mezquina criatura!»
Durante la Primera
Guerra Mundial, el Padre Pío serviría asistiendo al cuerpo médico del ejército
italiano. Durante la Segunda Guerra, el sacerdote permanecería en el convento,
donde se formarían los «Grupos de Oración del Padre Pío», que llegaron a
alcanzar los ciento cincuenta mil miembros en los años setenta.
La vida de este
santo fraile ocurrió siempre con gran piedad, haciendo el bien a los demás, ya
fuera en el confesionario, como en su propio testimonio, así como aliviando
materialmente a los más necesitados, como se observa en la construcción de su
famosa Casa Sollievo della Sofferenza («Casa de Alivio del Sufrimiento»), obra
por la que fue intensamente criticado. Vivió bajo la permanente observación de
los incrédulos, así como de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica,
quienes sospechaban de su verdadera piedad.
En 1968, tres días
después de ofrecer una misa multitudinaria, que sería su última, el Padre Pío
falleció en el Convento de San Giovanni Rotondo. A su funeral asistieron cerca
de cien mil personas.
Sus múltiples
milagros tanto en vida como después de la muerte, silenciaron las voces y
fueron el mejor testimonio de la santidad de este humilde fraile y sacerdote de
Pietrelcina, quien se esforzó diariamente por parecerse más a Cristo.
En 1999, fue
declarado beato por el Papa San Juan Pablo II, y en junio del 2002, el mismo lo
canonizó con el nombre de San Pío de Pietrelcina.
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