a los participantes de la
40ª Conferencia de la FAO
(Ciudad del Vaticano, 3 de julio de 2015)
Señor presidente:
Me complace dirigirle mi deferente y cordial saludo,
así como a cada uno de ustedes, Representantes de los Estados miembros de la
FAO, reunidos para la cuadragésima Conferencia de la Organización.
Extiendo también mi saludo al director general de la
FAO y a los responsables de los otros organismos internacionales presentes en
esta reunión, que está llamada a dar respuestas precisas al sector agrícola y
alimentario, de las que dependen las expectativas de millones de personas.
1. No pudiendo esta vez estar con ustedes, según la
consolidada tradición que se remonta al inicio de esta sede de la FAO en Roma,
he pedido al señor cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, llevar mi
palabra de estímulo y apoyo, y manifestarles toda mi estima y consideración por
la ardua tarea que deben realizar.
La Santa Sede sigue con mucha atención la actividad
internacional y quiere cooperar a orientarla para favorecer no un simple
progreso u objetivos teóricos de desarrollo, sino una real erradicación del
hambre y de la malnutrición. Todos somos conscientes de que no basta la
intención de asegurar a todos el pan cotidiano, sino que es necesario reconocer
que todos tienen derecho a él y que deben por tanto beneficiarse del mismo. Si
los continuos objetivos propuestos quedan todavía lejos, depende mucho de la
falta de una cultura de la solidaridad que no logra abrirse paso en medio de
las actividades internacionales, que permanecen a menudo ligadas solo al
pragmatismo de las estadísticas o al deseo de una eficacia carente de la idea
de compartir.
El compromiso de cada país por aumentar el propio
nivel de nutrición, por mejorar la actividad agrícola y las condiciones de las
poblaciones rurales, se concreta en el impulso del sector agrícola, en el
incremento de la producción o en la promoción de una distribución efectiva de
los alimentos. Pero esto no basta. En efecto, dichos objetivos lo que están
pidiendo es que se considere cada día que el derecho de cada persona a ser
liberada de la pobreza y del hambre depende del deber que tiene toda la familia
humana de ayudar de forma concreta a los necesitados.
Entonces, cuando un país no sea capaz de ofrecer
respuestas adecuadas porque no lo permita su grado de desarrollo, sus
condiciones de pobreza, los cambios climáticos o las situaciones de
inseguridad, es necesario que la FAO y las demás instituciones
intergubernamentales puedan tener la capacidad de intervenir específicamente
para emprender una adecuada acción solidaria. A partir de la conciencia de que
los bienes que nos ha entregado Dios Creador son para todos, se requiere urgentemente
que la solidaridad sea el criterio inspirador de cualquier forma de cooperación
en las relaciones internacionales.
2. Una mirada a la situación actual del mundo no nos
ofrece imágenes consoladoras. No podemos, sin embargo, permanecer únicamente
preocupados o acaso solo resignados. Este momento de evidente dificultad debe
hacernos también más conscientes de que el hambre y la malnutrición no son
solamente fenómenos naturales o estructurales de determinadas áreas
geográficas, sino que son el resultado de una más compleja condición de
subdesarrollo, causada por la inercia de muchos o por el egoísmo de unos pocos.
Las guerras, el terrorismo, los desplazamientos forzados de personas que cada
vez más impiden o, al menos, condicionan fuertemente incluso las actividades de
cooperación, no son fruto de la fatalidad, sino más bien consecuencia de
decisiones concretas.
Se trata de un mecanismo complejo que fustiga ante todo a
las categorías más vulnerables, excluidas no solo de los procesos productivos,
sino también obligadas a menudo a dejar sus tierras en busca de refugio y
esperanza de vida. Como también están determinados por decisiones tomadas en
plena libertad y conciencia los datos relativos a las ayudas a los Países
pobres, que siguen mermando cada día, no obstante los reiterados llamamientos
ante las situaciones de crisis cada vez más destructoras que se manifiestan en
diferentes áreas del planeta.
Hay que ser conscientes de que en estos casos la
libertad de elección de cada uno se conjuga con la solidaridad hacia todos, en
relación con las necesidades, cumpliendo de buena fe los compromisos asumidos o
anunciados. A este respecto, animado también por el deseo de alentar a los
Gobiernos, quisiera unirme con una contribución simbólica al programa de la FAO
para proveer de semillas a las familias rurales que viven en áreas donde se han
juntado los efectos de los conflictos y de la sequía. Este gesto se suma al
trabajo que la Iglesia viene realizando, según su vocación de estar de parte de
los pobres de la tierra y acompañar el compromiso eficaz de todos en favor
suyo.
Este compromiso nos lo pide hoy la Agenda para el
Desarrollo 2030, cuando reitera el concepto de seguridad alimentaria como
objetivo impostergable. Pero solo un esfuerzo de auténtica solidaridad será
capaz de eliminar el número de personas malnutridas y privadas de lo necesario
para vivir. Es un desafío muy grande para la FAO y para todas las Instituciones
de la Comunidad internacional. Un reto en el que también la Iglesia se siente
comprometida en primera línea.
Deseo, por tanto, que las sesiones de esta Conferencia
puedan dar un nuevo impulso a la actividad de la Organización y ofrecer
aquellos instrumentos deseados y esperados por millones de hermanos nuestros
que ven en la acción de la FAO no sólo una contribución técnica para aumentar
los recursos y para distribuir los frutos de la producción, sino también el
signo concreto, a veces único, de una fraternidad que les permite confiar en el
futuro.
Que la bendición de Dios todopoderoso, rico en
misericordia, descienda sobre ustedes y sus trabajos y les dé la fuerza
necesaria para contribuir a un auténtico progreso de la familia humana.
Francisco
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