Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La
Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor"
(1 de julio de 2017)
Queridos amigos televidentes, la semana pasada, les
hablé de la corrupción y, como ya les sugerí, si van a buscar en el
diccionario, corrupción o corromper, van a encontrar diversas acepciones. Hoy
quiero hablarles de otra acepción del término corrupción que significa
pervertir, seducir a una persona, estragar o viciar las costumbres. La idea de
corromper siempre está ligada a una alteración para peor, para mal digamos,
porque no se corrompe para el bien.
Por eso hoy me detengo en esta acepción de pervertir,
seducir a una persona y, en lenguaje teológico, habría que decir inducir al
pecado. Corromper a una persona es inducirla al pecado. Así como existe la otra
corrupción, la de los “chorros” ¡y grandes “chorros”!, también existe esta
corrupción. Y lo que veo es que están implicados, complicados, son cómplices de
esta corrupción, amplísimos sectores de la sociedad, especialmente los medios
de comunicación.
Si uno sigue las crónicas de la vida de la farándula
se da cuenta de que hay mucha vida corrupta allí, pero como los tipos y las
tipas lo hacen con la mayor naturalidad, como si fuera normal, no pasa nada, y
hay muchos que siguen esos malos ejemplos apasionadamente, como si siguieran la
aventura de personajes importantes. Así se va induciendo en la sociedad, en las
costumbres, que lo que es pecado, lo que es pecado mortal; entonces lo que es
perversión, resulta algo en el fondo indiferente. Es decir, hoy día, cada uno
hace lo que quiere. ¡Viva la libertad, viva la democracia!.
Yo me acuerdo siempre, últimamente con mayor
frecuencia, de las palabras de ese gran filósofo, extraordinario escritor ateo
del siglo XX, Jean Paul Sartre que decía “si Dios no existe todo está
permitido”[1]. Y
tenía razón porque si Dios no existe no se puede distinguir el bien del mal”.
Lo que hay detrás de esta especie de perversión generalizada que se difunde a
través de los medios de comunicación y que va atrapando a muchísimos jóvenes,
es precisamente eso: la ausencia de Dios. Si Dios no existe no hay diferencia
entre el bien y el mal.
Personalmente, casi no miro televisión, pero el otro
día encendí el televisor para ver la temperatura y observo que estaban pasando
una tanda publicitaria. Estaban promocionando un perfume de Versace con dos
varones desnudos besándose, Creo que años atrás Versace pondría a un muchacho
pintón tratando de seducir a una dama. Habiendo comentado con amigos mi
sorpresa uno de ellos me dijo que no eran dos varones, sino un varón y una
mujer -rapados ambos- a la que no se le notaban sus atributos femeninos. Por
algo se empieza, por la ambigüedad. Se me ocurrió, a este propósito, que
debería perder el tiempo mirando tandas de publicidad, a ver si esa porquería
se repite o no con otros productos. Es muy probable que se repita, porque ahora
eso está en la onda. La prensa gráfica no se queda atrás. Se puede encontrar,
en la primera página de un diario considerado serio la descripción elogiosa de
nuevas perversiones burguesas (los pobres son siempre más naturales) y de los
“instrumentos” mediante los cuales un heterosexual puede gozar curiosamente de
algunos de los placeres típicamente homosexuales.
Me hizo acordar de un pasaje de la 1° Carta de San
Pablo a los Corintios, en el capítulo 6, que quiero leerles a ustedes (aunque
no sé si se puede leer en público y que pasará después de leer por televisión
este trozo de La Biblia). Este párrafo del Nuevo Testamento, dice: “¿No saben
que los inicuos no heredarán el Reino de Dios? No se hagan ilusiones: ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maledicentes, ni los que viven de rapiña, heredarán el Reino de Dios.
Lo que aquí el autor traduce como sodomitas otros
ponen directamente homosexuales. El texto griego, porque San Pablo escribía en
griego, dice “arsenokoitai” que significa literalmente varones que se acuestan
con varones. Esto es lo que le escribía San Pablo a las primeras comunidades
porque advertía que esos vicios, que son vicios netamente paganos, se
infiltraban también en la comunidad cristiana y seducían a muchos. Eso es la
corrupción, y ocurre también en las comunidades cristianas entendidas en el
sentido amplio. Pienso cuántos jóvenes, en la actualidad, que no tienen una
formación católica firme, fuerte, son atrapados por la pornografía globalizada
que penetra en los poros de todos como si fuera lo normal.
O sea que si Dios no existe todo está permitido. Dios
no tiene una presencia fuerte en la vida social, en la organización de las
costumbres como la había antes. Antes se cometían pecados y uno puede decir que
se disimulaban un poco y no eran públicos, pero no se los reconocía como cosas
buenas. Hoy día se los reconoce como cosas buenas y se los usa para vender,
porque el dinero está detrás de todo. Detrás de todo esto está el Padre de la
Mentira que es Satanás y él sabe que con la plata es muy fácil seducir a la
gente.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
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