catolicos-on-line, 24-12-15
Los trabajos del Sínodo de los Obispos sobre la
Familia terminaron este sábado y entre los diversos puntos que aparecen en el
documento final, está el de los divorciados vueltos a casar; y también el de
aquellos que estando separados o habiendo llegado al divorcio han decidido
permanecer fieles al vínculo del matrimonio y no están en una nueva unión.
Divorciados pero fieles al vínculo del matrimoni
Sobre estos últimos, el numeral 83, aprobado por 248
votos contra 12, señala: “el testimonio de los que incluso en condiciones
difíciles no ingresan en una nueva unión, permaneciendo fieles al vínculo
sacramental, merece el aprecio y el sostenimiento de parte de la Iglesia. Ella
quiere mostrarles a ellos el rostro de un Dios fiel al su amor y siempre capaz
de volver a darles fuerza y esperanza. Las personas separadas o divorciadas
pero no vueltas a casar, que con frecuencia son testimonio de la fidelidad matrimonial,
son alentadas a encontrar en la Eucaristía el alimento que los sostenga en su
estado”.
Divorciados vueltos a casar
El tema de los divorciados en nueva unión aparece en
el documento final bajo el subtítulo “Discernimiento e integración” y está en
los numerales 84 (aprobado por 187 votos contra 72), 85 (178 a favor, 80 en
contra) y 86 (190 a favor, 60 en contra).
Para ser aprobado, cada numeral debe recibir un mínimo
de 177 votos, es decir el voto de dos tercios de los obispos participantes.
A continuación ACI Prensa ofrece una traducción no
oficial de estos tres numerales en los que se analiza la situación de los
divorciados en nueva unión en la Iglesia, se recuerda que no están excomulgados
y se propone una serie de formas para acompañar a estar personas en su vida de
fe.
84.- Los bautizados que están divorciados y vueltos a
casar civilmente deben estar más integrados en las comunidades cristianas en
los diversos modos posibles, evitando toda ocasión de escándalo. La lógica de
la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no solo
sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino para que
puedan tener una feliz y fecunda experiencia de ella. Son bautizados, son
hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para
el bien de todos.
Su participación puede expresarse en diversos
servicios eclesiales: es necesario por ello discernir cuáles de las diversas
formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral,
educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no están y no deben
sentirse excomulgados, y pueden vivir y madurar como miembros vivos de la
Iglesia, sintiéndola como una madre que los acoge siempre, los cuida con afecto
y los alienta en el camino de la vida y del Evangelio.
Esta integración es necesaria también para el cuidado
y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más
importantes. Para la comunidad cristiana, cuidar a estas personas no es un
debilitamiento de la propia fe y del testimonio acerca de la indisolubilidad
matrimonial, sino que así la Iglesia expresa en este cuidado su caridad.
85.- San Juan Pablo II ha ofrecido un criterio
integral que permanece como la base para la valoración de estas situaciones:
“Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las
situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han
esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo
injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio
canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión
en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en
conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había
sido nunca válido” (Familiaris Consortio, 84).
Es entonces tarea de los presbíteros acompañar a las
personas interesadas en el camino del discernimiento según la enseñanza de la
Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un
examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento.
Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse
cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis,
si hubo intentos de reconciliación, cómo está la situación del compañero
abandonado, qué consecuencia tiene la nueva relación sobre el resto de la
familia y la comunidad de fieles, qué ejemplo ofrece a los jóvenes que se deben
preparar para el matrimonio. Una sincera reflexión puede reforzar la confianza
en la misericordia de Dios que no se le niega a ninguno.
Además, no se pueden negar que en algunas
circunstancias “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden
quedar disminuidas e incluso suprimidas” (CCC, 1735) a causa de diversos condicionamientos.
Como consecuencia, el juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un
juicio sobre la “imputabilidad subjetiva” (Pontificio Consejo para los Textos
Legislativos, Declaración del 24 de junio de 2000, 2a).
En determinadas circunstancias las personas encuentran
grandes dificultades para actuar de modo distinto. Por ello, mientras se
sostiene una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad
respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los
casos.
El discernimiento pastoral, teniendo en cuenta la
conciencia rectamente formada por las personas, debe hacerse cargo de estas
situaciones. También las consecuencias de los actos realizados no son
necesariamente las mismas en todos los casos.
86.- El recorrido de acompañamiento y discernimiento
orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. El
coloquio con el sacerdote, en el fuero interno, concurre con la formación de un
juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación
más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y
hacerla crecer.
Dado que en la misma ley no hay gradualidad (FC, 34),
este discernimiento no podrá nunca prescindir de las exigencias de la verdad y
la caridad del Evangelio propuesta por la Iglesia. Para que esto suceda, deben
garantizarse las necesarias condiciones de humildad, reserva, amor a la Iglesia
y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y en el deseo de
alcanzar una respuesta más perfecta a ella.
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