catolicos-on-line, 23-10-15
El arzobispo de Philadelphia, monseñor Charles Chaput,
intervino en el Sínodo de los Obispos para alertar de las graves consecuencias
que tendría permitir a las Conferencias Episcopales tomar decisiones en
cuestiones dogmáticas o disciplinares, que pondrían en grave riesgo la unidad
de la Iglesia. Ofrecemos a continuación su intervención íntegra.
El Santo Padre nos ha animado sabiamente a ser tan
fraternales como sinceros al comunicar nuestros pensamientos durante este
sínodo.
De igual modo que nuestros pensamientos dan forma al
lenguaje que usamos, así también el lenguaje que usamos moldea nuestro
pensamiento y el contenido de nuestros debates. El lenguaje impreciso conduce
al pensamiento confuso, y eso a veces puede conducir a resultados infelices.
Quiero compartir con ustedes dos ejemplos que deberían causarnos alguna
preocupación, al menos en el mundo angloparlante.
El primer ejemplo es la palabra inclusivo. Hemos oído
muchas veces que la Iglesia debería ser inclusiva. Y si por «inclusive»
queremos decir una Iglesia que es paciente y humilde, misericordiosa y
acogedora –entonces todos nosotros aquí estaremos de acuerdo. Pero es muy
dificil incluir a aquellos que no desean ser incluidos, o insisten en serlo en
sus propios términos. Por decirlo de otra forma: yo puedo invitar a alguien a
mi casa, y puedo hacer mi hogar tan cálido y acogedor como sea posible. Pero la
persona de fuera de mi casa debe aún elegir entrar. Si yo reconstruyo mi casa
según el proyecto del visitante o extraño, mi familia tendrá que soportar el
coste, y mi hogar no será más su hogar. La lección es simple. Necesitamos ser
una Iglesia acogedora que ofrece refugio a cualquiera que busca honestamente a
Dios. Pero necesitamos continuar siendo una Iglesia comprometida con la Palabra
de Dios, fiel a la sabiduría de la Tradición cristiana, y que predica la verdad
de Jesucristo.
El segundo ejemplo es la expresión unidad en la diversidad.
La Iglesia es católica o universal. Tenemos que respetar las muchas diferencias
en personalidad y cultura que existen entre los fieles. Pero vivimos en un
tiempo de intenso cambio global, confusión y agitación. Nuestra más urgente
necesidad es la unidad, y nuestro peligro más grande es la fragmentación.
Hermanos, tenemos que ser muy cautelosos en delegar importantes asuntos
disciplinarios y doctrinales a las conferencias episcopales regionales y
nacionales –especialmente cuando la presión en esa dirección está acompañada
por un espíritu implícito de autoafirmación y resistencia.
Hace cinco siglos, en un momento muy similar al
nuestro, Erasmo de Rotterdam escribió que la unidad de la Iglesia es la
característica concreta más importante de todas. Podemos discutir sobre lo que
realmente creía Erasmo, y lo que pretendió con sus escritos. Pero no podemos
discutir sobre las consecuencias cuando fue ignorada la necesidad de la unidad
de la Iglesia. En los próximos días de nuestro sínodo, deberíamos recordar provechosamente
la importancia de nuestra unidad, lo que la unidad requiere, y lo que supone la
desunión sobre cuestiones esenciales.
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