El Papa declaró santos a los padres de Santa Teresita
del Niño Jesús
(AICA):
18-10-15
Francisco canonizó a Luis Martín y María Azelia
Guérin, padres de santa Teresita del Niño Jesús, y a otros dos santos: María de
la Purísima, superiora general de la Congregación de las Hermanas de la Cruz, y
Vincenzo Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio.
Texto completo de la homilía
Los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los
hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro.
El profeta Isaías describe la figura del Siervo de
Yahveh (53,10-11) y su misión de salvación. Se trata de un personaje que no
ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado
al sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres
discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y
silenciosa y con su propio sufrimiento. Su misión, en efecto, se realiza con el
sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de
las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del
Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar
a las muchedumbres.
Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte,
bajo la forma total del servicio (cf. Flp 2,7), son la fuente de nuestra
salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios. El kerigma, corazón
del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido
con su muerte y resurrección.
La narración de san Marcos describe la escena de Jesús
con los discípulos Santiago y Juan, los cuales –sostenidos por su madre–
querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios (cf. Mc
10,37), reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino. El
planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de
realización terrena. Jesús entonces produce una primera «convulsión» en esas
convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta tierra:
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado»
(vv. 39-40).
Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de
asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los
puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo
por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer
sobresalir y mandar sobre los demás.
Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el
éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les
advierte: «Saben ustedes que los que son reconocidos como jefes de los pueblos
los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que
quiera ser grande entre ustedes, que sea el servidor» (vv. 42-43). Con estas
palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el
servicio. El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad
en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del
poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre
los demás y vivir la virtud de la humildad.
Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay
que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia. En la actitud del
Maestro la comunidad encuentra la motivación para una nueva concepción de la
vida: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y
dar su vida en rescate por muchos» (v. 45).
En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que
recibe de Dios «poder, honor y reino» (Dn 7,14). Jesús da un nuevo sentido a
esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto
que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de
la vida. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto,
alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia.
Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el
poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería
caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús.
Incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de
Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos
terrenos y la lógica de Cristo crucificado. En cambio, sí que hay
compatibilidad entre Jesús «acostumbrado a sufrir» y nuestro sufrimiento.
Nos lo recuerda la Carta a los Hebreos, que presenta a
Cristo como el sumo sacerdote que comparte totalmente nuestra condición humana,
menos el pecado: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de
nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en
el pecado» (4,15). Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y
de compasión.
Ha experimentado directamente nuestras dificultades,
conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide
entender a los pecadores. Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio,
sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles
la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado
camino.
Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa
del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los
sacerdotes del sacerdocio ministerial. Así, todos podemos recibir la caridad
que brota de su corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos
«canales» de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los
que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos.
Los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los
hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro.
San Vicente Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su
gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con
ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados.
Santa María de la Purísima vivió personalmente con gran humildad el servicio a
los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y
enfermos.+
Los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin
vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente
lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas,
entre ellas santa Teresita del Niño Jesús.
El testimonio luminoso de estos nuevos santos nos
estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos,
confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Ahora, desde
el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su poderosa intercesión.+
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