CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO
XI
SOBRE
LA SITUACIÓN
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
EN EL REICH ALEMÁN
A los venerables
hermanos,
arzobispos, obispos y
otros ordinarios de Alemania
en paz y comunión con
la Sede Apostólica
1. Con viva
preocupación y con asombro creciente venimos observando, hace ya largo tiempo,
la vía dolorosa de la Iglesia
y la opresión progresivamente agudizada contra los fieles, de uno u otro sexo,
que le han permanecido devotos en el espíritu y en las obras; y todo esto en
aquella nación y en medio de aquel pueblo al que San Bonifacio llevó un día el
luminoso mensaje, la buena nueva de Cristo y del reino de Dios.
2. Esta nuestra
inquietud no se ha visto disminuida por los informes que los reverendísimos
representantes del episcopado, según su deber, nos dieron, ajustados a la
verdad, al visitarnos durante nuestra enfermedad. Junto a muchas noticias muy
consoladoras y edificantes sobre la lucha sostenida por sus fieles por causa de
la religión, no pudieron pasar en silencio, a pesar de su amor al propio pueblo
y a su patria y el cuidado de expresar un juicio bien ponderado, otros
innumerables sucesos muy tristes y reprobables. Luego que Nos hubimos escuchado
sus relatos, con profunda gratitud a Dios pudimos exclamar con el apóstol del
amor: No hay para mi mayor alegría que oír de mis hijos que andan en la verdad
(3Jn 4). Pero la sinceridad que corresponde a la grave responsabilidad de
nuestro ministerio apostólico y la decisión de presentar ante vosotros y ante
todo el mundo cristiano la realidad en toda su crudeza, exigen también que
añadamos: No tenemos preocupación mayor ni más cruel aflicción pastoral que
cuando oímos: Muchos abandonan el camino de la verdad (cf. 2Pe 2,2).
I. CONCORDATO
3. Cuando Nos, venerables
hermanos, en el verano de 1933, a instancia del Gobierno del Reich, aceptamos
el reanudar las gestiones para un concordato, tomando por base un proyecto
elaborado ya varios años antes, y llegamos así a un acuerdo solemne que
satisfizo a todos vosotros, tuvimos por móvil la obligada solicitud de tutelar
la libertad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania y de asegurar la salvación de
las almas a ella confiadas, y, al mismo tiempo, el sincero deseo de prestar un
servicio capital al pacífico desenvolvimiento y al bienestar del pueblo alemán.
4. A pesar de muchas
y graves consideraciones, Nos determinamos entonces, no sin una propia
violencia, a no negar nuestro consentimiento. Queríamos ahorrar a nuestros
fieles, a nuestros hijos y a nuestras hijas de Alemania, en la medida
humanamente posible, las situaciones violentas y las tribulaciones que, en caso
contrario, se podían prever con toda seguridad según las circunstancias de los
tiempos. Y con hechos queríamos demostrar a todos que Nos, buscando únicamente
a Cristo y cuanto a Cristo pertenece, no rehusábamos tender a nadie, si él
mismo no la rechazaba, la mano pacífica de la madre Iglesia.
5. Si el árbol de la
paz, por Nos plantado en tierra alemana con pura intención, no ha producido los
frutos por Nos anhelados en interés de vuestro pueblo, no habrá nadie en el
mundo entero, con ojos para ver y oídos para oír, que pueda decir, todavía hoy,
que la culpa es de la Iglesia
y de su Cabeza suprema. La experiencia de los años transcurridos hace patentes
las responsabilidades y descubre las maquinaciones que, ya desde el principio,
no se propusieron otro fin que una lucha hasta el aniquilamiento. En los surcos
donde nos habíamos esforzado por echar la simiente de la verdadera paz, otros
esparcieron —como el inimicus homo de la Sagrada Escritura
(Mt 13, 25)— la cizaña de la desconfianza, del descontento, de la discordia,
del odio, de la difamación, de la hostilidad profunda, oculta o manifiesta,
contra Cristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se alimentó en mil
fuentes diversas y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos, y solamente
sobre ellos y sobre sus protectores, ocultos o manifiestos, recae la
responsabilidad de que en el horizonte de Alemania no aparezca el arco iris de
la paz, sino el nubarrón que presagia luchas religiosas desgarradoras.
6. Venerables
hermanos, Nos no nos hemos cansado de hacer ver a los dirigentes, responsables
de la suerte de vuestra nación, las consecuencias que se derivan necesariamente
de la tolerancia, o peor aún, del favor prestado a aquellas corrientes. A todo
hemos recurrido para defender la santidad de la palabra solemnemente dada y la
inviolabilidad de los compromisos voluntarios contraídos frente a las teorías y
prácticas que, si hubieran llegado a admitirse oficialmente, habrían disipado
toda confianza y desvalorizado intrínsecamente toda palabra para lo futuro.
Cuando llegue el momento de exponer a los ojos del mundo estos nuestros
esfuerzos, todos los hombres de recta intención sabrán dónde han de buscarse
los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que haya conservado
en su ánimo un residuo de amor a la verdad, y en su corazón una sombra del
sentido de justicia, habrá de admitir que, en los años tan difíciles y llenos
de tan graves acontecimientos que siguieron al Concordato, cada una de nuestras
palabras y de nuestras acciones tuvo por norma la fidelidad a los acuerdos
estipulados. Pero deberá también reconocer con extrañeza y con profunda
reprobación cómo por la otra parte se ha erigido en norma ordinaria el
desfigurar arbitrariamente los pactos, eludirlos, desvirtuarlos y, finalmente,
violarlos más o menos abiertamente.
7. La moderación que,
a pesar de todo esto, hemos demostrado hasta ahora no nos ha sido sugerida por
cálculos de intereses terrenos, ni mucho menos por debilidad, sino simplemente
por la voluntad de no arrancar, junto con la cizaña, alguna planta buena; por
la decisión de no pronunciar públicamente un juicio mientras los ánimos no
estuviesen bien dispuestos para comprender su ineludible necesidad; por la
resolución de no negar definitivamente la fidelidad de otros a la palabra
empeñada, antes de que el irrefutable lenguaje de la realidad le hubiese
arrancado los velos con que se ha sabido y se pretende aún ahora disfrazar,
conforme a un plan predeterminado, el ataque contra la Iglesia. Todavía
hoy, cuando la lucha abierta contra las escuelas confesionales, tuteladas por
el Concordato, y la supresión de la libertad del voto para aquellos que tienen
derecho a la educación católica, manifiestan, en un campo particularmente vital
para la Iglesia ,
la trágica gravedad de la situación y la angustia, sin ejemplo, de las
conciencias cristianas, la solicitud paternal por el bien de las almas nos
aconseja no dejar de considerar las posibilidades, por escasas que sean, que
aún puedan subsistir, de una vuelta a la fidelidad de los pactos y una
inteligencia que nuestra conciencia pueda admitir. Secundando los ruegos de los
reverendísimos miembros del episcopado, en adelante no nos cansaremos de ser el
defensor —ante los dirigentes de vuestro pueblo— del derecho conculcado, y
ello, sin preocuparnos del éxito o del fracaso inmediato, obedeciendo sólo a
nuestra conciencia y a nuestro ministerio pastoral, y no cesaremos de oponernos
a una mentalidad que intenta, con abierta u oculta violencia, sofocar el
derecho garantizado por solemnes documentos.
8. Sin embargo, el
fin de la presente carta, venerables hermanos, es otro. Como vosotros nos
visitasteis amablemente durante nuestra enfermedad, así ahora nos dirigimos a
vosotros, y por vuestro conducto, a los fieles católicos de Alemania, los
cuales, como todos los hijos que sufren y son perseguidos, están muy cerca del
corazón del Padre común. En esta hora en que su fe está siendo probada, como oro
de ley, en el fuego de la tribulación y de la persecución, insidiosa o
manifiesta, y en que están rodeados por mil formas de una opresión organizada
de la libertad religiosa, viviendo angustiados por la imposibilidad de tener
noticias fidedignas y de poder defenderse con medios normales, tienen un doble
derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral por parte de Aquel a cuyo
primer predecesor dirigió el Salvador aquella palabra llena de significado: Yo
he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos (Lc 22,32).
2. GENUINA FE EN DIOS
9. Y ante todo,
venerables hermanos, cuidad que la fe en Dios, primer e insustituible
fundamento de toda religión, permanezca pura e íntegra en las regiones
alemanas. No puede tenerse por creyente en Dios el que emplea el nombre de Dios
retóricamente, sino sólo el que une a esta venerada palabra una verdadera y
digna noción de Dios.
10. Quien, con una
confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios
en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos
creyentes.
11. Ni tampoco lo es
quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo,
pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal, negando la
sabiduría divina y su providencia, la cual se extiende poderosa del uno al otro
extremo (Sab 8,1) y lo dirige a buen fin. Ese hombre no puede pretender que sea
contado entre los verdaderos creyentes.
12. Si la raza o el
pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes
del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen
en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los
arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de
todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico,
pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la
verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta.
13. Vigilad,
venerables hermanos, con cuidado contra el abuso creciente, que se manifiesta
en palabras y por escrito, de emplear el nombre tres veces santo de Dios como
una etiqueta vacía de sentido para un producto más o menos arbitrario de una
especulación o aspiración humana; y procurad que tal aberración halle entre
vuestros fieles la vigilante repulsa que merece. Nuestro Dios es el Dios
personal, trascendente, omnipotente, infinitamente perfecto, único en la
trinidad de las personas y trino en la unidad de la esencia divina, creador del
universo, señor, rey y último fin de la historia del mundo, el cual no admite,
ni puede admitir, otras divinidades junto a sí.
14. Este Dios ha dado
sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y
espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el
género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y
gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres,
dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador
dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los
individuos y de toda la sociedad. Y esta exigencia de una obediencia absoluta
se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden
moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía
de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables
ordenamientos divinos.
15. Solamente espíritus
superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una
religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un
pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del
mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son
como gotas de agua en el caldero (Is 40, 5).
16. Los obispos de la Iglesia de Cristo
encargados de las cosas que miran a Dios (Heb 5,1), deben vigilar para que no
arraiguen entre los fieles esos perniciosos errores, a los que suelen seguir
prácticas aun más perniciosas. Es propio de su sagrado ministerio hacer todo lo
posible para que los mandamientos de Dios sean considerados y practicados como
obligaciones inconcusas de una vida moral y ordenada, tanto privada como
pública; para que los derechos de la majestad divina, el nombre y la palabra de
Dios no sean profanados (cf. Tit 2,5); para que las blasfemias contra Dios en
palabras, escritos e imágenes, numerosas a veces como la arena del mar, sean reducidas
a silencio, y para que frente al espíritu tenaz e insidioso de los que niegan,
ultrajan y odian a Dios, no languidezca nunca la plegaria reparadora de los
fieles, que, como el incienso, suba continuamente al Altísimo, deteniendo su
mano vengadora.
17. Nos os damos
gracias, venerables hermanos, a vosotros, a vuestros sacerdotes y a todos los
fieles que, defendiendo los derechos de la Divina Majestad
contra un provocador neopaganismo, apoyado, desgraciadamente con frecuencia,
por personalidades influyentes, habéis cumplido y cumplís vuestro deber de
cristianos. Esta gratitud es particularmente íntima y llena de reconocida
admiración para todos los que en el cumplimiento de este su deber se han hecho
dignos de sufrir por la causa de Dios sacrificios y dolores.
3. GENUINA FE EN
JESUCRISTO
18. La fe en Dios no
se mantendrá por mucho tiempo pura e incontaminada si no se apoya en la fe de
Jesucristo. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo (Lc 10,22). Esta es la vida
eterna, que te reconozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo (Jn 17,3). A nadie, por lo tanto, es lícito decir: Yo creo en Dios,
y esto es suficiente para mi religión. La palabra del Salvador no deja lugar a
tales escapatorias: El que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; el que
confiesa al Hijo tiene también al Padre (1Jn 2,23).
19. En Jesucristo,
Hijo encarnado de Dios, apareció la plenitud de la revelación divina: Muchas
veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por
ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo
(Heb 1,1-2). Los libros santos del Antiguo Testamento son todos palabra de
Dios, parte sustancial de su revelación. Conforme al desarrollo gradual de la
revelación, en ellos aparece el crepúsculo del tiempo que debía preparar el
pleno mediodía de la
Redención. En algunas partes se habla de la imperfección
humana, de su debilidad y del pecado, como no puede suceder de otro modo cuando
se trata de libros de historia y legislación. Aparte de otros innumerables
rasgos de grandeza y de nobleza, hablan de la tendencia superficial y
materialista que se manifestaba reiteradamente a intervalos en el pueblo de la Antigua Alianza ,
depositario de la revelación y de las promesas de Dios. Pero cualquiera que no
esté cegado por el prejuicio o por la pasión no puede menos de notar que lo que
más luminosamente resplandece, a pesar de la debilidad humana de que habla la
historia bíblica, es la luz divina del camino de la salvación, que triunfa al
fin sobre todas las debilidades y pecados. Y precisamente sobre este fondo, con
frecuencia sombrío, la pedagogía de la salvación eterna se ensancha en
perspectivas, las cuales a un tiempo dirigen, amonestan, sacuden, consuelan y
hacen felices. Sólo la ceguera y el orgullo pueden hacer cerrar los ojos ante
los tesoros de saludables enseñanzas encerrados en el Antiguo Testamento. Por
eso, el que pretende desterrar de la
Iglesia y de la escuela la historia bíblica y las sabias
enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema la palabra de Dios, blasfema el
plan de la salvación dispuesto por el Omnipotente y erige en juez de los planes
divinos un angosto y mezquino pensar humano. Ese tal niega la fe en Jesucristo,
nacido en la realidad de su carne, el cual tomó la naturaleza humana de un
pueblo que más tarde había de crucificarle. No comprende nada del drama mundial
del Hijo de Dios, el cual al crimen de quienes le crucificaban opuso, en
calidad de Sumo Sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, dando de
esta forma al Antiguo Testamento su cumplimiento, su fin y su sublimación en el
Nuevo Testamento.
20. La revelación,
que culminó en el Evangelio de Jesucristo, es definitiva y obligatoria para
siempre, no admite complementos de origen humano, y mucho menos sucesiones o
sustituciones por revelaciones arbitrarias, que algunos corifeos modernos
querrían hacer derivar del llamado mito de la sangre y de la raza. Desde que
Cristo, el Ungido del Señor, consumó la obra de la redención, quebrantando el
dominio del pecado y mereciéndonos la gracia de llegar a ser hijos de Dios,
desde aquel momento no se ha dado a los hombres ningún otro nombre bajo el
cielo, para conseguir la bienaventuranza, sino el nombre de Jesucristo (Hech
4,12). Por más que un hombre encarnara en sí toda la sabiduría, todo el poder y
toda la pujanza material de la tierra, no podría asentar fundamento diverso del
que Cristo ha puesto (1Cor 3,11). En consecuencia, aquel que con sacrílego
desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y la criatura, entre el
Hombre-Dios y el simple hombre, osase poner al nivel de Cristo, o peor aún,
sobre El o contra El, a un simple mortal, aunque fuese el más grande de todos
los tiempos, sepa que es un profeta de fantasías a quien se aplica
espantosamente la palabra de la
Escritura : El que mora en los cielos se burla de ellos (Sal
2,4).
4. GENUINA FE EN LA IGLESIA
21. La fe en
Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no está sostenida y defendida
por la fe en la Iglesia ,
columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Cristo mismo, Dios eternamente
bendito, ha erigido esta columna de la fe; su mandato de escuchar a la Iglesia (cf. Mt 18,17) y
recibir por las palabras y los mandatos de la Iglesia sus mismas
palabras y sus mismos mandatos (cf. Lc 10,16), tiene valor para todos los
hombres de todos los tiempos y de todas las regiones. La Iglesia , fundada por el
Salvador, es única para todos los pueblos y para todas las naciones: y bajo su
bóveda, que cobija, como el firmamento, al universo entero, hallan puesto y
asilo todos los pueblos y todas las lenguas, y pueden desarrollarse todas las
propiedades, cualidades, misiones y cometidos, que han sido señalados por Dios
creador y salvador a los individuos y a las sociedades humanas. El corazón
materno de la Iglesia
es tan generoso, que ve en el desarrollo de tales peculiaridades y cometidos
particulares, conforme al querer de Dios, la riqueza de la variedad, más bien
que el peligro de escisiones: se goza con el elevado nivel espiritual de los
individuos y de los pueblos, descubre con alegría y santo orgullo materno en
sus genuinas actuaciones los frutos de educación y de progreso, que bendice y
promueve siempre que lo puede hacer en conciencia. Pero sabe también que a esta
libertad le han sido señalados límites por disposición de la Divina Majestad ,
que ha querido y ha fundado esta Iglesia como unidad inseparable en sus partes
esenciales. El que atenta contra esta intangible unidad, quita a la esposa de
Cristo una de las diademas con que Dios mismo la ha coronado; somete el
edificio divino, que descansa en cimientos eternos, a la revisión y a la
transformación por parte de arquitectos a quienes el Padre celestial no ha
concedido poder alguno.
22. La divina misión
que la Iglesia
cumple entre los hombres y debe cumplir por medio de hombres, puede ser
dolorosamente oscurecida por el elemento humano, quizás demasiado humano que en
determinados tiempos vuelve a retoñar, como la cizaña en medio del trigo del
reino de Dios. El que conozca la frase del Salvador acerca de los escándalos y
de quienes los dan, sabe cómo la
Iglesia y cada individuo deben juzgar sobre lo que fue y es
pecado. Pero quien, fundándose en estos lamentables desacuerdos entre la fe y
la vida, entre las palabras y los actos, entre la conducta exterior y los
pensamientos interiores de algunos —aunque éstos fuesen muchos—, echa en olvido
o conscientemente pasa en silencio la enorme suma de genuina actividad para
llegar a la virtud, el espíritu de sacrificio, el amor fraternal, el heroísmo
de santidad, en tantos miembros de la Iglesia , manifiesta una ceguera injusta y
reprobable. Y cuando luego se ve que la rígida medida con que juzga a la odiada
Iglesia se deja al margen cuando se trata de otras sociedades que le son
cercanas por sentimiento o interés, entonces se evidencia que, al mostrarse
lastimado en su pretencioso sentido de pureza, se revela semejante a aquellos
que, según la tajante frase del Salvador, ven la paja en el ojo ajeno y no se
dan cuenta la viga en el propio. También es menos pura la intención de aquellos
que ponen por fin de su vocación lo que hay de humano en la Iglesia , hasta hacer
quizás de ello un negocio bastardo, y si bien la potestad de quien está
investido de la dignidad eclesiástica, fundada en Dios, no depende de su nivel
humano y moral, sin embargo, no hay época alguna, ni individuo, ni sociedad que
no deba examinar sinceramente su conciencia, purificarse inexorablemente,
renovarse profundamente en el sentir y en el obrar. En nuestra encíclica sobre
el sacerdocio y en la de la
Acción Católica hemos llamado insistentemente la atención de
todos los pertenecientes a la
Iglesia , y particularmente la de los eclesiásticos,
religiosos y seglares, que colaboran en el apostolado, sobre el sagrado deber
de poner su fe y su conducta en aquella armonía exigida por la ley de Dios y
reclamada con incansable insistencia por la Iglesia. También
hoy Nos repetimos con gravedad profunda: No basta ser contados en la Iglesia de Cristo, es
preciso ser en espíritu y en verdad miembros vivos de esta Iglesia. Y lo son
solamente los que están en gracia de Dios y caminan continuamente en su
presencia, o por la inocencia o por la penitencia sincera y eficaz. Si el
Apóstol de las Gentes, el vaso de elección, sujetaba su cuerpo al látigo de la
mortificación, no fuera que, después de haber predicado a los otros (cf 1Cor
9,27), fuese él reprobado, ¿habrá, por ventura, para aquellos en cuyas manos
está la custodia y el incremento del reino de Dios, otro camino que el de la
íntima unión del apostolado con la santificación propia? Sólo así se demostrará
a los hombres de hoy, y en primer lugar a los detractores de la Iglesia , que la sal de la
tierra y la levadura del cristianismo no se ha vuelto ineficaz, sino que es
poderosa y capaz de renovar espiritualmente y rejuvenecer a los que están en la
duda y en el error, en la indiferencia y en el descarrío espiritual, en la
relajación de la fe y en el alejamiento de Dios, de quien ellos —lo admitan o
lo nieguen— están más necesitados que nunca. Una cristiandad en la que todos
los miembros vigilen sobre sí mismos, que deseche toda tendencia a lo puramente
exterior y mundano, que se atenga seriamente a los preceptos de Dios y de la Iglesia y se mantenga, por
consiguiente, en el amor de Dios y en la solícita caridad para el prójimo,
podrá y deberá ser ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo, que
busca sostén y dirección, si es que no se quiere que sobrevenga una enorme
catástrofe o una decadencia indescriptible.
23. Toda reforma
genuina y duradera ha tenido propiamente su origen en el santuario, en hombres
inflamados e impulsados por amor de Dios y del prójimo, los cuales, gracias a
su gran generosidad en corresponder a cualquier inspiración de Dios y a ponerla
en práctica ante todo en sí mismos, profundizando en humildad y con la
seguridad de quien es llamado por Dios, llegaron a iluminar y renovar su época.
Donde el celo de reformas no derivó de la pura fuente de la integridad
personal, sino que fue efecto de la explosión de impulsos pasionales, en vez de
iluminar oscureció, en vez de construir destruyó, y fue frecuentemente punto de
partida para errores todavía más funestos que los daños que se quería o se
pretendía remediar. Es cierto que el espíritu de Dios sopla donde quiere (Jn
3,8), de las piedras puede suscitar los cumplidores de sus designios (cf. Mt
3,9; Lc 3,8), y escoge los instrumentos de su voluntad según sus planes, no
según los de los hombres. Pero El, que ha fundado la Iglesia y la llamó a la
vida en Pentecostés, no quiebra la estructura fundamental de la salvadora
institución por El mismo querida. Quien está movido por el espíritu de Dios
observa, por esto mismo, una actitud exterior e interior de respeto hacia la Iglesia , noble fruto del
árbol de la Cruz ,
don del Espíritu Santo en Pentecostés al mundo necesitado de guía.
24.. En vuestras
regiones, venerables hermanos, se alzan voces, en coro cada vez más fuerte, que
incitan a salir de la Iglesia ;
y entre los voceadores hay algunos que, por su posición oficial, intentan
producir la impresión de que tal alejamiento de la Iglesia , y
consiguientemente la infidelidad a Cristo Rey, es testimonio particularmente
convincente y meritorio de su fidelidad al actual régimen. Con presiones ocultas
y manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas,
profesionales, cívicas o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe
—y singularmente la de algunas clases de funcionarios católicos— se halla
sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Nos, con paterna emoción,
sentimos y sufrimos profundamente con los que han pagado a tan caro precio su
adhesión a Cristo y a la
Iglesia ; pero se ha llegado ya a tal punto, que está en juego
el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso,
como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso
heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las traidoras
insinuaciones de que salga de la
Iglesia , entonces no habrá más remedio que oponerle, aun a
precio de los más graves sacrificios terrenos, la palabra del Salvador:
Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a El
sólo darás culto (Mt 4,10; Lc 4,8). A la Iglesia , por el contrario, deberá dirigirle estas
palabras: ¡Oh tú, que eres mi madre desde los días de mi infancia primera, mi
fortaleza en la vida, mi abogada en la muerte, que la lengua se me pegue al
paladar si yo, cediendo a terrenas lisonjas o amenazas, llegase a traicionar
las promesas de mi bautismo! Finalmente, aquellos que se hicieron la ilusión de
poder conciliar con el abandono exterior de la Iglesia la fidelidad
interior a ella, adviertan la severa palabra del Señor: El que me negare
delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios (Lc 12,9).
5. GENUINA FE EN EL
PRIMADO
25. La fe en la Iglesia no se mantendrá
pura e incontaminada si no está apoyada por la fe en el primado del obispo de
Roma. En el mismo momento en que Pedro, adelantándose a los demás apóstoles y
discípulos, profesó su fe en Cristo, Hijo de Dios vivo, la respuesta de Cristo,
que le premiaba por su fe y por haberla profesado, fue el anuncio de la
fundación de su Iglesia, de la única Iglesia, sobre la roca de Pedro (Mt 1,18). Por esto la fe en
Cristo, en la Iglesia
y en el Primado, están en sagrada trabazón de mutua dependencia. Una autoridad
genuina y legal es en todas partes un vínculo de unidad y un manantial de
fuerza, una defensa contra la división y la ruina, una garantía para el
porvenir. Y esto se verifica en un sentido más alto y noble donde, como en el
caso de la Iglesia ,
y sólo en la Iglesia ,
a tal autoridad se le ha prometido la asistencia sobrenatural del Espíritu
Santo y su apoyo invencible. Si personas, que ni siquiera están unidas por la
fe de Cristo, os atraen y lisonjean con la seductora imagen de una iglesia
nacional alemana, sabed que esto no es otra cosa que renegar de la única
Iglesia de Cristo, una apostasía manifiesta del mandato de Cristo de
evangelizar a todo el mundo, lo que sólo puede llevar a la práctica una Iglesia
universal. El desarrollo histórico de otras iglesias nacionales, su
entumecimiento espiritual, su opresión y servidumbre por parte de los poderes
laicos, muestran la desoladora esterilidad, que denuncia con irremediable
certeza ser un sarmiento desgajado de la cepa vital de la Iglesia. Quien , ya
desde el principio, opone a estos erróneos desarrollos un no vigilante e
inconmovible, presta un servicio no solamente a la pureza de la fe, sino
también a la salud y fuerza vital de su pueblo.
6. NINGUNA
ADULTERACIÓN
DE NOCIONES Y
TÉRMINOS SAGRADOS
26. Venerables
hermanos, ejerced particular vigilancia cuando conceptos religiosos
fundamentales son vaciados de su contenido genuino y son aplicados a
significados profanos.
27. Revelación, en
sentido cristiano, significa la palabra de Dios a los hombres. Usar este
término para indicar las sugestiones que provienen de la sangre y de la raza o
la irradiaciones de la historia de un pueblo es, en todo caso, causar
desorientaciones. Estas monedas falsas no merecen pasar al tesoro lingüístico
de un fiel cristiano.
28. La fe consiste en
tener por verdadero lo que Dios ha revelado y que por medio de la Iglesia manda creer: es
demostración de las cosas que vemos (Heb 11,1). La confianza, risueña y altiva,
sobre el porvenir del propio pueblo, cosa grata a todos, significa algo bien
distinto de la fe en sentido religioso. El usar una por otra, el querer
sustituir la una por la otra y pretender con esto ser considerado como
«creyente» por un cristiano convencido, es un mero juego de palabras, una
confusión de términos a sabiendas, o incluso algo peor.
29. La inmortalidad,
en sentido cristiano, es la sobrevivencia del hombre después de la muerte
terrena, como individuo personal, para la eterna recompensa o para el eterno
castigo. Quien con la palabra inmortalidad no quiere expresar más que una
supervivencia colectiva en la continuidad del propio pueblo, para un porvenir
de indeterminada duración en este mundo, pervierte y falsifica una de las
verdades fundamentales de la fe cristiana y conmueve los cimientos de cualquier
concepción religiosa, la cual requiere un ordenamiento moral universal. Quien
no quiere ser cristiano debería al menos renunciar a enriquecer el léxico de su
incredulidad con el patrimonio lingüístico cristiano.
30. El pecado
original es la culpa hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de
los hijos de Adán, que en él pecaron (cf. Rom 5,12); es pérdida de la gracia
—y, consiguientemente, de la vida eterna— con la propensión al mal, que cada
cual ha de sofocar por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del
esfuerzo moral. La pasión y muerte del Hijo de Dios redimió al mundo de la
maldita herencia del pecado y de la muerte. La fe en estas verdades, hechas hoy
objeto de vil escarnio por parte de los enemigos de Cristo en vuestra patria,
pertenece al inalienable depósito de la religión cristiana.
31. La cruz de
Cristo, aunque que su solo nombre haya llegado a ser para muchos locura y
escándalo (cf 1Cor 1,23), sigue siendo para el cristiano la señal sacrosanta de
la redención, la bandera de la grandeza y de la fuerza moral. A su sombra
vivimos, besándola morimos; sobre nuestro sepulcro estará como pregonera de
nuestra fe, testigo de nuestra esperanza, aspiración hacia la vida eterna.
32. La humildad en el
espíritu del Evangelio y la impetración del auxilio divino se compaginan bien
con la propia dignidad, con la seguridad de sí mismo y con el heroísmo. La Iglesia de Cristo, que en
todos los tiempos, hasta en los más cercanos a nosotros, cuenta más confesores
y heroicos mártires que cualquier otra sociedad moral, no necesita,
ciertamente, recibir de algunos campos enseñanzas sobre el heroísmo de los sentimientos
y de los actos. En su necio afán de ridiculizar la humildad cristiana como una
degradación de sí mismo y como una actitud cobarde, la repugnante soberbia de
estos innovadores no consigue más que hacerse ella misma ridícula.
33. Gracia, en sentido
lato, puede llamarse todo lo que el Creador otorga a la criatura. Pero la
gracia, en el propio sentido cristiano de la palabra, comprende solamente los
dones gratuitos sobrenaturales del amor divino, la dignación y la obra por la
que Dios eleva al hombre a aquella íntima comunicación de su vida, que en el
Nuevo Testamento se llama filiación de Dios. Ved qué amor nos ha mostrado el
Padre: que seamos llamados hijos de Dios, y lo seamos en realidad (1Jn 3,1).
Rechazar esta elevación sobrenatural a la gracia por una pretendida
peculiaridad del carácter alemán, es un error, una abierta declaración de
guerra a una verdad fundamental del cristianismo. Equiparar la gracia
sobrenatural a los dones de la naturaleza equivale a violentar el lenguaje
creado y santificado por la religión. Los pastores y guardianes del pueblo de
Dios harán bien en oponerse a este hurto sacrílego y a este empeño por
confundir los espíritus.
7. DOCTRINA Y ORDEN
MORAL
34. Sobre la fe en
Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los
intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe,
para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto
o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que
dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral (Sal
13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión,
constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el
desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la
noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación
de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia
moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por
grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos
tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo. Si al
que es llamado a las empresas más arduas, al sacrificio de su pequeño yo en
bien de la comunidad, se le quita el apoyo moral que le viene de lo eterno y de
lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora en Aquel que premia todo bien y
castiga todo mal, el resultado final para innumerables hombres no será ya la
adhesión al deber, sino más bien la deserción. La observancia concienzuda de
los diez mandamientos de la ley de Dios y de los preceptos de la Iglesia —estos últimos, en
definitiva, no son sino disposiciones derivadas de las normas del Evangelio—,
es para todo individuo una incomparable escuela de disciplina orgánica, de
vigorización moral y de formación del carácter. Es una escuela que exige mucho,
pero no más de lo que podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como
legislador: «Tú debes», da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato.
El dejar, por consiguiente, inutilizadas las energías morales de tan poderosa
eficacia o el obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción
popular, es obra de irresponsables, que tiende a producir una depauperación
religiosa en el pueblo. El solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas,
subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de cimentarla en la santa voluntad
de Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las
puertas a las fuerzas disolventes. Por lo tanto, fomentar el abandono de las
normas eternas de una doctrina moral objetiva, para la formación de las
conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y
ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos
tristes frutos serán muy amargos para las generaciones futuras.
8. RECONOCIMIENTO DEL
DERECHO NATURAL
35. Es una nefasta
característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina
moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la
verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Fíjase aquí nuestro
pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo
mismo del Creador en las tablas del corazón humano (cf. Rom 2,14-15), y que la
sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir.
A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho
positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente,
en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo. Las
leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natura, adolecen
de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el
aparato de la fuerza externa. Según este criterio, se ha de juzgar el
principio: «Derecho es lo que es útil a la nación». Cierto que a este principio
se le puede dar un sentido justo si se entiende que lo moralmente ilícito no
puede ser jamás verdaderamente ventajoso al pueblo. Hasta el antiguo paganismo
reconoció que, para ser justa, esta frase debía ser cambiada y decir: «Nada hay
que sea ventajoso si no es al mismo tiempo moralmente bueno; y no por ser
ventajoso es moralmente bueno, sino que por ser moralmente bueno es también
ventajoso [Cicerón, De officiis III, 30). Este principio, desvinculado de la
ley ética, equivaldría, por lo que respecta a la vida internacional, a un
eterno estado de guerra entre las naciones; además, en la vida nacional, pasa
por alto, al confundir el interés y el derecho, el hecho fundamental de que el
hombre como persona tiene derechos recibidos de Dios, que han de ser defendidos
contra cualquier atentado de la comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o
impedir su ejercicio. Despreciando esta verdad se pierde de vista que, en
último término, el verdadero bien común se determina y se conoce mediante la
naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho personal y
vínculo social, como también por el fin de la sociedad, determinado por la
misma naturaleza humana. El Creador quiere la sociedad como medio para el pleno
desenvolvimiento de las facultades individuales y sociales, del cual medio
tiene que valerse el hombre, ora dando, ora recibiendo, para el bien propio y
el de los demás. Hasta aquellos valores más universales y más altos que
solamente pueden ser realizados por la sociedad, no por el individuo, tienen,
por voluntad del Creador, como fin último el hombre, así como su desarrollo y
perfección natural y sobrenatural. El que se aparte de este orden conmueve los
pilares en que se asienta la sociedad y pone en peligro la tranquilidad, la
seguridad y la existencia de la misma.
36. El creyente tiene
un derecho inalienable a profesar su fe y a practicarla en la forma más conveniente
a aquélla. Las leyes que suprimen o dificultan la profesión y la práctica de
esta fe están en oposición con el derecho natural.
37. Los padres,
conscientes y conocedores de su misión educadora, tienen, antes que nadie,
derecho esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el
espíritu de la verdadera fe y en consecuencia con sus principios y sus
prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en
cuenta la voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz
con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural
y son íntima y esencialmente inmorales.
38. La Iglesia , que tiene como
misión guardar e interpretar el derecho natural, divino en su origen, tiene el
deber de declarar que son efecto de la violencia, y, por lo tanto, sin valor
jurídico alguno, las inscripciones escolares hechas en un pasado reciente en
una atmósfera de notoria carencia de libertad.
9. A LA JUVENTUD
39. Representantes de
Aquel que en el Evangelio dijo a un joven: Si quieres entrar en la vida eterna,
guarda los mandamientos (Mt 19,17), Nos dirigimos una palabra particularmente
paternal a la juventud.
40. Por mil voces se
os repite al oído un Evangelio que no ha sido revelado por el Padre celestial;
miles de plumas escriben al servicio de una sombra de cristianismo, que no es
el cristianismo de Cristo. La prensa y la radio os inundan a diario con
producciones de contenido opuesto a la fe y a la Iglesia y, sin
consideración y respeto alguno, atacan lo que para vosotros debe ser sagrado y
santo.
41. Sabemos que
muchísimos de vosotros, por ser fieles a la fe y a la Iglesia y por pertenecer a
asociaciones religiosas, tuteladas por el Concordato, habéis tenido y tenéis
que soportar trances duros de desprecio, de sospechas, de vituperios, acusados
de antipatriotismo, perjudicados en vuestra vida profesional y social. Y bien
sabemos que se cuentan en vuestras filas muchos desconocidos soldados de Cristo
que, con el corazón dolorido, pero con la frente erguida, sobrellevan su suerte
y buscan alivio solamente en la consideración de que sufren afrentas por el
nombre de Jesús (cf Hech 5,41).
42. Y hoy, cuando
amenazan nuevos peligros y nuevas tensiones, Nos decimos a esta juventud: «Si
alguno os quisiere anunciar un Evangelio distinto del que recibisteis» sobre el
regazo de una madre piadosa, de los labios de un padre creyente, por las
instrucciones de un educador fiel a Dios y a su Iglesia, ese tal sea anatema
(Gál 1,9). Si el Estado organiza a la juventud en asociación nacional
obligatoria para todos, en ese caso, dejando a salvo siempre los derechos de
las asociaciones religiosas, los jóvenes tienen el derecho obvio e inalienable,
y con ellos sus padres, responsables de ellos ante Dios, de exigir que esta asociación
esté libre de toda tendencia hostil a la fe cristiana y a la Iglesia ; tendencia que
hasta un pasado muy reciente y aun hasta el presente angustia a los padres
creyentes con un insoluble conflicto de conciencia, por cuanto no pueden dar al
Estado lo que se les pide en nombre del Estado, sin quitar a Dios lo que a Dios
pertenece.
43. Nadie piensa en
poner tropiezos a la juventud alemana en el camino que debiera conducirla a la
realización de una verdadera unidad nacional y a fomentar un noble amor por la
libertad y una inquebrantable devoción a la patria. A lo que Nos nos oponemos y
nos debemos oponer es al antagonismo voluntaria y sistemáticamente suscitado
entre las preocupaciones de la educación nacional y de las propias del deber
religioso. Por esto, Nos decimos a esta juventud: Cantad vuestros himnos de
libertad, mas no olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos
de Dios. No permitáis que la nobleza de esta insustituible libertad desaparezca
en los grilletes serviles del pecado y de la concupiscencia. No es lícito a
quien canta el himno de la fidelidad a la patria terrena convertirse en
tránsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su patria
eterna. Os hablan mucho de grandeza heroica, contraponiéndola osada y
falsamente a la humildad y a la paciencia evangélica, pero ¿por qué os ocultan
que se da también un heroísmo en la lucha moral, y que la conservación de la
pureza bautismal representa una acción heroica, que debería ser apreciada como
merece, tanto en el campo religioso como en el natural? Os hablan de las
fragilidades humanas en la historia de la Iglesia , pero ¿por qué os ocultan las grandes
gestas que la acompañan a lo largo de los siglos, los santos que ha producido,
los beneficios que la civilización occidental recibió de la unión vital entre la Iglesia y vuestro pueblo?
Os hablan mucho de ejercicios deportivos, los cuales, si se usan en una bien
entendida medida, dan gallardía física, que es un beneficio para la juventud.
Pero hoy se les señala, con frecuencia, una extensión que no tiene en cuenta ni
la formación integral y armónica del cuerpo y del espíritu, ni el conveniente
cuidado de la vida de familia, ni el mandamiento de santificar el día del
Señor. Con una indiferencia rayana en el desprecio, se despoja al día del Señor
de su carácter sagrado y de su recogimiento que corresponde a la mejor
tradición alemana. Esperamos confiados que los jóvenes alemanes católicos
reivindicarán explícitamente, en el difícil ambiente de las organizaciones obligatorias
del Estado, su derecho a santificar cristianamente el día del Señor; que el
cuidado de robustecer el cuerpo no les hará olvidar su alma inmortal; que no se
dejarán vencer por el mal, sino que más bien procurarán ahogar el mal con el
bien (Rom 12,21); que seguirán considerando como meta altísima suya la corona
de la victoria en el estadio de la vida eterna (1Cor 9,24-25).
10. SACERDOTES Y
RELIGIOSOS
44. Dirigimos una
palabra de particular gratitud y de exhortación a los sacerdotes de Alemania, a
los cuales, con sumisión a sus Obispos, corresponde mostrar a la grey de Cristo
los rectos senderos, en tiempos difíciles y en circunstancias duras, con la
solicitud diaria, con la paciencia apostólica. No os canséis, amados hijos y
partícipes de los divinos misterios, de seguir al eterno Sumo Sacerdote
Jesucristo en su amor y oficio de buen samaritano. Caminad de continuo en una
conducta inmaculada ante Dios, en una incesante autodisciplina y
perfeccionamiento, en un amor misericordioso para todos los que os han sido
confiados, especialmente para con los que peligran, los débiles y los
vacilantes. Sed guías para los fieles, apoyo para los que titubean, maestros
para los que dudan, consoladores para los afligidos, bienhechores
desinteresados y consejeros para todos. Las pruebas y los sufrimientos por que
ha pasado vuestro pueblo en el periodo de la posguerra, no pasaron sin dejar
huellas en su alma. Os han dejado angustias y amarguras, que sólo
paulatinamente podrán curarse y ser superadas por un espíritu de amor
desinteresado y operante. Este amor, que es la armadura indispensable al
apóstol, especialmente en el mundo presente, agitado y trastornado, Nos lo
deseamos y lo imploramos de Dios para vosotros en medida copiosa. El amor
apostólico, si no logra haceros olvidar, por lo menos os hará perdonar muchas
amarguras inmerecidas que, en vuestro camino de sacerdotes y de pastores de
almas, son hoy más numerosas que nunca. Por lo demás, este amor inteligente y
misericordioso para con los descarriados y para con los mismos que os ultrajan
no significa, ni en manera alguna puede significar, renuncia a proclamar, a
hacer valer y a defender con valentía la verdad, y a aplicarla a la realidad
que os rodea. El primero y más obvio don amoroso del sacerdote al mundo es
servirle la verdad, la verdad toda entera; desenmascarar y refutar el error,
cualquiera que sea su forma o su disfraz. La renuncia a esto sería no solamente
una traición a Dios y a vuestra santa vocación, sino un delito en lo tocante al
verdadero bienestar de vuestro pueblo y de vuestra patria. A todos aquellos,
que han conservado para con sus obispos la fidelidad prometida en la
ordenación, a aquellos que en el cumplimiento de su oficio pastoral han tenido
y tienen que soportar dolores y persecuciones —algunos hasta ser encarcelados o
mandados a campos de concentración—, a todos ellos llegue la expresión de la
gratitud y el encomio del Padre de la Cristiandad.
45. Y Nuestra
gratitud paterna se extiende igualmente a los religiosos de ambos sexos; una
gratitud unida a una participación íntima por el hecho de que, a consecuencia
de medidas contra las Ordenes y Congregaciones religiosas, muchos han sido
arrancados del campo de una actividad bendita y para ellos gratísima. Si
algunos han sucumbido y se han mostrado indignos de su vocación, sus yerros,
condenados también por la
Iglesia , no disminuyen el mérito de la grandísima mayoría que
con desinterés y pobreza voluntaria se han esforzado por servir con plena
entrega a su Dios y a su pueblo. El celo, la fidelidad, el esfuerzo en
perfeccionarse, la solícita caridad para con el prójimo y la prontitud
bienhechora de aquellos religiosos cuya actividad se desenvuelve en los
cuidados pastorales, en los hospitales y en la escuela, son y siguen siendo
gloriosa aportación al bienestar privado y público; un futuro tiempo más
tranquilo les hará justicia más que el turbulento que atravesamos. Nos tenemos
confianza de que los superiores de las comunidades religiosas tomarán pie de
las dificultades y pruebas presentes para implorar del Omnipotente nueva
lozanía y nueva fertilidad sobre el duro campo de su trabajo por medio de un
redoblado celo, de una vida espiritual profunda, de una santa gravedad conforme
a su vocación y de una genuina disciplina regular.
11. A LOS FIELES SEGLARES
46. Se ofrecen a
nuestra vista, en inmenso desfile, nuestros amados hijos e hijas, a quienes los
sufrimientos de la Iglesia
en Alemania y los suyos nada han quitado de su entrega a la causa de Dios, nada
de su tierno afecto hacia el Padre de la Cristiandad , nada de su obediencia a los obispos
y sacerdotes, nada de su alegre prontitud en permanecer en lo sucesivo, pase lo
que pase, fieles a lo que han creído y a lo que han recibido como preciosa
herencia de sus antepasados. Con corazón conmovido les enviamos nuestro
paternal saludo.
47. Y en prime lugar,
a los miembros de las asociaciones católicas, que con valentía y a costa de
sacrificios, a menudo dolorosos, se han mantenido fieles a Cristo y no han
estado jamás dispuestos a ceder en aquellos derechos que un solemne pacto había
auténticamente garantizado a la
Iglesia y a ellos.
48. Un saludo
particularmente cordial va también a los padres católicos. Sus derechos y sus
deberes en la educación de los hijos que Dios les ha dado están en el punto
agudo de una lucha tal que no se puede imaginar otra mayor. La Iglesia de Cristo no puede
comenzar a gemir y a lamentarse solamente cuando se destruyen los altares y
manos sacrílegas incendian los santuarios. Cuando se intenta profanar, con una
educación anticristiana, el tabernáculo del alma del niño, santificada por el
bautismo; cuando se arranca de este templo vivo de Dios la antorcha de la fe y
en su lugar se coloca la falsa luz de un sustitutivo de la fe, que no tiene
nada que ver con la fe de la cruz, entonces ya está inminente la profanación
espiritual del templo, y es deber de todo creyente separar claramente su
responsabilidad de la parte contraria, y su conciencia de toda pecaminosa
colaboración en tan nefasta destrucción. Y cuanto más se esfuercen los enemigos
en negar o disimular sus turbios designios, tanto más necesaria es una avisada
desconfianza y una vigilancia precavida, estimulada por una amarga experiencia.
La conservación meramente formularia de una instrucción religiosa —por otra
parte controlada y sojuzgada por gente incompetente— en el ambiente de una
escuela que en otros ramos de la instrucción trabaja sistemática y
rencorosamente contra la misma religión, no puede nunca ser título
justificativo para que un cristiano consienta libremente en tal clase de
escuela, destructora para la religión. Sabemos, queridos padres católicos, que
no es el caso de hablar, con respecto a vosotros, de un semejante
consentimiento, y sabemos que una votación libre y secreta entre vosotros
equivaldría a un aplastante plebiscito en favor de la escuela confesional. Y
por esto no nos cansaremos tampoco en lo futuro de echar en cara francamente a
las autoridades responsables la ilegalidad de las medidas violentas que hasta
ahora se han tomado, y el deber que tienen de permitir la libre manifestación
de la voluntad. Entretanto, no os olvidéis de esto: ningún poder terreno puede
eximiros del vínculo de responsabilidad, impuesto por Dios, que os une con
vuestros hijos. Ninguno de los que hoy oprimen vuestro derecho a la educación y
pretenden sustituiros en vuestros deberes de educadores podrá responder por
vosotros al Juez eterno, cuando le dirija la pregunta: ¿Dónde están los que yo
te di? Que cada uno de vosotros pueda responder: No he perdido a ninguno de los
que me diste (Jn 18,9).
49. Venerables
hermanos, estamos ciertos de que las palabras que Nos os dirigimos, y por
vuestro conducto a los católicos del Reich alemán, encontrarán, en esta hora
decisiva, en el corazón y en las acciones de nuestros fieles hijos un eco correspondiente
a la solicitud amorosa del Padre común. Si hay algo que Nos imploramos del
Señor con particular fervor, es que nuestras palabras lleguen también a los
oídos y al corazón de aquellos que han empezado a dejarse prender por las
lisonjas y por las amenazas de los enemigos de Cristo y de su santo Evangelio y
que les hagan reflexionar.
50. Hemos pesado cada
palabra de esta encíclica en la balanza de la verdad y, al mismo tiempo, del
amor. No queríamos, con un silencio inoportuno, ser culpables de no haber aclarado la situación, ni de
haber endurecido con un rigor excesivo el corazón de aquellos que, estando
confiados a nuestra responsabilidad pastoral, no nos son menos amados porque
caminen ahora por las vías del error y porque se hayan alejado de la Iglesia. Aunque
muchos de éstos, acostumbrados a los modos del nuevo ambiente, no tienen sino
palabras de ingratitud y hasta de injuria para la casa paterna y para el Padre
mismo; aunque olvidan cuán precioso es lo que ellos han despreciado, vendrá el
día en que el espanto que sentirán por su alejamiento de Dios y por su
indigencia espiritual pesará sobre estos hijos hoy perdidos, y la añoranza
nostálgica los conducirá de nuevo al Dios que alegró su juventud (Sal
42[43],4), y a la Iglesia ,
cuya mano materna les enseñó el camino hacia el Padre celestial. Acelerar esta
hora es el objeto de nuestras incesantes plegarias.
51. Como otras épocas
de la Iglesia ,
también ésta será precursora de nuevos progresos y de purificación interior,
cuando la fortaleza en la profesión de la fe y la prontitud en afrontar los
sacrificios por parte de los fieles de Cristo sean lo bastante grandes para
contraponer a la fuerza material de los opresores de la Iglesia la adhesión
incondicional a la fe, la inquebrantable esperanza, anclada en lo eterno, la
fuerza arrolladora de una caridad activa. El sagrado tiempo a la Cuaresma y de Pascua, que
invita al recogimiento y a la penitencia y hace al cristiano volver los ojos
más que nunca a la cruz, así como también al esplendor del Resucitado, sea para
todos y para cada uno de vosotros una ocasión, que acogeréis con gozo y
aprovecharéis con ardor, para llenar toda el alma con el espíritu heroico,
paciente y victorioso que irradia de la cruz de Cristo. Entonces los enemigos
de Cristo —estamos seguros de ello—, que en vano sueñan con la desaparición de la Iglesia , reconocerán que
se han alegrado demasiado pronto y que han querido sepultarla demasiado
deprisa. Entonces vendrá el día en que, en vez de prematuros himnos de triunfo
de los enemigos de Cristo, se elevará al cielo, de los corazones y de los
labios de los fieles el Te Deum de la liberación, un Te Deum de acción de
gracias al Altísimo, un Te Deum de júbilo, porque el pueblo alemán, hasta en
sus mismos miembros descarriados, habrá encontrado el camino de la vuelta a la
religión; con una fe purificada por el dolor, doblará nuevamente su rodilla en
presencia del Rey del tiempo y de la eternidad, Jesucristo, y se dispondrá a
luchar —contra los que niegan a Dios y destruyen el Occidente cristiano— en
armonía con todos los hombres bienintencionados de las otras naciones y a
cumplir la misión que le han asignado los planes del Eterno.
52. Aquel, que sondea
los corazones y los deseos (Sal 7,10) nos es testigo de que Nos no tenemos
aspiración más íntima que la del restablecimiento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en
Alemania. Pero si la paz, sin culpa nuestra, no viene, la Iglesia de Dios defenderá
sus derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente, cuyo brazo aun hoy no
se ha abreviado. Llenos de confianza en El, no cesamos de rogar y de invocar
(Col 1,9) por vosotros, hijos de la
Iglesia , para que se acorten los días de la tribulación, y
para que seáis hallados fieles en el día de la prueba, y para que aun a los
mismos perseguidores y opresores les conceda el Padre de toda luz y de toda
misericordia la hora del arrepentimiento para sí y para muchos que con ellos
han errado y yerran.
Con esta plegaria en
el corazón y en los labios, Nos impartimos, como prenda de la ayuda divina,
como apoyo en vuestras decisiones difíciles y llenas de responsabilidad, como
lenitivo en el dolor, a vosotros, obispos, pastores de vuestro pueblo fiel, a
los sacerdotes, a los religiosos, a los apóstoles seglares de la Acción Católica y
a todos vuestros diocesanos, y en señalado lugar a los enfermos y prisioneros,
con amor paternal la
Bendición Apostólica.
Dado en el Vaticano,
en la dominica de Pasión, 14 de marzo de 1937.
PIUS PP.XI
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