¿Una nueva fase de dificultad?
Las enormes presiones
a favor del reconocimiento de las parejas de hecho y del matrimonio homosexual,
que asumen ahora las características de una prepotente ola que utiliza todos
los medios para imponerse, presentan un lado muy problemático sobre el que poco
se reflexiona. Y es que si se involucra a las instituciones como protagonistas,
surgiría el grave problema del enfrentamiento entre la objeción de conciencia y
las instituciones. La historia del compromiso social y político de los
católicos y la objeción de conciencia, tiene sus orígenes a finales del
ochocientos. No quisiéramos volver a la misma situación, pero las presiones
para que esto ocurra son muy fuertes.
Las presiones a favor
del giro radical que representa el matrimonio homosexual son múltiples y
proceden de diversos actores: asociaciones de la sociedad civil, la prensa
progresista que conduce sistemáticamente a confundir entre la homofobia, que se
refiere a las personas, y la oposición al pluralismo familiar, que se refiere a
las leyes, poderosas agencias internacionales, infiltraciones ideológicas
dentro de las agencias de los organismos internacionales, ricos y poderosos
lobbies y otras formas de presión. Esto ya se conoce. Existe una guerra y hay
que combatir. Esto no representa un problema particular, dado que las fuerzas
que luchan son reconocibles y la partida está abierta. El verdadero problema
surge cuando las instituciones públicas son quienes promueven el matrimonio
homosexual, la ideología homosexual y la ideología de género, que es el
requisito cultural de fondo, y lo hacen ocultando su propaganda detrás de la
supuesta defensa de los derechos humanos y la lucha contra la discriminación.
En este caso se produce algo particularmente peligroso que rompe el llamado
pacto social y que puede llevar a los católicos, por principios, a una
oposición contra las instituciones públicas. Esto sería un grave daño para
todos.
Muchos organismo
locales italianos se han adherido a la
RE.A .DY (Red Nacional de Administraciones Públicas contra la
discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género). Los
objetivos de esta red presentan esa ambigüedad de fondo típica de la cultura de
género, es decir consideran discriminatoria cualquier posición que haga
referencia a una dimensión natural de la familia y confunden todo esto con la
negación de los derechos individuales de gays y lesbianas, es decir, con la
discriminación. Apoyar, por tanto, la idea de que una pareja gay no puede tener
el mismo reconocimiento que un matrimonio heterosexual, asume las
características de un acto de intolerancia. Las actividades de la red en
cuestión no se limitan a difundir un sentimiento civil de respeto, sino una
cultura particular de indiferenciación sexual (precisamente, la cultura de
género) y por tanto de destrucción del nexo procreación-familia-filiación. Se
trata de una verdadera perversión que se hace pasar como simple educación para
la tolerancia. Esta actividad de los organismo locales no se limita a las
celebraciones, como en el caso de la jornada anual contra la homofobia, sino
que se estructura de forma continua, en conexión con instituciones educativas
públicas, a las cuales el municipio o la provincia les proporcionan el apoyo,
las contribuciones de los operadores que por lo general forman parte de las
asociaciones de gays y lesbianas. A menudo también se diseñan campañas
específicas. En particular son objeto de esta formación cultural los cursos de
educación sexual en las escuelas públicas. No hay que olvidar que no sólo los
gobiernos locales, sino también la escuela es, en cierta medida, una
institución pública.
Mientras tanto, la
promoción de la cultura de género se plantea como un problema que compete
únicamente a la sociedad civil y a nadie más. Sin embargo, cuando son las
instituciones públicas las que se encargan de transmitir esta ideología,
significa que un pensamiento único se está imponiendo empleando los sistemas de
propaganda. Las instituciones no deberían hacer propaganda y no deberían
discriminar, ni siquiera cuando quieran luchar contra una supuesta
discriminación.
La objeción de
conciencia por parte de los católicos, y de quienes están interesados en la
verdad, ahora ya se podría aplicar en diversos campos. Sin embargo, cuando las
instituciones se comportan de esta manera, la objeción de conciencia tendría
que aplicarse a las instituciones mismas. Si hay que defenderse de las
instituciones, empleando la objeción de conciencia y enfrentando riesgo y
peligros, entonces el pacto entre ciudadanos e instituciones ya no es un pacto
"de todos". Estudiantes católicos, familias católicas y ciudadanos
católicos en general deberían realizar una objeción de conciencia ante las
actividades de los gobiernos locales y de la escuela pública de la que hablamos
anteriormente.
Esto, sin embargo,
nos haría retroceder en el tiempo y se volverían a abrir heridas que se creían
superadas. Después de la conquista de Roma de 1870, los católicos manifestaron
su justificado rechazo del nuevo Estado italiano. Eso fue una objeción de
conciencia respecto de las instituciones públicas de entonces. Como resultado
de ello, a lo largo de décadas y de un precio muy alto, esa fractura fue, en
cierto modo, curada y hoy el sentido de pertenencia de los católicos a la
nación italiana y la fidelidad a las instituciones republicanas es total,
aunque subsiste la obligación de obedecer a Dios en primer lugar. Pero, si
ahora siguiera extendiéndose esta desviación y luego atrapara a las
instituciones públicas bajo estas nuevas ideologías intolerantes que se
disfrazan de tolerancia, reaparecería para los católicos la obligación moral de
separarse de todo esto, de dividir las responsabilidades morales, de manifestar
que si esto ocurre "no es en mi nombre". Pero ello sería una grave
fractura civil que Italia no podría permitirse.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân, 25-6-13
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