Stefano Fontana
Una declaración
"espinosa"
La declaración
conciliar Dignitatis humanae aborda el tema de la libertad de religión. De por
sí no es el documento más importante del Vaticano II, pero sin duda es el que
más ha sido tomado como símbolo del supuesto "giro" con respecto al
pasado, emprendido por el Concilio. Quienes interpretan el Concilio, no en
continuidad sino como un punto de inflexión se referirán siempre y
principalmente a la
Dignitatis humanae. Por este motivo esta Constitución es la
que concentra las mayores polémicas, que muy a menudo impiden, antes que
favorecer, una correcta lectura del documento. Las posiciones opuestas
superponen sus tesis preconcebidas y la Dignitatis humanae es frecuentemente utilizada
como una bandera o un terreno de lucha antes que un documento de referencia
para ser leído en continuidad con la doctrina y la tradición católica. Dicho en
otros términos: es el documento más "espinoso" del Vaticano II.
¿Pío IX se había
equivocado?
Y en efecto, mirando
sólo la carta y haciendo una lectura apresurada, parece saltar a los ojos una
discontinuidad notable frente al pasado. El derecho a la libertad religiosa
siempre había sido negado por los pontífices del ochocientos, porque parecía
contener el "derecho al error". Para proteger a los ciudadanos del
error, en el siglo XVIII, se le asignó al Estado el deber de defender la
verdadera religión en la forma de Estado confesional. La Declaración Dignitatis
humanae, en cambio, dice que «La persona humana tiene derecho a la libertad
religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes
de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de
cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni
se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe
conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de
los límites debidos» (n. 2). Repito: al parecer algo muy diferente de lo que se
podía leer en la encíclica Mirari Vos de Gregorio XVI y en la Quanta Cura de Pío IX.
Según estas
observaciones existe un gran problema. ¿Significa esto que Gregorio XVI y Pío
IX estaban equivocados? ¿Quiere decir que la Iglesia había negado los derechos humanos? Aún
más: ¿significa que debemos avergonzarnos y condenar lo que la Iglesia ha dicho y ha
hecho antes del Vaticano II? Estas son preguntas importantes, porque es difícil
creer en una iglesia que se "equivoca". Sin embargo estas ideas han
estado circulando y circulan, y en consecuencia alimentan una visión errada del
Vaticano II como si hubiera sido un "nuevo comienzo" que rompe con el
pasado de la
Iglesia. Benedicto XVI, en su discurso del 22 diciembre de 2005
sobre la interpretación del Concilio, ha condenado la visión del Vaticano II
como "ruptura". Esto significa que la Dignitatis humanae ha
expresado cosas en continuidad también con lo afirmado por Gregorio XI y Pío
IX. Pero sobre esto regresaré en breve.
Lo que dice la Dignitatis humanae
Regresando a la
libertad de religión, veamos qué dice exactamente la Dignitatis humanae.
En primer lugar
afirma que la libertad de religión debe ser protegida "dentro de ciertos
límites". ¿Cuáles son esos límites? Se trata del respeto a la ley moral
natural, del orden público, de la moral pública, del bien común de la sociedad.
Si una religión permite que el marido viole a su esposa, o si prevé la
poligamia, que no respeta la dignidad de la mujer, o si prevé mutilaciones
físicas u otras cosas de este tipo, no puede invocarse sobre estos puntos el
derecho a la libertad pública ni el apoyo de los poderes públicos. Ya aquí se
ve que la libertad de religión no pone a todas las religiones sobre el mismo
plano. Sobre este punto volveremos enseguida.
En segundo lugar, la Dignitatis humanae
afirma que el derecho a la libertad religiosa se basa en el "deber de
buscar la verdad" y es así porque las convicciones religiosas no pueden
ser impuestas o coartadas por la fuerza. La verdad, en efecto, se impone sólo
en virtud de sí misma, aceptada en libertad. Es propiamente el asumir esos
deberes en que se funda la reivindicación del derecho a la libertad religiosa.
Este punto es muy importante porque nos dice que la libertad de religión como
la entiende la Iglesia
es distinta de la libertad de religión como la entiende el mundo.
La primera
mira hacia atrás, hacia los deberes y por eso no es absoluta, la segunda por lo
contrario es absoluta.
La primera no se basa en un supuesto derecho subjetivo a
la autodeterminación, pero sí se fundamenta en la naturaleza de la persona
humana. No es una concesión a los deseos individuales, sino el reconocimiento
de un deber (el de buscar la verdad), que para ejercerse requiere de un
correspondiente derecho.
En tercer lugar —y
esta es la aclaración más importante— la libertad de religión no niega que «la
única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica
y Apostólica» (n. 1) y «deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca
del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera
religión y la única Iglesia de Cristo».
Se trata de dos afirmaciones de la Dignitatis humanae que
a menudo se pasan por alto, pero que dan sentido a todo el resto de la
declaración.
La indiferencia a la
verdad religiosa
En el post Concilio
muchos han pensado que una religión es tan válida como cualquier otra. La
libertad de religión aquí se entiende como libertad para comprar tal o cual
producto de supermercado según los deseos personales. Sin embargo esto sería lo
contrario al deber de buscar la verdad, que es lo que fundamenta el derecho a
la libertad religiosa.
El resultado de esto es más bien la indiferencia a la
verdad religiosa. Y de hecho hoy la mayoría cree que las religiones no son ni
verdaderas ni falsas, consideran que no tienen vínculo con la verdad. Esta
visión de la libertad religiosa no es cristiana porque supone que también el
cristianismo está desprovisto de verdad, y es una religión como cualquier otra.
La consecuencia es el relativismo religioso que impide la misión y el anuncio.
Solo hay una religión verdadera, la católica, a pesar que semillas de verdad se
encuentren dispersas también en otras religiones. La libertad de religión no
puede contradecir este punto. Sólo que la verdad de la religión católica no se
puede imponer, sino que, como toda verdad, debe ser libremente aceptada.
Los deberes de la
sociedad hacia la religión verdadera
Hay un deber de los
hombres y de la sociedad para con la religión verdadera. Este es un punto muy
debatido. El hecho de que este deber tiene que ser libremente contraído y no
impuesto no disminuye su fuerza. Los hombres y la sociedad no pueden ser
indiferentes hacia las religiones considerándolas todas iguales, y, si utilizan
bien los recursos de la razón y del buen sentido, verán la verdad de una
respecto de las otras.
El Estado confesional protegía una determinada religión.
Sin embargo, de esta manera no respetaba la libertad de religión que era
precisamente lo mismo que los cristianos reclamaron ante el emperador de Roma.
El rechazo del Estado confesional, antes que por las corrientes de pensamiento
modernas, viene del testimonio de los mártires cristianos. Pero esto no
significa que la religión católica sea como las otras, sólo significa que su
utilidad para el bien público debe surgir de su verdad libremente aceptada y no
impuesta.
Aplicaciones nuevas,
no principios nuevos
Benedicto XVI en su
discurso del 22 diciembre de 2005, no ha negado que el Vaticano II haya surgido
de la "discontinuidad". Pero ha precisado que no se trata de una
discontinuidad como ruptura, sino de una discontinuidad aparente o de hecho.
¿Qué significa esto?
La discontinuidad como ruptura ponen en crisis los
principios, la discontinuidad de hecho no cuestiona los principios, pero sí
reforma sus aplicaciones, aunque siempre en la lógica del mismo principio. Así
permanece el principio de la verdad de la fe católica y de su utilidad para el
bien público.
En los ochocientos se aplicaba este principio con la fórmula del
Estado confesional. De esta manera, sin embargo, no se respetaba la libertad de
religión como ella había sido reclamada por los primeros mártires cristianos en
la época de las persecuciones del emperador romano. Así fue que la propia religión
cristiana reivindicó la libertad de religión, demostrándose también en esto,
que es la religión verdadera. Ninguna otra religión lo había hecho.
Hoy en día,
esto no sólo no es posible, sino que tampoco sería lo más conveniente. En la
actualidad el principio de la verdad de la fe católica y su utilidad para el
bien público se hace mediante la difusión y realización de la Doctrina social de la Iglesia y mediante una
presencia no indiferente de los fieles laicos en la vida pública.
Con esto ni
la verdad de la fe católica, ni su utilidad —incluso indispensable— para la
vida pública, se ven disminuidas.
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 17-6-13
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