a los niños y jóvenes estudiantes
Queridos chicos,
queridos jóvenes!
estoy encantado de
recibirles con sus familias, los educadores y los amigos de la gran familia de
las Escuelas de los Jesuitas italianos y de Albania. A todos vosotros, dirijo
mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos ustedes me siento verdaderamente “en
familia”. Y es una alegría especial la coincidencia de nuestro encuentro con la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Déjenme decirles una
cosa en primer lugar que se refiere a San Ignacio de Loyola, nuestro fundador.
En el otoño de 1537, yendo a Roma con un grupo de sus primeros compañeros se
preguntaron:¿si nos piden quiénes somos, que responderemos? La respuesta fue
espontánea: “Diremos que somos la “Compañía de Jesús” (Fontes Narrativa
Societatis Iesu, vol 1, p 320-322). Un nombre comprometido, que quería indicar
una relación muy estrecha de amistad, de total afecto por Jesús, al que querían
seguir sus pasos. ¿Por qué os menciono este hecho? Porque San Ignacio y sus
compañeros habían comprendido que Jesús les enseñó cómo vivir bien, cómo dar un
sentido profundo a nuestra existencia, que dé entusiasmo, que dé alegría y
esperanza; habían entendido que Jesús es un gran maestro de vida y un modelo de
vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba a seguirlo por este
camino.
Queridos chicos, si
ahora les hiciera la pregunta: ¿por qué van a la escuela, qué me contestarían?
Probablemente habría muchas respuestas dependiendo de la sensibilidad de cada
uno. Pero creo que se podría resumir todo diciendo que la escuela es uno de los
ambientes educativos en los que crecemos para aprender a vivir, para ser
hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer el camino
de la vida. ¿Cómo os les ayuda a crecer su escuela? Les ayuda no sólo
desarrollar su inteligencia, sino a tener una formación integral de todos los
componentes de su personalidad.
Siguiendo lo que nos
enseña San Ignacio, en la escuela el elemento principal es aprender a ser
magnánimo. La magnanimidad: esta virtud del grande y del pequeño (no coerceri
maximo contineri mínimo Divinum este), que nos hace siempre mirar hacia el
horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimo? Significa tener un gran corazón,
tener un alma grande, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de lograr
grandes cosas en respuesta a lo que Dios pide de nosotros, y para ello hacer
las cosas bien todos los días, todas las acciones cotidianas, los compromisos,
los encuentros con la gente; hacer las pequeñas cosas de todos los días con un
gran corazón abierto a Dios y a los demás. Es importante pues cuidar la formación
humana destinada a la magnanimidad.
La escuela no sólo
les amplía su dimensión intelectual, sino también humana. Y creo que, en
especial, los colegios de los Jesuitas cuidan con esmero las virtudes humanas:
la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Me gustaría hacer hincapié
en dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Sobre todo: ¡sean
personas libres! ¿Qué quiero decir con ello? Tal vez piensan que la libertad es
hacer todo lo que se desea, o aventurarse en experiencias-límite para
experimentar la emoción y vencer el aburrimiento. Esto no es libertad. Libertad
significa saber reflexionar sobre lo que hacemos, saber valorar lo que es bueno
y lo que es malo, cuáles son los comportamientos que hacen crecer, significa
elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el bien. ¡Y en eso, no
tengan miedo de ir contracorriente, aunque no sea fácil! Ser libres de escoger
siempre el bien es un reto, pero les hará personas rectas, que saben enfrentar
la vida, personas con valentía y paciencia (parresía y ypomoné). La segunda
palabra es el servicio. En sus escuelas ustedes participan en diversas
actividades que les llevan a no encerrarse en uno mismo o en su pequeño mundo,
sino a abrirse a los demás, especialmente a los pobres y necesitados, a
trabajar para mejorar el mundo en que vivimos. Sean hombres y mujeres con los
demás y para los demás, verdaderos campeones en el servicio a los demás.
Para ser magnánimos
con libertad interior y espíritu de servicio se requiere la formación espiritual.
¡Queridos chicos, queridos jóvenes, amen cada vez más a Jesucristo! Nuestra
vida es una respuesta a su llamada y ustedes serán felices y construirán bien
su vida si saben responder a esa llamada. Sientan la presencia del Señor en su
vida. Él está cerca de cada uno de ustedes como compañero, como amigo, que les
ayuda comprender, que les alienta en los momentos difíciles y nunca les
abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia,
descubrirán que Él está realmente cerca. Y aprendan también a leer los signos
de Dios en su vida. Él siempre nos habla, incluso a través de los hechos de
nuestro tiempo y de nuestra existencia cotidiana: a nosotros nos corresponde
escucharlo.
No quiero ser
demasiado prolijo, pero una palabra específica quisiera dirigirla también a los
educadores: los jesuitas, los maestros, los padres. ¡No se desanimen ante las
dificultades que presenta el desafío educativo! Educar no es una profesión,
sino una actitud, una forma de ser; para educar es necesario salir de sí mismos
y estar entre los jóvenes, para acompañarlos en las etapas de crecimiento,
estando a su lado. “Denles a los jóvenes esperanza, optimismo para afrontar su
camino en el mundo. Enséñenles a ver la belleza y la bondad de la creación y
del hombre, que siempre conserva la huella del Creador. Pero sobre todo den
testimonio con su vida de lo que les comunican. Un educador – Jesuita,
profesor, operador, padre – transmite conocimientos, valores con sus palabras,
pero va a ser determinante con los niños si acompaña sus palabras con su
testimonio con su vida coherente. ¡Sin coherencia no es posible educar! Todos
ustedes son educadores, no pueden delegar competencias en esta materia. La
colaboración en un espíritu de unidad y comunidad entre los diferentes
componentes educativos es, pues, esencial y debe ser alentada y alimentada. La
escuela puede y debe actuar como catalizador, para ser un lugar de encuentro y
de convergencia de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar,
ayudar a crecer como personas maduras, simples, honestas y competentes, que
sepan amar con lealtad, que sepan vivir la vida como una respuesta a la
vocación de Dios, y la futura profesión como un servicio a la sociedad.
A los Jesuitas
quisiera añadirles que es importante fomentar su participación en el campo
educativo. Las escuelas son una herramienta valiosa para dar una contribución
al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo de la educación no se
limita a la escuela convencional. Anímense a buscar nuevas formas de educación
no convencionales, según “las necesidades del lugar, tiempo y de las personas.”
Por último, un saludo
a todos los ex-alumnos presentes, a los representantes de las escuelas
italianas de la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que
hace en América del Sur, sobre todo entre las clases más pobres.
Y un saludo
particular va a la delegación del Colegio albanés de Scutari, que después de
largos años de represión de las instituciones religiosas, a partir de 1994
reanudó sus actividades, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos,
musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos familiares
agnósticos. Así la escuela se convierte en un lugar de diálogo y de
confrontación pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y
espíritu de cooperación”.
Queridos amigos,
gracias a todos por este encuentro. Los encomiendo a la intercesión maternal de
María y los acompaño con mi bendición: El Señor siempre está cerca de ustedes,
les levanta de las caídas y les empuja a crecer y a tomar decisiones cada vez
más altas “con gran ánimo y liberalidad” con magnanimidad. Ad Maiorem Dei
Gloriam. (Para mayor gloria de Dios).
Traducción de Eduardo
Rubió (RV)
Ecclesia, 8-6-13
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