Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La
Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor"
(11 de marzo de
2017)
Mis amigos televidentes yo nunca fui a un colegio
religioso, ni en la primaria ni en la secundaria. En la primaria asistí a una
escuela cercana a mi casa, en la calle Bragado, en el barrio porteño de
Mataderos y recuerdo el nombre de todas mis maestras y mis maestros desde
primero inferior hasta sexto grado.
En primero inferior fue Isabel Celia del Campo, luego,
a partir de primero superior Rosa García M. de García, María Spera, Margarita
Allende de Fernández Campón, Héctor Nicolás Fadeaux, Joaquín Mariano Álvarez,
Atilio Bruzzone, que se jubiló en ese año, y fue reemplazado por Rubén Darío
Ruiz. También me acuerdo de profesores del secundario. Fui al Colegio Urquiza,
del barrio de Flores; era un excelente colegio.
Recuerdo a la Profesora
Fussaro, en Castellano de 2° año, que era tremenda pero me enseñó a redactar
correctamente. O al Prof. Talia, en 3° Año, en Matemática. Recuerdo que con un
compañero judío, que vivía cerca, nos pasábamos sábado y domingo resolviendo
ecuaciones porque nos daba todos los ejercicios del manual de
Repetto-Linskens-Fesquet. Nunca podré olvidar al Dr. Natalio Pisano que para mí
fue fundamental porque lo tuvimos en Historia durante 3 años y él proponía una
Historia de la Cultura, y con los instrumentos que había entonces, proyectores
que hoy son piezas de museo, nos hacía ver reproducciones de arte, nos hacía
gustar las cosas que, normalmente, un historiador no suele exponer. También
recuerdo a Susana Navarro Lahitte, en Literatura Española, y otros excelentes
profesores, excelentes maestros.
Recuerdo todo, pero no recuerdo que nunca haya habido
un paro. No sé si los sueldos de los maestros eran buenos en aquella época,
ignoro si existían y actuaban sindicatos del sector. Había maestros y
profesores, no “trabajadores de la educación".
Ahora vemos que los sindicatos de la Provincia de
Buenos Aires mantienen de rehenes a cuatro millones y medio de niños
bonaerenses. ¿Por qué? No niego que haya razones para reclamar, pero la razón
del paro es ideológica en el fondo. Se puede protestar de otras maneras y lo
que ocurre indica el subdesarrollo sociocultural de la Argentina. En otros
países se protesta de otra manera. Por ejemplo, se protesta trabajando más
horas de las debidas o poniéndose una vincha en la cabeza, con una leyenda
sobre el reclamo, o lo que fuere, pero no está bien dejar a los chicos sin
clase.
No es la huelga docente la única causa del desastre de
la escuela estatal que viene precipitándose hace décadas. Para colmo de males,
este 17 es un año electoral, para los partidos y para algunos sindicatos.
Lo que ocurre es esto, y lo digo con todo respeto: los
sindicatos docentes utilizan en su relación con el poder un esquema que es de
tipo dialéctico, de enfrentamiento, de lucha, cuyo origen ideológico es bien
conocido. No viene al caso examinarlo ahora. Es un esquema de poder en todo
caso, y las víctimas son los niños.
¿Los reclamos son justos? Aceptemos que lo son, pero
entonces se reclama de otra manera y no así. Los niños, los escolares
bonaerenses no tienen por qué verse privados de las clases. Llama la atención
la pasividad de las familias, que tendrían que manifestarse con toda claridad
para exigir a los gremialistas: “no señores, acá las clases tienen que empezar
el día que tienen que empezar”. A muchas familias sé que les crea un problema
enorme todo esto. Por no hablar de los resultados ulteriores. Pongo un ejemplo:
un alumno de una escuela estatal pasa a tercer grado sin saber leer y escribir.
Si su padres quieren anotarlo en nuestros humildes colegios parroquiales, no se
lo puede ubicar en el grado que correspondería; hay que dotarlo de un ciclo de
nivelación.
El problema de la educación argentina debería ser
reconocido con total objetividad. La solución no está en una reforma o en una
revolución del sistema, sino en una gran movilización nacional. De todos,
supuesto que eso nos importe.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
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