“Cuando el
hombre reconoce el señorío de Dios desde la creación y lo sirve con sincera
entrega, su vida se ennoblece y dignifica”.
Acostumbrado
el ser humano en recibir no pocas veces desengaños por parte de los que lo
rodean, piensa que Dios también se olvida de él, máxime cuando pareciera que
todo se hunde a su alrededor, sin que se sienta alentado a la esperanza.
En realidad,
es el Creador de todo lo que existe quien justificadamente podría desconfiar de
nosotros, atento a las infidelidades continuas que recibía del pueblo elegido y
percibe también hoy en nuestro proceder.
De allí que
resulte fuera de lugar la afirmación del texto: “Sión decía: [el Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí]”
(Is 49, 14-15).
En lenguaje
actual podríamos exclamar: ¡Qué caradura
es el ser humano! ¿Cómo se atreve a recriminar algo a su Creador, cuando
Él siempre nos cuida y se acuerda de nosotros para realizar el bien que nos
favorece?
Sin embargo,
Dios hace caso omiso al reproche tan humano como mísero de la creatura más
querida que ha salido de sus manos, y atribuyéndose el amor de madre, y más
todavía, porque éste no siempre es como se lo espera, recuerda “¡Pero
aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”.
Es a Dios a
quien el hombre le debe todo porque ha sido creado por su bondad y de sus manos
ha venido a la vida, de allí que resulte coherente que reclame que se lo ame
con todo el corazón y con lo que es cada uno.
El evangelio
no hace más que recordar ese hecho (Mt. 6,24-34) al resaltar que “Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede
servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se
interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios
y al dinero”.
Lamentablemente
la persona humana tentada por lo pasajero, no pocas veces rinde culto de
adoración al dios dinero o sus equivalentes como son el placer, el poder, el
sexo o cualquier otro sucedáneo de la divinidad, creyendo vanamente que en estos
simulacros de la misma, encontrará seguridad y perennidad en su decisión de
alejarse de la verdad y del bien.
De hecho
cuando el ser humano ha hecho abandono del Dios verdadero, su único fin último,
se entrega a los dioses que le ofrece engañosamente el espíritu del mal, que
siempre intenta seducir el corazón humano y mantenerlo lejos de su filiación
divina.
Rinden culto
al dios dinero los que se dedican al narcotráfico, a la pornografía, a la prostitución y trata de personas, los
que buscan enriquecerse esquilmando a los más pobres con todo tipo de
injusticia.
Rinden culto
al dios dinero los que lucran con los negociados y dádivas millonarias, los que
sólo piensan en hacer el mal para enriquecerse más y más con la industria del aborto, de la
eutanasia, de la ideología de género, de la manipulación genética y toda
perversidad presente en la sociedad.
Y así,
podríamos seguir con esta larga letanía ya que hay tantos entregados al dinero
y sus equivalentes, que aunque parezca exagerado, existen.
Este modo de
vivir, aunque parezca fuente de felicidad y gozo, no alberga más que desengaño,
vacío interior, soledad y el callejón sin salida del sinsentido de la vida
humana, que aunque esclavizada, busca siempre la grandeza para la que fue
creada aunque la persona no se percate de ello.
Cuando el
servicio, desde la fe, está puesto en Dios, reconociendo su señorío desde la
creación, la existencia humana alcanza otra dimensión.
La confianza y
amor al único Dios permite a los creyentes vivir el espíritu de la bienaventuranza
que proclama felices a los pobres de
espíritu ya que tienen asegurado el reino de los cielos con la presencia de
Jesús en sus vidas acá en este mundo y en la vida eterna.
La confianza
en el Creador hace posible vivir con sencillez los momentos que nos brinda y alabarlo a través de la obra de sus manos.
¡Como no
confiar en la Providencia divina que nos cuida siempre a pesar de nosotros
mismos! El Dios providente, “que ve de lejos” y “a lo lejos” sabe qué
necesitamos, dispuesto a concedérnoslo con abundancia creciente ya que nos ama
y busca nuestro bien como hijos suyos que somos.
Es verdad que
nos enfrentamos no pocas veces con la realidad de tantos hermanos nuestros que
padecen hambre y todo tipo de necesidad material y espiritual, lo cual nos hace
dudar de las promesas del Señor.
La verdad está
en que la Providencia presente del Señor reclama a su vez el esfuerzo y
responsabilidad del hombre para hacer fructificar los dones que se nos han dado
para que a nadie le falte ni le sobre.
Precisamente
el texto del evangelio es contundente cuando describe la condición necesaria
para que nadie carezca de cosa alguna: “Busquen
primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por
añadidura” (Mt. 6, 24-34).
Si buscamos el
Reino de Dios, si sólo lo servimos a Él y buscamos la realización de su
voluntad en este mundo, deponiendo el pecado y el egoísmo que se olvida del
Señor y del prójimo, será posible hacer realidad la distribución equitativa de
lo creado puesto en nuestras manos para el ennoblecimiento de toda la
humanidad.
San Pablo (I
Cor. 4, 1-5) corona lo que estamos mencionando recordándonos que “los hombres deben considerarnos simplemente
como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora
bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel”.
¡Quiera Dios
darnos la gracia y la fuerza necesarias para ser fieles a la vocación cristiana
recibida, de manera que servidores de Cristo, seamos buenos administradores de
los bienes que se nos han confiado!
Padre
Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en
Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina.
Homilía en el VIII domingo durante el año, ciclo “A”. 26 de febrero de 2017.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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