Lola González
Infovaticana, 12 Marzo, 2017
En el libro Historia sencilla de la Música se analiza
el origen y las características de esta forma de canto colectivo cuidado
especialmente por las comunidades benedictinas.
En los siglos VII-VIII se consagró en toda la
Cristiandad una forma de canto colectivo que poseía una solidez y una facilidad
para “llegar” a los oyentes que le permitió perdurar a lo largo de los siglos:
el canto gregoriano.
Así lo explica el catedrático José Luis Comellas en su
libro Historia sencilla de la Música de la Editorial Rialp. En esta obra se
describe la sencillez, la capacidad de penetrar en el espíritu y en los
sentimientos, la feliz adaptación de la música a la letra del canto gregoriano.
El origen del canto gregoriano se atribuye a la figura
del papa Gregorio I, quien regularizó la liturgia, estableció el latín como
lengua oficial de la Iglesia, dio normas para el canto y fundó en Roma la
primera Schola Cantorum que se conoce.
Sin embargo, tal y como subraya el autor de Historia
sencilla de la Música, nada se sabe con absoluta seguridad de los orígenes del
canto gregoriano. Todo induce a suponer que no fue obra de un solo hombre, y
que sus formas más características fueron consagrándose poco a poco.
Ya por el año 850, León IV habla del Cantus Sancti
Gregorii, al igual que otros autores como Juan Diácono. A pesar de las teorías
que pretendían que el gregoriano no aparece como tal hasta el siglo IX, H.
Bewering asegura que ya por el año 600 -en vida de San Gregorio- existía
semejante canto. A lo largo de los siglos, el gregoriano ha sido cuidado
especialmente por las comunidades benedictinas.
Su melodía es sencilla, sin grandes saltos de una nota
a otra, no admite grandes diferencias de volumen, carece de rito y no busca
frases altisonantes o dramáticas. Y, sin embargo, no resulta monótono, es
claro, bien articulado, expresivo y dotado de gran capacidad para llegar al
alma. En el gregoriano entendemos una profunda expresión de espiritualidad,
sabiamente conseguida.
Relatos de la época nos presentan a los oyentes y
cantantes en actitud de oración o llenos de temor, profundamente conmovidos por
la música, según señala José Luis Comellas en su libro. Su actualidad no decae,
y, hoy en día, supone un “remanso en medio del ritmo atosigante de nuestra vida
contemporánea”.
Citando a Higinio Anglés, el canto gregoriano es “el
patrimonio musical de la humanidad entera, el más noble y venerado de cuantos
se han conservado desde los tiempos remotos”.
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